viernes. 29.03.2024
NUEVATRIBUNA.ES | 31.03.10 ANTONIO SANTO

Tras años de construcción, pruebas, intentos fallidos y avisos alarmistas de los teóricos del fin del mundo, ayer el LHC (Large Hadron Collider, o Gran Colisionador de Hadrones), construido por el CERN (siglas del francés Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire, es decir, Consejo Europeo para la Investigación Nuclear) en la frontera entre Suiza y Francia, consiguió colisionar por primera vez rayos de protones con una energía de 7 teraelectronvoltios. Esta noticia, que colmó las aspiraciones de los 10.000 científicos que asistieron en directo al experimento del mayor acelerador de partículas del mundo, es posible que deje más bien indiferente a cualquier ciudadano medio, por la sencilla razón de que los complicados conceptos, herramientas y unidades de medida que se manejan no forman parte, precisamente, del vocabulario habitual de una persona sin formación específica en ciencias. Sin embargo, se trata de uno de los proyectos científicos más importantes de la historia de la Humanidad, y conviene entender en qué consiste y hasta dónde puede llevarnos.

Un acelerador de partículas es un instrumento (normalmente con la forma de un gigantesco anillo; otras veces, lineales, como un largo túnel) que, utilizando campos electromagnéticos, acelera partículas más pequeñas que un átomo (como protones) con carga eléctrica, hasta alcanzar velocidades muy cercanas a la de la luz. El LHC, concretamente, fue diseñado para colisionar haces de hadrones; un hadrón es un tipo de partícula subatómica que experimenta la interacción nuclear fuerte, es decir, la fuerza responsable de mantener unidos los elementos del núcleo de los átomos. Los protones y neutrones son ejemplos de hadrones. El LHC acelera estos hadrones hasta conseguir que alcancen una energía de 3,5 TeV (teraelectronvatios), una velocidad casi indistinguible de la de la luz, y después los hace chocar entre sí. Esta colisión produce energías parecidas a las que aparecieron apenas millonésimas de segundo después del Big Bang, aunque a escalas, evidentemente, mucho más pequeñas. En los lugares donde se producen estas colisiones se sitúan numerosos detectores de todo tipo, a través de los cuales los científicos vigilan y monitorizan las reacciones y fenómenos que puedan ocurrir.

¿Y para qué sirve todo esto? ¿Para qué invertir casi 4.000 millones de euros y asumir el coste de gasto eléctrico del LHC, similar al de una ciudad del tamaño de Ginebra? ¿Merece la pena tanto esfuerzo humano y económico? No cabe duda de que sí. Y no sólo por las respuestas que puedan conseguirse, sino por las nuevas preguntas que sin duda aparecerán cuando se empiecen a extraer conclusiones de los datos obtenidos (proceso en el que se tardarán meses, incluso años; científicos de todo el mundo están aplicados ya en analizar los datos). Entre los objetivos previos se encuentran cuestiones trascendentales para la ciencia como qué es la masa, cuántas y qué partículas componen realmente el átomo, la verdadera naturaleza de la materia oscura (de la que no se sabe nada, pese a que constituye el 23% de la masa del Universo observable), la existencia de dimensiones extra que no podemos percibir con los sentidos humanos, la existencia o no del bosón de Higgs (partícula de la que se dice que, de existir, sería el "ladrillo" más pequeño con el que se construye la materia), lo que significaría un gran paso hacia una teoría que unificara tres de las cuatro fuerzas elementales del Universo... Y otro buen número de preguntas que, sin embargo, no pueden superar los nuevos interrogantes que se abrirán durante las investigaciones. La ciencia es así: una respuesta no es más que la puerta a nuevas preguntas.

Conocer la solución de todos estos problemas puede cambiar no sólo nuestra concepción del Universo, sino modificar en un futuro toda nuestra forma de vida. ¿Quién le iba a decir a Newton, cuando (según la leyenda) la caída de una manzana le inspiró la teoría de la Gravedad, que sus conclusiones harían que un cohete fuera capaz de salir de la Tierra sólo unos siglos después? El conocimiento siempre da frutos desconocidos, pero desde luego, saber más de la naturaleza del mundo es siempre una forma de avanzar que afecta a todas las áreas del conocimiento y de la vida del ser humano. Ayer, tras algunos intentos frustrados por pequeñas irregularidades en la corriente (y un sistema de protección más sensible de la cuenta, que detuvo los haces de hadrones antes de que alcanzaran su velocidad máxima), sobre las 12.30 de la mañana dos haces de hadrones empezaron a chocar a 3,5 TeV, provocando una energía de 7 TeV, el equivalente a la energía de tan sólo unas fracciones de segundo después del Big Bang. Mientras los investigadores brindaban, los ordenadores del CERN y otros 200 centros de computación repartidos por todo el mundo recibían la información de las 100 colisiones por segundo que se estaban registrando.

A partir de ahora el LHC seguirá funcionando sin interrupción hasta la próxima Navidad, cuando harán un parón de un par de semanas, y después hasta Octubre de 2011; en ese momento pararán durante un año para preparar el acelerador de modo que pueda conseguir poner los hadrones a velocidades de 7 TeV, y conseguir así la máxima potencia del LHC: colisiones de 14 TeV. Así podrán recrear lo que ocurrió menos de una milmillonésima de segundo tras el Big Bang. El acelerador de partículas más grande del mundo está en Europa, y desde ayer ha iniciado una nueva era para el conocimiento de la Humanidad.

Arranca al fin el LHC con un éxito rotundo