martes. 19.03.2024
MEX786. CIUDAD DE MÉXICO (MÉXICO), 07/09/2021.- Un grupo de mujeres en contra del aborto reza durante una manifestación hoy, afuera de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la Ciudad de México. La Suprema Corte de la Justicia de la Nación (SCJN) de México declaró este martes inconstitucional la penalización de las mujeres que abortan en la primera etapa del embarazo y reconoció el derecho a decidir en un fallo histórico. Por unanimidad, los ministros del pleno de la SCJN invalidaron el artículo 196 del código penal del norteño estado de Coahuila que imponía de uno a tres años de cárcel "a la mujer que voluntariamente practique su aborto o a la persona que le hiciere abortar con el consentimiento". EFE/ Carlos Ramírez
Manifestación contra el aborto en México. (Foto: EFE)

En este reportaje se describe el debate sostenido entre un representante cualificado de la Iglesia católica, el jesuita Jaime Pujiula y un reputado médico ginecólogo, Vital Aza.


Parecerá mentira, pero en la adopción de muchas actitudes actuales con relación al aborto siguen manejándose las mismas argumentaciones morales e integristas del citado jesuita contra el aborto, importando poco si lo que está en juego es un embrión de ocho semanas o un feto con once semanas sin patología o con 22 semanas y media con patología. Y ello ocurre, no solo en España, sino en muchos otros países, como reflejan los últimos acontecimientos en Texas (EE.UU), México y en países europeos como Turquía o Polonia.

Como diría el clásico: “Nada nuevo bajo el sol”.

Clamorosa realidad nefasta

Aza-realacademiaEn 1924, la revista Madrid Científico aseguraba que el aborto era una práctica sistemática que costaba a la sociedad cada año cien mil vidas. Como muestra sirvan las noticias de los periódicos suministrando con creces dicha práctica, que el ginecólogo-tocólogo Dr. Vital Aza (en la imagen) calificaba como “planta maldita”. No había día, ni noche, que no se hiciera un aborto.

El periódico La Libertad contaba que la policía había recibido un anónimo denunciando la muerte de una joven doméstica, cuyo culpable, decía el delator, “era quien la tenía a su servicio y que para provocar un aborto le había proporcionado un veneno” (5.1.1924). Junto con esta noticia se narraba otra contando que “Victoriano Inglés agredió a su esposa Teresa Vázquez con un hacha produciéndola cincuenta y siete heridas”. “El crimen de un bárbaro” lo calificó el periódico citado.

Todos los periódicos, sin excepción, La Libertad, El Liberal, El Sol y La Voz contaban la misma noticia, a saber, que una mujer llamada Saturnina Jiménez se presentó en el Hospital Provincial atacada de pelvi-peritonitis, producida por haberse provocado el aborto. Tenía veintiún años y era soltera. La muchacha contó que, hallándose embarazada, y habiendo oído hablar a otras muchachas de procedimientos abortivos, llegó a purgarse hasta seis veces con unas píldoras laxopurgantes muy conocidas, cuyo nombre no dio. Quedó en el hospital en estado gravísimo (19.1.1924).

El Imparcial, bajo el epígrafe Vida social. Noticias y Sucesos, describía que el Consultorio de la Casa de Socorro de la Inclusa, a cargo del doctor Lazcano, “estaba abierto todos los días no feriados de diez a doce, reservándose los miércoles para el tratamiento contra el aborto y parto prematuro” (18.1.1924).

Y, nuevamente, al unísono periodístico la prensa madrileña (1.4.1924) contaría uno de los casos de aborto que requirió la intervención de la policía “científica”. Se dijo que en la Comisaría del Congreso se presentó Mariano García, de treinta tres años, diciendo que su mujer, Concepción Arias, había fallecido, “sospechando que su fallecimiento se debía a un aborto provocado, culpando de este a Felisa y Concepción Reza y a otras dos mujeres cuyos nombres ignoraba”. Lo que parecía visto para sentencia, al día siguiente el caso adquirió nuevas dimensiones y que aquí figura tal y como lo redactó el Heraldo de Madrid el día 2 de abril:

heraldo madrid 1924

Heraldo de Madrid (2.4.1924)

En el resto de las noticias, perdiéndose entre su maraña, se hallaba la siguiente tragedia contada en una sola línea: “Felisa Moratalla, de 23 años, sufría lesiones internas por haber intentado provocarse un aborto”.

Para terminar este mes de abril, los periódicos contaban que “la policía había detenido a una profesora en partos por haberse descubierto que provocó el aborto de la joven Encarnación Buyego. El feto fue encontrado dentro de un baúl en el piso alto de la casa en que habitaba. Fueron detenidas su madre y su hermana” (30.4.1924).

covisaComo complemento de este cuadro, pero fiel trasunto de la realidad de la época, el doctor Sánchez Covisa añadiría que “la avariosis (sífilis) -azote de la raza-, mata al año en España muchos miles de niños y lo que es aún mas desolador es causante de la mayor parte de los niños nacidos muertos e impide que adquieran condiciones de vida muchos seres engendrados por progenitores que padecen dicha enfermedad. La mayor parte de los abortos espontáneos son determinados por la avariosis” (La Acción. Diario de la noche. 27.1.1924).

vital azaVital Aza Díaz nació en Mieres (1890). Era hijo del dramaturgo del mismo nombre. Fue interno de la Cátedra y Servicio Hospitalario del profesor Recaséns. En 1919, fundó el sanatorio privado de Santa Alicia, especializado en Cirugía, Obstetricia y Ginecología. En 1934, fue presidente de la Sociedad Ginecológica Española. Colaboró en revistas médicas como El Siglo Médico, Laboratorio, Medicina Íbera, Revista española de Obstetricia y Ginecología y Sexus, de cuyo comité formó parte junto con Marañón, Haro García, Otaola, Sánchez Covisa y Jiménez de Asúa.

