jueves. 28.03.2024

Estimado Consejero de Sanidad:

Agradezco sinceramente el escrito y las aclaraciones que me envía como respuesta a mi carta del 5 de enero pasado. En absoluto quisiera - ni yo lo pretendo ni su precioso tiempo se lo puede permitir, aunque para ello tenga asesores que se lo faciliten-, iniciar una serie de cartas de ida y vuelta sobre reflexiones encontradas. Además de una pérdida de tiempo, en nada conduciría a un cambio en su monolítico proyecto de privatización sobre la reforma sanitaria que está llevando a cabo desde el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Y más, desde que se han parapetado usted y el Presidente de la Comunidad en el “sostenella y no enmendalla”, uno de los rasgos históricos que se achacan a los soldados y aventureros españoles que hicieron grande en su día el Imperio. Su actitud era la de perseverar en el error aun cuando éste fuera evidente que apuntaba a la derrota. La frase era una suerte de divisa que anteponía el honor a la vida, la palabra al chalaneo, la posición frontal en contra del vericueto. Así escribía Guillén de  Castro en Mocedades del Cid: "Procure siempre acertalla / el honrado y principal; / pero si la acierta mal, / defendella y no enmendalla". Y si aquella postura podía, incluso, estar bien en aquella época, nada tiene que ver con la España del siglo XXI, y mucho menos, cuando lo que se apuesta no es la circunstancia ni el orgullo personales y sí la salud de los madrileños, pues se han enfrentado ustedes a una sociedad que exige de quienes administran la salud que tengan conciencia de su responsabilidad social, que va más allá de una mera cuestión contable y rentable, y que en virtud de esa responsabilidad, deben ser capaces de preservar, en medio de las dificultades, los principios irrenunciables que se comprometieron a defender cuando asumieron la responsabilidad como garantes y gestores: una sanidad pública, universal y de calidad. Recortar la seguridad sanitaria y la asistencia de los ciudadanos exige algo más que una mera justificación económica: exige planes alternativos, exige la demostración palpable de que dicha privatización resolverá imponderables de que esa opción será más barata y de igual calidad (cosa que ni ustedes tienen claro de que va a ser así), sin renunciar a su compromiso ni a su obligación de dialogar hasta la extenuación con los profesionales de la sanidad (cosa que tampoco han realizado, todo lo contrario); como ellos afirman, en ustedes ha primado el ordeno y mando.
Fieles a sus pétreas tradiciones, se han encerrado nuestros responsables autonómicos en el "sostenella y no enmendalla"; pero no por una cuestión de honor, hidalguía o generosidad, ¡no! No es una defensa del débil contra el fuerte, ni siquiera de valentía. Es una cesión a un plan trazado por otros (Capio y Cía.); y lo más grave, una carencia clara de alternativas y de capacidad para buscarlas en un compromiso sincero de diálogo con quienes de verdad entienden de sanidad como son los profesionales de la misma, a los que ustedes, como le señalé en mi escrito, han ninguneado y preterido.

Y no vale que en su respuesta me recuerde una mal traída y peor interpretada cita de Ramón y Cajal: "existe un patriotismo infecundo y vano: el orientado hacia el pasado; y otro fuerte y activo: el orientado hacia el porvenir". A quien le haya proporcionado la frase le falla el más elemental criterio de la hermenéutica, que, según Gadamer, “para lograr una interpretación correcta de un texto es necesario descifrar la intención inicial que manejaba el autor cuando lo escribió”. Usted afirma que han asumido con sus políticas de privatización (o de externalización, como eufemísticamente proclaman) un indudable coste político porque tienen la convicción de que no hay que mirar sólo a lo inmediato, sino también, al servicio que quieren ofrecer en los próximos años a las generaciones futuras. Es decir, se postulan como los abanderados de un provenir sanitario para una Arcadia feliz, en una tierra prometida, situándonos a los que no estamos de acuerdo con sus políticas privatizadoras en las antípodas del progreso; es decir, para ustedes somos una inmensa mayoría de ciudadanos que añoramos, ignorantes, el pasado y, como los antiguos judíos guiados por Moisés, estamos deseosos de retornar, en lugar de la tierra prometida, a “los ajos y las cebollas de Egipto”.

