viernes. 19.04.2024
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Los reyes con el Sha de Persia. (Foto: Público)

Soy cada vez más consciente de las inmensas lagunas que tenemos los españoles sobre determinados comportamientos del Rey Emérito desde que accedió a la Jefatura del Estado, tras la muerte de Franco. De esos desconocimientos son responsables la política, la academia y los medios de comunicación.

Como señala el periodista Fernando Ramos en su artículo Los escándalos de la Corona española en la prensa digital y el futuro de la Monarquía. De la amnesia y silencio cómplice al tratamiento exhaustivo en los medios de 2012. Durante la transición política primero, y más tarde, a lo largo de su reinado, los medios de comunicación españoles, salvo contadas excepciones, se han autoadministrado sucesivamente una dosis de amnesia y otra de tolerancia o ignorancia o tratamiento benévolo de aquellos aspectos que afectaban al Rey, su casa y su familia, de modo que ese “pacto tácito” tuvo una vigencia inesperada. No pocas veces, tras aparecer determinadas informaciones en la prensa extranjera, los medios españoles se daban por enterados de asuntos relativos a nuestro jefe de Estado de los que daban cuenta con detalle periódicos de otros países de Europa y de los Estados Unidos.

La falta de debate que la sociedad española echa de menos sobre el dilema monarquía o república, se evidencia en la medida que los menores de 40 o 50 años se manifiestan despegados de una institución sobre la que sus padres no pudieron opinar. Pero lo que resulta especialmente perverso intelectualmente, es que se pretenda argüir que existió un verdadero debate acerca de la Constitución de 1978 en su aspecto esencial: la forma de Jefatura del Estado. En este sentido, conviene recordar que el instrumento que imposibilitó en su día ese necesario debate –que sigue pendiente- fue el Decreto-Ley de 1 de abril de 1977 (BOE: 12-4-1977, nº 87), sobre libertad de expresión, como nueva normativa sobre la materia que derogaba el artículo 2 de la Ley de Prensa, suprimía parcialmente el secuestro administrativo de publicaciones y grabaciones y reforzaba los mecanismos jurídicos para la persecución de los delitos de calumnia e injuria. El art. 3º. B) del citado Decreto establecía que la Administración podía decretar el secuestro administrativo cuando un impreso gráfico o sonoro contuviese noticias, comentarios o informaciones que fuesen contrarios a la unidad de España, constituyesen demérito o menoscabo de la Monarquía o que de cualquier forma atentase al prestigio institucional de las Fuerzas Armadas. Nadie podía predecir entonces la dirección de los acontecimientos, pero ante la amenaza de secuestro, muy pocos se arriesgaron a cuestionar la monarquía, proponer una profunda reforma del Ejército o fórmulas de articulación territorial del Estado fuera del marcado terreno para debatirlo. Aquel proceso derivó –algunos afirman que cautivados por la simpatía personal del monarca- en un tratamiento exquisito de las cosas del Rey. No habría de ser en los periódicos, sino en algunos libros donde fijarían su residencia las críticas o los comentarios más comprometidos.

Según Chomsky y Herman en la transmisión de mensajes simbólicos para el ciudadano de la calle, los medios, aparte de las funciones tradicionales (entretener, divertir e informar) inculcan valores y pautas de comportamiento para integrarse, y, por lo tanto, aceptan, las estructuras institucionales de la sociedad. Así pues, pueden convertirse en los mejores creadores de ese “imaginario monárquico” que se quiere imponer como un elemento casi natural, como parte del ecosistema de la sociedad moderna. Ese concepto de “Imaginario monárquico” es como una especie de sentimiento generalizado de aceptación sumisa de que hay personas, situaciones e instituciones que existen “per se”, sin que a los demás nos sea dado cuestionarlas. La monarquía es una de ellas, la más evidente, sin duda. Además de ser su representante, Juan Carlos I un dechado de perfección, por lo que todos los españoles de bien deberíamos estar profundamente agradecidos. Nos ha traído la democracia bajo el brazo.

También en la misma línea es el artículo de Adolfo Carratalá El tratamiento de la Monarquía española en las viñetas de los medios digitales. La actitud de los medios de comunicación españoles hacia la Monarquía ha recibido diferentes denominaciones, pero todas coinciden en apuntar a la sumisión de las principales empresas periodísticas ante la Corona: “pacto del olvido”, “silencio crítico”, “blindaje mediático”, “cordón sanitario” o “pacto de silencio”. El discurso hegemónico, producido y difundido por los medios, ha otorgado una cobertura privilegiada a la institución. Mediante ese pacto tácito de complicidad, prensa, radio y televisión se han sometido a un tratamiento que combinaba dosis de amnesia con otras de tolerancia, ignorancia y aproximación benévola a aquellos aspectos más sensibles vinculados con la Casa Real.

