viernes. 29.03.2024
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Montaje de portadas de diarios: Europapress

En la avalancha política y mediática sobre el múltiple atentado de París, como en cualquier macro-acontecimiento relacionado con el terrorismo, hay una narrativa pública dominante y una realidad mucho más discreta, contradictoria e incierta. Algunas imposturas son recurrentes y terminan por aceptarse social y políticamente. Veamos las más frecuentes.

1.- Los atentados terroristas nos empujan a la guerra. Falso. La masacre terrorista de París no es lo que empujará a Francia a la guerra. El estado galo ya había practicado actos de guerra contra el Daesh y otros grupos terroristas delegados y afines mucho antes. Lo mismo puede decirse de EEUU y el 11-S, de España y el 11-M o Gran Bretaña y el 7-J. La guerra no empieza cuando las víctimas empiezan a caer de este lado, aunque sean numerosas.

2.- La respuesta militar es eficaz en la lucha contra el terrorismo. La experiencia tiende a ponerlo seriamente en duda. Una campaña militar intensiva puede obligar a replegarse a un determinado grupo u organización, e incluso destruirlo operativamente, pero en muchos casos también está sembrando las semillas de otros actores terroristas nuevos. Por citar sólo lo más reciente, el debilitamiento de Al Qaeda propició el surgimiento del Daesh.

Derivado de lo anterior, se atribuye el fortalecimiento reciente del yihadismo a la excesiva cautela de la actual administración norteamericana. Es un cúmulo de falsedades o inexactitudes. No es cierto que Obama sea un ‘blando’ o que haya renunciado a derrotar militarmente al terrorismo. Ha empleado medios militares, y no poco contundentes. Pero el presidente norteamericano merece crédito cuando dice que el envío de tropas de tierra a Siria no sólo no resolvería seguramente la amenaza terrorista sino que la agravaría, porque los centros de gravedad del terrorismo encontrarían la manera de desplazarse a otros lugares potencialmente propicios. El discurso de la debilidad frente al terrorismo tiene una motivación política y escasa base empírica.

Los republicanos insisten en la obscenidad de ignorar que la respuesta militar al 11-S fue el mayor estímulo del terrorismo yihadista en tiempos recientes. Obama también tiene motivaciones políticas para sostener la política que sostiene, pero actúa con más sensatez que sus adversarios, o que algunos de sus “amigos” políticos, como Hillary Clinton, partidaria de maneras más fuertes, pero muy selectivas, contra la amenaza terrorista.

3.- Las acciones de fuerza de los estados democráticos contra el terrorismo islamista son actos legítimos y justos. No necesariamente. El terrorismo se cobra, por naturaleza, víctimas inocentes. De la misma manera que nuestros bombardeos, con aviación convencional o con drones, matan más inocentes que terroristas en los lugares donde estos se reagrupan, organizan y se esconden. La diferencia es que nuestras víctimas tienen rostros, nombres y honores. Las ajenas son números imprecisos en un relato apresurado. Con las operaciones militares no se resuelve nada, se cobra venganza y no se hace justicia.

Seguramente nunca sabremos las víctimas civiles de los bombardeos de estos días en Raqqa, la capital del Califato. El Daesh camufla sus centros de mando, control y comunicación en edificios civiles. Esas víctimas anónimas están doblemente indefensas. Raqqa es una cárcel a cielo abierto, donde decenas de miles de personas viven bajo opresivas normas casi medievales de rigor religioso y social. Pero, en contraste con la mayoría del resto del país, la destrucción devastadora de la guerra no está presente. Con la intensificación de las represalias militares acumularán un sufrimiento adicional.

 4.- Los terroristas golpean Occidente porque odian nuestros valores de libertad, justicia y prosperidad. Inconsistente. La mayor parte de las acciones terroristas y el mayor número de víctimas del terrorismo se localizan en países no occidentales, debido al sectarismo religioso o las rivalidades regionales. Yemen es un ejemplo terrible. El terrorismo no es una consecuencia del “choque de civilizaciones”, como algunos pretenden, sino un medio simple de hacer daño al enemigo, de manera indiscriminada, y un instrumento letal de propaganda.

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5.- El terrorismo es un fenómeno lejano que se importa. Inconsistente. Los jóvenes que regresan de Siria, como antes lo hacían de Afganistán u otros lugares, dispuestos a ejecutar acciones terroristas, no se han “convertido” allí. Han viajado para recibir entrenamiento, orientación e instrucciones, pero es aquí donde han cultivado previamente el convencimiento de que deben combatir con la violencia valores e intereses occidentales, por marginación social o por envenenamiento ideológico y/o religioso.

6.- Los estados enemigos de Occidente en Oriente Medio son los patrocinadores y protectores de los terroristas y nuestros aliados los que nos ayudan a perseguirlo, combatirlo y derrotarlo. Totalmente falso. El terrorismo islamista actual, el más reciente, ha surgido precisamente en los estados de mayoría islámica cuando han sido derribados y/o neutralizados los regímenes políticos contrarios a Occidente (Irak, Siria, Libia, Yemen, etc.). Nuestros aliados árabes tradicionales no suponen una garantía contra el terrorismo, precisamente. Es una sospecha admitida, aunque no proclamada públicamente, que algunos de ellos tutelan, financian y manipulan grupos terroristas, por razones de rivalidad regional o de política interna (Arabia Saudí, Pakistán, etc.).

