jueves. 28.03.2024
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En una casa cualquiera de cualquier barrio de Madrid, una mujer de unos 65 años se levanta con las primeras luces del sol para hacer compras y recados. Un poco de pasta y tomate. Galletas y yogures para las nietas. Luego, una visita al médico y a la farmacia. Vuelve a casa para preparar la comida y, cuando la tiene lista, va a buscar a las niñas al colegio. Más tarde las lleva y recoge de clases particulares y las acompaña al parque a jugar. El movimiento que esta mujer realiza en su día a día es, según la perspectiva del urbanismo feminista, poligonal: casa-supermercado-médico-farmacia-casa-colegio-casa-clases particulares-parque-casa. Mientras que la ciudad en la que vive —colmada de edificios altos, surcada por avenidas interminables—, está diseñada para una movilidad de tipo pendular: casa-trabajo-casa.

¿En qué consiste el urbanismo con perspectiva de género?

La organización de las ciudades no es neutra. La mayoría de ellas está pensada desde la perspectiva de un sujeto universal, que no es representativo de la complejidad y la variedad de personas que las habitan. De esta idea parte el urbanismo feminista: de la diversidad.

“Tradicionalmente el hombre (blanco, joven, sano, con cierta capacidad adquisitiva y cultural y, en general, urbano) ha sido el centro del análisis de gran parte de los estudios sociológicos, quedando en un segundo plano las problemáticas de otros grupos de estudio, como las personas enfermas, las personas con algún tipo de limitación en la movilidad, las personas mayores, los niños y las niñas, las personas migrantes, etc.”, explica Susana García Bujalance.

García es arquitecta y profesora de Urbanismo y Ordenación del Territorio en la Escuela de Arquitectura de Málaga y lleva casi 20 años trabajando en la aplicación de la perspectiva de género a este campo de estudio. Piensa que el urbanismo feminista es aquel que, partiendo de esa disciplina técnica, aplica “un análisis segregado por sexos de las problemáticas urbanas”.

Afirma que una de las cosas más significativas que la perspectiva de género aporta al análisis urbano es “la visión de las mujeres en tanto que cuidadoras de muchos grupos de población”. La arquitecta apunta que, estadísticamente, las mujeres son las que asumen la mayoría de los cuidados de la sociedad, ya sea en el ámbito familiar o porque son contratadas para ello. Y no se equivoca.

A pesar de que, como recuerda García, cada vez más hombres comparten tareas, según la última Encuesta de Empleo del Tiempo (ETT) elaborada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) —que abarca el período 2002-2010— las diferencias de género en el desarrollo de actividades cotidianas aún siguen siendo significativas. El 38,6% de los varones trabaja de forma remunerada y le dedica una media de ochos horas diarias a ese trabajo; mientras que las mujeres trabajan una hora y 20 minutos menos que los hombres.

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Por otra parte, ellas son las que más tiempo dedican a las tareas domésticas y los cuidados. El 92,2% de las mujeres emplean casi cuatro horas y media a los trabajos del hogar y los cuidados. El 74,4% de los hombres dedica un promedio de dos horas y media a esas actividades. Es decir: de media, las mujeres cuidan, limpian, acompañan o cocinan dos horas diarias más que los hombres. Y eso hace que, indudablemente, sus usos de la ciudad no sean los mismos.

Pero el urbanismo feminista no solo tiene en cuenta las necesidades de las mujeres dentro de las ciudades. Como indica García, se trata de una visión poliédrica y compleja de la realidad. Y desde el Col·lectiu Punt 6 también comparten esa mirada. Esta cooperativa de profesionales lleva más de 10 años trabajando por incorporar el feminismo a la disciplina del urbanismo y pretenden que las personas que habitan las ciudades “se conviertan en especialistas de los espacios que las rodean”.

Como indican en un vídeo explicativo de su web, para las integrantes del colectivo, esta perspectiva incluye a “diferentes personas teniendo en cuenta la diversidad de género. Pero también cruzado con otras variables identitarias como la edad, el origen, la identidad sexual, el tipo de unidad de convivencia donde vives, la clase social, la diversidad funcional, etc”.

