viernes. 29.03.2024

CESTodo el mundo reconoce la necesidad de la organización de los trabajadores en el ámbito europeo. Incluso quienes han criticado las actuaciones de la Confederación Europea de Sindicatos afirman que ésta es imprescindible. Por ello sigue teniendo interés estudiar las razones de la creación de esta singular organización sin precedentes en la historia del sindicalismo internacional. En realidad la primera pregunta sobre la CES es: ¿por qué tardó tanto en crearse?

Con seguridad, para el sindicalismo europeo asediado por la Europa del liberalismo y la "austeridad", es más importante resolver la encrucijada en la que hoy se encuentra que su historia. Pese a las dificultades de los sindicatos europeos para salir del espacio de los Estados y poder  afrontar mejor los grandes problemas sociales que hoy día (y desde hace tiempo) tienen más dimensión europea que nacional, la CES ha sobrepasado sus cuarenta años de vida desde su creación en febrero de 1973 y celebrará  el 13 congreso (Paris, 29 septiembre, 2 de octubre de 2015).

La diferencia entre la CES y las organizaciones sindicales internacionales tradicionales es que éstas representan a los trabajadores ante organismos multilaterales o regionales sin incidencia directa en las legislaciones nacionales, mientras que, en la UE, el mercado único, el euro, la libre circulación, etc. configuran competencias similares a las de cualquier Estado, y las directivas y reglamentos son en gran medida vinculantes para todos sus Estados miembros.

La integración europea se aceleró con el Tratado de Roma de 1957, mientras que la CES se creó en febrero de 1973. Las dos causas principales de este notable retraso fueron la división sindical provocada por la “guerra fría” (ruptura de la Federación Sindical Mundial en 1947 y creación de la CIOSL (1) en 1949) y, más adelante, las discrepancias sobre el Mercado Común en las filas del propio “sindicalismo libre”.

Desde la CIOSL se argumentaba que una organización europea independiente podría debilitar su capacidad política y financiera. Las centrales nacionales más caracterizadas por su línea anticomunista alentaron a la CIOSL a impedir la creación de la CES, o al menos a garantizar que políticamente dependiera de la CIOSL, y que solo abarcara a los “sindicatos libres”.

Sobre la integración europea no había discrepancias entre la CIOSL y la CMT (2) (la Internacional que agrupaba a los sindicatos cristianos y que no había participado del breve periodo unitario de la FSM), pero sí las había en algunos sindicatos de la CIOSL en cuanto a las orientaciones y consecuencias sociales de la Comunidad Económica Europea (CEE). Los sindicatos británicos y algunos escandinavos eran contrarios a la entrada de sus países en la CEE.

Tras la ruptura de la FSM, la CIOSL y muchos de sus sindicatos nacionales quedaron bajo la vigilancia o tutela de la AFL-CIO norteamericana que se atribuyó el papel de paladín de la cruzada anticomunista en el mundo sindical y laboral durante la “guerra fría”.

También hubo oposición a la formación de la CES por parte de la FSM, (cuyas fuerzas europeas prácticamente se reducían a CGIL y CGT) que, aunque no objetaba en principio su creación, exigía que no se alineara con el atlantismo ni con la CEE.

En 1969, la CIOSL creó la CESL (Confederación Europea de Sindicatos Libres), que fusionaba a sus afiliadas de CEE y EFTA, pero la ele de «libre» indicaba claramente que aún no era un proyecto unitario.

Un factor que agudizó la necesidad de crear una organización sindical específicamente europea y autónoma fue la inminencia de la primera ampliación de la CEE con las entradas de Gran Bretaña, Irlanda y Dinamarca:

El origen de la CES se puede rastrear en un encuentro promovido por la DGB en Fráncfort en el verano de 1971 y que reunió a los líderes de la CISL en Europa, en el cual se evidenció la común insatisfacción por la casi total ausencia de iniciativa de la Comunidad en el terreno social y por la escasa influencia que en ella ejercían los sindicatos […]. El proyecto se hizo público en una reunión posterior en Oslo a finales de 1971, mientras que en una reunión en La Haya a principios de 1972 se alcanzó un acuerdo para la unificación de las organizaciones europeas de la CIOSL y la CMT en una nueva Confederación independiente de las Internacionales, sin perjuicio de la posibilidad de la adhesión de otros sindicatos democráticos favorables a la integración europea (3).

