jueves. 28.03.2024
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Linchamiento en 1935 de Rubin Stacy

Un libro extraordinario es el de la periodista norteamericana Isabel WilkersonCasta: El origen de lo que nos divide”. El diario The New York Times lo ha calificado como “el libro de no ficción americana más importante del siglo hasta el momento”. Es un libro de historia y que sirve para entender la actualidad de los Estados Unidos. Además de profundas advertencias para el resto del mundo.

La tesis de Wilkerson es que Estados Unidos es un país construido alrededor de un sistema de castas, de una manera metafórica, pero muy explícita, califica a los Estados Unidos, como las casas viejas, que poseen un esqueleto invisible, un sistema de castas tan fundamental para su existencia como los travesaños o las vigas que son invisibles en nuestros hogares. Las castas son la infraestructura de nuestras divisiones. Es la arquitectura de la jerarquía humana, el código subsconsciente de instrucciones para mantener un orden social de 400 años de antigüedad. Un sistema de castas es una construcción artificial, una jerarquía fija y consolidada de valor humano que establece la supuesta supremacía de un grupo-los blancos- en relación con la supuesta inferioridad de otros-negros afroamericanos- a partir de su origen. 

A lo largo de la historia humana se fija la autora en tres sistemas de castas. El trágicamente construido de una manera apresurada, aterrador y afortunadamente derrotado sistema de castas de la Alemania nazi. El milenario y persistente sistema de castas de la India. La palabra casta está unida en el imaginario colectivo al subcontinente indio. No obstante, pocos conocen los entresijos de un ordenamiento social cuya complejidad va mucho más allá del papel dominante de la casta brahmán y el rol subordinado de los dalits, también conocidos como “intocables”. Y la pirámide de castas en Estados Unidos, tácita, cambiante y basada en la raza. Las tres versiones se cimentaron en la estigmatización de los considerados inferiores para justificar la deshumanización necesaria y para mantener a los individuos de rango inferior en la escala más baja, y así racionalizar y justificar toda normativa de coerción. 

Un sistema de castas pervive porque, a menudo, se justifica con una ley divina que tiene su origen en un texto sagrado o en las presuntas leyes de la naturaleza, y se ve reforzado a través de la cultura y es trasmitido a lo largo de las generaciones. Los pilares de las castas son 8: Voluntad divina y leyes de la naturaleza. Heredabilidad. Endogamia y control del matrimonio y del emparejamiento. Pureza versus contaminación. Jerarquía ocupacional: los jatis y la teoría de la solera (En el sistema jati, una persona que nace en un determinado jati encuentra determinado su rol en la sociedad y se encuentra sujeta a la endogamia, o sea únicamente podrá contraer matrimonio con otra persona de su mismo jati). Deshumanización y estigma. Terror como imposición, crueldad como medio de control. Superioridad innata versus inferioridad innata.

La persistencia de las castas y la hostilidad racial, y la defensa del sentimiento antinegro en particular, sigue siendo inefable para muchos de la casta dominante

Casta y raza no son sinónimos ni mutuamente excluyentes. Pueden coexistir y coexisten en la misma cultura y sirven para reforzarse una a la otra. En Estados Unidos, la raza es el agente visible de la invisible fuerza de las castas. La casta son los huesos, la raza es la piel. La raza es lo que vemos, los rasgos físicos a los que se les ha atribuido un significado arbitrario. En la raíz del sistema de castas norteamericano está en la esclavitud. Como la autora nos recuerda, en Estados Unidos la esclavitud no fue sencillamente un período histórico, sino “la base de su orden económico y social”.  La esclavitud americana, que se extendió entre 1619 y 1865, no se parece en nada a la de la antigua Grecia o a la esclavitud sexual de hoy.  La despreciable esclavitud actual es ilegal, y cualquier víctima que escape de ella llega a un mundo que reconoce su libertad y que tratará de castigar a sus captores. La esclavitud americana, por el contrario, era legal y estaba sancionada por el estado y por una red de autoridades. Lo que los colonos crearon fue una “forma extrema de esclavitud que no había existido en ningún lugar del mundo, según el historiador de leyes Ariela J. Gross. Por primera vez en la historia, una categoría de la humanidad fue expulsada de la “raza humana” y arrojada a un subgrupo independiente que permanecería esclavizado a perpetuidad, durante generaciones. Pero incluso, una vez abolida la esclavitud en 1865, cuando se aprobó la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos, siguió y sigue vigente el sistema de castas. 

