viernes. 19.04.2024

Hablar de política es como hablar de toros o de fútbol. No hay otra conversación en la que se muestre tanto desacuerdo, cada cual opina desde la perspectiva de su enfoque, tendencia, gusto o preferencia. De tanto como nos machacan en la tele, cuna errónea de saberes y creadora e inductora de la mayoría de las opiniones, por eso del manejo de los medios, parece ser que de fútbol y de toros -en medida menor pero controvertida como pocas la de toros- todo el mundo sabe y todo el mundo tiene derecho a opinar, lo cual es loable y necesario. Pero así como de toros no saben ni las vacas,  de política no estoy seguro si todo el mundo sabe algo, pese a los tratados y estudios que sobre la materia se han hecho. Y es que de política se sabe únicamente lo que en cada momento, cada medio de comunicación de masas nos presenta, nos hace creer, o nos induce a adquirir cierta opinión para que votemos ésta o aquella ideología, si es que existe, o una u otra política, si es que hay diferencia entre ellas. No hay cosa más manejada y manejable que la masa a la que precisamente van dirigidos estos medios cuya visión de la realidad o la política va marcada por su economía subyacente, por el mercado de audiencia y por su latente ideología. Por cuya razón hay que estar ojo avizor para dilucidar de dónde procede aquello que nos quieren vender. No hay producto más manejable que la política al que vestirlo de la manera más atrayente apenas si precisa buenos tejidos, con una careta y cuatro promesas basta. Con “pan y circo” –idea que se ha revitalizado- conformaban los emperadores a los súbditos mientras hacían y deshacían a su antojo, por el bien de Roma, pregonaban, sin distinguir si Roma era la capital o ellos mismos, nunca su ciudadanía, y menos sus esclavos. La propaganda nos hace creer aquello que no es, verbi gratia: la amnistía fiscal para blanquear dinero robado; la conocida como “ley mordaza” que viene a ampliarnos nuestra libertad, según el gobierno, entendida dentro de un orden, o la cantidad de puestos de trabajo que se han creado en esta legislatura, qué digo, en este último año de esta legislatura, donde desde el pozo de la crisis, volvemos a estar en la plataforma del bienestar. Esto sólo por poner varios ejemplos de lo conseguido para remediar la plaga que está acabando con la dignidad de la persona, por no extendernos a otros logros del actual gobierno o las promesas de unos y otros para la próxima legislatura si salen elegidos. De eso se trata. De salir elegidos. De convencernos para que salgan elegidos. Y lo peor es que de tanto machaqueo como hace la publicidad/propaganda, logran convencer a mucha gente que sin tener claras las cosas, porque saber de política, como de  toros, no saben ni los mismos políticos, vota lo que mejor le parece, sin reflexión alguna. En el tema de la política nadie entiende de la misa la media, ni siquiera los llamados “politólogos”, pues la política a la que nos referimos -como veremos más tarde-, no es ciencia, luego no puede haber politólogos, y mejor así, ni tampoco entienden mucho los tertulianos que proliferan como setas –perdón por las setas- en mesas llamadas de “debates” –cuando mejor sería llamarlas “de batidos” y de “devotos”- que no van sino a convencernos de lo que esa cadena y sus ocultos urdidores quieren vendernos. No sé si bien pagados, pero al menos con mucha labia y descaro, dicen las mayores barbaridades o lanzan abruptos e insultos por doquier. Ya se sabe, París bien vale una misa. Lo que sea con tal de lograr el poder, por el poder mismo, por gobernar, que no administrar. Porque en eso siguen pensando nuestros políticos, en gobernar, no tanto en administrar, que es más difícil, y es precisamente a lo que deberían dedicarse, tanto dentro como fuera del poder, en la oposición, hasta ahora poco dada a figurar como tal, semejando más bien una actitud de compinche que de control. Bien sé, cómo no, ingenuo de mí y desconfiado, que a partir de ahora, es decir de las próximas legislaturas, no será así, que unos y otros cumplirán fielmente con su cometido, y lucharán contra eso, contra el paro, contra la corrupción, contra la mordaza y la esclavitud, contra todo aquello olvidado hasta hoy y que sale a relucir ahora en programas refritos, en promesas que se repiten cada campaña, en discursos hueros de frases aprendidas, en gestos y mítines de oratorias rimbombantes, técnicas de lucha de gladiadores por salir airosos de la lid.