Sin embargo, las cosas no irían tan rápido, pues el TUC británico redobló su hostilidad frente a la CEE, a la cual su país acababa de adherir, y surgieron dudas: ¿no generaría esto en el seno de la CES una parálisis que podría llevarla al fracaso desde el mismo momento de su puesta en marcha? Por otro lado, también empeoraron temporalmente las relaciones CIOSL-CMT.

Todo ello hizo que hasta el 8 y 9 de febrero de 1973 no pudiera celebrarse el congreso fundacional bajo la presidencia de Georges Debunne, secretario de la anfitriona FGTB de Bélgica. El TUC británico participó, e incluso su líder Victor Fheater fue elegido presidente; pero no así la CMT, cuyos sindicatos europeos quedarían de momento fuera.

La CES la formaron inicialmente 16 organizaciones de la CIOSL pero ya sin la “L” de “libre” aunque los Estatutos decían que se adhieren sin reservas a los principios del sindicalismo libre y democrático y ello supondría en el futuro una excusa para rechazar determinadas peticiones de ingreso. Significativamente, en el congreso, el secretario de la CIOSL, Otto Kersten, advirtió  a la CES contra el riego de convertirse en un club de “ricos europeos”.

Fuera de los Estatutos, de forma implícita, la CES aceptó limitarse al ámbito geográfico de la “Europa occidental”, autoexcluyéndose de las relaciones con el Este europeo, con el sur del Mediterráneo o con la OIT. Esto no cambiaría hasta los años noventa, y en el caso de la OIT aún perdura esa limitación.

También las federaciones europeas sectoriales quedaban débilmente asociadas a la CES, con un estatus de “organizaciones agregadas” sin una verdadera condición de miembros.

Puede decirse que hasta el congreso extraordinario de mayo de 1974 no se cerró el proceso fundacional de la CES, dando entrada a los sindicatos cristianos, cumpliendo al fin lo pactado en 1972.

Pocos meses después ingresó la CGIL italiana, (ya simple asociada de la FSM (4)) y con ello pareció abrirse la perspectiva de una CES amplia y unitaria, pero el hecho de que votaran en contra del ingreso de la CGIL la DGB alemana, FO de Francia y otras, preludiaba que el temor a la “infiltración comunista” retrasaría durante muchos años la entrada de otras confederaciones importantes del sur como CGT, CCOO y CGTP, desperdiciándose fuerzas muy necesarias para el objetivo de la Europa social que la CES quería abanderar.

Muchos miembros querían la entrada de esas organizaciones, pero era muy difícil superar la barrera estatutaria de la aprobación de dos tercios del Comité Ejecutivo. Esta discrepancia interna se puso de relieve durante el congreso de Múnich (mayo de 1979) por lo cual se decidió que el Comité Ejecutivo elaborara unos criterios básicos para las organizaciones candidatas:

  - obligación de tener estatutos democráticos

- ser independientes de los gobiernos y de los partidos políticos

- no pertenecer a organizaciones sindicales internacionales cuyos objetivos sean contrarios a los principios del trabajo sindical libre, democrático e independiente

- ser representativas en sus países

- poseer una dimensión  interprofesional

No obstante, se mantendría la puerta cerrada hasta los años noventa, cuando la CES se convierte realmente en la casa sindical europea, con la entrada progresiva de los sindicatos  citados y de la gran mayoría de los de los países del Este, tras la caída del “Muro”.

Los congresos siguientes fueron de consolidación y se convocaron las primeras acciones de ámbito europeo como las jornadas por la democratización en España en 1976 o la Jornada de Acción del 25 de abril de 1978 contra el creciente desempleo que abarcaba a siete millones de personas.

Más tarde, en el decenio de 1980, se constató el agotamiento de la CES surgida en 1973, muy poco preparada para incidir en las decisiones comunitarias, pues sus intervenciones eran esporádicas y cada vez menos a la altura de los nuevos acontecimientos como la aparición de Solidarnosç en Polonia, las nuevas ampliaciones de la CEE a Grecia, España y Portugal, y los inicios del diálogo social europeo con los empresarios en 1984 en Val Duchesse.