Publicó varios libros. Entre ellos, Feminismo y sexo, Por qué la mujer no tiene hijos, La traición del dolor en la mujer, El médico rural ante las distocias más frecuentes. (Distocia: parto que no circula con normalidad. Del griego, dis, dificultad, tokós, nacimiento, del verbo tiktein, engendrar).

Aza fue masón. En 1933 presidió el Rotary club madrileño, fundado en 1922.

Alguien debió delatarlo, porque, al término de la guerra, el 11 de abril de 1939 fue citado en el Colegio Oficial de Médicos de la provincia de Madrid para responder de forma obligatoria a un expediente de depuración por parte de las fuerzas facciosas. En sus respuestas dijo que “fue perseguido por la Brigada Social, que estuvo preso en Porlier, que no había pertenecido a ningún partido político, ni sindicato” y “preguntado si pertenecía a la masonería, respondió que no”.

vital aza caricaturaEl 19 de abril, le comunicaron que “examinados los antecedentes que obran en este colegio, así como teniendo en cuenta la historia de incuestionable adhesión al Glorioso Movimiento Nacional del expresado, se propone su inclusión en el Censo Colegial con toda clase de pronunciamientos favorables para el mismo”. A pesar de ello, un decreto franquista, al cambiar la composición de algunos miembros del Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo, cuya presidencia recayó en el golpista Teniente General Saliquet Zumeta, en el mes de septiembre de 1941, se revisó la documentación masónica elaborada por el carlista, Marcelino Ulibarri Eguilaz, y guardada en los archivos de Salamanca, donde aparecieron varios expedientes en los que se “demostraba” que Vital Aza había pertenecido a la masonería.

EXPEDIENTES

Este Tribunal informó de inmediato al Colegio Oficial de Médicos de Madrid. El 28 de julio de 1941, se inició un procedimiento criminal y el 19 de agosto y 30 de octubre de 1942 se le procesó. El Tribunal lo condenó a 12 años y 1 día de prisión. La clínica de su propiedad fue incautada. Finalmente, un consejo de Ministros le conmutó la pena por la de “inhabilitación para el desempeño de cargos políticos y sindicales y en su Cuerpo no podrá ostentar jefaturas ni ocupar cargos de mando y confianza”.

Un médico más en la lista de los represaliados y depurados por el franquismo.

Vital Aza murió en 1961.

Defensa del aborto terapéutico

ABORTO CRIMINALEl 28 de marzo 1925, El Siglo Médico publicó un artículo suyo titulado El Aborto Criminal. Algo sobre su frecuencia, su evitación y su disculpa. Hay que señalar que, según consta en los Anales de la Real Academia de Medicina, en la sesión del 14 de febrero de ese año había intervenido con una comunicación sobre el aborto criminal condenándolo sin paliativos, postura que defenderá en 1940, al prologar el libro del Dr. Fernández Ruiz.

Lo definía como “la interrupción del embarazo, antes de la viabilidad del feto, provocada voluntariamente y con fines egoístas y bastardos, sin indicación científica, ni finalidad terapéutica”. Una definición que “consideraba acertada y completa” (El Siglo Médico, 2.1.1926).

Para Aza, la presencia del aborto criminal en la sociedad española, era “una planta maldita, una realidad clínica pavorosa ante la que cabe responder más con el perdón y la disculpa que el castigo y la severidad”. Una actitud piadosa que no compartían ni muchos médicos, ginecólogos y tocólogos, cuya obediencia moral católica se lo impedía; ni, tampoco, aquellos sacerdotes que representaban en la palestra pública la postura oficial de la Iglesia en esta materia.

SIGLO MEDICO.28.3.1925

En la sesión de la Real Academia de Medicina a la que nos hemos referido se relataba que en la Sociedad Ginecológica Española “costó la dimisión de los directivos, porque algunos de los nombrados en esta Academia, se opusieron a que la Sociedad Ginecológica Española mantuviese el criterio científico de que en algunos casos pudiera ser indicado el aborto terapéutico; si alguno lo realizaba, debía ser lapidado”, pero que, ahora, en 1925, por lo que acabamos de oír, de boca del doctor Vital Aza, vemos que “clínicamente se admite aún, claro está el aborto terapéutico”. Y aclaraba que “solo el rigor reglamentario puede hacer que uno no se descarríe para hablar de este asunto que tanto pica nuestra curiosidad y que tanto eco tiene en nuestro espíritu y del que podemos hoy hablar algo” (Anales de la Real Academia de Medicina, 1925).

