martes. 23.04.2024

En días de julio como hoy, allá por 1512, el Reino de Navarra era invadido militarmente por los ejércitos, entonces extranjeros, de Castilla y de Aragón. Iruña, la capital del Reino, se vería cercada y cruelmente amenazada para su sometimiento.

Durante lo que llevamos consumido de 2012, el gran tema de debate entre historiadores locales, no ha sido, precisamente, la prima de riesgo, sino lo que supuso la fecha de 1512 para el destino universal y local de Navarra.

1512, o se trata de una celebración para quienes juzgan que Navarra entraba por el aro gozoso del destino universal de España y transformaba a los navarros en españoles, y, por tanto, forjadores concomitantes con los castellanos de la unidad de España; o se contempla como una conmemoración por quienes lamentaron que el Viejo Reyno dejaba de serlo para convertirse en una piltrafa institucional y un cero a la izquierda en el concierto internacional europeo.

A la vista de lo cual, no cabe sino preguntarse: ¿Existe alguna efeméride causal como la de 1512, a la que se le atribuyan tan magníficas y, a la vez, nefastas consecuencias para el devenir histórico de Navarra? Tanto que la batalla de las Navas de Tolosa, acaecida en 1212, y donde tomaron parte algunos navarros, apenas si ha despertado interés alguno en los mentideros políticos de los historiadores.

Resulta tenebroso que haya tanta gente que se sienta al mismo tiempo muy triste o muy alegre por unos hechos que tuvieron lugar después de cinco centurias Eso demostraría que Navarra ha sido muy melancólica y muy sentimental. Poco cartesiana y nada racional; mucho menos después de 1512. La gente cambia mentalmente poco o casi nada. La dialéctica que aquí circula no es de ideas, sino de adjetivos, de sentimientos, de prejuicios y de costumbres basados en la argamasa de hechos de hace quinientos años Unos hechos centrifugados por el túrmix ideológico actual de quien se acerca como un ladrón a ellos.

Estaba cantado que la derecha navarra saliese por sus habituales fueros de la manipulación y celebrara 1512 en términos españolistas, y que la izquierda lo hiciera por la conmemoración, lamentando una y otra vez la gran mentira del Católico y sus secuaces. Da lo mismo que la documentación diga esto o diga aquello. Lo que importa es lo que los hodiernos agramonteses y beamonteses sostengan.

Ninguno de ellos duda de que lo que ellos cloqueen es lo que realmente sucedió. Y, por supuesto, las consecuencias que de tal hecho se derivaron son las que ellos establezcan. Como este apartado, el de las consecuencias, corresponde más bien al imaginario personal que a la ciencia, a mí me gusta sospechar que, si Navarra hubiera salido indemne de la brutal invasión militar del Católico, no sólo disfrutaríamos ahora de la presencia de innumerables castillos en el paisaje, sino que, mucho mejor aún, entiendo que muy, probablemente, la peste del carlismo jamás habría tenido lugar en esta tierra, evitándonos tres guerras de mierda y una ideología de esparto que cabe en un papel de fumar; tampoco, hubiéramos conocido la existencia de un periódico tan nefasto y tan artero como Diario de Navarra y un fascista hitleriano como su director Garcilaso, y, menos todavía, una tan inmerecida como cruel guerra civil, y un Opus Dei tan chorizo como quienes le han permitido su desarrollo.

Entiendo que en una celebración o conmemoración, lo ideal sería, primero, contar lo que pasó. No lo que la gente interpreta que pasó. Se da un salto ramplón que evita que, quienes celebran o conmemoran, no se pongan jamás de acuerdo. Ambos dan una importancia extraordinaria a lo que consideran que sucedió. Y ambos creen a pies separados en el principio de causalidad histórica. Podría decirse que, del mismo modo que los obispos creen en el providencialismo teológico, estos se apoyan en un providencialismo histórico irredento. Tanto que llegarán a sostener que somos lo que somos por lo sucedido en 1512.

Y que, después de 1512, hubo vida. Eso, sí, una vida espléndida para los conquistadores y sus herederos actuales, y una vida catatónica, para quienes se sienten aún agraviados por ese devenir histórico. Pero lo cierto es que nadie, que yo sepa, nos ha advertido de algo tan prosaico pero tan necesario de saber cómo fue la vida de las gentes después de 1512. Importa más saber si Navarra perdió de forma relativa o absoluta su soberanía institucional, que conocer si la vida cotidiana de los navarros, después de convertirse en españoles por la gracia de Dios y la voluntad traidora del Católico, fue mejor o peor. ¿Pasaron más hambre o la colmaron con más facilidad? ¿Pagaron menos impuestos? ¿Accedieron con mayor facilidad a los comunales, para cazar y coger leña? ¿Aumentó o disminuyó el índice de criminalidad? Y la demografía, ¿se resintió o avanzó en progresión geométrica? ¿Aumentó el índice de alfabetizados? Y las instituciones, además de recopilar leyes y ponerlas bonitas, ¿se acercaron más a los pueblos, a los ayuntamientos, a los ciudadanos?

Lo peor que puede suceder con estas efemérides es dedicarse en plan rapiña a rescatar unos hechos, y derivar de ellos unos interesados conocimientos como instrumento de coacción interpretativa, tal y como hizo el oportunista Felipe de Borbón en la entrega del Premio Príncipe de Viana al pintor de Tomelloso, Antonio López, sin que se le cayera a trozos el careto

En la actualidad, y dado nuestro canibalismo ideológico, acercarse al pasado en plan adánico, no sólo es imposible, sino que será tenido como ingenuidad o como vulgar historicismo. Son muy pocos los historiadores que puedan escaquearse del sambenito de proxenetas u ordeñadores del pasado. En algunos, esta mácula nunca ha desaparecido de sus investigaciones. Meten las narices en los archivos con el exclusivo intento de justificar y apañar su ideología actual. Como el oportunista que le escribió el discurso al Borbón.

Leyendo algunos textos actuales, se puede inferir que recuperar 1512 importa, no para contar lo que realmente pasó, sino por las supuestas consecuencias políticas que acarreó en siglos inmediatos y, ya es decir, en la actualidad.

Es posible que todos seamos hijos y nietos de 1512, pero habrá que convenir que unos lo son, o lo parecen, más que otros. Lo que, bien mirado, ni los hace peores o mejores ciudadanos actuales. ¿O, sí?

1512