viernes. 19.04.2024
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El fomento de la energía solar fotovoltaica y de su autoconsumo ciudadano representa grandes ventajas desde el punto de vista ecológico, económico y de desarrollo social y tecnológico, y frente a la denominada “pobreza energética”. 

España resulta encontrarse además, por puro azar geográfico, en una posición de auténtico privilegio para explotar todo ello siempre que nuestra clase política – habitualmente de tan baja calidad intelectual y formativa, sin que a muchos de nuestros políticos se les haya conocido siquiera profesión previa alguna, y con más bajo aún compromiso con el interés general – no continúe empeñada en dilapidar esta nueva oportunidad histórica.  Justo como hasta la fecha han venido consiguiendo hacer con insólita, “giratoria”, habilidad. 

Pero más allá de todo ello el caso es que el fomento de la energía fotovoltaica y de su autoconsumo representa, también, un aspecto esencial en materia de resiliencia nacional (seguridad nacional) y de autoprotección ciudadana ante grandes emergencias tipo HILF (high-impact low-frequency events, o fenómenos de alto impacto y baja frecuencia, por sus siglas en inglés).  

Y esto último también ha de ser debidamente puesto en valor.

Ello ya, de modo general, en la misma línea de cómo está comenzando a ser reconocido ya en  distintos espacios internacionales respecto la “urgencia” de revisar la “resiliencia de nuestros sistemas de energía” ante grandes emergencias y catástrofes (así por ejemplo el propio Banco Mundial). 

Pero, en particular, y de modo muy especial, ante dos de los grandes riesgos HILF de más alto impacto potencial y más en boga, como son las tormentas solares y el EMP (no hace ni dos semanas que la administración Trump dictó toda una nueva orden presidencial, así como toda una nueva “estrategia y plan de acción nacional” al repecto.

¿Y cómo puede ser esto (en principio tan paradójico) de que una de las mejores medidas de resiliencia nacional y de autoprotección ciudadana ante las tormentas solares pueda ser, precisamente, una placa solar?.

La clave está en la correcta comprensión del fenómeno de riesgo. 

Las tormentas solares, el riesgo natural del clima espacial, contrariamente a un imaginario demasiado habitual (y totalmente equivocado) no tienen nada que ver con ardientes llamaradas que vayan a “quemar” nada en nuestro planeta. Muy al contrario se trata de una amenaza de tipo electromagnético, más concretamente geomagnético. 

Y haciendo abstracción de otros importantes aspectos (como el relativo a los satélites), en lo tocante a la superficie terrestre el principal problema lo representa el denominado componente E3 del pulso, que es el que puede desencadenar corrientes de inducción geomagnética en largos conductores… como lo son, por definición, nuestras inmensas líneas eléctricas interconectadas entre si a lo largo de cientos, miles de km. 

Y esto no sucede en modo alguno con pequeños sistemas de captación y almacenaje fotovoltaicos en la medida en que, llegado el caso, puedan ser físicamente desconectados de dichas mismas redes.(no sólo mediante un interruptor a la vista de los testimonios del Evento Carrington de 1859).

Por eso las placas solares son completamente inmunes ante cualquier fenómeno solar extremo, o al menos siempre que éstas estén debidamente desconectadas de la red eléctrica al momento de su desencadenamiento.

De modo que toda esta cuestión adquiere un giro completamente nuevo, si en vez de planificar que centros hospitalarios, centros penitenciarios, depuradoras y plantas potabilizadoras, etc, cuenten uno por uno con protocolos adicionales y medidas extraordinarias de refuerzo de su autonomía energética en caso de gran caída en cascada de la red nacional… pasan a apostar, de raíz, todas ellas, por un sistema de furncionamiento cotidiano completamente autónomo y autosostenible al margen de la red y sólo en caso de necesidad puntual contemplan su toma de energía de ésta. 

Es decir justo la lógica inversa a la actual.  

No es tanto cuestión de revisar, por ejemplo, la autonomía de los grandes hospitales para que dispongan de una mayor autonomía por medio de generadores diesel para 7 días (o para 10 o para 15) en caso de caída general del suministro eléctrico (en vez de para las escasas 48 horas de dotación de hoy en día) Es cuestión de ir sacándolos hoy, mañana, lo antes posible, de la propia red y pasarlos a  completos sistemas de autoabastecimiento fotovoltaico.

