jueves. 28.03.2024
LIBRERÍA CAZARABET | EL SUEÑO IGUALITARIO

Cazarabet conversa con Rosana Triviño Caballero, autora de "El peso de la conciencia. La objeción en el ejercicio de las profesiones sanitarias"

Entrevista con Rosa Treviño, autora de un excelente ensayo sobre el ejercicio de la objeción de conciencia en torno a las profesiones y profesionales de la salud.

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La proliferación de conflictos por motivos de conciencia en el ámbito sanitario es una realidad sobre la que las hemerotecas pueden dar buena cuenta. Semejante abundancia está relacionada con la complejidad de un escenario asistencial donde resulta difícil encontrar respuestas unívocas. En un contexto en el que los agentes y las relaciones cambian y se multiplican, en el que rige la diversidad de criterios en la consideración de la vida, el morir o de lo que cada persona considera bueno o éticamente permisible, la apelación a la propia conciencia se ha presentado como un recurso indiscriminado para solventar determinados conflictos. En el caso de los profesionales sanitarios, el uso inapropiado de conceptos como el de objeción de conciencia desatiende las consecuencias que la negativa a prestar un tratamiento tiene para el resto de personas implicadas. En el caso de los usuarios es frecuente que sus convicciones tengan un reconocimiento limitado a la hora de tomar decisiones que atañen a su bienestar.

A partir de estas premisas, en "El precio de la conciencia. La objeción en el ejercicio de las profesiones sanitarias", escrito por Rosa Treviño, se analizan las tensiones entre intereses, derechos y deberes de las partes implicadas, así como las relaciones de poder que se establecen entre quienes ostentan el conocimiento experto y quienes se encuentran en situación de mayor vulnerabilidad. El análisis persigue identificar los problemas en los distintos niveles discursivos ―de intereses, de derechos y deberes y de relaciones de poder― para establecer posteriormente una serie de límites que condicionen el ejercicio de la libertad de conciencia para los profesionales sanitarios. Con ello se aspira a ofrecer un marco ético-normativo que pudiera servir como referencia para la resolución de conflictos, basado en una noción de conciencia menos individualista y más relacional-feminista.

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Sobre la autora, Rosana Triviño:

Rosana Triviño Caballero es doctora en Filosofía Moral con mención internacional por la Universidad de Salamanca. Se licenció en Humanidades por la Universidad Carlos III de Madrid y es diplomada en Fisioterapia por la Universidad Pontificia de Comillas. Realizó un máster en Filosofía Política (UNED) y obtuvo el diploma en Ciencia Política y Derecho Constitucional del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, cuyo trabajo final sobre Autonomía del paciente y rechazo del tratamiento por motivos religiosos a propósito de la STC 154/2002 recibió el premio al mejor trabajo de investigación en la edición 2008/2009. Ha sido investigadora JAE-predoctoral en el Instituto de Filosofía del CSIC y ha realizado estancias de investigación en Oxford (Uehiro Center forApplied Ethics), Cleveland (Case Western Reserve University), Princeton (Princeton University) y Nueva York (Hastings Center). Es autora de capítulos en libros colectivos y de artículos publicados en revistas como InDret, Dilemata y Cambridge Quarterly of Health Care Ethics. Sus investigaciones abordan los conflictos éticos que surgen en la relación asistencial, vinculados al papel de las convicciones de profesionales y usuarios, a la atención sanitaria a personas migrantes y a los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.

Cazarabet conversa con Rosana Triviño

Cazabaret | Rosana, ¿crees que la precariedad, el miedo, el deterioro que está sufriendo la sanidad, desde la perspectiva de lo público se nota en la ética y la moralidad de los profesionales ante el  compromiso con el otro factor de la ecuación, el paciente?

Rosa Treviño | Creo que las y los profesionales sanitarios están desempeñando un papel fundamental en la defensa del sistema público de salud en los últimos años. Su compromiso ético y político se ha mostrado más abiertamente que en cualquier momento anterior. Buenos ejemplos de este compromiso son las movilizaciones en el proceso de privatización de los hospitales públicos madrileños o la objeción de conciencia contra el Real Decreto Ley 16/2012, que supone la exclusión de cientos de miles de personas del derecho a recibir atención sanitaria y el repago de medicamentos y de ciertas prestaciones sanitarias.

En este libro flota todo el rato la palabra “compromiso”, a la hora de “escribirlo” y de “pensarlo y  concebirlo”. ¿Desde qué compromiso partes?; ¿por qué eliges este tema de la objeción para tu tesis?

