jueves. 25.04.2024

En el anterior reportaje hablábamos de que los humanos no tenían patrón (quizá no lo merezcan), como los animales, que están bajo la protección de San Antón, un hombre muy rico que lo dejó todo para convivir estrechamente con la naturaleza y hacerse amigo de los animales. Igual que San Blas, otro santo muy popular, cuyas fiestas, de raíces telúricas, se celebran esta semana en toda la cristiandad, sea católica, ortodoxa u oriental. Con pocos días entre ambas, les une el elemento del fuego, muy significativo en antiguas culturas, y que se conoce como la fiesta de la Candelaria, que estos días se celebra en Europa, parte de Asia, y en Latinoamérica. Son fiestas ancestrales, arraigadas, algunas muy originales, y declaradas muchas de ellas, de Interés Cultural. En todas prevalece la conciencia del ser humano como uno más de la naturaleza, a la que se debe y debe respetar. Una conciencia tergiversada por la idea de que el hombre es el rey o dueño de la misma, cuando es todo lo contrario, el último mono. Debe pasar de la época de paz EN la tierra, si es que alguna vez lo logra, a paz CON la tierra. Utopía que debe perseguir por encima de todo lo demás. Y a tenor de lo que vemos, encaminados al desastre, propio y ajeno, si no es capaz de lograr que haya paz en la tierra, mucho menos logrará la paz con la tierra. Sólo una vez anclado en esta etapa, podrá considerarse realmente como ser humano inteligente; mientras tanto, seguirá su vida guiado no tanto por la ignorancia -pues lo sabe y es por eso responsable- cuanto por la estupidez. Y no llegará muy lejos. Si quiere llegar a ese peldaño de la paz con, deberá aprender de las lecciones que a diario nos ofrece gratuitamente la naturaleza y los mismos animales, a los que trata como inferiores o enemigos, y de los que desde el principio de los tiempos se aprovecha con su uso y abuso.

La naturaleza era la mayor riqueza para un hombre que tenía fortuna pero que renunció a ella para retirarse al desierto a meditar y a demostrar a los humanos que los animales, por muy fieras que sean, pueden convivir pacíficamente con los humanos. Así era en el principio, lo pinta la Biblia en el Paraíso; no había diferencias entre los animales y nuestros primeros padres, vivían en armonía, tan pegados unos y otros que el hombre tuvo que ponerlos nombre para distinguirlos. y ni el león ni el tigre eran amenaza para ellos. Ni entonces, ni ahora. Tampoco los lobos, los osos o esos otros animales que habitan nuestros bosques en un número cada vez menor por causa de la enemiga entre ellos y el humano, o por el afán egoísta de cazarlo sin necesidad, por placer, por su piel o simplemente como trofeo. Cada vez ha ido el hombre invadiendo en mayor medida su territorio hasta hacerle imposible la vida, su desarrollo y su procreación. Muchas especies animales han ido despareciendo por esa labor en la que se cree dueño el ser humano de la naturaleza y de quienes habitan en ella. Como si ésta fuera de su exclusiva y excluyente propiedad. Qué lejos del inteligente principio de los aborígenes americanos y el concepto de su Pacha Mama: el hombre pertenece a la Tierra, la tierra no pertenece al hombre. Es su hogar, un hogar prestado que debe dejar con toda su potencia a sus descendientes; no es su posesión, y no puede hacer lo que le dé la gana, menos aún si perjudica lo que debe cuidar y mantener limpio, como se mantiene la casa de cada uno. La naturaleza y sus componentes son la casa común; por esa razón, todos deben colaborar en mantenerla intacta y evitar su perjuicio. 

Al parecer, eso hizo San Antón hace más de 1700 años; por eso puede ser considerado el primer amigo de los animales. Le siguieron otros, como San Blas, y como luego lo fue, por nombrar a alguien popular y cercano, el doctor Félix Rodríguez de la Fuente. Con sus reportajes sobre la fauna y su compromiso nos enseñó mucho, haciendo hincapié en un animal denostado por el hombre: el lobo. A punto estuvo de desparecer de nuestros montes. Y mucho tenemos que aprender de este mamífero, si queremos comportarnos como seres inteligentes.