Y como argumento ad hominem para convencer, según usted, mis débiles reflexiones, echa mano del 'informe Abril', realizado hace casi 22 años (mediados de 1991) por el ex ministro de UCD Fernando Abril Martorell, siendo presidente el socialista Felipe González (dato éste con el que quiere destacar  mis convicciones de progre); informe, por cierto, que no gozó ni de las simpatías ni de la aprobación entonces del Partido Popular. Las aportaciones más destacadas de este informe eran, entre otras, las siguientes:

reducción de las prestaciones sanitarias,
introducción de tickets moderadores por acudir a consultas, urgencias o pruebas diagnósticas,
extender a los pensionistas el pago del 40% de las recetas,
control de las bajas por enfermedad por las mutuas patronales,
creación de entes públicos regidos por el derecho privado para la gestión de los servicios sanitarios,
potenciar la participación de la sanidad privada en el sistema sanitario público...

Usted sabe que su publicación suscitó un escándalo difícil de controlar que incluyó entonces amenazas de huelga general. Es más, el Informe no llegó ni a debatirse en el Congreso, aunque los planes eran firmes y se fueron ejecutando, primero, en alguna medida, por gobiernos del PSOE y luego, con más intensidad, por los del PP. De ellos formaba parte la Ley 15/97 de Nuevas Formas de Gestión, votada por el PP, PSOE, CiU, PNV y Coalición Canaria que daba cobertura legal a la penetración masiva del capital privado en la gestión de la sanidad pública.

Pero hoy, en esta España teñida casi al completo de azul como le apuntaba en mi carta, todas las alarmas están al rojo vivo en torno a la sanidad (también en educación e igualdad) y la población percibe con progresiva claridad el profundo deterioro del sistema público como resultado, tanto de la precarizada planificación de los servicios públicos, como de su desmesurada parasitación por el sistema privado. Y me pregunto: ¿Qué le hemos hecho los ciudadanos madrileños a la democracia para merecer esto? ¿En qué la hemos convertido? ¿Qué sucede cuando se la vacía de significado?¿Qué nos puede ocurrir ahora que los mercados se han fundido en un solo organismo depredador, dotado de una imaginación limitada y estrecha, que prácticamente solo gira en torno a la idea de incrementar al máximo sus beneficios y ven en la sanidad un goloso pastel?

Es evidente que el sistema sanitario público está desmoronándose rápidamente por causas bien identificables, aunque ustedes no lo quieran ver y disfracen de grandes bondades su relato sin aportar datos. La privatización de la gestión y de múltiples servicios de los hospitales, la generalización de los conciertos con clínicas privadas, la drástica disminución de las actividades preventivas y de promoción de la salud como la vacunación y el aumento constante del gasto farmacéutico - en manos exclusivamente privadas - han disparado el gasto y están deteriorando la calidad y eficacia del sistema. A todo ello hay que añadir la disminución del gasto público por habitante, la reducción de las plantillas y la precarizan del empleo, pues, por mucho que lo afirme en su escrito, repita que han analizado con rigor las posibilidades de futuro de nuestro sistema sanitario y que han comprobado que el modelo capitativo que propugnan es la opción más eficiente, los datos que me aporta no son ciertos - una mentira repetida mil veces no la convierten en verdad-.

