viernes. 29.03.2024

Lo que los medios no cuentan

Pocos sujetos sociales son despachados con tantos lugares comunes y dosis de superficialidad en los medios de comunicación como el sindicalismo en España. No en vano en el ámbito de la información sobre la economía se ha dado en nuestro pasado reciente todo un proceso de marginación y subordinación del Trabajo respecto al Capital. Así, hemos visto desaparecer la sección de laboral de la prensa escrita y de la mayoría de los medios audiovisuales, al tiempo que  la sección de economía se convertía en un noticiario al servicio de los intereses empresariales, no deja de ser significativo que en el diario Público se titulase Dinero. Añadamos a ello que en el campo académico el “pensamiento” económico se ha aliado, o sometido, mayoritariamente al dogma neoliberal. Por eso el uso en los medios el ya manido y desgastado lugar común de que el sindicalismo está desprestigiado, tiene mucho de sangrante cinismo. Pero lo más grave es que se sigue distorsionando la realidad, reflejando sólo una parte de ella y quedándose en la mera superficie. Lo que es lógico porque hay muy pocos periodistas que conozcan el mundo del trabajo, que, por ejemplo, informen con conocimiento del largo y extenso proceso electoral en el que el sindicalismo de clase y confederal se sigue legitimando. Es una legitimación parcial pero real y que cuestiona visiones simplistas o interesadas al servicio de su amo. Y es que el retroceso del sindicalismo no se ha producido esencialmente en las fábricas, empresas o administraciones sino en el campo del poder político y económico, y especialmente en el terreno del desarrollo de la democracia en la economía.

La regresión gremialista

Es cierto que el sindicalismo está ante una encrucijada en la que todo que no sea avances cualitativos son retrocesos fatales que ponen en cuestión su función y por lo tanto su existencia.  Aunque algunos descerebrados neoliberales y muchos de nuestros listillos empresarios suspiran por la eliminación de los sindicatos, saben que la negociación individual es una distopía, sólo realizable en aisladas situaciones con condiciones excepcionales. Lo que quieren de verdad es un sindicalismo fragmentado, de empresa, gremialista, por lo tanto débil socialmente e incapaz de plantear alternativas generales, incapaz de defender al conjunto de intereses de las personas que viven o deberían vivir de su trabajo. La apuesta de la contrarreforma laboral y gran parte del empresariado es la de estimular la dinámica reivindicativa parcial. El sindicalismo vive instalado continuamente sobre la tensión entre lo individual y lo colectivo. Sus afiliados y sus representados demandan servicios o actuaciones en defensa de unos intereses que se expresan en una primera instancia en el “y de lo mío qué” o sea en demandas particulares, individuales o de colectivo gremial, sin embargo son las conquistas generales las que garantizan atender a medio y largo plazo esas demandas específicas. La reivindicación individual o gremial no cuestiona el poder empresarial, la organización del trabajo, la orientación económica, las consecuencias ambientales y sociales del producto o servicio prestado; sólo reclama una mayor parte del pastel a repartir para sí o para su colectivo. Ahora bien, el sindicalismo confederal, no puede derrotar al sindicalismo gremialista sólo con buenas palabras y lucha ideológica, ni tampoco compitiendo en su mismo terreno y con sus mismas armas, sino afirmando en la práctica sus ventajas, es decir con conquistas de beneficios generales y recuperando capacidad de interlocución, propuesta y poder social.

El agujero negro de la gran desigualdad

En los actos que se han realizado en Catalunya  para conmemorar el cincuentenario de la Asamblea fundacional celebrada en la Parroquia de Sant Medir, se ha destacado la ligazón entre la reivindicación laboral concreta y la apuesta política por un marco de libertades como una característica fundamental de la organización en aquellos años. La mejora de las condiciones laborales necesitaba de un marco democrático para realizarse, necesitaba de cambios políticos para que el Trabajo pudiera enfrentarse al capital en condiciones más igualitarias. Por ello Comisiones fue un elemento esencial en la movilización popular antifranquista, la persistencia y extensión de sus luchas contribuyeron a invalidar a la Dictadura como marco político, incluso para los intereses oligárquicos. Otra cosa es quién se llevó el gato al agua en la dirección del proceso de la transición.  Pero aún así el sindicalismo confederal siguió movilizando y presionando por conquistas de derechos en el ámbito político-legislativo que afectan a derechos laborales como  el Estatuto de los trabajadores o el Estatuto de los empleados públicos pero también a derechos sociales como el sistema de la sanidad pública o la previsión social. Conquistas que hora son claves para evitar una catástrofe social en la actual situación. Sin embargo estas conquistas se consiguen cuando a nivel europeo y norteamericano se está dando un proceso en sentido contrario. Es el proceso hacia la desigualdad de la gran divergencia, o sea la reversión de la evolución hacia la igualdad que se había producido después del New Deal estadounidense y la II Guerra Mundial.Este proceso descrito por Josep Fontana en Por el bien del imperio, se inicia  con el Memorando confidencial: ataque al sistema americano de libre Empresa de Lewis Powell de 23/8/1971, un auténtico programa de actuación para el poder empresarial que explicita una estrategia para recuperar la iniciativa hegemónica, como explicita el siguiente párrafo:

Pero no se debe posponer la acción política más directa, a la espera de que el cambio gradual en la opinión pública se efectúe a través de la educación y la información. El mundo empresarial debe aprender una lección aprendida hace mucho tiempo por los trabajadores y otros grupos de presión. La lección es que el poder político es necesario; que ese poder debe ser cultivado con perseverancia, y que, cuando sea necesario, se debe usar con agresividad y determinación –sin vergüenza y sin la renuencia que ha sido tan característica del mundo empresarial estadounidense.

