miércoles. 24.04.2024

TERESA FRANCO | Este artículo quizá sea el más complicado al que me he enfrentado hasta ahora porque me deja desnuda ante quienes lo lean. Pero no importa, asumo las posibles críticas sobre incoherencias, dudas, vidas que se viven de un modo y se explican de otro y es que, yo soy mi más dura jueza. La cuestión es que no volveré a ser la misma persona tras escribirlo, y sé que significará un punto de partida para seguir creciendo como persona que intenta, cada día, no fallarse a sí misma y mantener unos principios sólidos.

Antes de entrar en materia, y para contextualizar, os diré que este artículo de opinión está relacionado con las Fuerzas Armadas, la Semana Santa, la política, la religión, la paz y la guerra visto todo ello desde el prisma de una mujer que fue militar muchos años, que fue y es activista feminista, actualmente concejala en uno de los ayuntamientos más grandes de España, y alguien educada en la religión católica pero que no la profesa y se considera agnóstica, tal vez atea.

De pequeña fui educada en la religión católica, y en algún momento de mi niñez recuerdo que quería ser monja. Tendría unos siete años. Me duró poco aquello. Pero recuerdo que rezaba junto a la cama a veces y que cuando tenía miedos o deseos rezaba al Señor. Mis abuelas eran creyentes (¡cómo no!). Una de ella especialmente. Me iba con ella a misa los domingos. La iglesia de su pueblo tenía una imagen de la Virgen del Loreto, patrona del Ejército del Aire, por cierto. Mi abuela cantaba en el coro. Lo hacía fenomenal. Rezaba su rosario. Mi niñez y adolescencia se mezcla entre misas, tradiciones murcianas, paisajes, conversaciones familiares, consejos, ideas de pecado y correspondiente confesión, etc. Mi abuela paterna murió encomendándose a Dios, rezando, llena de fe. Mi abuela materna también era creyente, pero yo observaba que era una creyente que iba a misa no creyendo porque me lo decía ella misma, pero sin embargo, rezaba todas las noches por mi madre, mi tío y todas las nietas y nietos. A mi abuela materna también la acompañaba a misa algunos domingos en su pueblo, donde se reza a la Virgen del Rosario. Con mis abuelas hablaba de la vida y la muerte, del aquí y del más allá. Una jamás se cuestionó que Dios no existiera, la otra, el último año de su vida solía decirme que lo de la Iglesia era una tontería y que cuando se acabara la vida no había un más allá. Estaba muy unida a las dos, pero a esta segunda, especialmente. Quería que fuera inmortal y así se lo decía. Y cuando supe que le quedaba poco y le escuchaba hablar así se me partía el alma porque yo quería creer que sí que nos encontraríamos en el más allá. “Nena, no seas tonta”, me decía, “no hay nada después de esto”. Qué desgarrador fue aquello. Yo tenía 40 años cuando mi abuela murió, y me consideraba atea ya, pero no me disgustaba nada entrar en las iglesias, oler a incienso, formar parte de un ritual que para mí suponía estar cerca de mis raíces y mi familia. A todo esto, y por el camino de la infancia, tuve momentos de crisis existencial. Quise ser Testigo de Jehová porque tenía una compañera en el colegio que decía que si no lo éramos iríamos al infierno. Incluso quise acercarme al Islam. También me duró poco aquello. En la coctelera de las experiencias, los valores, los principios, los sentimientos y los conocimientos hay una mezcla que me ha traído hasta aquí.