7.- La cooperación internacional resulta esencial en la lucha contra el terrorismo. Afirmación ambivalente. En ocasiones se convierte en activo dudoso y escurridizo. Cuando los aliados islámicos se comprometen en la persecución directa contra supuestos objetivos terroristas muchas veces alumbran situaciones perjudiciales para la causa. En algunos casos, porque lo hacen de manera interesada e ilegítima, como en el caso de Egipto. O peor, porque inciden directamente en el terrorismo de Estado, contra sus propios ciudadanos (de nuevo, Egipto) o contra países supuestamente rivales y, por supuesto, más débiles (es el caso de las operaciones militares saudíes en Yemen, denunciadas por la ONU, sin consecuencia real).

8.- El terrorismo no tiene nada que ver con el Islam. Debatible. La invocación a Dios es uno de los principales móviles de inspiración violenta. Entre los extremistas de la religión musulmana o de cualquier otra, a lo largo de la historia y en los tiempos presentes. La afirmación opuesta es también impugnable. La sospecha generalizada sobre las mezquitas o imanes es enfermiza y peligrosa. La religión puede ser fuente de guerra o de paz, depende quién, cómo y para qué se utilice.

9.- El clima social generado por la dialéctica terrorismo-antiterrorismo no perjudica la convivencia democrática entre distintos sectores sociales, étnicos, religiosos y culturales. Muy dudoso. El incremento de la islamofobia es un hecho estudiado y comprobado. En Estados Unidos y en Europa. Las declaraciones bienintencionadas de los dirigentes políticos obtienen resultados muy modestos.

Estos días en Francia se han escuchado voces de observadores cualificados alertando sobre la sensible transformación de la ciudanía ante la colectividad y la cultura musulmana. Temen que la tolerancia, la comprensión y las actitudes favorables a su integración estén tocando fondo.

10.- El combate contra el terrorismo aconseja suspender, recortar o alterar parcial y temporalmente, las garantías constitucionales. Discutible. Antes de promover cambios constitucionales, como hizo precipitadamente el presidente francés la trágica noche del viernes, tal vez debería admitirse que el funcionamiento de las agencias de inteligencia es, como todo, mejorable. Deberían afinarse los protocolos de intercambio de información. Los autores de la mayoría de los peores atentados terroristas eran conocidos por los servicios de seguridad occidentales.

Algunos nos preguntamos estos días si se han olvidado tan pronto las lecciones de la histeria patriótica en Estados Unidos después de los atentados de 2001.

11.- La lucha contra el terrorismo aglutina a las fuerzas políticas y sociales y no es objeto de disputas partidistas. Pura apariencia. Por debajo de las solemnes protestas unitarias, el antiterrorismo está sometido a las mismas reglas de rivalidad política, solo que las disputas se libran en terrenos paralelos y en tiempos diferentes. Pasado el momento inicial del impacto terrorista, a los pocos días, se escuchan matices y desavenencias, primero sutiles y luego abiertas, en la que unos, la oposición, resaltan los errores y la incompetencia, y otros, los gobiernos, califican las críticas de oportunismo y manipulación.

En el caso francés, se avistan ya los corolarios políticos de la reciente tragedia. Es más que probable que el Frente Nacional obtenga un redito político sustancioso. Y que los otros partidos traten de evitarlo como sea. Marine Le Pen se ha conducido con pies de plomo para que nadie pueda acusarla de oportunismo, pero su discreción no es generosa: sabe que la clase media francesa tiene menos miedo cada día en otorgarle la confianza para gobernar. Las próximas elecciones departamentales serán un test significativo. El tercer protagonista mayor de la escena, el expresidente Sarkozy no dudará a la hora de proclamar un discurso nacionalista pero con retórica ‘republicana’ y, ante todo, con ‘estatura presidencial’. Hollande se juega sus aspiraciones de reelección en la percepción de seguridad tanto como en la disminución del desempleo, como él mismo ha manifestado.

12.- Los medios de comunicación contribuyen, por lo general, a generar una cultura de solidaridad y unidad frente al terrorismo. Muy discutible. La exuberancia demostrada por los medios cuando se producen macro-acontecimientos terroristas tiene más que ver con la ambición de conquistar mejores índices de audiencia, aprovechando el clima de intranquilidad, la necesidad de saber lo que ocurre y los impulsos primarios, que con una vocación altruista de servicio ciudadano. 

En definitiva, lo peor del relato público sobre la lucha antiterrorista es que pocas cosas son lo que parecen y los discursos políticos y mediáticos confunden más que esclarecen. No se trata de una conspiración maligna o de un gigantesco cinismo. Parte de la explicación reside en la complejidad de las causas y en la enorme dificultad de las soluciones (que, en todo caso, siempre serán parciales). Pero, en momentos de conmoción general, la sociedad acepta con alivio, o con resignación, mentiras o medias verdades tranquilizadoras y unificadoras, que verdades desnudas terribles o desagradables.

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