La Ley de barrios (Ley 2/2004, de 4 de junio, de mejora de barrios, áreas urbanas y villas que requieren una atención especial), aprobada por el Parlamento de Cataluña en el 2004, recoge una serie de proyectos y actuaciones en los barrios susceptibles de ser financiados.

En total, se enumeran ocho puntos con diferentes ámbitos de actuación. Así, entre la mejora del espacio público y la dotación de espacios verdes o la accesibilidad y la supresión de las barreras arquitectónicas, se encuentra el punto seis: “la equidad de género en el uso del espacio urbano y de los equipamientos”. De ese sexto punto nace el colectivo Col·lectiu Punt 6.

Para esta organización, la clave del análisis de género aplicado al urbanismo es determinar cómo todas esas variables identitarias se cruzan y se materializan en privilegios u opresiones dentro de la ciudad y sus diferentes espacios.

“Por ejemplo, no es lo mismo vivir y experimentar la ciudad siendo un chico adolescente homosexual y de origen extranjero, que una mujer mayor que tiene cerca de 80 años, que vive sola y que tiene que moverse con un caminador en el espacio público. Van a vivir los espacios de maneras diferentes porque tienen necesidades y experiencias diferenciadas”, explican en el mismo vídeo.

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El miedo a las calles

Pero las diferencias en el uso de las ciudades no solo tienen que ver con la movilidad. Volver a casa sola después de salir de fiesta, transitar determinadas calles o áreas oscuras, mal comunicadas, puede provocar ansiedad a muchas mujeres.

Hace poco se hacía pública la noticia de que en A Coruña el PSOE había impulsado una iniciativa para que quienes así lo quisieran pudiesen solicitar que los autobuses nocturnos —búhos— se detengan en lugares más cercanos a sus casas para evitar situaciones de acoso o agresiones sexuales.

Esta medida recibió muchos comentarios positivos, pero también críticas. Algunos colectivos feministas consideran la propuesta un simple ‘parche’ a un problema más complejo: la inseguridad constante a la que se enfrentan las mujeres en las ciudades, otra de las grandes luchas del urbanismo feminista.

García cuenta que, dentro de este ámbito, el sujeto ‘mujer’ no es solo estudiado desde la perspectiva de los cuidados, sino que también se tiene en cuenta su condición de cuerpo sexuado. “La mujer, en cuanto a cuerpo sexuado, no tiene las mismas capacidades de movilidad real dentro de la ciudad que un hombre, independientemente de que una u otro desempeñen un rol de cuidador o cuidadora”.

En una situación real o percibida de inseguridad en el terreno urbano, García afirma que las mujeres no tienen la misma respuesta que ellos. El miedo a ser violada es lo que marca la diferencia. “El mero hecho de que una mujer sienta que eso puede ocurrir, hará que se autolimite a la hora de acudir a determinados lugares, a determinadas horas y en determinada compañía o sola”, dice. “Al final, pensamos que la ciudad es un espacio democrático, pero no lo es mientras existan personas que no puedan moverse con la misma libertad que otras”.

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¿Cuándo se planificaron las ciudades actuales?

“La base histórica del planeamiento de ciudades desde una perspectiva de hombre blanco heterosexual de clase media es bastante evidente”, explica la arquitecta y urbanista especializada en perspectiva de género Zaida Muxí. Como bien indica, el planteamiento de las ciudades actuales tiene su base en la aparición del urbanismo como ciencia, durante el siglo XIX. Una disciplina muy masculinizada.

Esta ciencia fue desarrollada por ingenieros o militares y, más tarde, por arquitectos y paisajistas, y dejó a las mujeres fuera desde sus inicios. La urbanista cuenta que era muy difícil, o casi imposible, que ellas pudiesen acceder a campos de estudio tan cercanos al poder, algo que, según ella, continúa ocurriendo en la actualidad. “Esta ciudad está pensada desde una experiencia que es totalmente exclusiva, que tiene poco que ver con la vida de las personas”.

