jueves. 28.03.2024

En raras ocasiones los sondeos electorales han sido tan numerosos como los que, en plena campaña, se han publicado en estos días previos a las elecciones catalanas del próximo domingo.

Una vez más eso sí, se ha confirmado su carácter no solamente propagandístico sino decididamente activo en la formación de opiniones e incluso en la conformación de voluntades.

Juegan como un arma más en la “guerra” electoral y como tal artefacto bélico pueden llegar a ser en ocasiones sumamente tóxicos por la desinformación que provocan.

La notoria disparidad de resultados entre unos y otros – y por tanto la distancia de muchos o de la mayoría respecto a lo que será el veredicto final de las urnas-, tiene como otra de sus consecuencias la propagación de un generalizado estado de desconfianza que necesariamente consigue sumir al público en una tal confusión y perplejidad que incluso puede acabar anulando o neutralizando los efectos que con su difusión unos y otros persiguen.

¿Cómo es posible que lo que algunos tratan de asimilar a mero instrumento de medición o “termómetro” de la realidad pueda llegar a ser tan sumamente errático, siendo que, a tenor de lo que rezan los prospectos publicitarios de las distintas ‘marcas’ e institutos, los niveles estadísticos de confianza son tan elevados y los márgenes de error, en más o en menos, tan estrechos?

Sin embargo -y pese a ello- algunos seguimos empeñados en defender encuestas y sondeos como herramienta no solo útil sino imprescindible para el conocimiento y por consiguiente indispensable para orientar la estrategia política y la consecuente acción; y no tan solo las tácticas puramente electorales.

El examen atento de ese material demoscópico, su contraste y depuración conducidos y orientados desde el análisis político, permiten construir no tanto artefactos predictivos –cuya caducidad está determinada por la siempre cercana fecha de celebración de los comicios- sino escenarios relativamente útiles para orientar con cierta antelación el día después.

Así pues, análisis político a partir de los resultados –¡ y  no solo los de cuantificación del voto!- que en tales sondeos se muestran, pero junto a ello análisis también desde otras aproximaciones y lecturas de la propia realidad política y social a través de otros medios.

En el presente caso, el manejo de dicho material con fines auxiliares para la elaboración de los artículos publicados días atrás, ha tenido como consecuencia no buscada de antemano la confección de una tabla que, aun sin alcance predictivo, además de su pretendida veracidad aspira a servir sobre todo para imaginar alguno de esos escenarios que, por ser especialmente peliagudo, puede ampliar los reductivos márgenes del debate al que hemos asistido en su distintas puestas en escena por los ‘media’.

La publicación de dicho tabla por la que, tras no pocas dudas, finalmente me he inclinado, obedece además a una especie de imperativo moral.

De no haberla mostrado de antemano, en caso de que los resultados que en ella se recogen acaben por aproximarse sensiblemente a los que emitan los electores, sería poco decoroso salir diciendo el día después ¡ya os lo decía yo!, para así reforzar torticeramente la totalidad de los argumentos que en tales artículos he tratado de exponer, mientras hubiera callado en cambio vergonzantemente en caso de llamativo fallo en el pronóstico.

Así que ahí va:

cuadro

El cuadro se ha elaborado principalmente a partir de la Encuesta del CIS por varias razones

En primer lugar por el tamaño de la muestra (prácticamente el doble que cualquiera de las otras manejadas); argumento de particular importancia en este caso para el cálculo de los escaños necesariamente desagregado por cada circunscripción (provincial), habida cuenta de las distorsiones que la ley electoral produce en la proporcionalidad del voto.

Segundo por la experiencia y solvencia de este Instituto, ampliamente acreditadas y por la neutralidad que –dado su carácter público- se le ha de suponer.

Y finalmente, pero no menos importante, porque al tratarse de una Encuesta y no de un mero sondeo, responde a un  cuestionario más amplio y con más posibilidades de cruce de variables (por el mayor tamaño de la muestra), lo que determina una mayor riqueza en lo que constituye el objeto del análisis.

Tomando la estimación como lo que es, o sea no como una predicción sino como un eje o término de referencia veraz, son varias las conclusiones que cabe extraer a la vista de esos resultados:

- La situación de marcado equilibrio o proximidad entre los votos obtenidos por las listas partidarias de la independencia de un lado y todas las demás de otro. Situación pues, que en cualquier caso sería prácticamente de empate técnico y que incluso podría desembocar en la hilarante situación de que fuese el cómputo o no de los votos en blanco (válidos) lo que aritméticamente resolviese el empate.

