viernes. 19.04.2024
vacuna

Salvan millones de vidas y han demostrado con creces sus beneficios, pero no todas son igual de necesarias

Nadie pone en duda que las vacunas son uno de los grandes hallazgos científicos de la humanidad. Desde la primera contra la viruela, en 1796, hasta las más recientes para el papiloma y las nuevas formas de gripe, han contribuido a salvar millones de vidas y los índices de mortalidad han descendido en todo el mundo. 

Administrar al organismo sustancias que provocan la formación de anticuerpos ha sido la manera de combatir a un amplio catálogo de virus y bacterias, desde los más frecuentes en la infancia hasta los habituales en viajes a regiones exóticas. Pero sobre ellas abundan los rumores que generan alarma entre la población. Desde OCU nos desvelan los 10 mitos sobre las vacunas:  

Mito 1: Las vacunas provocan autismo

Una de las preocupaciones más frecuentemente mencionada es la presencia de tiomersal en la composición de las vacunas. Se trata de un compuesto que se usa como conservante en medicamentos inyectables gracias a sus propiedades como antiséptico y antifúngico. Sin embargo, al ser un derivado del mercurio, en el pasado ha generado mucha preocupación por la posibilidad de que fuese neurotóxico. No hay pruebas de que esto sea así, y de hecho el Comité Mundial sobre Seguridad de Vacunas de la Organización Mundial de la Salud lo ha evaluado y llegado a la conclusión de que en condiciones normales de uso no produce daño. En cualquier caso, hasta tal grado alcanzó la preocupación que la autoridad regulatoria norteamericana recomendó en 1999 que se redujera o eliminara progresivamente su presencia en las vacunas. Hoy día, por ejemplo, las vacunas en monodosis (aquellas que vienen en envases unitarios, como las vacunas infantiles) ya no contienen tiomersal.

Otro mito es que las propias vacunas pueden provocar autismo (al margen incluso de su contenido en tiomersal). El origen de este mito reside en una publicación fraudulenta de hace más de quince años, cuando la revista científica The Lancet publicó un estudio que relacionaba la vacuna triple vírica con el desarrollo de autismo. Posteriormente, se comprobó que los datos del estudio eran falsos y que su autor, Andrew Wakefield, había mentido. Tras la investigación, Wakefield fue expulsado del registro de profesionales médicos de Reino Unido y cayó en el total descrédito científico, pero el daño ya estaba hecho y a día de hoy todavía muchas familias temen que esta importante vacuna no sea segura.

Mito 2: Las vacunas son obligatorias

El acto de vacunarse no solo beneficia a la persona que se vacuna, sino a toda la comunidad: es lo que se denomina inmunidad colectiva o “de rebaño”. Es decir, la protección que ofrece la vacuna es gracias a que toda o casi toda la población está vacunada, de tal forma que un individuo que no esté vacunado estará protegido porque las personas que le rodean lo están. De esta forma, el patógeno infeccioso nunca podrá llegar hasta él. El peligro radica cuando dentro de una población se generan bolsas de personas sin vacunar, es decir, ya no es solo un individuo el que no está vacunado, sino un grupo amplio de personas. Es entonces cuando el efecto rebaño se pierde y el patógeno tendrá más fácil poder llegar hasta él.

Sin embargo, a pesar de que el efecto de protección radica en que toda la población se vacune, ni en España ni en la mayoría de los países de nuestro entorno los programas de vacunación son obligatorios, y de hecho hay estudios que muestran que imponer la obligatoriedad de las vacunas puede incluso disminuir su tasa de cobertura, al favorecer las posiciones de los “movimientos antivacunas” más extremistas, que con argumentos pseudocientíficos se oponen de forma general a la vacunación. La información, en este sentido, resulta ser más eficaz que la imposición.

Mito 3: Las vacunas son cosa de niños

Aunque la gran mayoría de las vacunas se reciben en edad infantil, existen algunas cuya administración es más propia de los adultos. Por ejemplo, la vacuna de la gripe, recomendada en mayores de 65 años y en personas que aun no habiendo cumplido los 65 presenten un alto riesgo de complicaciones derivadas de la gripe (personas con enfermedades crónicas cardiovasculares, neurológicas o pulmonares, con diabetes, inmunodeprimidos, con insuficiencia renal, mujeres embarazadas, etc.). Otro ejemplo de vacuna que se administra no solo en niños sino también en mayores de 65 años con patología de riesgo es la vacuna neumocócica.

Por otro lado, tenemos las vacunas de los trabajadores sanitarios, algunas de las cuales están recomendadas a todos ellos (triple vírica, hepatitis B, gripe, etc.) y otras que solo están indicadas para ciertos profesionales sanitarios en mayor riesgo de entrar en contacto con ciertos patógenos (por ejemplo, a los profesionales que trabajan en áreas de pediatría se les recomienda que se vacunen frente a tosferina).

Mito 4: Vacunarte de una enfermedad te inmuniza de por vida

No, no siempre es así. De hecho, varias vacunas requieren de una dosis de recuerdo para generar una adecuada respuesta de nuestro sistema inmune, y que muchas personas adultas que fueron vacunados de niños suelen olvidar de adultos. Así, por ejemplo, se recomienda que a las personas que hayan recibido el régimen adecuado de vacunación en la infancia frente a difteria y tétanos se les administre una dosis de recuerdo a los 65 años de edad.

