jueves. 25.04.2024
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Pese a estar de vacaciones en un gélido Berlín, ayer me conecté a un sugestivo conclave sobre los horizontes de la ciencia en abierto. Más concretamente del futuro que se cierne sobre las revistas científicas en el área de filosofía. Desde hace unos años la presión por publicar mucho y en medios con un impacto acreditado balizan las carreras de docentes e investigadores humanistas. Se rinde un culto desmedido a ciertos indicadores de referencia proporcionados por las citas. En principio esto pondría de manifiesto la repercusión de un trabajo. Pero las cosas no son tan sencillas. El artículo no sólo debe ser bueno, ni siquiera tiene que ser el más interesante, si cupiese aquilatar una comparación que no viene al caso. Basta con acceder a los medios mejor posicionados. Estos reciben más consultas y se da el consabido Efecto Mateo.

A la filosofía en particular y a las humanidades en general se les aplica un rasero que no les corresponde. Para otros campos resulta decisivo adelantar un resumen de una investigación que dará lugar a patentes, En el ámbito filosófico el ritmo es muy diferente. Las mejores ideas requieren mucho tiempo para ir cobrando forma e incorporarse paulatinamente a nuestra vida cotidiana. Porque solemos olvidar que nuestra vida se modula con principios y nociones que han surgido lentamente de los laboratorios filosóficos. Tampoco se sigue que deba haber una lengua franca para expresarlas. Como nos recuerda el estilo de Ortega, lo que cuenta es acertar a expresarse con precisión y meridiana claridad. Se puede pensar en español y utilizar un idioma con tantos usuarios, en lugar de recurrir a lenguas menos versátiles para el discurso filosófico moral o la reflexión estética por ejemplo, aunque la lógica pueda tener otras demandas.

Hay que reforzar los recursos con que cuentan las revistas de centros públicos

Está llegándose al extremo de pagar por publicar en determinadas revistas que comercializan grandes grupos editoriales para permitir su acceso en abierto. Por mucha dedicación que un equipo editorial tenga para con su revista, difícilmente podrá clasificarse como lo hacen las revistas que cuenten con una cobertura mediática infinitamente superior. El reto consistiría, no tanto en bombear dinero público a manos privadas, como se hace ya con los libros, cuanto en reforzar los recursos con que cuentan las revistas de centros públicos. Cuanto se trabaja en las universidades o instituciones de investigación como el CSIC debe poderse transferir a la sociedad gratuitamente y del mejor modo posible. Los comités editoriales deberían brindar todo su apoyo, en lugar de poner trabas burocráticas y desconfiar sistemáticamente de quienes hacen una labor con escaso reconocimiento institucional. 

Distraer fondos que pudieran dedicarse a contratos y becas para posibilitar unas cuantas publicaciones en revistas de gran impacto no parece algo muy razonable. ¿Cómo se repartirían esas bolsas para publicar artículos o mejor dicho intentarlo? ¿Quiénes podrían ser beneficiarios y cuál sería el criterio de selección? En vez de hacer sus tesis doctorales o desarrollar unas líneas de investigación coherentes, el actual sistema condiciona las trayectorias investigadoras para producir currículos de diseño destinados a pasar determinadas cribas que se llaman acreditaciones o concursos, después de pasar los primeros filtros. Es algo impostado que malversa las vocaciones y malogra el placer del estudio en sí mismo.

No deberíamos dejarnos tentar por la presunta objetividad que se atribuye a los algoritmos, ni delegar las responsabilidades de seleccionar a procesos mecanizados donde las cuentas y los cálculos determinan es discrecionalidad técnica que solo puede acrisolar la experiencia. Hay que reconocer y remunerar los informes de par ciego, que son la clave del sistema. Dotar de recursos a los equipos editoriales y no frustrar su abnegada tarea con absurdas trabas administrativas. Debe devolverse a quienes inician sus carreras una iniciativa no viciada por protocolos esterilizantes. Conviene confiar en la gestión de los recursos públicos y no creer que la iniciativa privada en manos del mercantilismo consigue mejores resultados. 

El acceso abierto a las humanidades digitales