Usted sabe que en las sociedades en que vivimos se considera aceptable que el motivo que mueve la actividad de una empresa privada sea el beneficio, utilizándose éste como criterio de eficiencia. Este es el modus operandi de la mayoría de actividades económicas, que asume que las empresas más exitosas son las que tienen más beneficios. En realidad, en un mundo competitivo, optimizar el beneficio como objetivo central de una empresa es condición sine qua non de su pervivencia en el mercado, pues, de no alcanzar aquel objetivo, la empresa puede desaparecer. El mercado es el que define la supervivencia, éxito o fracaso de una empresa. Pero también sabe que este objetivo –optimizar los beneficios–, que es muy loable y es el leitmotiv del sistema económico, puede, sin embargo, entrar en conflicto con la calidad de los servicios prestados sin que el paciente sea consciente o sepa la naturaleza de este conflicto. Si la sanidad privada ofreciese la misma buena calidad en la gestión que ha cosechado la sanidad pública (que ustedes mismos reconocen y valoran), ¿cuáles serían los beneficios e incentivos por los que quieren hacerse con ella las empresas privadas? Sólo caben dos respuestas: o las empresas privadas contradicen su razón existencial de obtener beneficios (en román paladino: son tontos, conclusión ésta que no admito) o en su modelo hay gato encerrado. Y señor Lasquetty, ni los gestores de las empresas privadas son tontos ni lo somos los ciudadanos madrileños. ¿En qué cubilete de trileros, pues, se esconde la bola del juego? 

La cuestión es muy otra, por meridiana y lógica. Para nadie que reflexione y observe sin gafas de madera la realidad, el capital en crisis está muy interesado en obtener mayores beneficios a partir de los presupuesto sanitarios públicos, para lo cual necesitan reducir la sanidad pública a una especie de beneficencia –limitando drásticamente las prestaciones–, cobrar tasas por el uso de los servicios sanitarios, extender el copago de medicamentos a los pensionistas y acelerar la privatización de todo lo rentable. La crisis les está sirviendo de gran coartada. La Reforma Constitucional de agosto de 2011 estableciendo la prioridad absoluta del pago de la deuda y de sus intereses sobre cualquier otra partida de gasto y la carta “secreta” del 5 de agosto de 2011 de Trichet (BCE) y Fernández-Ordoñez (Banco de España) a Zapatero exigiéndole la privatización de la sanidad a cambio de la compra de deuda pública española por parte del primero, no dejaban lugar a dudas.

El Plan está bien definido por el gran capital y aceptado por los gobiernos de turno; y como usted me argumenta en su escrito, no es rentable mantener un sistema público universal y de calidad cuando hay un ejército de reserva del 30% de la población activa y ya no es necesaria la sanidad pública para restituir la fuerza de trabajo enferma. Pero el problema es cómo conjurar el enorme rechazo previsible en un polvorín social con seis millones de parados y sin perspectiva alguna de salida de la crisis. La mejor solución es parapetarse tras un Informe pretendidamente técnico respaldado por el mayor acuerdo político posible. Un Pacto de Estado “para preservar la sanidad pública” que haga creer que se trata de un “mal menor” y de que no hay alternativa.

Esa es su estrategia. Pero, señor Lasquetty, que prevalezca o no depende de si las poderosas razones de la inmensa mayoría de los ciudadanos, en especial de los madrileños, se hacen palabra y fuerza mediante la organización y la lucha. Y usted bien sabe que muchos estamos dispuestos a ello, especialmente los profesionales de la sanidad madrileña. Y ya le ponía sobre aviso en mi carta de 5 de enero: un futuro sombrío sin otra certeza que un empobrecimiento seguro se cierne sobre los madrileños y los españoles con la gestión a nivel de comunidad y a nivel de Estado de sus políticas sanitarias, carentes de diálogo; y con ello se avecina un periodo de crítica inestabilidad, de enormes convulsiones sociales y agitadas derivas políticas. No es posible aventurar con cierto rigor cuál será el resultado final de las incertidumbres con las que están ustedes gobernando, pero lo que es seguro es que para nuestra desgracia la Comunidad de Madrid apenas nos será reconocible en un futuro cercano.

