sábado. 20.04.2024
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En 1980, Ronald Reagan fue elegido presidente de los Estados Unidos de América; su popularidad como político no se debía tanto a su mediocre carrera como actor de películas de serie B, como a su eficaz aparición como anunciante de crecepelos en la televisión. 36 años después, el más devoto de los clientes de Reagan, Donald Trump, ha llegado a la Casa Blanca. Ha usado para ello el mismo poderoso influjo de los medios, esparciendo a la población  el mismo contenido basura que consume cotidianamente en el plasma del saloncito: machismo, xenofobia, discriminación, amenazas, populismo del barato, etc., etc.

Que  toda esa infamia no era más que la carnaza que se le echa a los perros para que laman tu mano, lo demuestra el discurso que acabo de oírle como futuro presidente: la acritud ha dado paso a la bonhomía, la agresividad en el tono al sosiego  y la xenofobia a la unidad de todos los integrantes de la nación americana.  ¡U.S.A! coreaban los presentes en la sala de celebraciones ante la promesa de que la nación americana volverá a pesar en el mundo, de que construirá escuelas y hospitales aunque no se sabe cómo si todos los contribuyentes siguen su ejemplo de evadir impuestos.

Con Ronald Reagan el mundo dio un vuelco; cerró la etapa del consenso de posguerra para entrar en el de la finacierización y la globalización de la economía; el cambio supuso el despido de millones de trabajadores industriales, la pérdida de poder adquisitivo y de derechos, la minoración del Estado del Bienestar; en fin, la derrota de una clase que había tenido como principales referentes políticos a partidos socialdemócratas en Europa y demócratas en Estados Unidos. Partidos “progres”, “modernos” y “avanzados” que terminaron por acomodarse al nuevo capitalismo globalizado como antes se habían adaptado al modelo nacional-keynesiano.

El discurso de Trump, veremos si su política lo es, representa la quiebra de la globalización reaganiana , la vuelta al nacionalismo económico y político, el fin de la globalización y, eso esperan sus votantes, el de la devaluación salarial como principal mecanismo para competir con chinos, indonesios en el exterior y refugiados e inmigrantes en el interior. Es el mismo discurso nacionalista que usan en Europa Le Pen o Farage. Es decir, es la vuelta al nacionalismo como refugio, aunque ahora ya no serán los demócratas quienes la gestionen sino la ultraderecha de tonos fascistas. ¿Qué ha pasado?

Lo que ha pasado es que después de casi cuarenta años de neoliberalismo que ha dejado desamparados a cientos de millones de personas en los países “avanzados”, que los ha dejado sin opciones para organizar sus vidas, mucha gente entiende que su refugio, su caverna si se quiere, es el que le invita a traspasar la extrema derecha. Hartos del distante, despótico-ilustrado discurso de una “progresía” bien instaladas en las Citys y en las puertas giratorias, hartos de ver que la “izquierda” de andar por casa consiente la apabullante desigualdad que hace que el 1% que representa a los más ricos tiene más dinero que el 40% más pobre, hartos de que pasan los años y nada cambie, no es de extrañar que muchos de los “antisistemas” se alíen con aquel que se presenta como tal, en contra de la globalización y de vuelta a la certidumbre de unas fronteras bien delimitadas. La memoria histórica para ellos también cuenta, nunca se vivió tan bien como cuando en los 60s las fábricas estaban abiertas, las hortalizas se vendían a buen precio porque los mercados eran nacionales.

Otra cosa habría ocurrido, tal vez, si el candidato demócrata en Estados Unidos  hubiera sido Berni Sanders; él sí tenía un verdadero programa socialdemócrata, él sí hubiera promovido nuevas opciones de vida a la gente sin opción, y hubiera desenmascarado a los clientes del crecepelo que, liados en la bandera patria, amenaza convertir el país, los países, en un infierno. Pero claro, Sanders era un  radical, un candidato no deseado por el stablishment del 1% fuera demócrata o republicano, del que la Clinton lideraba la portavocía.

Estaremos de acuerdo que lo ocurrido hoy es un aviso a navegantes; si no se abre a la gente el abanico de las oportunidades para tener una vida digna después de cada crisis, si todavía se sigue echando a las clases populares a la cuneta y pensando que la gente es demócrata o republicana de por vida, del PP o del PSOE, se estará engordando a quienes nos invitan a tomar el té en la parte más oscura de la caverna.

Postdata: El otro día 250.000 sevillanos y sevillanas acompañaron al Gran Poder por las calles de la ciudad. El concejal socialista de festejos del PSOE comentó que no sobran procesiones en Sevilla. De momento, no está mal que los sevillanos busquen soluciones antes en las estatuas que en nacionalistas demagogos, al tiempo que se dan un garbeo para tomarse unas copas en los bares del centro, pero no se olvide que Donald Trump es la cabeza visible de los hosteleros americanos.

El voto de la gente sin opciones