jueves. 18.04.2024

Recuerdo aquella cena en que supe de la existencia de Corinna. Un amigo periodista, buen conocedor de asuntos confidenciales, me reveló la existencia de una misteriosa princesa que compartía momentos íntimos con el rey e incluso vivía cerca de Zarzuela. Hace unos años era un secreto en voz baja, que custodiaban los periodistas de corte con su silencio cómplice, y quienes lo sabíamos -pero éramos ajenos a ese círculo privilegiado- no teníamos soporte mediático suficientemente valiente como para difundir semejante bomba informativa.

Aquello no era, como sospechábamos, una leyenda urbana. Pero España ha cambiado. Ya conocemos casi todo de la princesa (acaso casi todo lo superficial, pero una superficialidad que delata y anuncia lo demás), y da la sensación de que está acabada en España. Tan quemada como las bombonas de la clínica La Milagrosa, aunque la sorprendieran junto al carrito del helado. Atrae, desde luego, su atrevimiento, su capacidad de infiltración en un territorio imposible para el común de los mortales, pero su desprestigio no tiene vuelta atrás. Cuando renunció a su astuta discreción para huir de Urdangarín y Nóos, lo perdió todo, demasiado visible ahora como para que se le permita la misma libertad de movimientos que antes en el entorno del rey, varado sine die. La portada de Hola fue su despedida, temporal, eso sí. Se reinventará. Sabido es que no hay mal que por bien no venga.

No parece que el comportamiento de la princesa-comisionista-amigaentrañable-inquilina de Patrimonio Nacional sea un ejemplo a seguir. La ciudadanía siempre necesita referentes éticos, modelos vitales, y mucho más en tiempos de zozobra e incertidumbre. Y los modelos son tales porque son públicos, aparecen en los medios, tienen soltura ante los micrófonos, alimentan tertulias, venden. Claro, que esa exposición -por razón de cargo, popularidad o caída de chiringuito como la de Corinna- es un examen constante, tan tentador como agotador. Y pocas salen airosas. Ahí tenemos a Cospedal, a Mato, a Botella, de suspenso en suspenso cuando hablan más de la cuenta... y también cuando callan deliberadamente (Aguirre es otro cantar, la lideresa cautiva). Y Rita. Y la esposa de Bárcenas. Y aquella secretaria de la presidenta de la Diputación de Alicante, cuya contratación a dedo puso en evidencia Jordi Évole. Luego está la princesa del pueblo, Belén Esteban, tan de capa caída que hasta Falete la eclipsa. Y Campanario. Y las carmenlomanas, elenatabladas y pilarrubios de la vida (perdona, Pilar, no va contigo, es solo una expresión). Qué vida en el alambre llevan ustedes. Qué cansinas.

Nada que ver lo suyo con la situación de esa mujer que se atrinchera en su casa para no ser desahuciada, o la de aquella condenada por comprar comida con una tarjeta ajena que se encontró, o la de esos cientos de miles que defienden lo común a pleno pulmón en la calle. Fuera de modas, fuera del foco mediático (salvo para protagonizar malas noticias), las mujeres españolas se trabajan la vida. Casi siempre, en silencio. Ahora, además, apretando los dientes, directamente afectadas por los recortes en lo esencial, víctimas de la precarización de casi todo. Y ahí están las investigadoras, funcionarias, obreras, amas de casa, deportistas, trabajadoras por cuenta propia, paradas, artistas, creadoras, directivas, académicas, pensadoras, periodistas... Llenas de tareas todo el día, tan valientes como inseguras, tan atrevidas como prudentes, tan directas como contradictorias, emprendedoras de la vida cotidiana que luchan por construir un presente mejor. Bravo por ellas. Ellas sí son modélicas.

Corinna y las mujeres