Justamente por ello, los profesionales médicos de España, también los de la sanidad madrileña, juntamente con los de Irlanda, Grecia y Portugal han alertado a las autoridades europeas de las consecuencias de la crisis y de los recortes en los sistemas de salud, enviando una carta conjunta al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, al presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz y al presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, en la que critican los “serios efectos” sobre la salud de los europeos que están teniendo las decisiones económicas y financieras adoptadas en los últimos años por los gobiernos de sus respectivos países. En su misiva, los médicos piden a los responsables comunitarios que tomen medidas para evitar el deterioro de la sanidad. En el documento que firman los presidentes de los colegios de médicos de los cuatro países —como el español Juan José Rodríguez Sendín, al frente de la Organización Médica Colegial (OMC)— y otros expertos sanitarios (en total 34 profesionales de reconocido prestigio) afirman que "Las crisis sociales y económicas de la magnitud que se están viviendo actualmente en muchos países europeos tienen conocidas consecuencias para la salud”; efectos como la “pérdida de autoestima y depresión, aumento de conductas de riesgo tanto en términos de adicciones como de factores de riesgo de enfermedades crónicas, mayores obstáculos para el uso de los servicios sanitarios además del empeoramiento de las condiciones laborales para los profesionales sanitarios". Y avisan de que todo esto está produciendo "un sufrimiento humano mayor y más profundo, un incremento del número de situaciones que desafían nuestra ética y los principios básicos de dignidad humana". "El deterioro de los sistemas de salud, así como la emigración de los más cualificados entre los jóvenes, el desempleo de larga duración y unas menores tasas de fertilidad probablemente tendrán consecuencias a largo plazo, lo que afectará a las generaciones futuras". Exigen, además, que la toma de conciencia de los efectos sobre la salud de las decisiones financieras y económicas adoptadas en los últimos años "se materialice en una rápida revisión de las decisiones, con el fin de prevenir urgentemente un mayor deterioro de la salud y de los servicios sanitarios en nuestras comunidades".

Y como cultivan ustedes con demasiada frecuencia la cultura de enfrentamiento, que tantas veces ha dejado arruinada a España, sería curioso, por no tildarlo de trágico y vergonzante a la vez que, como ha sucedido con el varapalo dado por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea declarando "incompatible" la legislación comunitaria con el sistema de ejecución hipotecaria que se viene aplicando en España, que en un dictamen similar en sentencia inapelable el Tribunal europeo exigiera lo mismo con la sanidad privatizada o externalizada por abusiva por su gobierno. ¿Qué tendrían que hacer ustedes?; más aún, ¿qué tendríamos que hacer con ustedes los madrileños? Dejo a su consideración tal hipótesis y sus respuestas.

Y no me vale que para avalar su discutible reflexión me traiga a colación que países de nuestro entorno hace mucho tiempo que han comenzado a reformar en este sentido sus sistemas sanitarios para dotarlos de mayor flexibilidad y poder seguir avanzando en su calidad y que en estas reformas el sector privado ha jugado un papel esencial. Me habla de países como Holanda, Suecia o Alemania, que son ejemplo por su buen hacer durante esta crisis y que han establecido alianzas con la gestión privada en servicios públicos como la sanidad, con muy buenos resultados. Pues “por semejanza”, podrían ustedes también empezar por elevar, como en estos países, los salarios de los madrileños, sus garantías laborales, sus prestaciones sociales, su calidad educativa, su envidiable calidad de vida, su transparencia política, sus políticas anticorrupción, sus magras pensiones y la equidad y rapidez de su justicia, etc, etc,… 

