sábado. 20.04.2024

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En el trastornado imaginario colectivo las bombas de “los buenos” sólo pretenden la paz

La manipulación ejercida por los medios del poder consiguió darle un rostro al terror. En el imaginario colectivo la representación del terror adquiere la fisonomía que, durante décadas, los mercaderes de la información inocularon -a sabiendas del atrofio general del sentido común y del  infecundo fomento del criterio individual-, utilizando todo su poder persuasivo. Lo mismo sucede con la figuración de todo aquello que representa a la democracia,  la igualdad y  la libertad; valores que, según los medios de comunicación, sólo se ejercen en los países que se atribuyen el rol de juez, y que pueden permitirse señalar con su dedo inquisidor a las naciones carentes de lo indispensable para el respeto por la dignidad humana.

El ejército de sicarios de la información ha realizado tan extraordinariamente bien su labor, que ha logrado concebir el estereotipo del Mal, de ese demonio a quien la sociedad debe temer. La verborrea de los comunicadores se ha puesto al servicio de esta construcción, demonizando adecuadamente a quienes El Bien” debe destruir (y por el bien de todos). De este modo, una vez anulada la capacidad crítica de los consumidores de “realidad”, surgen héroes y villanos que la manipulada opinión pública sabrá aplaudir y defenestrar, sin siquiera sospechar que ha sido corrompida por víles intereses coorporativos.

La sistemática violación de derechos humanos que comete a diario Estados Unidos, dentro y fuera de su territorio, será anulada por la “preocupación” que en los foros internacionales las grandes potencias expondrán, respecto – por ejemplo- de Venezuela. La maniobra de los medios será hacerle creer a sus idiotizados espectadores que es Venezuela el problema a resolver, evitando que éstos tengan conocimiento de los millones de pobres que atestan los suburbios de las grandes capitales estadounidenses, ni de sus crímenes contra afroamericanos, ni de sus miles de víctimas de abandono sanitario, ni de sus métodos de tortura en cárceles clandestinas, ni de sus necesidades de perpetrar nuevos ataques a países de Oriente para que su industria armamentística siga generando un alto margen de riqueza. 

Los medios del poder estimulan la idea de la vulnerabilidad de los derechos humanos según el país al que sus defendidos pretendan invadir. El muestrario de demonización ejercida por la prensa hacia líderes populares en América Latina ruborizaría al mismísimo Joseph Pulitzer. La pretensión de Washington de colocar en la presidencia de los países de esta región a honorables representantes de sus intereses, tal como ya lo había hecho en los años 70s y 80s, finalmente dio resultado gracias a los medios y periodistas que ejercieron y ejercen de prostitutas del poder real. De esta manera la sociedad idiotizada ha aceptado el advenimiento de una derecha rapaz, pro-imperialista, a la que no le ha hecho falta sino la persistencia de sus medios en la difamación de opositores y en el trillado argumento de la corrupción, que el idiota espectador sólo asociará a esos ex dirigentes, sin sospechar el verdadero motivo por los que las nuevas figuras de la política han pretendido el poder.   

La necesidad de Bush de bombardear Irak encontró el apoyo decisivo de los medios hegemónicos que cumplieron a rajatabla su función de justificadores. La sucesión de titulares que hacían referencia a hangares de armas de destrucción masiva, finalmente caló hondo en la conciencia de una ciudadanía un poco más estúpida que en décadas pasadas. Y aunque nunca se encontró lo que se aseguraba que existía, el norteamericano promedio ni se inmutó, gracias a que esos mismos medios del poder le obsequiaron un nuevo Super Tazón, o Super Bowl o un Super Coño que les anuló cualquier indicio de pensamiento crítico.

Quienes hoy pretenden justificar esta nueva incursión de Estados Unidos en Siria, argumentan los mismos pretextos que en ocasiones anteriores. Pero no es esto lo que llama más la atención de algún que otro cerebro en funcionamiento, sino la compasión, la sensibilidad y la empatía de Trump, May y Macron hacia el pueblo sirio. “No podemos tolerar que muera gente inocente, entre ellos niños pequeños”,  sostuvo el magnate presidente, antes de enviar misiles a Damasco; opinión con la que la Primera Ministra Inglesa, Theresa May, estuvo de acurdo.

Obsérvese, sin embargo, que estos adalides de la sensibilidad son los mismos que a diario provocan enormes tragedias humanas sin que los medios de comunicación se pronuncien al respecto. Antes de asumir como mandataria del Reino Unido, Theresa May se desempeñó en el cargo de Ministra del Interior. En esa función su preocupación por las “vidas inocentes” no parecía tan radical como ahora; por el contrario, fue May quien decidió no participar en las misiones de búsqueda y rescate de inmigrantes en el Mediterráneo, asegurando que “Salvando a quienes se van a ahogar, se anima a otros a que intenten llegar a Europa”. De modo que es extraña su floreciente sensibilidad con las injusticias cometidas en Siria

En cuanto a Trump, nada puede agregarse que ya no se sepa. Los medios reprodujeron su preocupación por las “vidas de los inocentes en Siria”, provocando a la idiotizada sociedad a repetir “armas químicas” una y otra vez, tal como lo hizo en 2003 con las de “destrucción masiva”.  Párrafo aparte merecerían las opiniones a favor del ataque, provenientes de mandatarios de la calaña de Mariano Rajoy o Mauricio Macri, manifiestos admiradores de las relaciones internacionales de la América de Trump, que también expresan su preocupación por las vidas sirias, mientras se cagan con gusto en las de los países que presiden.

En el imaginario colectivo la representación del terror adquiere la fisonomía que durante décadas los mercaderes de la información le inocularon. En el imaginario colectivo la representación del terror no se esconde en la Sala Oval de la Casa Blanca o en el Parlamento Británico. En el trastornado imaginario colectivo las bombas de “los buenos” sólo pretenden la paz.

Bombas para la paz