La Monarquía española forma parte, por lo tanto, de los principales tabúes de los periodistas españoles. La prensa se esforzó en representar a Juan Carlos I como “actor democratizador” y “héroe de la fundación del régimen democrático”, en un claro intento por silenciar el vínculo del rey con Franco y evitar, así, erosionar la figura del monarca. Esta tarea legitimadora no fue exclusiva de los redactores o de los fotógrafos. Incluso durante la transición, los humoristas adoptaron el mismo tono que los periodistas frente a la figura de Juan Carlos I”, que acabó siendo convertido “en un personaje estereotipado y simbólico para favorecer el flujo democrático”. Aquel tipo de tratamiento se asentó y consolidó alcanzando a la práctica totalidad del ecosistema comunicativo español, a excepción de “medios de comunicación menores, con escasa influencia, o de carácter irreverente y satírico”, como la revista El Jueves. Este semanario humorístico ha sido el principal reducto de crítica mordaz contra la Corona durante años. El semanario satírico El Cocodrilo fue secuestrado el 18 de noviembre de 1985 por el artículo “Cosas reales. Con el debido respeto, 10 años de borbonez”. Los medios comenzaron a romper este pacto de silencio cuando irrumpieron los escándalos del caso Urdangarín o la cacería del rey en Boswana. En los medios escritos el primero que inició su capacidad crítica hacia la Monarquía fue Público. Luego se sumaron muchos medios digitales, que han proliferado en el panorama informativo. Y cuando los escándalos de la Monarquía eran inocultables no tuvieron otra opción que sumarse los grandes medios. Eso sí, con diferencias. No es lo mismo El País que ABC. Hoy da la impresión que la mayoría de los medios tienen barra libre para atacar al Emérito, y así proteger a Felipe VI y a la institución monárquica. Lo que no deja de ser perverso es que muchos medios acusan a Unidas Podemos del descrédito de la institución monárquica. La monarquía se desacredita por sí misma.

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Hecha esta digresión sobre el buen trato mediático a la monarquía hasta la segunda década del siglo XXI, quiero fijarme en un hecho paradigmático de este pacto de silencio, que es la carta dirigida por Juan Carlos I al Sha de Persia el 22 de junio de 1977 y que fue enviada desde la Zarzuela. He podido conocerla en la Tesis Doctoral de Luis Fernando Ramos Fernández Las limitaciones a la Libertad de Expresión, derivadas de la reinstauración de la Monarquía en España del 2014. La reproduzco y posteriormente haré un resumen del comentario extraído de la Tesis. Apareció en 1991 en la edición del diario de Asadollah Alam, ministro del Interior y Primer Ministro del Sha Reza Pahlevi.

Mi querido hermano: Para empezar, quisiera decirte cuán inmensamente agradecido estoy por que hayas enviado a tu sobrino, el príncipe Shahram, a verme, facilitándome así una respuesta rápida a mi petición en un momento difícil para mi país. Me gustaría a continuación informarte de la situación política en España y del desarrollo de la campaña de los partidos políticos, antes, durante y después de las elecciones. Cuarenta años de un régimen totalmente personal han hecho muchas cosas que son buenas para el país, pero al mismo tiempo dejaron a España con muy deficientes estructuras políticas, tanto como para suponer un enorme riesgo para el fortalecimiento de la monarquía. Después de los seis primeros meses de gobierno de Arias, que yo estuve igualmente obligado a heredar, en julio de 1976 designé a un hombre más joven, con menos compromisos, a quien yo conocía bien y que gozaba de mi plena confianza: Adolfo Suárez. Desde aquel momento prometí solemnemente seguir el camino de la democracia, esforzándome siempre en ir un paso por delante de los acontecimientos a fin de prevenir una situación como la de Portugal que podría resultar aún más nefasta en este país mío. La legalización de diversos partidos políticos les permitió participar libremente en la campaña electoral, elaborar su estrategia y emplear todos los medios de comunicación para su propaganda y la presentación de la imagen de sus líderes, al tiempo que se aseguraron un sólido soporte financiero. La derecha, asistida por la banca de España; el socialismo, por Willy Brandt, Venezuela y otros países socialistas europeos; los comunistas, por sus medios habituales. Entretanto, el presidente Suárez, a quien yo confié firmemente la responsabilidad del gobierno, pudo participar en la campaña electoral sólo en los últimos ocho días, privado de las ventajas y oportunidades que expliqué ya anteriormente y de las que se pudieron beneficiar los otros partidos políticos. A pesar de todo, solo, y con una organización apenas formada, financiado por préstamos a corto plazo de ciertos particulares, logró asegurar una victoria total y decisiva. Al mismo tiempo, sin embargo, el partido socialista obtuvo un porcentaje de votos más alto de lo esperado, lo que supone una seria amenaza para la seguridad del país y para la estabilidad de la monarquía, ya que fuentes fidedignas me han informado que su partido es marxista. Cierta parte del electorado no es consciente de ello y los votan en la creencia de que con el socialismo España recibirá ayuda de algunos grandes países europeos, como Alemania, o en su defecto de países como Venezuela, para la reactivación de la economía española. Por esa razón es imperativo que Adolfo Suárez reestructure y consolide la coalición política centrista, creando un partido político que sirva de soporte a la monarquía y a la estabilidad de España. Para lograrlo, el presidente Suárez claramente necesita más que nunca cualquier ayuda posible, ya sea de sus compañeros o de países amigos que buscan preservar la civilización occidental y las monarquías establecidas. Por esta razón, mi querido hermano, me tomo la libertad de pedir tu apoyo en nombre del partido político del presidente Suárez, ahora en difícil coyuntura; las elecciones municipales se celebrarán dentro de seis meses y será ahí más que nada donde pondremos nuestro futuro en la balanza. Por eso me tomo la libertad, con todos mis respetos, de someter a tu generosa consideración la posibilidad de conceder diez millones de dólares como tu contribución personal al fortalecimiento de la monarquía española. En caso de que mi petición merezca tu aprobación, me tomo la libertad de recomendar la visita a Teherán de mi amigo personal Alexis Mardas, que tomará nota de tus instrucciones. Con todo mi respeto y amistad. Tu hermano, JUAN CARLOS”.