García, por su parte, pone el acento en los inicios de la movilidad pendular (casa-fábrica-casa), que se priorizaba durante el siglo XIX. “Hasta entonces las ciudades crecían de manera vegetativa, disminuyendo su población con las epidemias, las hambrunas o las guerras y aumentando en época de bonanza”, cuenta.

“Pero con la concentración de miles de personas en el entorno de las industrias, la ciudad no tuvo tiempo de crecer absorbiendo de forma adecuada a toda la población, que se acumuló en las áreas industriales. Así que fue necesario proyectarlas […]. Así surgió el urbanismo cómo técnica para la proyección de las ciudades”.

García explica que los principales problemas que tenía que resolver el urbanismo en aquella época eran la salubridad, la creación de espacio para la multitud de obreros y obreras que acudían sin cesar a las ciudades o la disposición de equipamientos fundamentales para la aglomeración demográfica como hospitales o bibliotecas.

“Un montón de personas entrando a trabajar a la misma hora, y desplazándose en masa desde las distintas zonas residenciales a las productivas, requería de una programación estricta si no se quería generar un caos que impidiese el funcionamiento de esa gran maquinaria que es la ciudad”, dice. Así, los transportes, y la misma ciudad, se dispusieron de una forma que pudiese responder a los desplazamientos pendulares.

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‘Poner la vida en el centro’: ecología y feminismo en la ciudad

Si algo hay en común entre el urbanismo con perspectiva de género y la ecología es que, más allá de las dinámicas de los mercados, ambos colocan la vida y los cuidados de las personas, y los seres que habitan el planeta en general, en el centro. Por esto y por muchas razones más, Col·lectiu Punt 6 cada vez está incorporando con mayor ímpetu la visión del ecofeminismo.

Sara Ortiz Escalante, socióloga e integrante de Col·lectiu Punt 6, piensa que las ciudades actuales destruyen más vida de la que crean. “Vivimos en ciudades muy contaminantes y la contaminación también viene dada porque se le otorga más prioridad a la movilidad en coche privado y a la movilidad no sostenible que a otras movilidades. Y eso tiene implicaciones de género”.

Tiene implicaciones de género porque, según ella, las mujeres, por lo general, practican una movilidad más sostenible que los hombres y más compleja [poligonal]. “Nos movemos sobre todo a pie y en transporte público, mientras que los hombres siguen moviéndose mayoritariamente en coche”.

Por ejemplo, en la Comunidad de Madrid, y siguiendo los de la última Encuesta de Calidad de Vida, correspondiente al 2017, los hombres utilizan el transporte privado un 10% más que las mujeres. En la capital, el 37,9% de los hombres se mueve en coche, frente al 28% de mujeres.

“Hay una relación muy ligada entre la sostenibilidad ambiental y la perspectiva de género, por ejemplo en la movilidad”, dice Ortiz. “Entonces, trabajar por una ciudad feminista y ecofeminista, es trabajar también por cambiar las probabilidades en el ámbito de la movilidad En quitarle espacio al coche y en dar espacio a los tipos de movilidad sostenible. Sobre todo al ir a pie y después a otras formas como ir en bicicleta y en transporte público”.

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No hay fórmulas universales

Así como el urbanismo con perspectiva de género parte de la idea de que los sujetos no son iguales entre sí, sino que tienes necesidades distintas que no responde a fórmulas universales; tampoco existe una receta única para hacer que las ciudades, en general, sean más inclusivas.

¿Qué medidas específicas pueden aplicarse a las ciudades para que sean más feministas? García piensa que para esta pegunta no existe una respuesta única. “Yo creo que la complejidad es incompatible con la inmediatez y la generalización”, explica.

“Si aceptamos que la ciudad es compleja y que la perspectiva de género es una visión poliédrica que se aplica a una realidad compleja, entonces no podemos decir que haya propuestas-tipo que se puedan aplicar a las ciudades para que sean más igualitarias en sus usos”, dice.

Para la arquitecta, la pregunta correcta no sería “¿Qué soluciones harán que la ciudad sea más igualitaria?”, sino “¿En la ciudad X, para el colectivo Y y para la situación Z, qué solución sería la más adecuada?”.

Fuente: AmecoPress

Hacia ciudades más feministas