jueves. 28.03.2024
brecha-españa

a) Brechas y más brechas

Aunque en estos momentos, por la gran repercusión mediática y por la cercana fecha del 8 de marzo, se abunda en estadísticas y análisis de las brechas de género, hay muchas otras que también deben preocuparnos. Además de considerar su multiplicidad, incluso en las de género, se asientan en estereotipos culturales o en raíces económicas profundas, todas de carácter social. Ni son un problema actual que ha surgido por generación espontánea ni se basan en la ignorancia o la mala fe como algunos pretenden, para atacar mejor a las defensoras de la igualdad

Veamos primero cuáles son algunos aspectos medulares de esas brechas que queremos visualizar. Por ejemplo, ¿existe una brecha digital con diferentes orígenes o hay múltiples brechas digitales con características particulares? Como en todos los fenómenos, sobre todo de carácter social, no existe una causa única ni una sola verdad objetiva. Dependerá del enfoque, del contexto histórico y material o del desarrollo cultural, pero jamás podremos garantizar una explicación lineal o mecánica. Por eso son dudosas muchas estadísticas porque es muy complejo cuantificar situaciones tan dinámicas, tan vivas, como las cuestiones de este tipo. Y menos aún atribuir causas únicas o verdades absolutas. Más aún cuando lo que nos interesa es explicar, diagnosticar, buscar el origen para proponer salidas o soluciones y no sólo realizar una foto fija, aunque sea importante disponer de ella.

Empezando por las brechas digitales, a simple vista, ya se han producido y pueden amplificarse, varias brechas de origen social o cultural, donde la de género está demostrada pero a la que se suman la brecha etaria evidente entre jóvenes y no tan jóvenes, cruzada por la clase social basada en el nivel de estudios. Por supuesto que los ingresos también influyen, sobre todo en las pautas de consumo pero siempre interrelacionado con las características culturales de la clase social. No es tan evidente que la infancia o la adolescencia, nativos digitales, tengan generalizadamente las mismas aspiraciones de consumo, aunque marque más la capacidad adquisitiva.

La capacidad adquisitiva íntimamente relacionada con el nivel cultural genera desigualdades radicales en el acceso y en el uso de las nuevas tecnologías. Podemos disponer de aparatos similares, pero con toda seguridad los niveles de prestaciones y la multiplicidad de utilidades serán diferentes en calidad y cantidad en función del nivel socioeconómico y cultural. El nivel de estudios va a condicionar la rentabilización de conocimientos y de las oportunidades que puedan obtenerse de una determinada tecnología disponible. Sin perder de vista la combinatoria con edades, género, contexto social, exigencias laborales, etc. que van acompañados de prejuicios propios y ajenos.

Las diferentes capacidades o discapacidades, los diferentes intereses y las diferentes motivaciones también juegan su papel en la inserción en el mundo de las tecnologías de la información y la comunicación. En unos casos porque no se desarrollan por falta de masa crítica compradora, en otros porque hay personas que no se interesan lo suficiente, en algunas condiciones no hay opciones aplicables todavía e incluso puede que no exista la disponibilidad en una zona como ocurre con la banda ancha o simplemente la conexión a internet.

Estamos generalizando demasiado respecto a la digitalización de la economía, la rapidez de los cambios o las necesidades de las empresas.  En momentos de máxima incertidumbre se realizan pronósticos apocalípticos o se prometen mejoras maravillosas, cuando la marcha de la economía o de las aplicaciones tecnológicas a la industria, el comercio o los servicios llevan ritmos muy variados y caminos bastante diferentes. Hace muchos años que existe el motor eléctrico pero todavía no se han generalizado los coches sin carburantes dependientes del petróleo. En otros casos, mientras los precios no sean accesibles no se va a universalizar el consumo, de ahí el éxito de programas o aplicaciones ilusoriamente gratuitas.

La brecha digital se complica con el género, la edad, la etnia, la diversidad funcional, el nivel de estudios, la clase social y el poder adquisitivo. Y eso significa que el origen del problema no es lo digital en sí sino las desigualdades sociales de una sociedad no equitativa sin justicia social. Una sociedad que conserva desigualdades de nivel de estudios todavía demasiado amplias, con un 42% de la población de 25 a 64% que tiene estudios por debajo de la secundaria no obligatoria

Las incertidumbres planean en muchas áreas, pero también observamos avances espectaculares en la ciencia muy prometedores para el futuro de la humanidad. Aunque resulta que vienen acompañados de retrocesos llamativos en las creencias religiosas o en otros valores que se proyectan en contra del desarrollo humano alcanzado en el siglo XX o volviendo a desenterrar acciones que creíamos superadas por el sufrimiento provocado a la humanidad. Las libertades en el arte o en la expresión de ideas están siendo atacadas por igual, pero se acentúan con un sesgo de género. Las polémicas frontales no siempre son eficaces, algunas son útiles para promover la reflexión sobre razones y acciones pero otras fomentan ruido mediático sin ninguna consecuencia superadora del machismo o del patriarcado.