Fui militar. Durante los primeros años desfilé en procesiones. Destacaba en el paso lento porque practico danza en mi tiempo libre y se me da bien. Recuerdo la sensación de la gente aplaudiendo a nuestro paso y gritando ¡Viva España! Era una mezcla de subidón y orgullo. Recuerdo que me gustaba sentir aquello. Pero no me detenía a pensar mucho. Cumplía órdenes, era militar, no me cuestionaba tampoco nada. Con el paso de los años, estudiando además Derecho Constitucional y creciendo en otros sentidos mientras mi desapego por la fe también crecía, comprendí, entendí, me pareció, pensé y defendí que los cuerpos y Fuerzas de Seguridad no debíamos participar activamente en estos escenarios porque somos el brazo armado del Estado, un Estado que es aconfesional. Comprendí que eran costumbres, sí, pero que no debían mantenerse si no queremos vincular los uniformes y a la institución con una religión determinada. Me parecía injusto que solo hubiera capillas en los cuarteles y que se rezara al Dios cristiano cuando hay más religiones en este país y militares que las profesan y no tienen esa oportunidad. Critiqué con dureza el papel y cargo de los curas castrenses, los llamados “pater”. Me quedé atónita con decisiones como por ejemplo que la bandera se pusiera a media asta por la muerte de Cristo. No entendía nada y no me convencía lo de las costumbres. Cambié. No volví a salir en procesión alguna vestida de militar. Y todo ello lo sigo manteniendo tal cual, aunque entienda que existen explicaciones antropológicas y culturales para entender el fenómeno Semana Santa. Entiendo que el respeto debe ser máximo para las religiones y sus actos. Entiendo que a título personal se asista y se participe en los actos. Pero no entiendo esa fusión entre la religión y los cuerpos de servidores públicos. Y tanto he pensado sobre ello y tan claro lo tengo que creo firmemente en la defensa de esta idea. El Estado y todos sus servicios son aconfesionales. Entonces ¿cuándo daremos los pasos necesarios para actuar en consecuencia y cumplir la Constitución?

En la actualidad la vida me ha dado la oportunidad de ser concejala en el Ayuntamiento de Murcia, y además con responsabilidades de gobierno. Aquí se habla en otras claves, como que somos representantes de toda la ciudadanía y tenemos que estar en todo lo que se nos invita, y son las que me tienen desconcertada y caminando en una línea fronteriza. En Twitter la he dibujado en un hilo para verla y poder hacerme preguntas cuyas respuestas me lleven a algún lado:

  1. Anoche se me saltaron las lágrimas en la Procesión de la Salud que salió de la iglesia San Juan de Dios. Y no ha sido por mi devoción religiosa, sino porque me he emocionado recordando a mi abuela Fina y cómo le gustaba ir a ver los pasos en su pueblo, Santomera.
  2. Vivo días en auténtica línea fronteriza con mis valores. Estoy conociendo más las costumbres y conociéndome más a mí misma. Cada día veo a muchas personas que salen a disfrutar la Semana Santa por motivos religiosos y/o culturales. El respeto ha de ser máximo.
  3. Sin embargo hay cuestiones que quisiera matizar y compartir. Me gustaría que el Ejército del Aire, el de Tierra, la Armada, la Policía Nacional, la Guardia Civil y la Policía Local no desfilaran en representación de sus cuerpos en actos religiosos, porque vivimos en un Estado aconfesional.
  4. Es cierto que España no es formalmente un Estado laico, pero también lo es que todas las religiones tienen cabida en nuestro país, y que todos los cuerpos y fuerza de seguridad del Estado lo son, ellos y sus miembros, efectivos para todos sin excepción.
  5. Que la mayoría de personas religiosas en España sean católicas, no excluye que muchísimas sean ateas, agnósticas o que recen a otros dioses. En estos trabajos, (de seguridad), sucede lo mismo y si se justifica por voluntariedad, también pienso que deberían hacerlo en su tiempo libre.
  6. Las tradiciones están muy arraigadas, pero deberíamos dejarnos tiempo para reflexionar. En los países democráticos más avanzados, la religión y sus fuerzas armadas no están tan vinculadas. He intentado justificar también la presencia política en las mismas y, no, no la tiene.

Creo que voy a necesitar un poco más de tiempo para volver a ser coherente, y si no, al menos, para encontrar un equilibrio entre lo que pienso, siento y vivo, esta vez como cargo político municipal, que es el más cercano al pueblo y, junto a mis compañeros y vecinos andaluces tenemos una idiosincrasia diferente a otras zonas del país. Invito a echarle una pensada a todo esto porque yo me estoy invitando a ello desde hace varios días. Quizá el año que viene, para no pensar, me vaya en Semana Santa a los Pirineos como tenía pensado, a buscar respuestas en las montañas.

Al menos, y no es suficiente consolación pero quiero compartirlo, en estas procesiones estoy viendo mujeres de uniforme dirigir pelotones con lo que conlleva de visibilidad para todas las niñas que están sentadas viendo la procesión.

Quizá no explote, como dice cariñosamente un compañero, pero lo llevo regular. Que el Señor me perdone.

Teresa Franco

¿Cómo vive la Semana Santa una militar reservista, roja, ahora en política municipal en...