Legalmente, en 1925, el aborto se consideraba un crimen. El Código Penal (artículos 425 y 426) consideraba actividad delictiva toda interrupción voluntaria del embarazo, incluida, “la provocación del aborto como tratamiento de afecciones maternas que empeoraran por el embarazo” y un largo etcétera que los ginecólogos, como Aza, se conocían muy bien y que resumían bajo el epígrafe de “graves amenazas para la vida de la gestante”.

Aza consideraba que “los casos de aborto, llevados a cabo por abortadores profesionales, estaban ejecutados cada vez con más maestría técnica” y “eran menos numerosos que los de gestaciones interrumpidas criminalmente.” Pues apuntaba que en la estadística solo contaban las veces que salían mal la interrupciones y provocaban complicaciones patológicas, casos que afectaban a muchachas infelices, engañadas por un desaprensivo marido o novio, y a prostitutas, campo minado por el aborto estructural.

Sin embargo, Vital Aza indicaba, para asombro de muchos, que, para apreciar el número creciente de abortos, era necesario acudir “a los datos obtenidos de la clientela privada, o de las pequeñas clínicas, pues la proporción de aumento queda diluida en la gran cantidad de casos que siempre se han recogido de todas procedencias en las grandes poblaciones y en las consultas policlínicas numerosas”. Al describir varias historias de abortos y reflexionar sobre las confesiones de las mujeres que lo hicieron, resaltará “la hipocresía y el falso honor de los maridos que dejaban a las mujeres que resolviesen el asunto, siguiendo los consejos de amigas oficiosas, mientras ellos esperaban la solución indigna”.

Llamaba aborto pseudoterapéutico cuando “los deseos de un aborto se disimulan con la enumeración de terribles amenazas para la vida de la embarazada si continuaba la gestación”. En su opinión, para que “un aborto se llamase terapéutico se requerían siempre dos condiciones: “1º El convencimiento de que el embarazo empeora la situación de la madre y amenaza su vida. 2º. La convicción de que, suprimido el feto, mejorará el estado de la embarazada y recobrará esta su salud”.

Hasta aquí, el discurso de Vital Aza se había movido en un terreno que le era afín, el del médico, pero, a continuación, conociendo el país “ultracatólico” en que se movía y, considerándose él mismo un “buen católico”, comentará que “el criterio religioso que en la materia debe regir (la del aborto) es bien sencillo y determinante”.

Pronto se daría cuenta que de sencillo nada de nada. Para curarse en salud y, con cierta prudencia, añadía: “Nunca se está autorizado para interrumpir un embarazo ni aunque se tenga la convicción de que él acarrea la muerte cierta de la embarazada. No nos consideramos con autoridad suficiente para impugnar este criterio y solo queremos decir que no solo no lo hemos obedecido -en los poquísimos casos en que hemos creído estar a una indicación precisa de aborto terapéutico-, sino que nunca hemos encontrado obstáculo para ello, en sistemáticas oposiciones del sacerdote, por la familia a veces consultado, quien ha sabido siempre adaptarse al criterio científico con diplomacia bien loable.

Inaudito. ¡Había sacerdotes que habían dado su visto bueno al aborto terapéutico! Era, ciertamente, una novedad teológica escandalosa que no podía pasar desapercibida a las altas esferas episcopales. De hecho así fue.

Siguiendo en un terreno de aguas movedizas, como relacionar aborto y los principios morales de la Iglesia en esta materia, sentenciaba: “La Iglesia es siempre en sus disposiciones, rígida y severa, pero el antagonismo que un día hubo entre su criterio dogmático y el pensar de la Ciencia, desaparecen y se esfuman más tarde en el continuo e inacabable mudar del pensamiento médico”. Sin embargo, la realidad se mostraba tozuda y conforme con dicho dictamen. Y el doctor Aza pronto lo comprobaría en cabeza propia. Mientras tanto, el se dejaba llevar por una “cierta ingenuidad” impropia de alguien que conocía muy bien cómo las gastaba esa Iglesia rígida y autoritarias y, así, contaba que años atrás, ante una cancerosa de útero embarazada, él, como ginecólogo, “rechazando el dogma religioso que le vedaba atentar contra la vida del feto, inmolaba este, practicando una histerectomía, porque ese proceder era el único que garantizaba en parte la vida materna”. Y concluía que “el criterio científico puede respetar la vida del feto, pues tratando con radio a la gestante, el neoplasma se estaciona, el feto continua viviendo, llega a término el embarazo y realizándose entonces una cesárea, seguida de histerectomía, se salvarán la vidas, materna y fetal, y el criterio científico y el dogma religioso ante el problema del aborto terapéutico”.

A pesar de todo ello, Vital Aza consideraba que el aborto criminal y los métodos anticoncepcionistas eran una deformación monstruosa de las doctrinas de Malthus -capacillo de todas las hostias consagradas en materia de diversidad sexual-, pero no el aborto terapéutico, que no contradecía ni el criterio científico, ni el dogma religioso. Pronto le harían caer del guindo.