Mito 5: En los países desarrollados no hacen falta las vacunas

Los patógenos infecciosos frente a los que nos vacunamos siguen presentes en nuestro medio, pese a la falsa sensación de seguridad. De hecho, la única enfermedad infecciosa que se considera erradicada, y fue gracias a una masiva campaña internacional de vacunación entre los años 50 y 60, es la viruela. La sensación de protección que nos brindan los sistemas de salud en los países desarrollados es en parte gracias a la sistematización de los programas de vacunación. En aquellos países donde la cobertura vacunal no alcanza a toda la población enfermedades que hoy día ya no están en nuestro medio siguen presentes, como sucede por ejemplo con la poliomielitis. 

Mito 6: Vacunarse de muchas cosas a la vez es arriesgado

Esto, además de no tener ningún fundamento científico, escapa a toda lógica. En el día a día estamos expuestos a un número mucho más elevado de antígenos que la carga de antígenos que puede suponer la administración de varias vacunas al mismo tiempo. El motivo por el que se simultanean la administración de varias vacunas es con objeto de garantizar un mejor cumplimiento con el régimen de administración del calendario vacunal, además, por supuesto de que hacerlo de esta manera reduce el número de pinchazos.

Mito 7: En cada comunidad te vacunan de una cosa

Este mito ha tenido durante años una parte de realidad: algunas comunidades incluían en sus calendarios infantiles vacunas para las cuales no existía un consenso suficiente sobre su necesidad real.

Hoy día existe ya un acuerdo entre Ministerio de Sanidad y comunidades autónomas para armonizar los calendarios de forma que las vacunas que se administran de forma sistemática sean las mismas, dicho calendario armonizado está publicado en la página web del Ministerio de Sanidad. Ello no quita que en situaciones concretas se puedan recomendar acciones locales específicas. 

Mito 8: Ser crítico con las vacunas te convierte en anticientífico

La práctica de la vacunación ha demostrado con creces sus beneficios, pero es cierto que no todas las vacunas tienen la misma relevancia. De hecho, hay vacunas cuya inclusión en el calendario oficial ha sido muy discutida en términos de salud pública, como es el caso de la varicela en edades tempranas, que finalmente ha sido incluida en el calendario común español. Otras vacunas arrastran importantes dudas sobre el alcance de la protección que proporcionan (como la vacuna contra la gripe) y hay otras cuya administración sistemática no se considera necesaria de forma generalizada pese a lo cual de forma regular se desata la polémica (a veces interesada) sobre su no inclusión en los calendarios oficiales.

Por otra parte, las vacunas son medicamentos, que como todo medicamento pueden tener efectos adversos. Los más frecuentes son los locales (dolor y enrojecimiento en el lugar de la inyección), pero también pueden producir efectos generales (como fiebre y malestar general pasajeros). Mucho más raras son las posibles reacciones alérgicas -como en todos los medicamentos- aunque afortunadamente excepcionales.

En definitiva, también hay razones para tener una visión crítica sobre algunas vacunas sin que ello te convierta, necesariamente, en un loco peligroso.

Mito 9: Si viajo al extranjero, tengo que ponerme un montón de vacunas

Eso dependerá de la zona a la que se viaje, del tipo de viaje, de la época del año, del estado de salud del propio individuo y de las vacunas que se haya puesto en el pasado.

Los motivos por el que debemos vacunarnos cuando viajamos son dos: por un lado, para protegernos a nosotros mismos a nivel individual de enfermedades endémicas que se dan en los países que vamos a visitar, y por otro lado para proteger también a la población de aquellos países que visitamos y que son susceptibles de sufrir enfermedades que puede que traigamos con nosotros. Es el caso, por ejemplo, de la fiebre amarilla, de la poliomielitis y de la meningitis meningocócica. Hay países que a la llegada en el aeropuerto y antes de dejarte entrar al país solicitan el certificado de vacunación internacional contra estas enfermedades, especialmente a los viajeros que vienen de un país o una zona dónde se de alguna de estas enfermedades.

Cuando vayamos a viajar al extranjero tenemos que planificar con antelación (entre 8 y 4 semanas) una visita a un centro de vacunación internacional dónde nos asesoren qué vacunas nos debemos de poner. Dado que hay que concertar una cita previa y que luego algunas vacunas requieren de varias administraciones a lo largo de un intervalo de tiempo determinado lo más adecuado es concertar nuestra visita lo antes posible. En el Ministerio de Sanidad podrás encontrar el listado completo de todos los centros de vacunación internacional en España. 

Mito 10: Los alérgicos al huevo no pueden vacunarse

Existen algunas vacunas (la triple vírica, la de la gripe, la de la fiebre amarilla) que para su proceso de fabricación requieren como medio de cultivo huevos embrionados de pollo. Debido a este proceso de producción la vacuna presentará en su composición cierta cantidad de proteína residual de huevo. Es importante tener en cuenta que no todas las personas alérgicas al huevo tienen el mismo grado de sensibilidad, de forma tal que dependiendo de la cantidad de proteína de huevo en la vacuna (no todas las vacunas con proteína de huevo tienen la misma cantidad) y de la gravedad de la reacción alérgica habrá personas que podrán:

  • Recibir la vacuna en un centro de atención primaria con un periodo de observación de 30 minutos tras la administración.
  • Otras personas, las que hayan sufrido de reacciones graves en el pasado tras la ingesta de huevo, requerirán acudir a un hospital dónde bajo vigilancia le administrarán la vacuna.
  • Y en otras personas, directamente la administración estará totalmente contraindicada y no podrán ponerse esa vacuna.

En cualquier caso es muy importante consultar siempre y de antemano el prospecto de la vacuna, las secciones de advertencias y precauciones y la de contraindicaciones, porque ahí es donde se especifica si esa vacuna en concreto entraña algún tipo de riesgo.

Diez mitos sobre las vacunas