viernes. 29.03.2024
 

En 2019 Naciones Unidas dio a conocer un estudio que analizaba el impacto de la producción y descarte de prendas de vestir en el medioambiente. “La producción de ropa en el mundo es responsable del 20 % del desperdicio total de agua a nivel global”.

Con estos datos trabajaron diversas entidades no gubernamentales que, coincidiendo con el informe de la ONU, dictaminaron que la fabricación de ropa y calzado genera el 8 % de los gases de efecto invernadero. “Cada segundo se entierra o se quema una cantidad de textiles equivalente a un camión de basura”.  Y según Naciones Unidas, la industria de la moda es la más contaminante de todas, por encima de la manufacturera, de la energía, la de transporte y la alimentaria. La producción de ropa, y la aceleración que ésta ha experimentado debido a las “exigencias de la moda”, es la causa del desperdicio del 20 % de agua a nivel global.

Los cementerios de ropa sobrante de firmas mundialmente reconocidas son el fiel reflejo de una sociedad educada para usar y tirar; el símbolo perfecto del consumismo extremo que se impone desde los medios de comunicación, en pos de mantener girando la rueda de un sistema depredador. Los vertederos de sobrantes de ropa son, además de altos contaminantes, un escaparate de la desigualdad. Mientras millones y millones de prendas de vestir son desechadas en Ghana o en el desierto de Atacama (Chile), otros tantos de millones, pero de seres humanos, carecen de lo que a las multinacionales de la industria textil les sobra.

Al mercado de Kantomanto, en Acra, capital de Ghana, llegan cada día toneladas de ropa donada o desechada por consumidores de Europa, Estados Unidos o China. El resto, desechado por baja calidad o fallas, se quema o va a parar al lecho marino.

Marcas como Zara, Forever 24 y H&M incitan a seguir las tendencias de la moda que ellas mismas imponen. Lanzan nuevas colecciones a bajos precios y alimentan el bucle comprar-tirar-comprar que se ha acelerado debido a la accesibilidad de los valores. La falsa necesidad que despiertan en el consumidor funciona como un reloj suizo. Y el impacto que la aceleración de la producción textil genera en el medioambiente, es la consecuencia invisibilizada; una suerte de  “daño colateral” justificado por una sociedad atontada por el consumismo frenético. Confeccionar una serie de  jeans requiere de 7.500 litros de agua, el equivalente a la cantidad que bebe una persona promedio en siete años. 

La Asociación Ibérica de Reciclaje Textil corroboró los datos a nivel nacional: Más de 900 mil toneladas de residuos textiles acaban cada año en vertederos que son focos de extrema contaminación ambiental.  A nivel mundial la cifra se eleva a 92 millones de toneladas anuales, generados en los países desarrollados de Occidente.

La ropa que tiramos en Europa llega a los países más pobres de África, que –silenciosamente- hacen de vertedero de los países sumidos en la rueda vertiginosa del consumo sin control. En Ghana existen montañas de ropa importada de Europa que alcanzan más de cien metros de altura. Frecuentemente estas montañas se desmoronan sobre el golfo de Guinea y atascan las redes de los pescadores, además de contaminar las aguas, deteriorar el ecosistema y destruir las fuentes naturales de producción alimenticia de la economía local.

El impacto medioambiental de la moda rápida es comparable al de la industria petrolera. La producción de ropa en el mundo se duplicó entre 2000 y 2014, acelerando el ritmo de contaminación y provocando el desperdicio del 20 % del agua a nivel global. Y todo en pos de darle a la moda un valor que no tiene.

El alto costo de la moda rápida