Antes de entrar en el contenido de la respuesta al artículo de Aza por parte de Pujiula Dilme (en la imagen), digamos quién fue este. Nació en el pueblo catalán de Besalú (1869) y murió en Barcelona (1958). En el II Congreso de Biólogos de 1957, además de ser homenajeado por su carrera de sabio científico, el obispo de Astorga le impuso la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio (La Vanguardia, 12.6.1957).

pujiulaTuvo la consideración de “sabio científico, humilde religioso, gran maestro de la investigación y la especialización en el ejercicio de la medicina” (La Vanguardia, 29.4.1958). Se educó científicamente en Viena, en Insbruck, en Trieste y Berlín. Se le llamó “veterano obrero de la Ciencia”, pues, a decir de sus apologetas, vivió pegado a un microscopio investigando la embriología del hombre y demás vertebrados.

Entre el 23 y 28 de noviembre de 1913, Pujiula impartió́ un conjunto de conferencias en el Instituto Médico Valenciano. Semana Biológica, que vieron la luz en una obra editada en 1915 con el título La vida y su evolución filogenética. En ellas, rechazó el darwinismo y la aparición de las especies mediante la selección natural.  

Para este jesuita, el evolucionismo, frente al creacionismo, era materialista y ateo, por tanto, una concepción contraria al dogma católico. El Catecismo de la Doctrina Socialista (1928), de Carretero, ya lo declaraba en su primer articulo de fe: “El primero, creer que la Humanidad fue concebida por la naturaleza” y no por Dios.

la vida-pujiulaSu intervención en Valencia ocasionó la protesta de Celso Arévalo (1885-1944), publicada en El Pueblo, diario valenciano republicano, fundado por Vicente Blasco Ibáñez. Celso Arévalo Carretero era catedrático de instituto de Valencia y, con mucha educación le diría que “se había sentido aludido por usted al combatir opiniones que yo profeso y sostengo”. Le proponía que publicase su intervención para estudiarla detenidamente y poder así contrarrestar sus opiniones. Algo que en efecto, hizo el jesuita, pero no porque se lo pidiese el citado Celso Arévalo, biólogo y un claro introductor de la ecología acuática en España. He aquí la portada del libro que contenía las conferencias de Pujiula.

Por su parte, la dirección de El Pueblo se anduvo con menos miramientos que el biólogo Arévalo y calificaría las conferencias de Pujiula de “jesuíticas”, con todo el recochineo que el adjetivo despertaba en ciertos sectores republicanos, añadiendo el subtítulo de “El “camelo” biológico” (29.11.1914).

CONFERENCIAS-ELPUEBLO

El papel criticará su endeblez argumentativa, llena de herejías científicas. Lo más lamentable fueron las comparaciones que Pujiula hizo entre el hombre y el simio, “el mono corvo” lo llamará el jesuita, y sobre todo, por las relaciones hechas entre sus respectivas mandíbulas. De risa. No lo era para Pujiula, pues hacer derivar al hombre del mono era un sacrilegio que él plasmó diciendo: “¡Qué caída tan degradante para el hombre! ¡De origen divino a un vástago del bruto!”.

El jesuita despreció a Darwin y a Haeckel a quienes llamó pseudocientíficos. En definitiva: “Estupefactos salimos de aquel charloteo plagado de incoherencias y contradicciones cuando no aseveraciones absurdas”.

Hay que añadir que el periódico valenciano Las Provincias, de derechas, pondría por las alturas del elogio al “sabio jesuita”, como se podía esperar tras anunciar sus conferencias.

LAS PROVINCIAS.SEMANA

biologia-modernaPujiula no cedió un ápice en su antievolucionismo. En su Manual completo de Biología moderna Macro y microscópica, ya en 1936, se puede leer: “Las ideas materialistas, monistas y evolucionistas de muchos biólogos vienen envenenando, como es sabido, desde la segunda mitad del siglo pasado, las Ciencias Naturales, y señaladamente la Biología, campo trascendental en el orden de las ideas, donde se cruzan las espadas de diversos contendientes... Y si bien es verdad que actualmente se deja sentir el aura suave de una consoladora reacción; queda, no obstante, mucho aún por hacer en orden a encauzar de nuevo las ideas por los senderos de la verdad. Porque la mayor parte de los libros de Biología están escritos y siguen, aún al presente, escribiéndose bajo el influjo de un criterio materialista-evolucionista”.

Pujiula en contra del aborto terapéutico

Pujiula respondió a Aza con un artículo titulado “Más sobre el mal llamado aborto terapéutico en relación con un artículo del Dr. Vital Aza, de Madrid”. Se presentaba como Director del Laboratorio Biológico de Sarriá y Miembro numerario de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Barcelona. Fecha de su artículo 2 de enero de 1926.

Le respondió, según sus palabras, porque “todo lo que dice el Dr. Aza es abiertamente opuesto a la verdad”, una verdad sobre la que él había sentado cátedra en el folleto ¿Es lícito el aborto?, y que había suscitado una intensa polémica con el doctor Haro García, colega y amigo de Vital Aza. Debate que se escenificó en la revista médica de Murcia Estudios Médicos, polémica calcada a la vista en El Siglo Médico.