Tiene el libro un capítulo estremecedor, una muestra apabullante del nivel que puede alcanzar la crueldad humana. Se titula La maldad del silencio. En su introducción nos dice “La ceniza surgió del crematorio y se dispersó en el aíre… se asentó en los lechos de los geranios de los habitantes que vivían fuera de las puertas de la muerte en Sachsenbausen (campo de concentración), al norte de Berlín. La ceniza cubrió los columpios y las piscinas en los patios de los vecinos. El teólogo disidente Dietrich Bonboeffer fue uno de los millones de personas que perecieron en los campos de concentración nazi, torturado y aislado en un confinamiento solitario”. “El silencio ante el rostro del mal es en sí mismo el mal-fue lo que Bonhoeffer dijo una vez a los transeúntes-. Dios no nos considerará inocentes. No hablar es hablar. No actuar es actuar”. No todos los vecinos eran nazis; de hecho, muchos alemanes no lo eran. Pero seguían a los líderes nazis en la radio, a Hitler y Goebbels”.  Y mientras tanto se iba sembrando el odio, el veneno en la sociedad alemana, en base a un sistema de castas, los judíos eran una casta inferior, frente al alemán ario. Y nadie parecía enterarse de lo que estaba ocurriendo, porque le parecía imposible que ocurriera lo que estaba ocurriendo. Lo expresó muy bien Víctor Klemperer en 1933 en su libro La Lengua del Tercer Reich pecando de ingenuidad: "Estaba tan seguro de mi germanidad, de mi europeidad, de mi humanidad, de mi siglo XX. ¿La sangre? ¿El odio racial? Hoy no, aquí no...En pleno dentro de Europa... Yo añado. ¿En la Europa del siglo XXI es posible una catástrofe humana igual? Cada cual puede responderse a sí mismo. Hoy existimos muchos Víctor Klemperer. No viene mal recordar la conferencia de Adorno en la Universidad de Viena en 1967 y hoy rescatada del olvido: “Lo característico de estos movimientos (de extrema derecha) es su extraordinaria perfección de los medios, y concretamente, en primer lugar, los medios propagandísticos en el sentido más amplio, combinada con una ceguera, con una oscuridad impenetrable de los fines que persiguen. Hay una constelación de medios racionales y de fines irracionales…Si los medios vienen a sustituir en una medida cada vez mayor a los fines, puede casi decirse que en los movimientos de extrema derecha la propaganda constituye de por sí la sustancia misma de la política”. Y luego todavía hay gente que desprecia las enseñanzas de la historia. Tony Judt en su libro "Sobre el olvidado siglo XX" nos advierte “De todas nuestras ilusiones contemporáneas, las más peligrosa es aquella sobre la que se sustentan todas las demás: la idea de que vivimos en una época sin precedentes, que lo que está ocurriéndonos ahora es nuevo e irreversible y que el pasado no tiene nada que enseñarnos, excepto para saquearlo en busca de útiles precedentes”. 

