jueves. 28.03.2024
FOTO: Casa Blanca | Por Amanda Lucidon

Cualquiera de estas noches (esta semana, quizás), Estados Unidos, con apoyo aliados menor, lanzará misiles desde sus aviones y barcos contras instalaciones militares sirias, en acción de represalia por el uso de armas químicas en la guerra contra los rebeldes, que parece haber causado centenares de víctimas civiles.

Se tratará de un ataque limitado, en intensidad y tiempo, cuyos efectos habrá que esperar para evaluar. Oficialmente, el objetivo no es propiciar el derribo del régimen sirio, sino efectuar un castigo por una acción indigna de gobiernos civilizados. Es decir, un nuevo acto de guerra justiciera, que tiene escasa credibilidad y menos sostenibilidad legal.

Obama se tomará tiempo para analizar el resultado de las investigaciones de los observadores de la ONU, pero miembros de su gobierno ya han adelantado que disponen de evidencias muy comprometedores para el régimen de Damasco.

Es difícil oponerse a intervenciones de este tipo porque parecen fundadas en consideraciones morales aparentemente positivas: se castiga a unos dirigentes que no dudan en emplear armas letales repugnantes contra su propio pueblo con tal de afianzar sus posiciones de poder. Ocurrió en Irak, en Kosovo, en Libia. Y ahora, con toda seguridad, en Siria. Pero los motivos morales no sólo son insuficientes porque necesitan ser sustentadas jurídicamente. Además, esa supuesta justicia es puro oportunismo o cinismo. Tanto valor tiene la vida de las victimas gaseadas en Siria, masacradas en Libia o asesinadas en ciudades y aldeas kosovares, como las acribilladas a tiros en las calles de El Cairo o de Bahréin o en cárceles clandestinas de los amigos que hacen el trabajo sucio a los intereses norteamericanos. Y no todos los tiranos o asesinos reciben el mismo tratamiento.

El sustento legal, proporcionado por la ONU, es casi imposible. Rusia bloqueará el respaldo del Consejo de Seguridad, también por conveniencia propia, aunque con argumentos diferentes a los países occidentales y árabes aliados. Otros fundamentos legales manejados, como el Protocolo de Ginebra (1925) y la Convención sobre armamento químico (1933), si bien prohíben expresamente el uso de armas químicas, no amparan ataques militares contra países que lo hagan.

EL EJEMPLO DE KOSOVO

Se ha invocado el antecedente de Kosovo como modelo de actuación en Siria. Sin embargo, existen diferencias notables entre ambos casos. Washington asegura que con esta operación inminente no pretende acabar con el régimen de clan Assad. En cambio, el ataque contra Serbia, en represalia por las actuaciones militares de represión de la rebelión armada albano-kosovar, tuvo precisamente como efecto casi directo el derrocamiento de Slobodan Milosevic. Estados Unidos destruyó no sólo la capacidad militar serbia, sino que debilitó profundamente las estructuras de poder y control político y social del hombre al que abusivamente se le ha atribuido la responsabilidad de las guerras yugoslavas de los noventa.

La decisión del entonces Presidente Clinton estuvo revestida de consideraciones similares a las que ahora emplea el entorno del Presidente Obama. Pero se trata de situaciones muy distintas y de motivaciones opuestas. Clinton quería acabar con Milosevic, lo dijera o no, y sabía que su intervención sería completamente decisiva en ese sentido. Obama se niega a involucrarse de forma directa en el desenlace de la guerra interna siria y sus principales asesores diseñan una operación limitada que carezca de esos efectos decisorios.

En todo caso, el ejemplo de Kosovo, presenta demasiadas contradicciones e incongruencias, para resultar concluyente, como ha demostrado el profesor norteamericano Michael Glennon.  Es la lógica de las relaciones internacionales: ni la invocación moral ni la causa legal responden a principios y valores universales. Los intereses de cada cual en cada momento preparan los argumentos, los adaptan y los convierten en instrumentos de las políticas convenientes.

LA RETICENCIA DE OBAMA

En el ánimo reticente de Obama influye el escaso convencimiento de que una acción limitada pueda impedir otro ataque químico sirio. Le preocupa más que se inicie una espiral de intervención que le haga tomar un partido más claro, cuando no hay una alternativa clara de poder en Damasco que resulte más favorable a los intereses norteamericanos y occidentales. Durante años, Washington y otras capitales aliadas (europeas y árabes) han estado proporcionando apoyo político, logístico y, bajo cuerda, cierta asistencia militar a la oposición armada. Pero los rebeldes han sido incapaces de formar una alianza sólida, de elaborar un programa común de gobierno y de garantizar un futuro sin revanchas ni sectarismos. Más bien al contrario, a medida que avanzaba y se envilecía el conflicto, han ido imponiéndose los elementos más radicales y revanchistas. Como es bien sabido, en muchos de los frentes donde los rebeldes llevan ventajas a las fuerzas gubernamentales, el control está en manos de militantes afiliados a Al Qaeda, con no poca presencia de combatientes no sirios. Que Estados Unidos termine propiciando el triunfo de socios de la organización fundada por Bin Laden resultaría una paradoja difícil de digerir, incluso para los más cínicos defensores de la teoría realista de las relaciones internacionales.