ES LICITO ABORTO¿A qué verdad se refería el sabio jesuita? Pues, obviamente, a la verdad del dogma católico, con el añadido de reconocer que “este criterio es el que debe regir esta materia y él (AZA), conociéndolo, no lo obedece”. Para el jesuita la actitud del médico era “poco digna de un católico”. Y si, para colmo, reconocía que “Aza no tiene suficiente autoridad en dicha materia, lo natural era que se callara o consultara a un particular o a una persona competente”. Con relación al hecho de que Aza no encontrara oposición para hacer el aborto terapéutico, le suplicará que “no haga público el nombre del sacerdote, pero sí manifestarlo al correspondiente superior eclesiástico”. ¿Y por qué no al poder civil si el aborto estaba castigado por el Código Penal? ¿Para escaquearse de la pena correspondiente? ¿Acaso la jurisdicción eclesiástica funcionaba al margen de la jurisdicción civil?

PUJIULA-SIGLOMEDICO-AZA

Para Pujiula, el asunto que se discutía “no va de ciencia, sino de moralidad y de conciencia”, lo que dificultaba completamente un acercamiento teórico y práctico con el doctor Aza. En concreto, a la consideración de Aza en el sentido de que la Iglesia “es rígida en sus disposiciones”, al contrario que la Ciencia, Pujiula contestaría que “nadie puede pensar que el criterio sobre el aborto pueda cambiar con disponer la Iglesia otra cosa”. Más claridad conceptual: “El criterio se funda en la verdad y el de la Iglesia es inmutable, como inmutable es la verdad en que se funda (...) El aborto directo aunque sea para curar a la madre y librarla de la muerte, recibiendo por ello el nombre de terapéutico, está prohibido por la razón y por la ley natural y divina; y a la prohibición de la ley natural y de la del divina positiva se añade también la prohibición de la ley eclesiástica y civil”.

Por tanto, Aza se equivocaba cuando decía que puede haber conflictos entre la ciencia y la religión, y podía llevar a pensar al lector a que “hay conflictos o contradicciones entre la fe y el dogma y la Ciencia, lo que sería un suposición contraria a la doctrina del Vaticano cuando afirma que no puede haber verdadera contradicción entre la fe y la razón, entre la verdad revelada y la científica. También lo dice la razón: la ciencia es, o debe ser, la expresión fiel y exacta de los hechos, fenómenos y leyes de la Naturaleza que es el libro de la creación, escrito por el dedo de Dios”.

No era verdad lo que decía Aza cuando afirmaba que “la Iglesia va cediendo, incluso en el dogma, al criterio científico médico”. Eso era un imposible metafísico. El doctor Aza “andaría muy fuera de camino si se imaginara que la Iglesia cambia o ha cambiado alguna vez de parecer o doctrina en materia de fe y de moral. Se funda en la verdad que es inmutable”. Nada que objetar. Así era.

En un tono, que podía parecer sarcástico, pero que era el natural del jesuita, este dirá: “la opinión de la Iglesia sí había cambiado con el avance científico. Y lo había hecho para mejor defender el dogma y la moral, y tomar nuevas disposiciones respecto al aborto, incluso al terapéutico. Y así castiga con pena eclesiástica, esto es con excomunión reservada al obispo, a todos los que provocan el aborto, aunque sean médicos y lo provoquen con el fin bueno de salvar a la madre, porque no se puede hacer un mal por obtener un bien”.

Pujiula consideraba al doctor Aza un ingenuo si este suponía que “el criterio dogmático o moral de la Iglesia pueda ceder y subordinarse al criterio científico: esto seria un absurdo”. Todo lo contrario: “El criterio o pensamiento científico que mira al mundo físico, es el que necesariamente debe subordinarse al moral y dogmático, al que pertenece ordenar al hombre con Dios, consigo y con los demás para la obtención del último fin de su eterna salvación. Este criterio, moral y dogmático, es el supremo criterio”, algo que el jesuita ya había sentenciado en 1913, en su fascículo El criterio católico en la ciencia.

El silogismo del jesuita, anclado en la verdad inmutable de la Iglesia, era el esperado. En consecuencia, le dirá a Aza: “si el pensamiento científico está en continuo movimiento, ¿cómo podrá servir de criterio y de norma?”. Por esta regla de tres, seguiríamos como en tiempos de la peste negra o pulmonar, por situar un referente cronológico.

A continuación, el jesuita, mezclando el criterio católico con el criterio médico, señalaba: “El criterio católico prohibiendo el aborto directo, esto es, el obtenido mediante una acción, directamente excesiva del embrión, haya o no haya llegado al estado de feto, aunque sea para salvar a la madre y reciba por ello el nombre de terapéutico, no ha cambiado”.

Y, porque no ha cambiado, “la Iglesia como vigilante y custodio de la moralidad pública y privada, multiplica las precauciones y señala penas a los transgresores para infundir horror y espanto ante ese crimen”.

A Pujiula le parecía bien que Aza “rechace los métodos anticoncepcionistas, no solo por el daño físico, sino por el dolor moral que causa”, pues dicha anticoncepción “convierte en un grave pecado mortal contra la naturaleza, en un verdadero onanismo, el acto conyugal”. Y, como si se tratara de un inquisidor dispuesto a dictar sentencia, el jesuita declarará solemne: “Reprobamos enérgicamente cualquiera condición que señale Aza para practicar honradamente al aborto terapéutico, porque este es también criminal, prohibido por las leyes humanas y divinas”.

