lunes. 07.10.2024
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El anuncio del exitoso ensayo de un misil balístico norcoreano de largo alcance ha disparado de nuevo las alarmas en Washington y en las capitales asiáticas aliadas. El peculiar líder de Pyongyang no parece arredrarse ante las advertencias de Donald Trump. Al contrario, se ha permitido dar el paso más atrevido hasta la fecha, el mismo día de la Independencia de Estados Unidos. Más allá del simbolismo, el ánimo de provocación es demasiado obvio.

CADENA DE FRACASOS

La comunidad internacional lleva más de veinte años intentando abortar, limitar e incluso controlar el programa nuclear norcoreano, de momento sin éxito estable alguno. Salvo un periodo de cierta aproximación, durante el mandato de Clinton y del padre del actual máximo dirigente norcoreano, el resto de intentos se ha saldado con una acumulación de frustraciones, fracasos y, en el mejor de los casos, malentendidos.

Ese intento negociado se desarrolló de forma multilateral, con participación de los principales actores regionales: Estados Unidos, Rusia, Japón, China y Corea del Sur. El mayor aliciente para el oscuro régimen asiático fue cierta respetabilidad internacional y un margen de cooperación económica que le permitiera superar sus cíclicas crisis en el abastecimiento de la población. Finalmente, también se malogró la ocasión.

Con posterioridad, no se abandonó del todo la vía negociada, pero cada vez se fue haciendo más difícil la superación de obstáculos. Incluso, surgieron otros nuevos. El intento se arruino por completo con la muerte del Kim Jong-Il y el acceso a la cúspide de Kim Jong-Un.

LA LÓGICA DE LOS KIM

Como ya había ocurrido en el proceso sucesorio anterior, la llegada del nuevo líder cierra automáticamente la vía negociada, ya que se quiere evitar por todos los medios que tal la apertura pueda interpretarse como un gesto de debilidad.

El mandato del último de los Kim no es ni más radical, intransigente o belicoso que los anteriores. Parece responder a la misma lógica. Pero, en su caso, el ajuste interno de cuentas, registrado de forma paralela a las provocaciones internacionales, parece haberse acentuado. Por una razón similar: no se quiere ofrecer la imagen de que el nuevo líder flojea frente al desafío de sus enemigos. En realidad, este aparente endurecimiento podría indicar justo lo contrario: que el régimen se siente obligado a responder de manera expeditiva ante cualquier sospecha de disidencia, justamente porque no se sentiría del todo seguro.

Más allá de estas especulaciones de coreanólogos, persiste un consenso básico sobre la conducta del régimen. El fracaso sucesivo de las distintas estrategias de presión (sanciones, sabotajes, presiones diplomáticas, amenazas veladas de intervención) hace que los expertos se muestren muy circunspectos sobre las opciones disponibles.

LA DISTORSIÓN TRUMP

La llegada de Trump a la Casa Blanca puede alterar estas percepciones más o menos clásicas. A la naturaleza peculiar el actor objeto de la preocupación general, se une el desconcierto que el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha introducido a la hora de validar las estrategias exteriores de Washington.

Dicho de otra manera, la pareja Trump-Kim compone un escenario preocupante. Al actual presidente le cuesta sobremanera entender la lógica de los equilibrios y, mucho más aún, otros intereses que no sean los de Estados Unidos. La torpeza exhibida con Corea del Sur es un ejemplo significativo. Pretendía Trump, y quizás todavía pretenda, revisar el marco de sus relaciones comerciales bilaterales para hacerlo más favorable, e intentar que los surcoreanos paguen por el sofisticado sistema de defensa antimisiles THAAD.

OPCIONES POCO CLARAS

En un análisis publicado nada más conocerse el ensayo del misil intercontinental, el experto en seguridad del New York Times, David Sanger, valora las distintas opciones que el mercurial presidente norteamericano tiene ante sí. Ninguna es suficientemente convincente, al menos según los parámetros vigentes en la consideración del problema norcoreano (1).

Estas opciones serían las siguientes: sanciones adicionales, reforzamiento de la presencia naval norteamericana frente a la península norcoreana, aceleración del programa de sabotaje del programa nuclear (herramienta privilegiada para durante el mandato de Obama), incremento de la presión a China para que haga entrar de una vez en razón a su díscolo protegido y puesta a punto de la preparación de ataques preventivos en caso de que se detecte el lanzamiento inminente de estos misiles. Nada indica que estas iniciativas fracasadas sean ahora más propicias.

Las sanciones tienen el respaldo bipartidista en EE.UU., tras la aprobación, hace un año, de nuevas medidas por el Congreso. Algunos creen que Washington no ha agotado todas las posibilidades del arsenal sancionador aprobado por el Consejo de Seguridad (2). Además, el nuevo gobierno de Seúl, más propenso inicialmente a la negociación que el anterior, no opondría mucha resistencia, a la vista de la conducta de Kim.

Pero la eficacia de las sanciones depende de China, y el resultado hasta ahora no ha sido prometedor. Xi Jinping no quiere o no puede ejercer la influencia que se le atribuye. Trump lo ha intentado sin éxito (3). Durante un tiempo se pensó que Pekín no estaba sinceramente interesado en acabar con el permanente incordio norcoreano, porque se podía reservar esa baza ante una crisis mayor en la región, en particular las tensiones en el Mar del Sur de China. Pero crece la impresión de que, en realidad, la capacidad china de embridar a la dinastía norcoreana es limitada. Los Kim han demostrado más resistencia de la prevista a las presiones de los enemigos, pero también a la de colaboradores o ambiguos, como Rusia. Recientes informes indicarían, además, que la situación económica de Corea del Norte está mejorando (4).

La escalada militar es mucho más incierta. Como ha señalado ahora el Secretario de Defensa con Clinton, William Perry, “lo que podía ser una buena idea hace dos décadas, ya no lo es”. Sencillamente, porque el programa norcoreano ha crecido y ahora Pyongyang dispone de muchos y muy variados misiles y de instalaciones donde esconder la mayoría de ellos. Pero, sobre todo, por el temor a una respuesta de represalia contra su vecino del sur, que podría ser devastadora. Con un arsenal estimado de 20 armas nucleares, Corea del Norte cree disfrutar de una posición que le permite evitar el destino de Gaddaffi. De ahí que Mattis, el actual jefe del Pentágono, dijera el otro día en la cadena de televisión CBS que una guerra en Corea sería el peor conflicto imaginable.

Así las cosas, quizás haya que resignarse a un programa nuclear norcoreano e intentar una salida como la iraní, como sugieren Rhodes y Shellenberger (5).


NOTAS

  1. “What can Trump do about Norh Korea? His options are very few and risky. DAVID E. SANGER. THE NEW YORK TIMES, 5 de julio.
  2. “How Trump can get tough on North Korea”. SUN-YOONG LEE. FOREIGN AFFAIRSE, 18 de enero.
  3. “Trumps  warns China He is willing to pressure North Korea on his own”. THE NEW YORK TIMES, 3 de julio.
  4. “North Korea. Why the economy is growing. THE ECONOMIST, 28 de junio.
  5. “Why North Korea should have Peaceful Nuclear Power. FOREIGN AFFAIRS, 24 de mayo.

Trump y Kim: Una pareja de riesgo