viernes. 19.04.2024

Hoy, que nos invaden las malas noticias por tierra, mar y aire. Quiero hacer un auto homenaje a todos los abuelos y abuelas. Es en estos meses tan difíciles de pandemia llenos de limitaciones e imposibles que, por distintos motivos, muchos no pueden abrazar y besar a sus nietos y nietas.

En estos tiempos es cuando se siente con más fuerza ese invisible “hilo rojo” que llevamos permanentemente atado a nuestro dedo que,  como cuenta una leyenda oriental,  nos conecta con otra persona a pesar del tiempo y la distancia que nos separe. Ese hilo que nunca se romperá por mucho que se estire hasta el infinito. Así es como podríamos describir la relación que sentimos los avis, abuelos, iaios, yayos, aitonas, avos ... o los mil nombres y maneras que nuestras nietas y nietos quieran nombrar a esos personajes de los que reciben un amor incondicional y sin complejos que le demostramos con exagerada teatralidad y que ahora tendrán que esperar algunos meses. Pero ahí está siempre el hilo rojo. 

Hay abuelos de todo tipo: jóvenes, viejos, jubilados, trabajadores, en pareja, divorciados, viudos, mixtos, nuevos padres y madres, que viven cerca de sus nietos o en el otro extremo del planeta, que hablan el mismo idioma, o no. Todos nos parecemos porque sabemos que nuestros nietos y nietas son los mejores del mundo, que no tienen defectos. Y cuando hablamos de ellos no podemos disimular nuestro fanatismo y orgullo desmedido.

Los abuelos y abuelas somos los mejores oyentes e interlocutores de esos exigentes reyes y reinas sin corona, a los que a menudo calificamos de mal criados. Que saben que nunca serán destronados de nuestro corazón. Y a los que, con inmadura rebeldía, actuamos como sus más fieles cómplices a la hora de consentirles los caprichos y  romper las  normas dictadas por sus padres y madres. Ya que aspiramos a ser sus héroes de cabellos blancos.

Los abuelos sabemos que dejamos huella en el carácter de nuestros nietos. Que los encuentros y vivencias con ellos, por breves y espaciadas que sean, les quedarán marcadas a fuego en los   recuerdos de esos seres únicos y especiales, que se han convertido en los puntos cardinales de nuestras ilusiones y preocupaciones.  A los que les enseñamos canciones, jugamos a buscar palos y pintar animales…. A los que les compramos prohibidos helados y para quienes inventamos historias y cuentos de personajes imposibles que ni el propio Hans Christian Andersen hubiera podido imaginar.

Sabemos que este maldito “bicho” pasará, que volveremos a la verdadera realidad, que volverán los abrazos y los besos porque el “hilo rojo” nunca se romperá. Porque nuestros nietos y nietas son nuestro futuro, porque los acompañaremos siempre.

Abuelos