Tanto en el salario como en las pensiones, la brecha de género se basa en estereotipos sociales y culturales de división del trabajo vigentes desde el neolítico, pero adquiere tintes específicos arraigados en conductas y valores muy contemporáneos de la sociedad patriarcal capitalista. No se trata de decidir si es primero el huevo o la gallina, sino de caracterizar cuáles son esas creencias, valores, pautas, normas que modelan las relaciones de desigualdad. Esos son los orígenes a atacar para modificar la realidad, que puede expresarse en distintos ámbitos, unos más permeables que otros, pero también unos más relevantes que otros para que operen las acciones que puedan modificar tendencias o que nos indiquen los márgenes de actuación viables, para no caer en cuestiones irrelevantes o en provocar retrocesos porque exacerbamos las resistencias al cambio a destiempo. Los datos estadísticos lo corroboran y los demuestran a quienes pretendan negarlo, pero necesitamos pormenorizar cualitativamente las conductas y los valores que impiden la igualdad, saber priorizar cuáles son más perniciosos y atacar esos orígenes, con medidas concretas en la normativa laboral, con leyes, pero también con orientaciones muy concretas para el funcionamiento de las instituciones, las acciones sociales y culturales, campañas en los medios, etc.

b) Un contexto discriminatorio

El modelo social y cultural dominante, hegemónico, es sin duda el individualismo que fundamenta todas las acciones y los valores a desarrollar en la mayoría de los ámbitos de la vida y de la sociedad. Se relaciona de forma estrecha con el consumo, más con el tener que con el ser, el problema es que modela las conductas desde la infancia y la adolescencia reproduciendo pautas, modelos, creando necesidades, motivaciones, promoviendo ideas deformadas de la realidad con respecto a demasiados aspectos de la vida de los seres humanos. Todo se convierte en mercancía que se compra o se vende, todo se cosifica para poder ser consumido, las personas nos convertimos en números, en cifras de las estadísticas, salvo que quieran apelar a emociones primarias que muevan nuestras vidas hacia todo aquello que produce beneficios. Entonces aparecen las familias maravillosas, el amor romántico, las aventuras que fomentan las ganas de viajar, los cuerpos transformados en objetos, las medicinas que aportan el bienestar prefabricado por los modelos estereotipados de mujer, de ancianidad, de juventud o de virilidad. Y la máxima exaltación de la competitividad individual se expresa en los “talent shows”, poniendo el acento en la importancia radical del éxito social de la fama, que aunque sea efímera produce un placer narcisista muy adictivo.

Todo se transforma en objeto de consumo, de fácil asimilación, poco registro intelectual profundo, rapidez y superficialidad, medidas instantáneas, implicando más emociones primarias que reflexión crítica, todo es espectáculo. También la noticia se convierte en mercancía. La floreciente industria de la información, cada vez más concentrada e integrada a nivel multinacional, mercantiliza en forma creciente todo lo que puede nutrir esa actividad. De tal modo, diversos acontecimientos experimentan curiosas metamorfosis al convertirse en noticia y por tanto en mercancía. Dice Chomsky que “la manipulación mediática hace más daño que la bomba atómica porque destruye los cerebros”. Sólo con la selección o con el énfasis se imprime valor positivo o negativo a hechos, conductas, objetivos o ideales.

Con una dosis pequeña de crítica se puede ver con claridad lo que ocurre en las programaciones deportivas, uno de los mejores ejemplos de reproducción de la ideología hegemónica de la mercantilización de una actividad humana. Si nos atrae una disciplina deportiva no mayoritaria, no comercial, si pretendemos ver deporte femenino o no somos chauvinistas en las preferencias, nos convertimos en seres de otro planeta. Y no pongamos empeño en analizar críticamente los comentarios de algunos representantes del periodismo o del deporte en cuestión, porque podemos envenenarnos en el intento.