Charles Powell en su biografía de Juan Carlos I un Rey para la democracia de 1995, recuerda que, a los pocos días de las elecciones, don Juan Carlos escribió una larga carta al Sha de Irán, a quien había visto en varias ocasiones desde su primera visita a Teherán en 1969, en la que pasa a revista a la situación política española. El autor sigue el relato que de este asunto hace el periodista e investigador Jesús Cacho en un libro anterior, de gran éxito, por cuanto descubría los entresijos del poder económico y mediático en España.

Según Powell, no parece que el papel de un rey constitucional sea intervenir de modo tan directo en política. La carta famosa comienza aludiendo al régimen del que Juan Carlos era heredero, y dando la sensación de que no tenía nada que ver con él -Ya trataron los medios de desvincularlo del régimen franquista-. No obstante, reconoce que los cuarenta años de régimen absolutamente personal hicieron mucho bien al país, pero al mismo tiempo privaron a España .de estructuras políticas, lo cual suponía enorme riesgo para el fortalecimiento de la monarquía. Para fortalecerla era preciso ayudar al partido de la “Reforma”, es decir a la UCD, mediante los adecuados apoyos económicos, entre reyes, que cerraran el paso a los socialistas y otros partidos de izquierda, y que por aquel entonces todavía se declaraban republicanos-Luego en el debate constitucional socialistas y comunistas aceptaron la monarquía-. El tono de la carta es patético, y llama la atención sobre los riesgos de que ganen los socialistas. Peligraría la monarquía y la estabilidad del país, ¿quién podría crear esa inestabilidad? Obviamente, los militares. Y los socialistas podían recibir ayudas de sus partidos hermanos. Era preciso apoyar a Suárez con diez millones de dólares.

Powell tiene que reconocer que de haberse conocido el contenido de esta carta en el verano de 1977, el prestigio y la autoridad del rey habrían resultado gravemente dañados, no sólo porque revelaba hasta qué punto estaba dispuesto a intervenir en favor de una opción política concreta sino debido al carácter no democrático del régimen iraní. No resulta fácil determinar en qué medida reflejaba esta carta la verdadera postura de don Juan Carlos ante el reciente proceso electoral. Al ir dirigida a un autócrata poco amigo de la democracia parlamentaria, el monarca español no tenía más remedio que exagerar la gravedad de la amenaza que podía suponer el PSOE para justificar la petición de ayuda, en parte porque los malos resultados del PCE no permitían azuzar el fantasma de un supuesto “peligro comunista”. No olvidemos que en aquel contexto, el poder, todo el poder del Estado estaba en manos de la UCD, con su red de gobernadores civiles con las capacidades de las que los dotara el franquismo, intactas. Y ahora, el refuerzo del Rey. La respuesta del Sha vino a decir que estudiaría el caso y respondería, pero no sabemos si el dinero finalmente llegó. Powell afirma que el aplazamiento de las elecciones municipales a 1979 causó gran alivio en la Zarzuela, donde estaba vivo el recuerdo de las de 1931 que provocaron la caída de la monarquía de Alfonso XIII.

La carta de Juan Carlos I al Sha de Persia el 22 de junio de 1977