martes. 19.03.2024

Aquellos días, las calles de los barrios obreros de Madrid, las calles de la periferia madrileña, de aquellas ciudades dormitorio del sur, fronteras de polígonos industriales, echaban chispas en medio de la grisalla y el tenebrismo del blanco y negro proclamado vilmente desde 1939. En aquellas jornadas, la tensión se podía cortar. El gris policía invadía como una fantasmagórica mancha de aceite las calles, los barrios, las obras.

En medio de aquel barco fantasma que era España, eran muchas las gentes, especialmente de las Comisiones Obreras, las que no se resignaban a fuer de que la tragedia personal invadiera su vida hasta matarla. Eran tiempos hoy inimaginables. Tiempos de generosidad y voluntarismo en los que estaba presente la violencia directa o el  despido y formar parte de listas en las que era imposible trabajar, llevar el sustento a casa.

Fue el 13 de septiembre de 1971, entre Leganés y Getafe, un piquete animaba a la huelga en el sector de la construcción. Carteles y pasquines que decían: “Compañeros se acerca la hora de la lucha. Del 13 al 20 de septiembre huelga general de la construcción, ¡todos a una, compañeros, para sacarle nuevamente de la cárcel y conseguir nuestros derechos!” A quien había que sacar de la cárcel era al cura Paco, Francisco García Salve.

En el piquete, Pedro Patiño, afiliado a CCOO y al PCE hacía su trabajo militante. De repente, una furgoneta de la Guardia Civil, el frío sonido de montar el arma, y un repugnante disparo que acaba con la vida de Pedro, el obrero, el albañil luchador.

La tragedia y una muerte que no fue en balde. La huelga se vino arriba y la solidaridad se extendió por toda España. Tal como se relata en “Los trabajadores de la construcción en el Madrid del siglo XX” (Fundación 1º de Mayo, Akal. Edición de David Ruiz y José Babiano), una comisión de obreros de la construcción, encabezada por Macario Barjas, se dirigió a San Sebastián para entrevistarse con el ministro de Trabajo, Licinio Lafuente, y solicitar “la apertura de una investigación ajena al tribunal militar que llevaba el caso y en busca de una solución a la huelga. El ministro dio claras muestras de vivir en un mundo paralelo cuando preguntó si los miembros de la comisión eran cargos sindicales o no.

Los documentos de protesta por el asesinato de Pedro Patiño, realizados por la HOAC (Hermandad Obrera Cristiana) y la JOC (Juventud Obrera Cristiana), así como algunos comentarios en prensa y en las iglesias obreras se extendieron a otras zonas y otros sectores logrando “una enorme repercusión social”. Tal como relata el mencionado texto de la Fundación 1º de Mayo, “el cierre del diario Madrid el 25 de noviembre de 1971, por orden gubernativa, manifestaba a las claras lo lejos que estaban dispuestos a llegar los representantes del poder por el control de la información”.

La historia de Pedro Patiño, comunista, sindicalista en CCOO, de “la constru”, como siempre han sido los obreros de la construcción, no es la historia de un héroe. Es la historia de una víctima en el que la injusticia histórica se ha cebado una vez más. La familia de Patiño tuvo que esperar hasta junio de 2009, bajo el paragüas de la ley de Memoria Histórica, para que el Gobierno expidiera un reconocimiento, sólo personal, de que Pedro Patiño fue perseguido y encarcelado injustamente “sin las debidas garantías por el ilegítimo Juzgado Especial de Espionaje y Comunismo” y que murió “en defensa de su actividad política”.

Hoy, cincuenta años después de aquel vil asesinato cobran vida los versos que Andrés García Madrid dedicó a Pedro Patiño: “¡Nadie se llame a engaño, cuando lloro / cuando canto! (quedó marchito y ciego / cuando al fuego escupió tan verde coro). / ¡Hay que seguir trillando…, bajo el fuego!”

50 años del asesinato de Pedro Patiño