Aunque la objeción de conciencia se ha ido expandiendo en el ámbito sanitario a otras cuestiones, la interrupción del embarazo sigue siendo su principal motivación. Mi preocupación personal e intelectual por esta cuestión concreta me condujo a profundizar más en las causas, en los discursos, los problemas y las respuestas que se han articulado en torno a la objeción de conciencia. Gracias al estudio de todas esas dimensiones desde distintos puntos de vista, pude reconfigurar mi propia perspectiva. Adquirí una clara consciencia de cómo los sesgos personales -emocionales, culturales, ideológicos,…- nos hacen contemplar las realidades ajenas de una determinada manera y de la necesidad de ampliar esa mirada hacia otras formas de entender el mundo. Ese es precisamente el compromiso que planteo en el libro, la idea de una aproximación menos cerrada y más relacional, que rompa con los prejuicios y donde verdaderamente se escuche la voz de todas las personas implicadas, que reconozca, en definitiva, todas las agencias morales que están en juego. En el caso del aborto, además, nos encontramos con que los derechos e intereses de las mujeres no siempre ocupan el lugar que les corresponde. En ese sentido, me ha parecido importante también introducir una perspectiva feminista en el que la mujer ocupa ese espacio que tantas veces le es negado.   

¿Qué factores ético–morales crees que tienen que “cumplir, sí o sí, los profesionales que se dedican a la salud? ¿Qué conceptos debe de asumir todo profesional cuando se adentra en este sector profesional?

Más que de factores, yo hablaría de actitudes, de capacidades y, de nuevo, de compromisos. Una empatía genuina, la capacidad de escucha y de diálogo, el reconocimiento del pluralismo moral, la solidaridad, el compromiso social. Todo esto me parece fundamental para ser un buen profesional sanitario. Habrá personas que previamente a su profesión tengan ya estas condiciones, ciertos rasgos de personalidad que les faciliten un desempeño más ético de la labor asistencial; pero creo que, en su mayor parte, son susceptibles de aprendizaje y desarrollo. En este sentido, me parece que una buena formación en bioética podría ser de gran valor para quienes se dedican a las profesiones sanitarias.

Cuando se trabaja en salud siempre hay casos, situaciones que como que te “tocan” más la fibra y la conciencia, ¿qué camino hay desde la sensibilidad a la “toma de conciencia” plena y que siempre debe estar ahí?

La cuestión aquí es reflexionar sobre las motivaciones que nos provocan esa especial sensibilidad, de dónde vienen, a qué responden. Se trataría de cuestionar la propia conciencia, de preguntarse acerca de esas convicciones que nos mueven a actuar de una determinada manera y no de otra. En este proceso de toma de consciencia, puede resultar de ayuda exponer y contrastar los propios puntos de vista con los ajenos. Si eso se consigue, creo que se está en mejor disposición para entender que existen otras motivaciones y otras convicciones distantes de las nuestras que resultan tan importantes para otras personas como lo son para una misma.

¿Se tiende a veces  al “proteccionismo” y al paternalismo en la asistencia? Aunque he de decirte que, por desgracia, también conozco a profesionales indolentes, ¿qué hacer?;  ¿y qué debe de hacer otro profesional que ve lo uno y lo otro?

Creo que el proteccionismo y el paternalismo siguen bastante presentes en el ámbito asistencial y que, además, no en pocas ocasiones vienen acompañados de esa indolencia de la que hablabas. Podemos encontrarnos con un profesional que actúa convencido de saber exactamente lo que hay que hacer, lo que es mejor para la persona a la que atiende, y lo aplica sin informar ni preguntar demasiado, sin interesarse por la situación de quien tiene enfrente. Para mí, eso es paternalismo, pero también indolencia, porque, en el fondo, “lo que es mejor” sería aplicable a cualquiera que tuviera la misma patología o los mismos síntomas. No existe sensibilidad ni compasión hacia la persona concreta. También puede haber paternalismos más benévolos, que sí van acompañados de la capacidad de conmoverse con el sufrimiento ajeno, pero que no reconocen la voz de quien lo padece. En ambos casos, pienso que queda bastante camino por recorrer. Para avanzar en este sentido sería importante una mayor y mejor formación ética de los profesionales, en la medida en la que, por un lado, la reflexión, individual y compartida, contribuye a adquirir esa consciencia de la que hablábamos antes; por otro lado, posibilita la adquisición de herramientas para una comunicación más efectiva y para afrontar la relación asistencial desde un punto de vista más dialógico. Opinar sobre qué deberían hacer ese otro profesional testigo del paternalismo y la indolencia me parece más complicado. Se puede intentar que un/a colega recapacite sobre su forma de actuar, pero el ámbito clínico está lleno de jerarquías y relaciones de poder que limitan la capacidad de intervención. Es importante tener en cuenta este otro aspecto –el de las relaciones de poder- y por eso también está presente en el libro.

Hay profesiones que, creo, tienen mucho a ver con la vocación, las sanitarias son un ejemplo, ¿cómo afecta este factor a la relación con el paciente, con el propio sanitario y con el entorno?