En cuanto a la petición de Aza, tendente a mitigar la ley penal respecto de la madre que se hace abortar y que la penalidad recayera sobre la comadrona, el jesuita se mostrará impasible: “Las penas eclesiásticas, que antes no comprendía a la madre, en el nuevo derecho la comprende también, siguiendo un camino contrario al que propone Vital Aza. La madre que se hace abortar se convierte en una verdadera parricida y el parricidio es un crimen mayor que el simple homicidio”.

Como conclusión a su artículo, Pujiula dirá: “Es necesario la creación en nuestras universidades de una Cátedra de Moral Médica al igual así los principios de la Ciencia como los de la Moral con su correspondiente asignatura obligatoria para todo candidato a la Medicina. La responsabilidad del médico en la sociedad ante Dios es muy semejante a la del sacerdote católico”. Igualica.

Vital Aza replica estupefacto

A la semana siguiente, el doctor Aza contestará a la diatriba de Pujiula con un artículo titulado “Más sobre El aborto terapéutico” (El Siglo Médico, 9.1.1926). En tono irónico, confesará que su primera reacción fue de absoluta sorpresa. No podía comprender que en un periódico médico tuviera que mantener una polémica acerca del aborto con un sacerdote. A este paso, comentará con socarronería, “no extrañará que con el tiempo mantengamos la polémica de disertar acerca de las flores de Mayo o del canto litúrgico con algún coadjutor de una parroquia”. Aza prometía, también, ser conciso, al contrario de su contrincante que “parece añorar sus años de seminario, discusiones llenos de sofismas y apotegmas”.

Calificará el escrito de Pujiula de insidioso e irónico cuando este se mete a calificar la religión que heredó de sus padres. Frente a ello dirá: “Nos tenemos y estimamos en nuestra profesión de fe católica, la creemos tan alta y arraigada que estamos bien seguros no ha de vacilar lo más mínimo, por lo que un eclesiástico diga y piense de ella”. Concibe como un acto repugnante la propuesta de acusar a nadie. Las delaciones siempre le parecieron repugnantes, más aún si pretenden denunciar a “aquellos que lo hicieron por un bondadoso impulso evitando un daño cruel e irreparable, etc. Se nos antoja ruin e innoble la delación que el P. Pujiula se aventura a pedirnos”.

Al hilo de este asunto, hoy, 2021, en Texas (EE.UU), en su ley del aborto establece ofrecer 10.000 dólares “a quien denuncie o incite interrupción del aborto, sean clínicas o personas involucradas”. Nada nuevo bajo el sol.

En cuanto al aborto propiamente dicho, Aza dirá que “en los tres casos aludidos se propuso el aborto terapéutico por una junta de médicos especialistas y buscó y obtuvo consentimiento eclesiástico para realizarlo, y no era ningún miembro de la compañía de Jesús, por lo que se puede quedar tranquilo Pujiula”.

En cuanto a las argumentaciones y pruebas que aduce el P. Pujiula para demostrar que “el dogma no ha de dejar de influirse por el criterio científico médico, son  absolutamente improcedentes y que nadie puede encontrar en nuestro artículo argumentos que pretendan conmover esa absoluta estabilidad granítica de los preceptos dogmáticos que tanto encanta al P. Pujiula”.

Terminará Aza mostrando irónicamente su acuerdo con que “en nuestras universidades se cree una Cátedra de Moral Médica y que una vez creada se designe para desempeñarla al P. Pujiula”. Directa y a la tonsura.

Mareando la perdiz

El 6 de febrero de 1926, los lectores de El Siglo Médico seguirían disfrutando de la disputa -¿diálogo entre besugos?- entre Aza y Pujiula, debido a la réplica de este titulada: “Dos palabras a la réplica del Dr. Vital Aza a nuestro artículo sobre el aborto terapéutico”.

Pujiula aseguraba no esperar una respuesta tan poco consistente, llena de “falsas alabanzas y adulaciones a su talento y a su sabiduría por parte del Dr. Aza”. A pesar de ello, se mostraba muy pesimista de que el doctor Aza rectificara alguno de sus conceptos relativos a la verdad de la Iglesia, lo que le colaba en una posición de “católico poco digno”. Pujiula no percibía que, si esto era así, mostraba que su argumentación teológica no parecía tan consistente, pues era incapaz de doblegar el pensamiento científico del doctor mierense.

Contará el jesuita que se enteró del artículo de Aza de un modo casual. Le llegó por distintos cauces: por el Dr. Schrohe, médico alemán y consejero de Estado, por el sr. Cardenal de Colona y por el sr. Cardenal de Tarragona, que no era otro que Vidal i Barraquer. Sus misivas estaban fechadas el 30 de agosto de 1925. Todas estas eminencias se mostraron aterrorizados. pues pensaban que la opinión de los sacerdotes españoles, a la vista del artículo de Aza, habían cambiado de opinión respecto al aborto terapéutico. Y, claro, había que poner a la Iglesia en su lugar y al doctor en su ibídem.