Y como no entendemos de política –yo el primero- me voy  a permitir, ya que dispongo de este foro donde la libertad es de puertas abiertas, y el conocimiento debe impartirse, a dar la mía como ciudadano, profesor y periodista por si puede servir a lectores indecisos y a esos que no quieren saber nada de política, y con razón, pero conscientes de que a todos nos afectan las actuaciones políticas. Sobre estas actuaciones tenemos derecho, y razón, para hablar. Entre otras cosas porque es el momento apropiado por la cercanía de unas elecciones y por la sobrecarga de publicidad con la que nos bombardean a diario unos y otros, cada cual cantando sus loas y ensalzando sus promesas.

Igual que el fútbol es fútbol, perogrullada que dijo un entendido –quizá se quedó calvo detrás de las orejas- de la política podíamos empezar diciendo que política es política, sin que me acusen de lo mismo, porque ni estoy en ella ni soy, como he dicho anteriormente, entendido. Pero me he informado y he tenido cierta experiencia al haber estado gran parte de mi vida al lado de políticos de una y otra tendencia. He visto, experimentado y sufrido, como cualquier hijo de vecino, las diversas maneras de concebir la política, y así lo he expuesto en mi reciente libro “Madrid, Corte y Recorte”, “Historia de la demoGracia municipal”. La lucha por el poder, el manejo, las contradicciones, urdimbres y tramas de personajes y personajillos que se enriquecen al socaire del mismo.

Como no se sabe qué sea la política, hablemos, pues, de quienes ejercen la misma, igual que de fútbol no se puede hablar sin recurrir a los que juegan o cobran por esa actividad.  O sea, que no existe la política, sino los políticos. Y de esos hay que hablar, aunque sea el oficio más inútil del mundo, como lo definió Julio César.

EL PODER POLÍTICO

Se ha definido el poder político como el impulso cuyo objetivo es conseguir el orden como nexo social para disfrutar en iguales condiciones del estado de bienestar. Este poder en un estado de derecho está dividido y nadie lo puede ostentar personal e individualmente, sino en común y por el bien común. Todo sabemos de donde proviene la palabra política y su significado, polis que es ciudad-estado, fundamento de la organización social en la antigua Grecia. Pero así como en ese aspecto está claro su significado, actualmente es un término impreciso, de difícil definición. Como dice el catedrático Sánchez-Agesta sabemos lo que es, pero no podemos definirlo. Tal imposibilidad viene dada –como la definición de “humano”- por las diversas concepciones que actualmente y también a lo largo de la historia se han aplicado a la política, desde su sentido técnico, propósitos del político, o científico, la ciencia política objeto de estudio, a su concepción como arte o artimaña para conseguir el poder, y en general, las actuaciones que lleva a cabo el poderoso, bien en provecho propio, falto de ética, bien en favor del interés general, guiado por la filosofía moral, de la que hablaba Sócrates.

La historia y la literatura nos han dado muchas pautas y definiciones sobre la política, cuya conclusión, como apuntaba anteriormente, es que mejor que hablar de política hay que hablar de actuaciones políticas, es decir, de la persona que ejerce la política. En un breve repaso observamos que hay autores, como el conocido Maquiavelo –espejo de muchos políticos actuales- que consideraba esta actividad como un arte –artimaña- o modo de educar al Príncipe, título de su famoso ensayo.