Ello, por tanto, porque es económica y ecológicamente mejor para el país y porque resulta que, además, es más seguro, nos dota de una mayor resiliencia por si misma considerada ante algunas de las peores catastrofes que cabe imaginar. 

Y hagamos esto y desarrollemos, además, técnicas, diseños, componentes, que las hagan cada vez más resilientes ante otros muchos fenómenos extremos también del clima terrestre. También ello nos va a hacer falta, por desgracia (y también en este sentido representa una apuesta más inteligente y eficiente a la luz de la evolución de los tiempos y el creciente cambio climático).

Y lo mismo respecto de centros logísticos de almacenaje (refrigerado) de alimentos, o respecto los propios centros de producción industrial, respecto la propia refrigeración eléctrica autónoma (a lo largo de semanas y meses de ser precisa) de centrales nucleares y de sus frágiles y peligrosas piscinas de combustible gastado, respecto de la energía que hace funcionar instalaciones y dotaciones de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, respecto bases e instalaciones de las fuerzas armadas, respecto de emisoras de radio o televisión privada etc, etc, etc... 

Hagamos de cada elemento crítico del sistema una microrred resiliente en si misma, porque siempre y en todo caso resulta lo económica y ecológicamente más indicado (¿por qué habrían de seguir instalaciones de la administración pública pagando un suministro eléctrico cada vez más innecesario, en vez de terminar de dar un paso adelante y dotarse también de medios públicos de autoabastecimiento solar?) pero porqué ello nos hará, además, mucho más resilientes como país ante las grandes emergencias nacionales y sus gravísimas consecuencias. 

Y esto es, también, un adicional valor de protección civil y seguridad nacional que, por si mismo, no puede seguir siendo desconocido. Corresponde abordar un decidido impulso nacional al respecto.

Una opción que resulta, además, mucho más conveniente que la siempre postergada solución de la protección de los transformadores ante fenómenos extremos del clima espacial. 

Porque aunque finalmente protegiésemos los transformadores (y en los 30 años ya transcurridos desde el Evento Quebec son las propias corporaciones eléctricas las que han venido evitando hacerlo por todos los medios: nuestra actual situación de vulnerabilidad son ellas mismas las que la han creado de su propia mano) seguiríamos trabajando sobre un sistema de distribución de energía a base de inmensos tendidos conductores siempre, per se, vulnerables al E3. 

¿Qué exacto nivel de “protección” se aplicaría en tal caso a esos transformadores?, ¿ante qué escala máxima de GIC quedaría enfocada dicha “protección”?, ¿que consideración tendrían los súper Carrington? (con toda probabilidad ninguna). 

Campo todo ese abonado, en definitiva, para otras nuevas engañifas mil, y para seguir con el cuento de nunca acabar: y seguir como sociedad mucho más vulnerables de lo que en realidad podríamos comenzar a ser hoy mismo.

No. Rompamos ese “eje envenenado de debate”, de raíz. 

El problema no es que no se proteja la red eléctrica. El problema es la red eléctrica.

El problema no es que nuestra tecnología dependa de la electricidad. El problema es que esa electricidad de la que depende nuestra tecnología se nos quiera seguir sirviendo de la forma más vulnerable que existe, la peor de todas ellas, desde el punto de vista del E3: mediante la gran red.

Vayamos cambiando, como nueva estrategia nacional, completamente ese enfoque y pasemos a un abastecimiento in situ, público, privado, domiciliar, sin kilómetros y kilómetros de red. 

Pasemos a un sistema de microrredes que se comporten como células estancas entre si (o que puedan llegar a comportarse como tales con toda sencillez en el momento en que – previa activación de protocolos y planificación especial de emergencia que tampoco tenemos a este respecto hoy y que habrá que definir igualmente – se indique, a tiempo, esa sencilla desconexión a todo tipo de operadores y usuarios). Ataquemos la peligrosidad de fenómeno de raíz, que del resto ya se encargará nuestra magnetosfera.

Y cuanto más se vaya desarrollando todo ello, más se irá extirpando de raíz también (o cuando menos se irá acotando) la temida “caída en cascada” asocida a la caída de la red.