En cuanto al fondo de la cuestión, Pujiula repetirá: “Nunca es lícito provocar el aborto aunque sea para salvar la vida de la madre, lo dice la ciencia y lo dice la Iglesia. La ciencia está de acuerdo con la ciencia y condena el aborto terapéutico”.

Y en materia de moral “no reconocemos otro magisterio infalible que el de la Iglesia Católica, es decir, no matarás al inocente y justo”, como se decía en el Éxodo.…

Fin de una polémica

Después de la última andanada del jesuita, el médico Aza decide retirarse de la contienda escribiendo su adiós el 13 de febrero de 1926. La razón no podía ser más obvia. Para Aza, la polémica no tenía carácter científico y estaba alejada de todo razonamiento médico y desprovisto de argumentos biológicos. Luego añadía que “el criterio científico respecto al aborto terapéutico es siempre opuesto al criterio religioso, que es terminante e inamovible. En el mudar evolutivo de la ciencia médica puede llegar un momento que la pugna y la oposición se rompan y lleguen a estar de acuerdo los dos criterios. Eso ha sucedido con el problema clínico de cáncer de matriz y embarazo”.

Luego se preguntaba: “¿Qué le autoriza al P. Pujiula para dar ya por sentado que nosotros decimos que “la ciencia médica ha hecho desaparecer el antagonismo que pudo haber entre ella y el dogma católico para adaptarse aquella al criterio del dogma?”

La respuesta no pudo ser más contundente: “Ante el problema del aborto terapéutico, la Ciencia médica dicta las reglas a seguir con independencia del dogma y en contra de él si es preciso. Cuando estemos ante un caso de incompatibilidad entre la vida materna y fetal, propondremos el aborto terapéutico, seguros de seguir nuestra profesión de fe científica y los honrados dictados de nuestra conciencia universal”.

Más claridad imposible. Y, también, enfrentado con el dogma católico. Asunto peligroso, desde luego.

Sorpresivamente, tras esta despedida, el director de El Siglo Médico añadirá las siguientes palabras: “Creemos oportuno dar fin a la interesante y sabia discusión entre el P. Pujiula y el Dr. Vital Aza. La actitud irreductible en que cada uno de ellos se ha colocado desde su respectivo punto de vista haría inútiles insistencias y debates, aun tratándose, como se trata, de dos eximios escritores, que siempre han de producir seguro deleite en lo que los lean. N.R”.

Pujiula no cede

Y, cuando ya pensábamos que el debate había terminado, nos encontramos que en el mes de abril de 1926, el periódico integrista, El Siglo Futuro, anunciaba a sus lectores que en la revista mensual Razón y Fe se había publicado un artículo del P. Pujiula, titulado Principio y fin de una polémica, haciendo referencia a su rifirrafe dialéctico en El Siglo Médico y que esta, ¡maldita sea!, no se lo había publicado.

El Siglo Futuro aseguraba que “el artículo del jesuita es excepcional”, resumen de una polémica “sostenida con el doctor Vital Aza en El Siglo Médico, sobre el problema del aborto terapéutico, que divide el campo católico del materialismo, donde el uno invoca el derecho natural y el otro razones de orden curativo que al fin resultan no ser tales razones”. Terminaba diciendo que recomendamos la revista Razón y Fe a cuantos quieran “seguir el movimiento científico y se interesan por la cultura patria y de la raza hispana” (26.4.1926).

¿Qué decía el artículo publicado en la revista mensual de la compañía de los jesuitas, Razón y FE, tomo 75, del año 1926, y que los integristas de El Siglo Futuro calificaron de excepcional? Lamentablemente, no añadía nada nuevo a lo que el jesuita había expuesto con vehemencia en El Siglo Médico. Como novedad apuntaba que “al escribir el artículo contra Aza nos propusimos demostrar que no hay, ni ha habido, ni puede haber antagonismo o contradicción verdadera entre el dogma y la ciencia, entre el criterio de la Iglesia y el científico, y que la Iglesia no había cambiado de parecer”.

Luego, la mitad de su artículo lo dedicaba a repetir textualmente lo que decía Aza para llegar a la conclusión de que sus ideas era indignas de un católico. Lo que no se entiende bien es que, si era como decía Pujiula, no se excomulgara ipso acto al doctor Aza, una excomunión propiciada y alentada obviamente por el jesuita. Y para bien de la Iglesia, claro.

Calificará su artículo contra Aza de “tan mesurado y tan benévolo que intentaba reintegrar al Dr. Vital, para que todo el mundo lo considerase como católico y adicto en todo al parecer de la Iglesia, pero sus declaraciones advierten de que se trata de un hombre menos sumiso a la autoridad de la Iglesia, y que son impropias de un católico”. Solo le faltó decir que su artículo era un “acto de caridad”.

carlos cortezoEl añadido posterior era más interesante. Como no estaba conforme con el cierre de la polémica, Pujiula escribió una Carta Abierta al director de El Siglo Médico, Excmo. Sr. Don Carlos Mª Cortezo (En la imagen). Se despedía educadamente de la polémica, pero, a continuación, se permitía hacer una serie de puntualizaciones tan extensas como su anterior artículo. Además, dejaba en muy mal lugar la dirección de la revista, pues le acusaba, no solo de no publicar su punto final, sino que el director “ni se dignó acusar recibido de la carta abierta, de la privada que le acompañaba, siendo así que la mandamos certificado. Una decepción”.