Yo no creo tanto en ese sentido vocacional que se suele atribuir a determinadas profesiones (sanitarias, militares, religiosas, educativas,…). Determinar en qué consiste y de dónde procede la vocación resulta conflictivo. Pienso, por ejemplo, que es difícil encontrar muchos profesionales sanitarios que dirían no tener vocación o no haber elegido vocacionalmente y con entusiasmo sus carreras universitarias. Sin embargo, eso no significa necesariamente que sean mejores, ni desde el punto de vista técnico ni desde el punto de vista ético. Es relativamente frecuente encontrar médicos vocacionales y paternalistas (indolentes y no) que imponen su criterio sin atender a la voluntad de sus pacientes, como también hay casos de maestros vocacionales y violentos o de sacerdotes vocacionales y pederastas. Aplicar categorías de tinte metafísico y espiritual a cualidades que tienen que ver con circunstancias materiales y condiciones psicológicas resulta excluyente con aquellos profesionales cuyas motivaciones no tienen su origen en esa especie de don que es la vocación. Otro ejemplo: tenemos el caso de profesionales e instituciones de carácter religioso, firmemente convencidas de su buen hacer, con un alto grado de vocación y compromiso más allá de lo material con sus pacientes; pero también con su fe, de manera que esos pacientes, sus Otros, corren el riesgo de perder su propia voz. Por todo esto considero que la vocación no garantiza necesariamente una mejor relación asistencial ni un mejor cuidado. Creo que la relación asistencial, en todas sus dimensiones, requiere otros requisitos, otras actitudes, capacidades y aprendizajes, como los que hemos comentado antes -capacidad comunicativa, empatía, reconocimiento de otras agencias morales, del pluralismo, reflexión ética, etc.-, que sí  podrían repercutir en un cuidado más integral de las personas que lo necesiten.

¿Se forma bien al profesional de la salud frente a los problemas que pueden afectar a su conciencia?

Pues probablemente no. La formación ética, que sería donde se podría abordar este tipo de cuestiones, es escasa en los currículos sanitarios y, en ocasiones, cuando la hay, resulta excesivamente tendenciosa. Existe además cierta inclinación por un enfoque legalista que no siempre es el más adecuado. Ese es un reto que está pendiente de resolver.

Cuando somos asistentes de otras personas y vamos afianzándonos en cierta relación con la persona a la que asistimos, puede surgir la empatía ¿cómo afecta esto a la objetividad para con el paciente? Y si lo que surge es todo lo contrario, ¿cómo hay que afrontarlo?

No creo que haya que considerar la empatía como un peligro que ponga en riesgo una buena relación asistencial. En realidad, es difícil que exista algo así como una objetividad aséptica en las relaciones humanas. Desde el momento en el que entramos en contacto con el otro, se ponen en marcha mecanismos emocionales que afectan a nuestra manera de relacionarnos. Pueden surgir reacciones de simpatía, rechazo, pena, confianza y desconfianza… Todo esto es inevitable. Lo importante, de nuevo, es tomar consciencia de esas emociones y de los sesgos morales a los que nos pueden conducir, para evitar prejuicios y comportamientos discriminatorios.

¿Sabe el profesional de la salud, con certeza, qué líneas puede cruzar o hasta dónde puede llegar?

En el ámbito sanitario, hay situaciones en las que resulta muy difícil saber dónde están los límites. De ahí que con frecuencia se hable de “medicina defensiva”, es decir, de un tipo de desempeño profesional que se encuentra fuertemente determinado por el temor a ser objeto de denuncia. En cuestiones tan delicadas como la enfermedad y la muerte, por ejemplo, quienes trabajan en el ámbito de la salud tienen que lidiar continuamente con el establecimiento de esas líneas rojas. Y claro, en esa difícil tarea, hay quien se pasa y hay quien no llega.

¿Se puede “abusar” de la objeción de conciencia?

Se puede, sí. Y aunque no tenemos un conocimiento sistemático de la realidad de la objeción de conciencia en el ámbito sanitario, informalmente se sabe que se abusa. Es el caso, por ejemplo, de los servicios de ginecología de algunos hospitales públicos, que objetan en bloque a practicar interrupciones voluntarias de la gestación. En España, la repercusión de este tipo de actuaciones es relativa porque la mayor parte de los abortos se llevan a cabo en clínicas privadas, cuya factura paga el estado o las propias interesadas, que desean resolver su situación lo antes posible. Pero eso no significa que se pueda negar un problema real, que la interrupción del embarazo sea una prestación incluida en la cartera de servicios del sistema público de salud y que este no la proporcione directamente porque parte de sus profesionales se oponen a ello. En esos casos, la objeción de conciencia se convierte en un recurso que no siempre se ejerce de manera abierta, responsable y libre. De ahí la necesidad de seguir explorando sobre las condiciones para su ejercicio y sus consecuencias, desde una perspectiva amplia, que considere todas las partes implicadas. Ese ha sido mi propósito en este libro porque, aparte de los propios, hay muchas otras conciencias, otros intereses y otros derechos en juego.

Cazarabet conversa con Rosana Triviño Caballero, autora de "El peso de la conciencia....