Finaliza usted su carta, señor Consejero, con un texto manuscrito en el que recuerda mi salida del Ministerio de Educación como Asesor del entonces Secretario de Estado de Educación (mi formación básica ha sido la educación como catedrático de filosofía y no la sanidad, aunque le escriba sobre ésta) en razón de haber perdido el Partido Socialista unas elecciones en mayo de 1996. Es una tautología que los demócratas sabemos aceptar con sana deportividad. Como es también una tautología que ustedes gobiernan en estos momentos por haber ganado unas elecciones, y por mayoría absoluta. Pero no tiren confeti al estilo “Sepúlveda y Mato” festejando no sé qué éxitos; tienen ustedes en estos momentos demasiados frentes oscuros, varios juicios y demandas en marcha y luchas intestinas innumerables, aunque solapadas, para que con temor se vean obligados a tentarse la ropa. Son muchos los ciudadanos empobrecidos por la crisis económica, que usted atribuye a la política de Rodríguez Zapatero (¿qué podríamos decir de la política del señor Rajoy?), que ya les señalan a ustedes como responsables de unas políticas que van de fracaso en fracaso, pues no sólo no les proporcionan trabajo y prosperidad material sino que les va retrotrayendo a épocas pasadas nada democráticas y carentes de derechos y libertades. Es lo que hay detrás de ese proyecto ultraconservador del Partido Popular, que se ha comido los avances de la socialdemocracia y que es incapaz de salvaguardar el Estado de bienestar, la libertad y la democracia, a favor siempre de los intereses de los mercados y las relaciones laborales a favor del capital.

José Ángel Valente, en un artículo publicado en 1997, advertía de que cuando se traspasan las líneas rojas de la convivencia del modo en que ahora se está haciendo, siempre es posible que se produzca “una confrontación con el Estado de derecho, contra cuya posible arbitrariedad, rigidez o solidificación excesiva puede alzarse, en último término, el espíritu de libertad y creación que caracteriza y hace existir las formas de ciudadanía democrática”. No sería aceptable que ese espíritu volviera a despertarse.

Usted sabe que ante la ausencia de información o la presencia de información contradictoria, los votantes terminamos usando la ideología. Dicho en otras palabras, cuando uno no sabe a quién creer, acaba creyendo a los "suyos". Esto significa que la ideología acaba condicionando el comportamiento electoral, pesando mucho más en la decisión de voto que cualquier otra cuestión. De ahí que los partidos suelan desencadenar estrategias de "confusión". Quizás un ejemplo lo aclare. Las recientes noticias de la trama Gürtel y su relación impúdica con el señor Bárcenas, han sido acompañadas en los medios de comunicación de la derecha y en los portavoces del PP de mucho "ruido" (la señora Dolores de Cospedal, el señor Carlos Floriano, el señor González Pons, el silente Rajoy, “et ita porro”…) lanzando todo tipo de cortinas de humo para evadir sus responsabilidades. Su objetivo ha sido generar la suficiente confusión para que sus votantes, a la hora de encontrar seguridades, tengan que recurrir a la ideología y, en consecuencia, no les abandonen. Lo que persiguen es que la ideología conservadora pese mucho más que la corrupción a la hora de votar. Y eso, señor Lasquetty, ni lo hizo el señor Rodríguez Zapatero ni lo ha hecho el Partido Socialista, por mucho que a ustedes les pese.

Y acabo, señor Consejero; en estos días de Cónclave, le traigo a su memoria la solemne frase del Cardenal Maestro de Ceremonias de esa trasnochada liturgia “pro eligendo pontífice”: “Extra Omnes!” que, traducida, quiere decir: “¡Fuera todos!”. Es muy probable que los ciudadanos, más pronto que tarde, hartos de tantas políticas neoliberales, les digan lo mismo a todos los políticos, y no les pongo signo, pues incluyo en mi reflexión a todos los partidos como cada vez con más fuerza señalan las encuestas: “¡Fuera todos!”, mientras exigen que otros políticos más transparentes, eficaces y dialogantes les representen. ¡Y lo van a conseguir.

Reciba un cordial saludo.

Carta abierta a Javier Fernández-Lasquetty y Blanc