No obstante, un Presidente de Estados Unidos no se puede inhibir. No del todo, al menos. Por eso, hace unos meses, ante la aparente desesperación por el avance de los rebeldes en algunos frentes, se temió que el gobierno sirio empleara armamento químico pare frenarlos. Obama proclamó que esa acción hipotética constituiría una “línea roja”, que, en caso de franquearse, provocaría una respuesta norteamericana. Algunos vieron en esa declaración del Presidente un enorme reto, porque Obama se ataba las manos, se obligaba a actuar.

Como era de esperar, se produjeron posteriormente denuncias de empleo limitado de arsenal químico, algunas supuestamente acreditadas por medios solventes de prensa, como el diario francés LE MONDE. Obama no consideró probado que se hubiera rebasado esa ´línea roja” y se limitó a autorizar el envío limitado de armas a los rebeldes. Recibió críticas de unos y otros.

Ahora parece que las evidencias de ataque químico son más contundentes y difíciles de orillar. Se habrían interceptado conversaciones comprometedoras entre mandos militares del régimen que probarían el empleo de gases en los alrededores de Damasco. En todo caso, no deja de resultar extraño ese ataque químico cuando se encontraban muy cerca del lugar observadores de la ONU. Salvo que la decisión de emplear ese armamento fuera de un jefe militar local y no del alto mando sirio, lo cual no es descartable debido al relativo descontrol que se detecta también en las fuerzas gubernamentales.

LA DIMENSION REGIONAL

En todo caso, los interesados en que Washington imprima un nuevo golpe de tuerca en el reequilibrio de la balanza regional consideran que el  futuro de la guerra en Siria está vinculado al problema de Irán, que es ahora la preocupación de no pocos aliados de Estados Unidos en la zona, con Israel y reino saudí a la cabeza. Que Siria sea el gran aliado de Irán en la zona, con el apéndice nada desdeñable del partido/milicia libanés Hezbollah. La eliminación del clan Assad y, en consecuencia, del predominio histórico de la minoría alawi (rama local del chiismo) en Siria ha sido una opción muy tentadora para los gobiernos de Jerusalén y Ryad. Al cabo, en esas capitales se piensan que las franquicias de Al Qaeda que combaten ferozmente en Siria podrán ser desbaratadas una vez derribado el régimen de Assad, fortaleciendo, incluso militarmente, a los sectores más moderados y favorables a los intereses occidentales.

Obama no lo tiene tan claro. Y, en todo caso, aunque ese fuera a la postre el resultado final, el proceso sería penoso y amenazaría permanentemente, durante su desarrollo, con una implicación más o menos directa de Estados Unidos, en un momento en que el Presidente desea desembarazarse de guerras y no enfangarse en otras nuevas. Obama desea poder culminar su mandato presidencial con logros relevantes de naturaleza social en su país y lo que menos necesita es continuar destinando recursos y energía a conflictos externos de muy difícil gestión. De ahí la reluctancia de su ánimo a intervenir en la guerra siria. Así lo percibe la gran mayoría de la opinión pública norteamericana, contraria a involucrarse en este conflicto.

Hace tres años, no resultaba factible a corto plazo la desestabilización del gobierno de Damasco. Al contrario, se había ensayado un cierto acercamiento con Assad para reavivar conversaciones secretas de paz con Israel. El objetivo era el mismo: aislar a Irán; pero la estrategia era distinta: debilitando los lazos de Damasco con Teherán ofreciendo al régimen sirio otros estímulos más atractivos. Uno de los participantes en esa estrategia de acercamiento fue precisamente John Kerry, hoy jefe de la diplomacia norteamericana y entonces cabeza de la Comisión de Relaciones exteriores del Senado. La rueda del tiempo arroja estas paradojas.

En definitiva, Obama decidirá atacar, atrapado en su propio discurso ‘humanitario’. La reputación moral de Estados Unidos será reivindicada (al menos para los incautos). Assad podrá encajar el golpe y, aunque invoque venganzas catastróficas, se contentará con recomponer el tipo y seguir ganando terreno, como ha hecho en los últimos meses.  Los medios se ocuparán de esta escaramuza y dejarán de prestar atención, por unos días, a otros escenarios sangrientos regionales como Irak (que ha vivido un verano atroz), Egipto (donde los generales ya actúan sin máscara  con una lógica represiva sin ambages) o la propia guerra interna siria abandona a una deriva sin final a la vista.

Siria: discursos e imposturas