jueves. 28.03.2024

Enero son buenos propósitos. Febrero es el más frio. Marzo es mi cumpleaños. Abril nos permite desabrocharnos el primer botón de la chaqueta, al sol. Mayo es el mejor de los meses. Junio son exámenes. Julio son viajes. Agosto son clausuras depurativas. Septiembre es un horror. Octubre es la calma después de la tormenta. Y Diciembre huele bien. ¿Pero y Noviembre? En Noviembre los matrimonios se resignan a que mejor estar así que solos. Llegan los parciales mientras tu aún miras las fotos del verano. Llegan las primeras facturas. La cortesía de los nuevos compañeros de piso empiezan a diluirse en la dejadez de las costumbres de cada uno. Es la espera para Diciembre. Y como cualquier espera, hay que llenarla de alguna manera.

Nosotros hemos decidido matar a Europa en el primero de sus días.

Gracias.

La Unión Europea (UE) es una comunidad política de Derecho constituida en régimen de organización internacional sui generis, nacida para propiciar y acoger la integración y gobernanza en común de los pueblos y de los estados de Europa.

Si esto resulta gracioso, atención a esto que sigue:

El lema oficial de la Unión Europea es en español: Unida en la diversidad. Todas sus traducciones, en los otros 22 idiomas de la Unión Europea, así como la versión en latín, In varietate concordia, la cual también se usa como un compromiso, tienen idéntico estatus oficial. El lema europeo se adoptó por primera vez en mayo de 2000, mediante un proceso no oficial, a saber, un concurso que contó con la participación de 80.000 estudiantes de los 15 países miembros de la Unión Europea en aquella época: Alemania, Austria, Bélgica, Dinamarca, España, Finlandia, Francia, Grecia, Irlanda, Italia, Luxemburgo, Países Bajos, Portugal, Reino Unido y Suecia.

El fin de año de 2007 estaba en Sofía, Bulgaria. Un gigantesco escenario, miles de caras sonrojadas por el frio, botellas de champán y un gigantesco aro rodeado de estrellas amarillas sobre un fondo azul marcaban la cuenta atrás para Europa. A las doce en punto el parlamento se encendió con los colores del cambio, el himno ensordeció los gritos de los búlgaros; de los de la plaza, de los que insonorizamos la televisión para escucharlo desde la ventana, de los que vieron los fuegos artificiales desde el resto de ciudades del país, y los muchos que lo verían por internet desde cualquier parte del mundo. Porque lo vimos valientes y cobardes. Con la emoción que se ven las cosas grandes, con la alegría de los que creemos en los milagros, y con la apatía de los que prevemos el futuro. Porque de la misma manera que todos somos magos, ninguno nos atrevimos a pensar de ese truco a trato, el trato era truco. 

Tanta fue la emoción que hasta me quedé a vivir ahí. Que estamos muy locos.

Muchos de los que lo vieron por internet volvieron. Muchos de los que lo vieron desde la plaza se fueron.

Empezaron las obras del metro, se levantaron los grandes centros comerciales, los maseratis, las glamurosas cafeterías empezaron a llenarse de guapos y guapas, los precios crecieron y a la gente hasta le parecía bien. Los pisos y las casas se revalorizacón hasta tal extremo que hasta creo que los paisajes empezaron a ser más bonitos. Los ingleses empezaron a ocupar la costa y grandes hoteles empezaron a hacernos creer en nuestra privilegiada situación geográfica, antes desconocida. Inexistente quizás. La magia de Europa sería, qué se yo.

Y como suele ocurrir con los niños justo después de Navidad, los buenos propósitos, las buenas conductas empiezan a desaparecer después de tener el juguete en las manos.

Le dimos una patada al Rey que un día decidió ser primer ministro. Ellos. Porque dijimos, dijeron, que había vuelto para llevarse el oro de su familia. Porque le reprochamos, reprocharon, el acento de quien hace mucho que vive fuera, y que ya por eso no es de fiar. Le reprochamos, aplaudí, su discreción en los medios (porque a nosotros no nos gustan los discretos) y es por eso que pusimos, pusieron, a un idiota. Porque somos así.

Empezaron a llegar los dineros. Porque prometimos seriedad, y se nos dio una oportunidad. Y como siempre en la abundancia, los excesos se perdonan. Los maseratis se multiplicaron, los guapos y guapas empezaron a ser más guapos y guapas aun, y los precios crecieron más y más aun.

Y así, poco a poco, en un año en que la euforia, la soberbia y la mirada por encima del hombro que suele tener el penúltimo de la fila, justo delante del último empezaron a aturdirme, empecé a preguntarme el porqué habían confiado en nosotros. Qué era Europa, y qué querían de nosotros.

Los europeos siempre hemos tenido ciertos complejos ante unos Estados Unidos, quizás por lo de unidos, que obviamos que su personaje histórico más relevante sea quizás Mickey Mousse.

Y nos olvidamos de que en Inglaterra hubo una revolución industrial cuando en el resto aún arábamos con las manos. Porque la declaración de derechos humanos es francesa. Es de ellos. Porque en Italia tienen el arte que nos falta a todos los demás. Pero también tienen a la “Mamma”, porque son mediterráneos y sus abuelas en el sur también se visten de negro y se sientan delante de las casas. Porque tienen bigote también, no como las abuelas suecas. Que ellas no pueden sentarse delante de sus casas porque hace demasiado frío. Porque los polacos no se llevan demasiado bien con los rusos, pero es que tampoco se inclinan delante de los alemanes. Porque los Suizos No son Europa, y sin embargo confiamos en ellos para guardarnos el dinero o beber de la leche de sus vacas lilas.

