martes. 23.04.2024
geano

El 30 de octubre del 2010 la Unión de Actores iba a organizar un Homenaje a Miguel Hernández al cumplirse el centenario de su nacimiento, con 24 horas de lectura de sus poemas en el Instituto Cervantes. La lectura iba a llevarse a cabo por actores, cantantes, músicos, escritores, artistas de todas las disciplinas, sindicalistas, políticos y gente pública, y se había decidido que el homenaje lo condujera en la compilación de los textos, material audiovisual, o grabaciones sonoras, Carlos Olalla, excelente actor y él mismo escritor. Lo secundaba un decidido equipo de apoyo del sindicato, con la multifacética artista Amparo Climent que había pintado el cuadro de Miguel Hernández que fue la imagen representativa del homenaje, y nos llovían adhesiones de todo el mundo.

Ahora con su muerte, la hemos rememorado, lagrimeando a coro con mis hijos, que confiesan que me envidian sanamente, como si tuvieran que excusarse

Una semana antes, el 22 de octubre, Carlos Olalla me anunció que aprovechando que ese día el personal de la Unión de Actores terminaba de trabajar a las 14.00, por ser viernes, iban a realizar unas grabaciones en la sala de reuniones del sindicato, ya que yo por entonces secretario general de la Unión, me quedaba trabajando para aprovechar que estaba solo hasta tarde.  Carlos me dijo que sobre las 17.30 volverían porque a las 18.00 (puedo equivocarme de la hora exacta) grabarían unos poemas, y habían quedado con Eduardo Galeano. Yo, admirador ferviente del escritor uruguayo, que no me había perdido presentación o conferencia suya cuando había podido en Madrid, en Londres y en EEUU, había asistido a una conferencia magistral de Galeano en la sede del auditorio de CCOO en Lope de Vega, organizada por la Fundación 1º de Mayo, un año antes, en octubre del 2009. Ese día, después de gozar su conferencia, que tuvo gusto a corta porque apenas duró media hora, yo había hecho lo imposible por unirme al grupo de amigos de Galeano que verían el partido que Uruguay jugaba con Argentina de clasificación para el Mundial 2010 retransmitido a altas horas de la noche en Madrid. Mis esfuerzos fueron inútiles porque los amigos de Galeano se lo llevaron a un restaurante uruguayo que no pude descubrir, tal vez sin interés de verlo conmigo, argentino, y terminé viendo el partido en un bar de la calle Huertas con mi hijo menor, obviamente los dos hinchando por la clasificación de  Argentina para el Mundial del 2010.

Por tanto, cuando ese 22 de octubre del 2010 Olalla me dijo que Galeano vendría por la tarde a leer un poema de Miguel Hernández, ya que no podía asistir al Homenaje del día 30, realmente me solacé sólo con la posibilidad de hablar con Eduardo, mencionarle ese partido, y que España había ganado finalmente el Mundial del 2010, aunque fuera unos momentos, cuando viniera con los demás.

Pero poco después de las 15:30 llaman al timbre de la puerta del sindicato y me decidí a abrir con desgana creyendo que era algún despistado que no sabía que cerrábamos al público los viernes por la tarde. Cuál no sería mi sorpresa cuando apareció la figura,  más bien escueta, de Eduardo Galeano,  que venía a grabar con frío y jet lag porque había llegado a Madrid esa mañana, ya que, según él, había quedado a las 16.00.  Le dije que creía que era a las 18:00, y aún en la puerta me dijo: “Y entonces cómo hacemos?... Bueno, pasá, y esperalos conmigo, le dije, bromeando, por la propia alegría de esta sorpresa que regalaba a mi soledad, porque agregué que, además de fanático tuyo debo ser el único argentino que adora todo lo uruguayo. Y me contestó pues en mí se da exactamente el reverso, así que estamos empatados.

Solos quedamos en mi despacho y después de tantos años de admiración leyéndolo, escuchándolo en la distancia, le hice un rápido recuento de amigos uruguayos, muchos comunes. Y ahí Eduardo comenzó a desgranar con su cálida y melodiosa voz, como un viejo amigo, toda una serie de opiniones sobre los temas y  personajes más diversos.  Le dije que además de las afinidades artísticas, compartía su pasión por el fútbol, y estaba muy de acuerdo con la carta que había escrito por esos días y publicado en Internet. Me dijo que no era suya, y se explayó sobre las desventajas de los escritores en las redes sociales que no recibían derechos por sus obras expuestas, y en otros casos aparecían otras, como esa carta firmada por él, que él jamás había escrito. Esto es la libertad del espacio cibernético que permite  invadir  la propia autoría, dijo. Confieso que lo escuchaba embelesado, festejando a carcajada abierta su humor con lo cual se habían juntado casualmente el hambre con las ganas de comer. Él, con ese encanto de conversador de la vida, la historia, la política, su país, la literatura, el teatro, el fútbol, lo que fuera, y yo el oyente ideal, en privado. Tête a tête para no olvidar, no ya en el libro de memorias de mi vida sindical, sino en mi biografía general.

No sé cuánto tiempo pasó, por mí podría haber pasado la eternidad, cuando Carlos Olalla con su madre y un grupo de amigos llegaron y se lo llevaron a la sala de reuniones donde leyó a primera vista un poema de Miguel Hernández, con esa voz de encanto y seducción, sin cometer un solo error en la grabación. Luego, se fue, y pasó de nuevo a saludarme. Compartimos conversación con el grupo. Estaba cansado  y en pocos días volvía a Madrid a dar una Conferencia en la AECID, a principios de septiembre.  Intenté asistir con mi hijo menor y mi mujer, igualmente fanáticos de Galeano, pero la cola era tan grande que más parecía que fuera un concierto de estrellas del rock o un clásico de fútbol, y no pudimos entrar.

Pero, esa hora y media a solas con Eduardo Galeano, en la antigua sede de la Unión de Actores de la calle Marqués de Valdeiglesias, no me lo podrá arrebatar nadie. Y ahora con su muerte, la hemos rememorado, lagrimeando a coro con mis hijos, que confiesan que me envidian sanamente, como si tuvieran que excusarse.


Jorge Bosso | Actualmente Vicepresidente de la Federación Internacional de Actores-FIA.   

La charla privada que me regaló Eduardo Galeano