Jerarquía no para el poder sino para la solidaridad

Hace pocos meses la foto de una manada de lobos en medio de la inmensa nieve causó furor en las redes sociales. Impactante imagen, caminando en un paisaje agreste y nevado, en fila, por orden, un orden que, sujeto a una jerarquía, no perseguía otra cosa que su propia protección, la solidaridad y la defensa. Cuán diversa manera de ostentar el poder, de usar la jerarquización, en su sociedad, salvaje, frente a la nuestra, que se supone inteligente y civilizada. Para los lobos es la prueba de la solidaridad, mientras para el humano es la prueba de la opresión. 

La instantánea fue tomada en Canadá por Cesare Bra, y divulgada en las redes sociales por Barbara Hermel Bach. No sé si esas trescientas mil personas que la vieron diciendo que les gustaba, se pararon a reflexionar sobre su sentido y la lección que esos lobos, en su marcha en pos de la comida, como tantos otros animales, nos dan a los humanos.

lobo-manada-960

La misma Hermel Bach, indicó que esa marcha y su orden no eran producto del azar, sino de la jerarquía de la manada y de su solidaridad con el objetivo de la supervivencia:

“De los primeros 3 lobos, el primero es el más viejo, y por tanto, el más sabio, al que le siguen los viejos o enfermos, quienes marcan el ritmo a toda la manada. Si fuera al revés, quedarían retrasados, perdiendo el contacto con el resto. En caso de una emboscada ellos serían sacrificados. Luego siguen los 5 lobos más fuertes, en la línea del frente. En el centro está el resto de los miembros de la manada. Después de los 5 siguientes viene el último lobo, el llamado Macho Alfa, que va solo. Él lo controla todo desde la parte trasera. En esa posición puede verlo todo, decidir la dirección y la estrategia a seguir en caso de peligro. Él ve a todos los de la manada. La manada, en todo caso, se mueve según el ritmo de los lobos ancianos, vigilándose, ayudándose y cuidándose en todo momento los unos a los otros”.

En este ejemplo vivo, se pone de manifiesto la infinita sabiduría de la naturaleza, animales salvajes que se organizan para cuidar de sí mismos y sobrevivir en un lugar inhóspito y en terribles circunstancias.

¿Quién fueron San Antón y San Blas?

En la anterior entrega, con motivo de la fiesta el pasado 17 de enero de San Antón, invitaba a la reflexión sobre el entorno animal que nos rodea, pero no dije nada acerca de este santo naturalista, patrón de los animales, de los tejedores y de los carniceros, entre otros, y protector de la piel y de las enfermedades venéreas, así como del ergotismo, conocido también como fuego de san Antón o fuego sacro o “culebrilla”.

Y dando unas pinceladas sobre otro santo, cuya fiesta se celebra en muchos otros pueblos estos días, San Blas, patrono también de los animales domésticos, acabaremos esta reflexión sobre el estrecho vínculo y la armonía que debe mantenerse entre el humano y el resto de seres.  

¿Quiénes fueron, y por qué se les considera patronos de los animales? Este personaje, conocido como san Antón, era muy rico, pero renunció a sus riquezas para vivir una vida de eremita, retirado del mundanal ruido. Contrariamente a como uno podía pensar, tuvo una vida larga e intensa: ¡105 años! Incluso después de morir, su cadáver fue trasladado de uno a otro lado por sus seguidores. Avatares, pues, no le faltaron, ni en vida, ni muerto.

San Antón, también conocido como San Antonio Abad, San Antonio el Grande, el Ermitaño y San Antón el Egipcio, por ser de Egipto, nació en el año 251 en la ciudad de Heracleópolis Magna, y murió también en Egipto, en el 356 en el cenobio del Monte Colzim. Pertenecía a una familia acaudalada, hoy denominaríamos terrateniente, con fértiles tierras en la ribera del Nilo, pero dejó todos sus bienes, repartiéndolos entre los pobres, para irse a vivir en soledad al desierto. Perdió a sus padres y quedaron huérfanos su hermana y él a los veinte años, por lo que decidió abandonar su hogar y la herencia, dejando parte a la hermana y repartiendo el resto. Influido por las lecturas sobre la vida de Jesucristo en los documentos que por Egipto corrían entre las diferentes comunidades cristianas, siguiendo su mensaje, renuncia a la vida de rico, se desprende de cuanto tiene y se retira del mundo. Primero se establece en un cementerio cerca de su aldea nativa, donde, según cuentan, le suceden extraños episodios con demonios en forma de bestias salvajes con los que se bate a muerte, saliendo vencedor. Abandona la estancia de tumbas, para evitar las pesadillas, y se retira al desierto refugiándose en una de tantas cuevas de la región, hasta que pasados los treinta y cinco años decide cruzar el Nilo para llevar vida de eremita. Retirado en el monte Pispir, pasa veinte años en absoluta soledad, con la escasa ayuda de algunas personas que le llevan comida a la cueva y donde comienzan a reunirse gentes de todas partes, al extenderse la fama de sus prodigios. Le salen una serie de seguidores que quieren imitarlo estableciéndose también en cuevas y cabañas cercanas, formándose una incipiente colonia de ascetas que lo adopta como modelo.