Y no digamos la política. Cada vez más los programas de debate político se parecen a los del corazón, buscando el enfrentamiento y el caos, la improvisación de opinantes que exponen ideas sobre cosas que no conocen, limitando las respuestas a sí o no, en la búsqueda del titular ostentoso, sobre temas muy complejos que requieren un mínimo de análisis para poder dar una explicación. Todo se presenta en blanco o negro, no hay matices, no hay dudas, cuanto más llamativo mejor por muy poco relevante que resulte para la sociedad. Existe una especie de manipulación recurrente, encasquillamientos en algunos temas estrella que se repiten hasta la saciedad, como si no existiera otra cosa en el mundo. Sistema casi automático de ocultación de las otras realidades que significarían apelar al pensamiento, a los valores cooperativos o al compromiso social alejado de la caridad. He aquí otra brecha social poco estudiada: la capacidad para el pensamiento crítico. Aunque es imprescindible para muchas áreas de la vida, en el caso de la política es evidente su necesidad, sobre todo en los tiempos que corren.

Entramos en una transformación del pensamiento único, de la uniformidad y la imposición autoritaria hacia una aparente diversidad, caótica, asistemática,  superficial, que produce acumulación de información irrelevante, pensamientos desconectados, incapacidad para priorizar mediante valores positivos para el desarrollo de la humano o para la justicia social. En la medida en que se exalta el individualismo, una simple experiencia personal se transforma en un principio de validez universal, con la más absoluta facilidad para dar veracidad general a situaciones totalmente subjetivas poco transferibles al conjunto. No obstante, lo más perjudicial para la superación de las diferentes segregaciones de género viene de la mano de la “naturalización” de los estereotipos, los roles, en lo público y en lo privado, en la familia y en el trabajo, en la elección de los estudios, en la vida profesional.

Escandaliza a la gente de la cultura la persecución judicial de la libertad de expresión con respecto a la religión, en un retroceso que no es casual ni se basa en las creencias espontáneas de la ciudadanía. El respeto excesivo de las creencias religiosas es propio de sociedades que se aferran a las tradiciones, que alimentan los sentimientos identitarios, que fomentan la seguridad basada en normas rígidas que nos facilitan no elegir ni responsabilizarnos de nuestros actos. En momentos de transformaciones que producen sensaciones de vulnerabilidad, de dificultades para manejar las incertidumbres, de precariedad o exclusión social, la religión cumple mejor que nunca la función de cemento, de sucedáneo de cohesión social, en una sociedad que se resquebraja por la dualización y las profundas desigualdades imperantes. Suena aquello del miedo a la libertad, cuando se censura el erotismo desgarrado de Egon Schielle en sociedades europeas altamente industrializadas. Además, contribuyendo a continuar con la invisibilización de la sexualidad femenina.

En íntima relación la brecha científica es cada vez mayor. No sólo se demuestra en informes internacionales, también lo vivimos en reportajes, comentarios, opiniones. La escasa formación científica en el conjunto de la población implica una importante incapacidad para juzgar lo que quieran vendernos como grandes descubrimientos o invenciones de la humanidad. Es preocupante la dificultad para valorar opciones o recetas que prometen curaciones milagrosas o bienestares artificiales. En este ámbito el peligro de la venta por internet de productos nada fiables se transforma en un problema de salud pública, que no siempre es reconocido o advertido con la difusión necesaria o las medidas preventivas o educativas apropiadas. La brecha etaria y de nivel de estudios es evidente.

La brecha de género en los estudios de ciencia, tecnología y matemáticas está en boga estos días, con unos porcentajes bajísimos de mujeres estudiando esas carreras. A excepción de biología (evidente estereotipo social) donde se concentra la mayoría. En ciencias, el porcentaje de mujeres matriculadas llega al 49%, con predominio de las biológicas (61,89%), por lo cual habría que seleccionar más específicamente las físicas y matemáticas. En el total de universidades el porcentaje de mujeres en matemáticas es del 37,49%, en física el 25,4%, en informática es el 12,02% donde se produce la mayor brecha de género. Si en el caso de las ingenierías separamos arquitectura con un 49% en el conjunto de universidades, también bajaría el porcentaje de mujeres, que en el total de ingenierías y arquitectura se encuentra en el 23,09%. Y en la Formación Profesional ocurre con mayor dimensión de la brecha entre familias profesionales masculinizadas o feminizadas. [1]

c) ¿Brecha o desigualdad?

¿Por qué se utiliza “brechas” en lugar de hablar de desigualdades? Es posible que interese visualizar una separación de dos lados que pueden estar al mismo nivel, utilizar una imagen de algo que está separado pero no necesariamente en distinto nivel. Quizás una brecha puede cerrarse, estrecharse o ampliarse en sentido horizontal, sin poner la atención en la inferioridad o superioridad de un extremo con respecto al otro. Puede significar aumentar el salario de las mujeres o bajar el de los hombres, como ya se ha planteado de forma torticera.

