viernes. 19.04.2024
debate

Después del “debate a dos” entre Rajoy y Pedro Sánchez (excluyendo al resto de los partidos en quienes los ciudadanos también ponen su confianza) se ha divulgado la “historia” de lo vergonzante que fue el insulto de “usted no es decente”. Y seguimos navegando en estas historias desde los diversos medios y tertulias: Sánchez “el broncas”, “el peor socialismo”, “desvergüenza, “perdió la dignidad”, “juego sucio”, “macarrismo político”…, además del “ruin, mezquino, miserable… deleznable” que surgió como reacción de lo que Rajoy vivió como agresión. Es cierto, insultar en un debate es recurrir a lo que los escolásticos llamaban razonamientos “ad hominem”, que se usan cuando las razones se acaban y manda la animadversión.

También es cierto que hace poco (los años pasan demasiado veloces) los insultos venían de quien hoy los recibe (o dice recibirlos). Pero eso se olvidó, y no se pretende recordarlos en este artículo. Lo único que se pretende es precisar si la expresión “se necesita un presidente decente y usted no  lo es” se puede considerar insulto. Y, en caso de que no lo sea, ¿A qué viene tanto coro y griterío organizado?

Le expresión en cuestión viene dada por la vivencia de los ciudadanos, intensa y prolongada, de noticias referidas a la corrupción del PP: que si la “Gürtel”, que si las obras de la sede del PP y el dinero negro, que si los sobres, que si la financiación irregular del partido, que si los tesoreros que se enriquecen y llevan su dinero fuera (¿es, de verdad, su dinero?), que si negocios y concesiones a los amigos, que si la “Púnica”, que si los líderes elegidos  de primera fila del PP (valga Granados como ejemplo) han creado tramas delictivas, que si “sé fuerte, Luis”, que no se dará dinero público a los bancos pero, pasado el tiempo, se admite que en torno a veinte mil millones de los entregados a la banca no se recuperarán, que si la venta de viviendas sociales a “fondos buitre”, que si los sobres para doble pago en dinero opaco, que si Rato (esto merecería una página aparte)… también lo de los ERES, para que no se plantee eso de “y tú más”. Todo ello provoca en el ciudadano la sensación de hartura y cansancio apestoso de una situación disolvente de la confianza en las instituciones y en quienes las gobiernan.

Cansancio que se acumula y engorda porque quien es el responsable (o debería serlo) de las políticas públicas y del partido en el Gobierno actual se encoge de hombros y escucha como si con él no fuera la cosa. O no lo sabía o todo depende de personas, no de los esquemas organizativos del partido y del Gobierno que dirige. Con lo que se ofrecen tres posibles interpretaciones: 1) que los procesos no están regulados y que cada cual hace lo que quiere, sin control alguno, 2) que el responsable realmente no se enteraba de nada (aunque ese nada fuera muy gordo) y 3) que el cinismo lo envuelve todo y la solución es negar. Cualquiera de estas interpretaciones es ya sospechosa. Desde luego, reaccionar encogiéndose  de hombros y decir eso de “yo no sabía nada”, o “no lo conocía”, o “me enteré por los periódicos” acentúa la insatisfacción ciudadana. Y más aún cuando se niega la colaboración en la investigación judicial (en la sede del PP la policía estuvo doce horas investigando, pero los ordenadores se borraron o se destruyeron los discos duros, el libro de visitas se perdió…), o se justifica  la ausencia de datos porque, simplemente, alguien desconocido los perdió. Como no vale que, admitiendo las escusas que se dieron, no se abrieran las puertas a la investigación ni se ofrecieran explicaciones transparentes, de cara (no desde un plasma) explicitando la disponibilidad a esclarecer todo. Como no tiene sentido que en rueda de prensa con Merkel se dijera que “todo es falso, menos algunas cosas”. ¿Qué cosas?

Negar lo evidente, especialmente cuando la evidencia es palmaria, es sospechoso de ausencia de honestidad y, en cualquier organización solvente, está ligado a la descalificación profesional de quien lo niega o de quien debe controlarlo. Y no controlar estas desviaciones está penado en todas las organizaciones con el despido o la invitación al abandono. Es insoportable que, en una organización, ningún responsable controle nada y que la aureola del estatus le siga acompañando.

La gente (la gente normal) vive condicionada por comportamientos que expresan la ausencia de honestidad (de decencia) y pide que sus interlocutores tengan y actúen con transparencia en su relación con los ciudadanos o en su comportamiento en el mercado. La sociedad desea una rendición de cuentas, que aclaren lo que está pasando. No hacerlo enerva aún más la desesperanza social que está dañando gravemente la credibilidad institucional. Es un presupuesto de convivencia, sin el que la desconfianza emerge y se enturbia todo.

Esto es lo que nos está ocurriendo a los ciudadanos españoles. Y calificar la situación de “no decente” es lo mínimo. Porque si la situación no es decente, tampoco lo es el responsable de que estas cosas estén ocurriendo. No sirve la excusa genérica de que “son las personas”, pues los procesos detectados eran cuasi-estructurales al comportamiento del partido que tales personas gobiernan  y la exigencia de explicaciones convincentes debería haberse impuesto hace tiempo. Si solo es cosa de algunas personas, que éstas se investiguen de forma transparente, no con “despidos en diferido” y, menos aún, con mensajes de ánimo a los delincuentes.

Todo ello huele tan mal que desviar la atención en los debates y en los medios a que Pedro Sánchez perdió los papeles e insultó, para centrar las informaciones y artículos de opinión en ello, suena a cinismo social y a colaboración con una situación insoportable. Suena a alguien que está en una habitación maloliente y, ya acostumbrado, no percibe el mal olor, pero se molesta porque se abra de pronto la puerta o se exprese el mal olor reinante. Pues sí, mencionar lo indecente de unos hechos y de unos comportamientos no es un insulto sino la calificación de una situación insoportable, cuyo cambio y saneamiento es urgente. Y, para cambiarla, es legítimo calificarla de indecente; de lo contrario será difícil implantar las soluciones radicales que se necesitan. Reaccionar ante esa expresión calificándola de insulto, es lanzar cortinas de humo, no querer ver la realidad y negar cínicamente lo que ocurre. Asumir la realidad, no enmascararla, es una necesidad evidente ante todos los ciudadanos que demandan su corrección inaplazable para poder seguir creyendo en las instituciones. Lo deleznable no es el supuesto insulto sino la situación no corregida que provoca esa descalificación.

“Usted no es decente”, ¿Insulto o vergüenza?