Especialmente débil era el secretariado establecido en Bruselas. No solo en cuanto a medios humanos y materiales, sino también desde el punto de vista político puesto que la CES estaba diseñada como una coordinadora de centrales nacionales (incluso cabría decir de grandes bloques: DGB, TUC, italianos y nórdicos) cuyos presidentes se reunían de vez en cuando para hacer un “Llamamiento” al Consejo Europeo, celebrar alguna entrevista o rueda de prensa, mientras que el secretariado, apenas tenía funciones directivas. Aunque la CES convocó diversas movilizaciones, estas no tuvieron ni el alcance ni la recepción que tendrían en la década siguiente:

La CES había cumplido sus primeros diez años de existencia en 1983, y con ese motivo se organizó una celebración, el 13 de febrero, que fue mas militante que académica y en la que participaron entre 5 y 6 mil personas en Bruselas en la que además del presidente y el secretario general de la CES, intervinieron Pierre Carniti, Giorgio Benvenuto y Luciano Lama (CISL, UIL y CGIL Italia); A. Vandenbroucke y Jef Houthuys (FGTB y CSC Bélgica); Tor Halvorsen (LO Noruega); André Bergeron y Edmond Maire (FO y CFDT Francia) y Nicolás Redondo (UGT España).

Pero sin duda hay que destacar en ese periodo anterior al congreso de Milán,  la concentración convocada por la CES en Stuttgart que reunió a 80000 trabajadores, en el marco de una campaña contra el desempleo a lo largo de 1983 (5).

No obstante, puede decirse que las reivindicaciones reiteradas por la CES por el pleno empleo o por la jornada de 35 horas calaron en la sociedad y que su lema de la “Europa social” fue asumido por la gran mayoría de organizaciones y grupos progresistas de diferentes tendencias.

Otra contribución de la CES, que se consolidaría más adelante, fue la aproximación de sus diferentes miembros en relación con la construcción europea. El giro proeuropeo del TUC británico, sancionado en su Conferencia de septiembre de 1988, consolidó la progresiva confluencia del sindicalismo europeo en una posición de “europeísmo crítico” que ha facilitado una actuación común sin grandes diferencias, salvo en casos muy limitados.

La llegada de Jacques Delors a la presidencia de la Comisión en enero de 1985 dio nuevos impulsos a la CEE, empezando por la elaboración del Libro Blanco sobre el mercado interior en junio de 1985 y, sobre todo, la preparación del Acta Única Europea que entraría en vigor en enero de 1987. Delors anunció en el congreso de la CES de Estocolmo (mayo de 1988) que iba a encargar al Comité Económico y Social la redacción de una Carta de los Derechos Sociales Fundamentales, de la que sería ponente el consejero sindicalista francés François Staedelin y que sería aprobada, en diciembre de 1989, con la firma de 11 de los 12 jefes de Estado y de Gobierno por la negativa de Margaret Thatcher a suscribirla.

Esta ebullición movió a algunos sindicalistas de varios países a promover una autorreforma de la CES que, en buena medida, sería asumida por el congreso de Luxemburgo en mayo de 1991.

La CES renovada en Luxemburgo queda fuera de este artículo, pero sin duda entonces se dieron pasos decididos para intentar crear un sindicato supranacional. Tomando en cuenta todo su recorrido histórico, el balance de la CES es positivo pues  hubo avances indudables como los comités de empresa europeos y la aprobación de algunas directivas sociales; frustraciones evidentes, como la de no conseguir aún  una negociación colectiva europea; y también cierta impotencia para convocar una movilización coordinada y contundente contra la “austeridad”. Pero no hay que minusvalorar la importancia de las “euromanifestaciones” convocadas en numerosas ocasiones.

Son las organizaciones afiliadas, empezando por las más fuertes, las que pueden (como hicieron en Luxemburgo en 1991) propiciar, a partir del congreso de París, un salto cualitativo del movimiento sindical de ámbito europeo.

Juan Moreno | Miembro del Consejo Asesor de la Fundación 1º de Mayo de CCOO


(1) La Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres se disolvió en 2006 para integrar, junto a la CMT y otras centrales independientes, la Confederación Sindical Internacional (CSI).

(2) Confederación Mundial de Trabajadores, nacida en 1920, con el nombre de Confederación Internacional de Sindicatos Cristianos (CISC) hasta 1968, cuando adoptó el de CMT.

(3) De la intervención de Emilio Gabaglio en la conferencia de la CES conmemorativa de su 40 aniversario (Madrid, 20 de enero de 2013).

(4) La CGIL abandona completamente la FSM en 1978.

(5) MORENO, Juan y GABAGLIO, Emilio (El reto de la Europa social, p. 122).

Fundación y primera etapa de la Confederación Europea de Sindicatos (1973-1990)