En la actualidad el significado parece claro para todo el mundo, puede aceptarse porque las definiciones de la RAE aunque discurren por vías no relacionadas con la desigualdad se mantienen en la idea de rotura, la distancia o incluso la seguridad. Solamente en la acepción económica se alude a “diferencia”. Puede ser - Rotura o abertura irregular, especialmente en una pared o muralla.- Rotura de un frente de combate. - Resquicio por donde algo empieza a perder su seguridad. Hacer brecha en algo. - Herida, especialmente en la cabeza.

Por eso es tan relevante analizar el origen de las desigualdades, los estereotipos sociales y culturales que producen esas brechas que siempre sufren las clases sociales más desfavorecidas, las mujeres, las personas mayores, las personas con discapacidades o las minorías étnicas. En suma, el problema son las desigualdades sociales y culturales, que necesariamente hay que superar para conseguir una sociedad equitativa y justa, que redistribuya la riqueza, reconozca las diversidades para compensar desigualdades y desarrolle las capacidades necesarias para una participación activa en la vida ciudadana. No es casual que el programa europeo Digital skills and job coalition señale unos ejes de trabajo relacionados con la superación de la brecha digital en un sentido tan específico, abarcando todos los niveles:

•Destrezas digitales para tod@s - que permitan a toda la ciudadanía ser activa en nuestra sociedad digital

•Destrezas digitales para la mano de obra – perfeccionamiento o reciclaje de los trabajador@s y los solicitantes de empleo; Acciones de orientación y asesoramiento profesional

• Competencias digitales para  profesionales de las TIC - desarrollo de competencias de alto nivel en todos los sectores

• Habilidades digitales en la educación: para aprendizaje permanente, incluida la formación del profesorado [2]

En la medida en que se prevén cambios profundos y vertiginosos en los procesos de digitalización de la producción y de los servicios, de toda la sociedad, las múltiples brechas serán reales roturas o heridas en la cohesión social, si no se anticipan acciones que puedan prevenir daños mayores. Si no se actúa de forma contundente con objetivos y modelos para la justicia social, para lo cual estamos trabajando desde el grupo Cambio educativo para la Justicia Social. (www.gice-uam.es) y que desarrollaremos en la línea Trabajo, educación y ciudadanía partiendo de algunos principios claves ya esbozados[3]

Aparte de las necesidades de adaptación a esos “nuevos tiempos” de la era digital, la mayor preocupación para la justicia social siguen siendo los procesos económicos, sociales, culturales y políticos que pueden generar equidad o exclusión, igualdad o discriminación, pasividad o actividad, pensamiento único o ciudadanía crítica. La función de las políticas económicas de redistribución o las políticas públicas de compensación de desigualdades cobran especial importancia. Las acciones de promoción de programas específicos de superación de discriminaciones, porque no atender la diversidad, no abarcar el reconocimiento de las diferencias culturales, provocaría conflictos difícilmente abordables. Las fórmulas y las acciones políticas de participación o representación también deben cambiar para garantizar la eficacia de esa ciudadanía activa. De lo contrario, se van a resentir todas las convivencias democráticas basadas en la igualdad ciudadana, porque la tendencia neoliberal al individualismo y al perfil de “clientes” de la población, conduce a una desarticulación social y ahonda todas las brechas imaginables, pero sobre todo cristaliza las desigualdades de clase que se combinan con las discriminaciones de etnia, de género o de edad.

Tanto para la economía como para el mundo laboral como para las transformaciones digitales o las estrategias de igualdad de género, para las acciones que garanticen una sociedad justa y equitativa, es significativa la frase de J. Wagensberg:

 “Un sistema educativo puede presumir de excelencia si está pensado para formar en ella a todo su alumnado, pero no si se deshace de todos aquellos que no la alcanzan por sí mismos.”


[1] Proyecto Orienta. Segregación de género en el sector industrial. Estrategias educativas y laborales. (2017) Ediciones GPS. Madrid. www.industria.ccoo.es  y www.fe.ccoo.es

[2] Ver https://ec.europa.eu/digital-single-market/en/digital-skills-jobs-coalition  

[3] Acosta Pérez, E (2017): La formación profesional: el valor del trabajo y la cualificación. GPS. Madrid www.asociacionisegoria.org

¿Brechas sociales o reproducción de desigualdades?