Convivía con animales que le protegían. Se cuenta que en una ocasión se le acercó una hembra de jabalí con su camada. Sus jabatos estaban ciegos, y se detuvo frente al eremita en actitud de súplica. Antón curó la ceguera de los animales; desde entonces la jabalina, agradecida por el prodigio, no se separó de él.

San Antón descubrió la sabiduría a base de observar a los animales

San Blas: Es otro santo muy popular y muy enraizado en la cultura agraria cuyos festejos todavía hoy se mantienen. Era médico, pero se hizo ermitaño en el monte Argeus, en la Anatolia. Su vida y milagros están también relacionados con animales a los que curaba, incluso fieras que luego lejos de atacarle, le protegían. También sanó de la garganta a un niño que se había clavado una espina. La iconografía así lo representa, vestido de tiara, porque era obispo, y con un cerdito a sus pies. Según la leyenda, una viuda devota del obispo armenio, tras haber sido despojada por un lobo del único cerdo que poseía, le suplicó y el obispo intercedió obligando al lobo a devolver a la viuda el guarín robado. La mujer, agradecida, llevó luego la cabeza y las pezuñas del animal, cocinadas, sobre una bandeja, al benefactor que estaba encarcelado. La mujer le entregó también una candela y un pan, junto a un jarro con agua y un paño. En las últimas persecuciones de los romanos contra los cristianos, acabó martirizado. Es considerado protector de médicos, porqueros, agricultores, cardadores de lana, músicos de instrumentos de viento, colchoneros y laringólogos. Se le invoca especialmente contra los males de garganta. Su fiesta, el 3 de febrero.

Aprendamos la lección

Ambos santos, como tantos otros personajes de nuestro tiempo, conscientes de su importancia,  luchan por proteger a los animales, tratando de hacer milagros, si en su poder estuviera, con los más débiles y con  aquellos cuya existencia está en peligro. Deberían ser nuestro ejemplo.

Hay que tomar conciencia de que ninguna especie puede desaparecer. Su extinción es un quebranto natural, rompe la armonía y puede arrastrar consecuencias nefastas e imprevisibles. Una breve lista, en la que suelen coincidir con pequeñas variantes, todos los estudiosos del tema, de diez animales en peligro de extinción en España. Hay que añadir ésta a la ya enumerada en el reportaje anterior, y no las debemos olvidar:

1. Lagarto gigante de Las Canarias (Gallotia bravoana)
2. Lince Ibérico (Lynx pardinus)
3. Atún rojo
4. Mariposa isabelina (Graellsia isabellae)
5. Oso pardo (Ursus arctos)
6. Foca Monje
7. Águila Imperial ibérica (Aquila adalberti)
8. Quebrantahuesos (Gyoaetus barbatus)
9. Samarugo (Valencia hispanica), pez de aguas quietas, como la Albufera.
10. Urogallo cantábrico-pirenaico (Tetrao urogallus cantabricus)

Téngase en cuenta que son todos los que están, pero no están todos los que son. A esta lista podían añadirse otros, pero valga como muestra de la degeneración de nuestro entorno.

Los animales nos enseñan mucho, sobre todo a convivir y a ser solidarios. Como los lobos de la foto. Si entre ellos hay jerarquías, ésta no está al servicio del poder o de la riqueza, creando desigualdad, sino que respetando precisamente esa desigualdad, la jerarquía la utilizan para que cada cual conozca y desarrolle su rol en la manada y colabore a que la sociedad funcione armónica, justa y provechosamente. Todos ganan, también los humanos, con esa organización jerárquico-solidaria dentro de las diferencias. Diferencias que no deben separar, sino enriquecer.

Aprender de los animales