Otros autores más recientes, como Oskar George Fischbach, en su Teoría General del Estado (Barcelona 1934), distinguen entre política como arte, y política como ciencia. Como arte se trataría de una doctrina para alcanzar unos fines, usando determinados medios, acorde a las circunstancias. Como ciencia, sería la comprensión del Estado mediante el estudio y la observación de sus fenómenos y su influencia en la vida pública, es decir, verificar acontecimientos y la posibilidad de influir en ellos, bien en provecho propio (artimaña, característica muy actual con fondos robados y depositados en la cueva de AlibaSuiza), bien en provecho social, filosofía moral y ética que debe ser guía de su comportamiento.

En la misma línea de Fischbach van los ensayos sobre política y Estado del autor italiano Giuseppe Maggiore (1941). Mantiene el profesor de  Palermo que la política, sin dejar de ser ciencia –teoría-, es ante todo actividad –praxis, práctica-, y la define como “actitud creadora”. Por lo que, según entiende este autor, no hay política, indefinible en sí misma, sino hombre que ejerce la política.

Teorías semejantes, con sus pequeñas variaciones, defienden otros autores, como el profesor de la Universidad de Costa Rica, Alfonso Carro, que al hablar de la representación política comienza diciendo que “su naturaleza es radicalmente problemática”.

Todos coinciden, tanto desde la perspectiva de la izquierda como de la derecha,  que la actividad social –política- se debe supeditar al objetivo del bien común en libertad con participación de la comunidad. Para eso debe ser utilizado el poder, conforme a derecho, con el condicionante de que es un poder relativo, es decir, en relación social cuyos comportamientos deben ir ajustados conforme a la realidad específica que es el hombre, lo humano de que hablaba el filósofo. El individuo, como “ser social”, debe estar por encima de la idea de nación, estado, raza, religión, o patria. La razón no es otra sino que en estos conceptos, patria, estado, etc, el individuo, la persona, es un mero instrumento de esas entidades u organismos. Sólo manteniendo este axioma, el hombre como medida de todas las cosas, es imposible caer en totalitarismos o demagogias.

La política, según el catedrático madrileño, Luis Sánchez Agesta, y otros como el sacerdote y ensayista argentino, antinazi y antisemita, Julio  Meinvielle “hace crisis cuando se pone al servicio de principios que se aceptan como verdaderos y se superponen a las exigencias de la persona”. Por ejemplo, la razón de Estado, la raza, por la que se han hecho tantas barbaridades, o la religión, por la que ha habido, y sigue habiendo, tantas guerras. Actuaciones políticas en las “dos ciudades”, que ya San Agustín denominaba el “pecado original” de la política, que se ha multiplicado en estos últimos años, al convertirse en “puro artificio, en una pura técnica de la organización social”.

La técnica política es propia de toda civilización –que no es igual que cultura-, y no es sino un mero instrumento que al aplicarse a los problemas humanos ha de estar supeditada a otros valores, como son la justicia, la igualdad, la solidaridad, la sensibilidad; en fin, la ética y la moral social e individual. A partir de estos principios es justo, propio y necesario hablar de actuaciones políticas. El sujeto activo, y a la vez pasivo, de tales comportamientos es el individuo desde su cometido histórico y desde su misma esencia de “ser social”, que vive y se desarrolla en comunidad. Todos estamos implicados en el quehacer político; por tanto todos debemos implicarnos en política, porque toda la sociedad y cada uno de sus componentes con su devenir diario colabora a mantener unida esta comunidad que componemos los humanos. Dentro de la misma, cada cual tiene su función, y debe haber alguien que en nombre de todos y por delegación de todos -elecciones- se dedique específicamente a administrar, que no gobernar, la sociedad, promoviendo el orden, el progreso en libertad, y la igualdad mediante sus actuaciones políticas de las que debe dar cuenta siempre que la sociedad se lo demande. El político debe estar siempre dispuesto a responder de algo ante alguien. Sus actuaciones serán objeto de la próxima entrega. Hablaremos del principio que deber guiar las mismas y de las cualidades del personaje que aspire a tal menester.    

El oficio político