Porque, en resumen nos hemos empeñado a unir lo que no se puede unir. Y además, y lo peor de todo, bajo la imagen de unos buenos samaritanos, que promovidos por el amor al prójimo, hemos abierto las puertas a la familia.

Y resulta que las cosas empiezan a ir mal.

Quizás sea el orgullo de los que no queremos ir a remolque. De lo que no queremos suplicar para entrar en la fiesta. Y de lo que sobretodo sabemos, que no se debe al miedo a que las cosas salgan mal. Simplemente, y muy desde dentro, sabemos que las cosas se pueden hacer de otra manera.

Porque al igual que hace unos años, esos años después de los años malos, y esos años justo antes del fin del año de 2007, me llegaban correos de en los que se me proponía entrar en concursos para obtener “esa tarjeta verde”, esa humillante tarjeta verde que los estados Unidos de América conceden, con tanto dolor, al resto de mundo para que pueda ir a trabajar en su país. Trabajar en aquello que ellos mismos no quieren trabajar, obviamente.

Y unos poco años más tarde, Europa hace lo mismo.

Porque vamos a dejarnos de nacionalismos y vamos a abrir las puertas. Vamos a crear una unión monetaria en la que nuestra moneda sea única, y suficientemente fuerte para competir con el dólar. Trabajaremos duro y nos ayudaremos mutuamente para que todos estemos bien. Daremos dinero a los que no tengan tanto como nosotros, dejadme ser alemana por un momento. Sí, porque además, liberalizaremos el mercado de trabajo y el de capitales. Aprovecharemos las ventajas comparativas. Deslocalizaremos las empresas y reduciremos los costes. Invertiremos. Nos compraremos algo nuevo y bonito, véase un piso, véase una casa en alguna de la costa del mar Negro, el Mármara o en alguno de los paradisíacos bosques de Transilvania. O no. Mejor aún, Y ahora permitidme ser inglesa. Comparemos pueblos enteros.

Sí, porque los mercados los hemos liberalizado, pero la moneda aún no es única para todos. Porque la economía nos enseña que los salarios están unidos a la productividad. Que sin una política común, los precios tenderán a igualarse lo que aumenta los diferenciales. Pero de eso nadie habla. Porque repito, en época de abundancia los errores se perdonan. Así es que permitiremos que se endeuden. Porque aún así nos sigue saliendo a cuenta.

Que puede que no sea de momento común la política monetaria, y que eso sea por protección. Pero es que en un mundo como el nuestro, en la opacidad de un sistema financiero que ha mostrado un secretismo criminal, nos son los bancos centrales los únicos responsables de nuestras decisiones. Son los bancos comerciales los que hacen el daño. Y es que la deuda a la que nos hemos sometido en esta lujuria fraternal es la consecuencia de los multiplicadores. De las infidelidades de los prestatarios y sus prestamistas. De que el dinero es dinero. Y que hemos sido suficientemente inteligentes de haber encontrado la manera de multiplicar una moneda en dos. Que es magia que dirían los economistas optimistas. Porque ayer mismo leí un articulo en que se buscaban economistas pesimistas. Pero no existen. Que lo que a fin de cuentas define a un optimista es no sólo pensar en la posibilidad de hacer cosas estúpidas, sino que las hace.

Hablamos de Grecia. Pero hace unos meses hablábamos de Irlanda. Los Islandeses hablaron también, pero ellos lo hicieron ellos mismos. Aquí en Croacia, mi profesor de Macroeconomía me mira cuando habla de España y de su paro. Pero me mira también cuando habla del 2013 y la nueva ampliación.. Me mira como diciendo, Croacia se lo merecía más. Y yo le miro como diciendo, lo sé.

Que hablo de Bulgaria porque estuve ahí el fin de año de 2007, y el fin de año de 2008. Y porque me la conozco un poco, y porque nadie podrá reprocharme que despotrique. Porque es mía, y con lo mío hago lo que quiero. Que no es regañar, que es avisar.

Que en definitiva, todo esto venía por el referéndum de Papandreu. Que veremos a ver lo que ocurre. Que supongo que para algunos sería un error. Y no por darle voz al pueblo, que a todos nos gusta la democracia. Que quizás sea irresponsable perdonar sin más, que quizás el todo vale ya no vale. Pero yo sigo pensando que la culpa no será de Merkozy solamente, que lo entiendo, pero que el daño ya esta hecho, que nos hemos cargado el modelo, y que no son pocos los que reconocen ya su hipocresía.

Puede que sea el momento de abandonar de una vez por todas esta bucólica idea de coyunda fraternal. Que lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

Y es que el sur sigue siendo el sur, y siempre perdemos. Los del este seguimos siendo este, y que si seguimos jugando a este juego nunca ganaremos tampoco. Los norte somos norte, y a nadie le importa si ganamos o perdemos. Que los de oeste siguen siendo los que gritan.

Que sigan gritando, pero que por dios, tengan la cortesía de respetarnos la siesta.

Schengen! No pido más