jueves. 28.03.2024
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La situación en Ucrania parece deteriorarse por días. Las informaciones que nos llegan de las regiones secesionistas son muy inquietantes y, al margen de la propaganda de unos y otros, lo cierto es que la cifra de muertos en combates registrados desde comienzos de mes sigue creciendo.

LA RUINA DEL ALTO EL FUEGO

Observadores de la OSCE (Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa, heredada del viejo escenario de confrontación Este-Oeste para prevenir riesgos bélicos y en la actualidad ‘notaria’ de la situación) aseguran que las milicias separatistas iniciaron la semana pasada el asalto a la ciudad de Marinka, un enclave situado unos quince kilómetros al suroeste de Donetsk, la capital de los rebeldes.

En este empeño, desarrollaron una importante actividad artillera y pusieron en movimiento centenares de vehículos blindados y ligeros. Lo más significativo es que habrían empleado también los famosos T-72. Estos carros de combate, joyas del arsenal soviético durante la guerra fría, no son utilizados por el ejército regular ucraniano, según los observadores internacionales; por lo tanto, o bien han sido entregados a los rebeldes por Moscú o han sido manejados directamente por soldados rusos.

Con posterioridad a estos ataques, se habían registrado otras ofensivas de menor envergadura al norte y noreste de Donetsk y posiciones rebeldes al este de Mariupol, ésta última una ciudad costera clave que los rebeldes quieren conquistar para asegurar la conexión con Crimea, península anexionada por Rusia desde al año pasado.

Los objetivos específicos de estas ofensivas de junio no están aún del todo claros. Podrían tratarse de maniobras de diversión. Pero, más allá de los aspectos militares concretos, parece confirmarse que las milicias secesionistas quieren consolidar posiciones y hacer muy difícil un contraataque del ejército regular. 

En todo caso, casi todo el mundo coincide en que los segundos acuerdos de Minsk han saltado por los aires y el cese el fuego acordado en febrero sobre la base de aquel compromiso diplomático está superado por los acontecimientos. Señal inequívoca de esto es la dimisión de la jefa de misión de la OSCE, la diplomática suiza, Heidi Tagliavini.

En su momento, dijimos que habría un Minsk-III (o algo que tuviera ese significado), porque los acuerdos políticos o diplomáticos estaban sujetos a las prioridades militares. Moscú pudo frenar a sus protegidos por conveniencias o exigencias del momento, pero no es seguro que quiera o pueda hacerlo ahora. Los estímulos de una solución pacífica para el Kremlin disminuyen mientras se mantengan las sanciones y los rebeldes demuestren capacidad y estómago para seguir hostigando al Ejército regular.

KIEV SE PREPARA PARA LA GUERRA

El Presidente ucraniano, Petro Proshenko, aseguró hace unos días ante el Parlamento que estas operaciones constituían simplemente el anticipo de una ofensiva militar rusa a gran escala. Volvió a exigir, por enésima vez, “la retirada de tropas, armamento y equipamiento ruso del territorio ucrania y el control de las fronteras por las autoridades ucranianas”. En tono menor, y con absoluto escepticismo, renovó las promesas de celebrar elecciones en las regiones bajo disputa, una exigencia de Occidente para mantener su apoyo.

Pura apariencia. El gobierno de Kiev nunca creyó en la viabilidad de una solución negociada. De hecho, se ha abstenido de tomar decisiones que favorecieran un clima de entendimiento. Nunca confió, comprensiblemente, en las intenciones rusas. Sectores muy influyentes del Estado, la sociedad y los negocios han presionado claramente en favor de una internacionalización del conflicto.

En este clima de escepticismo sobre la estabilidad del alto el fuego, las autoridades ucranianas se olvidaron de las medidas conciliatorias contenidos en los acuerdos de Minsk y han ido adoptando decisiones de fuerza como el creciente aislamiento de las regiones orientales rebeldes, restricciones en la provisión de abastecimiento y en la circulación de mercancías y el impago de pensiones y salarios.

EL DILEMA DE LOS ALIADOS

Estados Unidos y las potencias europeas no se han visto sorprendidas por la negativa evolución de los acontecimientos. La OTAN ha venido informando periódicamente de violaciones puntuales del alto el fuego y de movimientos inquietantes de tropas y material, sobre todo de la parte pro-rusa. Aunque hay un componente de sorpresa en las últimas acciones militares, era un secreto a voces que el frágil o aparente status quo tenía las semanas contadas.

En la cumbre del G-7 en Baviera, los aliados occidentales han renovado el habitual mensaje de firmeza frente a Moscú, excluida de esta cita precisamente en castigo por su apoyo a los rebeldes orientales. Pero hay cierta coincidencia en la limitada capacidad de la estrategia adoptada para forzar un cambio de actitud en el Kremlin. Algunos analistas aseguran que el Kremlin ya ha descontado los peores efectos de la presión económica y financiera occidental y no encuentran estímulos en un giro radical de sus posiciones.

Las inquietudes en ciertos países europeos por el suministro de gas ruso crecerán conforme pasen los meses y se acerque el invierno, sobre todo si se confirma la guerra estival como parece cada vez más probable. Moscú puede intentar una revisión de Minsk en un sentido más favorable a sus intereses, pero los occidentales no pueden debilitar la posición de Kiev sin perder la cara.

Tampoco Putin puede abusar de su exposición al riesgo. Aparte de las consecuencias sociales que un empeoramiento de las condiciones puede acarrear, ya debe soportar otros efectos inquietantes. Setecientos mil ucranianos han cruzado la frontera no sólo en busca de estatus legal sino también de manutención y abrigo en Rusia.  El apoyo a los irregulares ucranianos del Este ha reforzado la influencia de bandas criminales y mercenarios. La delincuencia ha aumentado en un 23% en las regiones fronterizas rusas con Ucrania (1).

Las perspectivas, por tanto, son pesimistas. Parece inevitable que vuelva a correr la sangre. Pero quizás sólo un agravamiento bélico transitorio puede desbloquear la situación y abrir la vía a un acuerdo más estable. La paz, como tantas veces ocurrió en Yugoslavia, no será hija de un espíritu de concordia sino del agotamiento de la guerra.


(1) “Putin’s warlords slips out of control”. ADRIAN KARATNICKY. THE NEW YORK TIMES, 9 de Junio.

¿Hacia otro verano sangriento en Ucrania?