“Caída en cascada” que desaparece por si misma desde el mismo momento en el que prescindimos en todo lo posible (y lo antes posible) de la inmensa red eléctrica tóxica que es la que (como decimos abstracción hecha del distinto fenómeno de la tormenta de radiación en la estratosfera asociada a la propia tormenta solar y los satélites – fenómenos esos de la escala S, no de la escala G como el  E3 – ) realmente nos está poniendo en peligro a todos ante fenómenos solares extremos que, de otra manera, se han venido desarrollando durante milenios delante de nuestros ojos como homo sapiens sin ninguna otra mayor peligrosidad.

Y todo ello sería así ya en materia de resiliencia nacional (y de seguridad nacional), pero lo mismo sucede en cuanto al autoconsumo fotovoltaico ciudadano. 

Un hogar que se olvide completamente, de una vez y para siempre, de nada que tenga que ver con ninguna corporación eléctrica para abastecerse de energía (sin intermediarios tan interesados y socialmente peligrosos, tomándo directamente ésta de la generosidad cotidiana de nuestra estrella) será, llegado el caso, un hogar que seguirá funcionando con normalidad. Una isla en la oscuridad. 

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Y si en vez de una sola casa es una comunidad de vecinos, será esa entera comunidad la que quedará mejor autoprotegida. 

Y si es una localidad entera la que va dando ese paso adelante aquí y allá (como poco a poco comienza a suceder al amparo del principio constitucional de autonomía local) será esa entera localidad la excepción. Ídem, si la apuesta decidida y real, al 100% por la fotovoltaica, se da desde el plano autonómico (paralelo principio constitucional de autonomía, de mayor calado si cabe que el de la local ).

Y de este modo cuanto más se extienda el consumo fotovoltaico en los sectores público y privado, menor será la parte posible de caida en cascada del sistema, y más resilientes seremos como país y sociedad ante ese tipo de fenómenos de riesgo tipo HILF.

¿Quién nos está poniendo, pues, en realidad, en grave peligro ante este riesgo natural?, ¿nuestro Sol o las grandes corporaciones eléctricas con su gran red eléctrica, tóxica (por vulnerable, desde muy distintos puntos de vista) y abusiva, que sólo sirve a su propio interés particular (ánimo de lucro desmedido y autoreferencial)?.

Y algo parecido podría ser señalado ante la otra vertiente de la amenaza electromagnética, el EMP artificial (electromagnetic pulse, por sus siglas en inglés), ante la que la energía fotovoltaica pareciera estar inicialmente dotada de una mejor resiliencia de partida, comparada ésta con otras alternativas y ante la que existen distintos esfuerzos en desarrollo respecto medidas correctoras y de protección de equipos fotovoltaicos (véase más detalladamente “EMP-Hardened photovoltaic generators: a possible emergency power solution for critical infrastructure”).

Si bien a este respecto nuestro pesimismo es significativamente mayor: en plena “carrera armamentística EMP”, con distintos esfuerzos de investigación militar en curso en materia de nuevos “súper EMPs”, ¿cabe pensar que nuestra tecnología y capacidad de protección puede mantener ese pulso a esa misma velocidad de desarrollo?. 

Acaso sí, respecto las formas más precarias y tradicionales de EMP que son las que puedan terminar estando al alcance en primer lugar respecto de determinados grupos terroristas en su pretensión de uso de armas de destrucción masiva. Quizá a ese respecto sí quepa todavía margen para desarrollar componentes que podrían llegar a ser popularizados para protección de sistemas fotovoltaicos ante las más básicas formas de EMP artificial. Y puede que acaso este sea el escenario EMP artificial de mayor probabilidad en el momento actual.

Pero ante otro tipo de escenario EMP (armas “súper EMP” de una gran potencia militar), resulta muy difícil hoy ver opciones concretas, ni tan siquiera recurriendo al uso extensivo de microrredes fotovoltaicas y autoconsumo. Toda una nueva tecnología armamentística ésta, pues, que habría que “desinventar”, o cuando menos dejarla ya tal y como está, y no seguir desarrollándola a contrarreloj que es exactamente lo que se está haciendo.

Para saber más de autoprotección: “Tormenta Solar: Guía de Autoprotección Familiar”.

Autoconsumo solar: elemento clave de la resiliencia nacional y de la autoprotección...