Desregulación versus control

Una estrategia que primero ha neutralizado la influencia política que habían alcanzado las organizaciones de la clase obrera y después ha subordinado las instituciones democráticas al poder de las grandes corporaciones y en especial de la oligarquía multinacional financiera. Con ello se ha consumado la desnaturalización de la democracia, se han consolidado órganos de poder ajenos, explícita o implícitamente, al control democrático de los ciudadanos.

Este proceso degenerativo se ha manifestado en, o se ha visto favorecido por, la evolución-involución de las fuerzas políticas que representaban los intereses de la clase obrera en las instituciones.  La socialdemocracia  ha autoreducido drásticamente su capacidad de reforma y su, de natural limitada,  autonomía respecto al Capital; mientras que los herederos del comunismo no han sabido articular una alternativa radical y creíble al capitalismo. Otra manifestación del mismo fenómeno es que la llamada nueva política en gran parte ignora, cuando no oculta intencionadamente bajo el disfraz de la ciudadanía, la problemática del mundo del trabajo, que a pesar de todo  afecta a la mayoría de la sociedad.

Una estrategia que se ha dirigido claramente a consagrar la subordinación del trabajo al capital, y a hacerlo por medio de la desregulación, desregulación nacional e internacional del capital financiero, desregulación medioambiental, desregulación laboral, reducción continua de la capacidad de intervenir la sociedad en los mercados y especialmente en el financiero. Y es que la única forma de embridar y limitar el poder del capital es regularlo, es construir poder alternativo que lo controle. Significativamente, la pérdida de derechos de la mayoría es fruto del mismo proceso por el que se liberan de deberes a la minoría dominante. La orgía de productos financieros opacos y fraudulentos se ha producido en escenarios de dominio del capital financiero, de deterioro global de condiciones laborales, de globalización comercial, de deslocalización,  de sumisión del poder político a los designios del poder económico…La subordinación del Trabajo al Capital, es la subordinación de los derechos laborales a los beneficios del empresariado y de los derechos sociales a los beneficios de las élites financiero-especulativas.

Resistir no siempre es vencer

En ese contexto la continua actividad sindical, más o menos acertada, en las empresas o en las ramas productivas o de servicios se ha visto a largo plazo mediatizada por las condiciones generales adversas y por el hecho de que los centros de decisión están alejados de su capacidad de presión. El mismo diálogo social ha sido subvertido desde la parte empresarial que ha optado por la imposición y utilizado el poder político con agresividad para impulsar contrarreformas laborales que extiendan la miseria en la sociedad, reduzcan progresivamente el poder sindical e incrementen la subordinación del Trabajo al Capital.

El sindicalismo debe debatir si no ha pecado de aceptación acrítica de ciertos modelos empresariales, especialmente los financieros, o ciertos valores como el de la competitividad, que si bien han permitido durante cierto tiempo altos niveles salariales han derivado a la larga en grandes pérdidas de empleo.  Pero este debate se inscribe en uno más amplio de cómo combatir la subordinación que trata de imponer el Capital. En este sentido, sin obviar la conveniencia del diálogo con aquellas posiciones críticas que están realizadas desde el conocimiento o la necesidad de la urgente autocrítica y consecuente renovación organizativa, hay que insistir en que el problema reside en la esfera política, en la relación de los sindicatos con el poder. La misma alternativa a la precarización solo puede inscribirse en una alternativa sociopolítica con salarios mínimos dignos, regulación contractual, protección y garantía social y otro modelo de desarrollo económico.

Por todo ello el sindicalismo confederal y especialmente Comisiones Obreras debe pasar a la contraofensiva  a medio y largo plazo en el terreno del pensamiento y a corto plazo en el de la información y la acción política. Necesitamos una estrategia de alianzas con parte del mundo académico que potencie el pensamiento crítico, pero necesitamos ya recuperar espacio, capacidad de incidencia política. Necesitamos situar el trabajo, las relaciones laborales, el modelo empresarial, la democracia en la empresa, la democracia en la economía, la reforma fiscal,  los derechos sociales y los servicios públicos como parte esencial del proceso de cambio que esta sociedad debe realizar, proceso que no será ni corto ni sencillo, ni fácil. Necesitamos una politización del conjunto del sindicato desde y en la autonomía de la gestión del conflicto social. Autonomía que aunque no es equidistancia es lo contrario a seguidismo, porque significa tener capacidad para, desde nuestras potencialidades y limitaciones, dar solución política a la actual configuración del conflicto social, y saber hacerlo con la determinación y agresividad que recomendaba Lewis Powell a los empresarios, aunque no con la sinvergonzonería que practican muchos de ellos.

Somos parte fundamental, decisiva, de la izquierda social y por ello debemos ser parte esencial del necesario giro político a la izquierda de esta sociedad para dar urgentes  respuestas sociales para los más débiles y realizar un cambio democrático radical en la política, la economía y lo social. En este sentido nuestro horizonte a corto y medio plazo, por lo menos, viene marcado por la adecuación y recuperación clara, sin aditivos populistas, del significado político del concepto de izquierdas así como por la estrategia unitaria. Las tareas a emprender y los adversarios a convencer y enemigos a batir son tantas y de tal envergadura que la fragmentación actual, es tan infantil como suicida.

Vivimos tiempos inciertos pero también apasionantes y hemos de actuar con el protagonismo que nos corresponde. 


Pepe Gálvez | miembro de la Comisión Ejecutiva de la FSC de CCOO de Catalunya.

La encrucijada política del sindicalismo