Hechas esta profunda reflexión y dramática advertencia sobre el sistema de castas en la Alemania nazí, la autora, Isabel Wilkerson, tiene otro capítulo titulado Los nazis y la aceleración de las castas, donde describe una reunión celebrada en Berlín el 5 de junio de 1934, a puerta cerrada, de un comité de burócratas nazis, que consideraron la ocasión tan importante para que hubiera un taquígrafo que trascribiera todo. Mientras se acomodaban en sus sillas para fraguar las Leyes de Nuremberg, el primer tema de la agenda era Estados Unidos para ver qué se podía aprender de ellos. Presidía el acto, Franz Gürtner, ministro de Justicia del Reich, el cual presentó un memorando de cómo Estados Unidos controlaba a los grupos marginados y defendía a los blancos. Los diecisiete funcionarios y expertos en derecho examinaron las leyes de pureza estadounidenses que regulaban la inmigración y los matrimonios interraciales. Querían avanzar rápidamente en sus planes de pureza racial y segregación racial y sabían que Estados Unidos les llevaba siglos de ventaja. Los nazis se sintieron atraídos por las teorías raciales de dos eugenistas estadounidenses, Lothrop Stoddard y Madison Grant. La palabra untermensch, “subhumano”, una injuria racial que los nazis adoptaron en su proyecto para deshumanizar a los judíos y a otros no arios- la tomaron prestada de Lothrop Stoddard.

Sorprende extraordinariamente que se nos presente por muchos politólogos y expertos en ciencias sociales a los Estados Unidos como paradigma de la democracia. Es pura hipocresía ya que es un régimen, que proclama urbi et orbi la libertad para todos los hombres mientras a lo largo de su historia ha mantenido y tratado a determinados colectivos- como los afroamericanos- con una extraordinaria brutalidad. Cuando existía la esclavitud legalmente, y hoy también por la pervivencia del sistema de castas., como podemos observar en la discriminación y brutalidad hacia los negros en el ámbito judicial y policial.

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De la lectura del libro me ha impactado un hecho ocurrido en los Estados Unidos el 19 de julio de 1935, y del que podía tomar como modelo la Alemania nazi. Es en Fort Lauderdale, Florida. Se conserva una fotografía truculenta. Aparece colgado tras ser linchado en un árbol el cuerpo flácido de Rubin Stacy, con su mono destrozado y ensangrentado, lleno de agujeros con las manos atadas al frente, la cabeza caída como consecuencia de la cuerda del linchamiento, asesinado por asustar a una mujer blanca. Según investigaciones posteriores, lo verdaderamente ocurrido es que fue a pedir algo de comida a una casa y al salir la mujer se asustó. En la fotografía asisten varias niñas blancas bien vestidas de familias bien como si fuera un espectáculo, y la que aparece a la derecha se muestra contenta y feliz. Realmente sobrecoge. No obstante, los linchamientos formaban parte de un carnaval y atraían a miles de curiosos que se convertían en cómplices de tal sadismo. Se avisaba con antelación a los fotógrafos y se instalaban imprentas portátiles para que tanto los linchadores como el público, se pudieran llevar una instantánea de recuerdo. Hacían postales de gelatina para regalar a sus seres queridos. Las postales de linchamientos se convirtieron en un floreciente subdepartamento de la industria de postales. En 1908, los envíos crecieron tanto, y estas prácticas eran tan repugnantes, que la dirección general de Correos de Estados Unidos prohibió su envío. Sin embargo, la nueva ley no impidió que los blancos norteamericanos compartieran sus hazañas. A partir de entonces, simplemente introducían la postal en un sobre. La revista Time el 2 de abril del 2000 escribió: “Ni siquiera los nazis se atrevieron a vender souvenirs de Auschwitz”.

En la parte final la autora insta con vehemencia a que nuestra época necesita imperiosamente una rendición de cuentas pública de lo que las castas nos han costado, una comisión de verdad y reconciliación, para que todo estadounidense pueda conocer toda la historia de su país, por dramática que sea. La persistencia de las castas y la hostilidad racial, y la defensa del sentimiento antinegro en particular, sigue siendo inefable para muchos de la casta dominante. No se puede resolver algo cuya existencia no se admite, razón por la cual muchos no quieren hablar de ello.

“Tenemos que hacer todos los esfuerzos posibles para garantizar que la injusticia, la violencia y la discriminación económica pasada sean conocidas por todos-dijo Einstein en un discurso ante la National Urban League. Hay que acabar con el tabú, con “el no hablemos de ello”. Se debe señalar una y otra vez que la exclusión de buena parte de la población de color de los derechos civiles activos debido a las prácticas habituales es una bofetada en la cara de la Constitución de la nación”.

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Casta, el origen que nos divide