Lo preceptivo hubiese sido terminar aquí la misiva, pero Pujiula no perdió la ocasión para añadir a su carta abierta sus propósitos al escribir su artículo contra Aza que, como se verá, ya no eran devolverlo al redil de la Iglesia como creyente descarriado, sino mucho más.

Primero: “Defender el criterio moral y católico sobre el aborto terapéutico para aportar luz a los médicos católicos. La cuestión agitada no es de biología, sino de moral: no es la medicina la que ha de resolverla, sino el Derecho. No se trata si el aborto terapéutico cura o no cura, salva de la muerte a la madre o no la salva -única cosa que puede tratar la medicina-, sino si es lícito o ilícito, problema exclusivo del Derecho y de la Moral. Por eso todos aquellos que piden argumentos biológicos están en plena ignorancia elenchi, no saben por qué mar navegan”.

Segundo: “En materia de Moral, la última y suprema autoridad para el católico es la Iglesia Católica, única a quien Cristo, Nuestro Dios y Señor, ha hecho depositaria de la verdad y le ha concedido el don de la infalibilidad. El que no escucha a la Iglesia ya está juzgado”. Juzgado y excomulgado.

Tanto en el caso del doctor Vital Aza como en el de Pujiula hay que añadir que los textos de sus polémicas fueron a formar parte de algunos de los libros que publicaron, lo que demostraba que ninguno de los contendientes habían modificado sus puntos de vista. En el caso de Aza, el artículo lo vemos inserto en su libro Feminismo y Sexo/Feminismo e sexo (1928), y así lo refleja su sumario.

feminismo sexo

Por su parte, el P. Pujiula haría lo propio con su artículo contra el doctor Aza, publicando un folleto en 1930 y cuya portada reproducimos:

Coda final

La polémica entre Pujiula y Aza tuvo su impacto en el momento y en años posteriores en la clase médica. En 1934, año en que Aza fue nombrado académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina, y en el contexto de la conmemoración del el II Centenario de la fundación de la Academia -creada en 1734-, el profesor Vicente Peset y Cervera, en su conferencia  sobre el Doctor Andrés Piquer, recordaría a propósito del aborto un pasaje muy interesante. Decía así: “En uno de sus libros póstumos, titulado Juicio de la embriología, (Madrid, 1760), crítica del escrito por el siciliano Cangiamila con igual titulo proponiendo el bautismo de los fetos abortivos con indicios o sospechas de vida, se opone a ello Piquer por desconocer el momento de la animación, que juzga irresoluble, aunque algunos lo fijan desde el primero al tercer día de la fecundación; considera también ilícita la operación de la cesárea y el aborto, que supone bárbaro, aunque se pretenda salvar a la madre y respetar el derecho a la vida de su engendro, creyéndolo casi mortal de necesidad; equívoco disculpable en él y no en nuestros días pensadores de que el médico persigue siempre la salvación de uno o de ambos seres”.

Y, luego, añadía: “Es la cuestión eterna suscitada hoy entre el Dr. Pujiula y el Dr, Vital Aza” y que, obviamente, seguía creando muchas discusiones y debates entre los médicos sin llegar a un acuerdo.

ANALES.1936Añadía Peset: “Fúndanse los clérigos en el mandato del Éxodo “no matarás”, uno de los preceptos inmortales de todas las religiones, pero la Iglesia, según el Catecismo de monseñor Scotti y el Cuestionario de Massana, considera lícito el homicidio en las guerras, por la justicia human, por la propia defensa y agresión a las honestidad. Aunque lo condenan Tertuliano diciendo que el aborto es un homicidio anticipado, Marcial, Santo Tomás, san Agustín, Galeno, Avenzoar, Inocencio XI parecen referirse más bien al aborto criminal y al infanticidio de bestias, como la prohibición de toda maniobra conducente a la esterilización sin finalidad terapéutica, con aplauso propuesto ahora en Alemania como profilaxis del cieno social.

Como contraposición a la postura de los clérigos, recordaría dos hechos.

Primero. “El P. Debreyne defendió tal práctica tocológica diciendo que en tan macabro trance, la madre es infinitamente más preciosa que la de una criatura de incierto porvenir”.

Segundo: “La disputa está resuelta desde aquella célebre discusión habida en la Academia de París de 1852 que lo deja a la conciencia del médico honrado, quien practica solo el aborto terapéutico ante la muerte segura de la madre o de ambos seres. Acaso Piquer se hubiera opuesto también a la actual anestesia obstétrica, aherrojado por los moralistas adscriptos al castigo “parirás con dolor”, extensivo a todas las hembras mamíferas”.

Hoy sabemos que no fue así, que la disputa sigue en el aire y las discusiones en este terreno siguen siendo interminables. Incluso con una ley del aborto aprobada por el parlamento. La derecha no ha dado su brazo a torcer en este terreno… ni lo dará.

Aborto: las mismas argumentaciones morales e integristas de hace un siglo