- La relativamente holgada mayoría (56%) de las citadas listas en términos de representación parlamentaria. Es más, la para muchos inquietante proximidad a la mayoría absoluta, en esos mismos términos, de una sola de esas listas (Junts pel Sí), que con los datos del cuadro obtendría casi un 49% de los escaños.

Junto a ello parece necesario aclarar o advertir que aunque el mencionado empate se produce entre dos bandos, en rigor sería impropio hablar de empate entre “bloques”, porque de estos hoy por hoy realmente solo hay uno (en ciernes): el de las candidaturas que preconizan la independencia.

En otro orden de cosas cabe destacar que tanto si el equilibrio bascula hacia un lado como si lo hace hacia el opuesto, quienes han ideado y llevado a efecto la convocatoria anticipada de elecciones han logrado ya de modo incuestionable un doble objetivo ciertamente exitoso:

- El carácter ya indiscutiblemente plebiscitario de estas elecciones solo formalmente autonómicas; con la paradoja añadida de que han sido precisamente los que inicialmente pretendían mantenerlas en ese limitado alcance local quienes más han contribuido a prestarlas dicho carácter ‘universal’. La abrumadora y permanente presencia física de los líderes nacionales (en el sentido de estatales) en la campaña, como actores de primer rango, junto a otros que solo la distancia y representación virtual les hace aparecer como secundarios y, por si ello no bastase, el cara a cara televisivo (eso sí en TV local) entre un Ministro -¡nada menos que el de Exteriores!- frente a uno de los principales líderes independentistas, que no hablaron de otra cosa que no fuese de la independencia, ha despejado –si es que en realidad lo hubo – cualquier asomo de duda sobre tal carácter.

- La imposición, a través de una senda ciertamente tortuosa, del elemental “derecho a saber”, tan anhelado y necesario como torpemente negado e impedido. Tras la consulta del 9 N del pasado año, complementada con los resultados del domingo, nadie podrá negarse ya a reconocer que tal derecho ha sido ya ejercitado (y cuantificado con garantías y  de modo preciso en sus resultados). Es por ello que plantear a futuro, como propuesta pretendidamente innovadora, la celebración del impropiamente llamado referéndum consultivo (mera aplicación del “derecho a saber” que debió implementarse y ejercerse hace ya tiempo), son ganas bien sea de distraer la atención, bien sea de seguir mirando para el lado de la ambivalencia que solo conviene por razones puramente tácticas.

- Las limitaciones e inadecuación del instrumento utilizado (elecciones sujetas a la ley electoral que las regula, a todas luces impropia para resolver el dilema de fondo) determinan que en ningún caso pueda suplirse lo que más pronto que tarde habrá de ser sometido a veredicto popular bajo la única modalidad posible y verdaderamente democrática: la celebración de un auténtico Referéndum en Cataluña, con una sola pregunta y dos únicas respuestas (Sí o No), rodeado y acompañado de todas las garantías exigibles a ese tipo de consultas (decisorias)

- Lo antedicho no quita, a mi entender, legitimidad alguna al gobierno de la Generalitat que salga finalmente elegido en sede parlamentaria, y por tanto con las mayorías requeridas, para llevar adelante su programa encaminado a alcanzar la independencia. Eso sí a condición de no adentrarse por falsos atajos que lejos de acortar la duración del tránsito terminarán por tenerse que recorrer en dirección  inversa. En tal sentido, si el propósito fuese empaquetar ese inevitable pronunciamiento soberano y la correspondiente decisión junto con el sinfín de reglas, principios y metas que seguramente contendría la Constitución del nuevo Estado Republicano, para someter todo ello a su aprobación por Referéndum, estaríamos una vez más frente al autoengaño político en el que probablemente, de modo irremediable hubo que incurrir para superar de una vez un Régimen atroz. Es por ello que el orden y la secuencia son de nuevo en este caso absolutamente decisivos, probablemente tanto o más que el propio resultado cuantitativo de una simple respuesta binaria.

Sin solución de continuidad, el recuento del último voto el próximo domingo, señalará el comienzo de la campaña de esas Elecciones Generales que, sin duda, aportarán nuevos y muy decisivos datos para el futuro acontecer de Cataluña/Catalunya

Post scriptum