jueves. 28.03.2024

Para Ataian, Kubra, Erdógan, Emine, Ayhan Erik, Mustafá y sus amigos y vecinos.

Nunca olvidaré esos días de invierno en Estambul, amigos, porque mientras la nieve caía sobre El Bósforo y nos ateríamos de frío, embebidos de asombro en las grandes mezquitas donde respiran los viejos árboles que dan savia a las piedras, vosotros forjabais la primavera de nuestra amistad con el discreto celo de lo que no necesita relumbres para asomarse a la luz de la mirada.

Disculpadme, amigos, si por algún momento pensé que la amabilidad de vuestro trato y cortesía era mera y sutil mercadotecnia para dar una buena imagen al turista.

Excusad este achaque de quienes procedemos de un mundo en el que se nos quiere hacer siervos de todos los mercados que abaratan la humanidad que nos une, en aras de la codicia banal que todo lo divide y hace del sentimiento materia de sospecha.

Nunca olvidaré esos días de invierno en Estambul, amigos, cuando nos abristeis a nuestros pies descalzos la casa familiar, blanca y pulcra, de vuestros amigos, para que el cálido alimento de su hospitalidad, como los sorbos de vuestro delicioso té, encendiera fraternalmente nuestras palabras y tras unas horas tan solo de charla y risa francas fuera preciso por naturaleza el abrazo espontáneo para despedirnos, porque así lo había inscrito vuestra afable acogida en todos y cada uno de nuestros sentidos.

Tened por seguro, amigos, que si al estrecharos se dejó sentir mi corazón, pecho a pecho con el vuestro, me sentí aliviado, pues nada mejor que esa elocuencia para corresponder a vuestra cordial acogida.

La llevaremos para siempre en nuestra memoria, al otro lado de la mar que compartimos, sabedores de que allí por donde nos llega el sol cada mañana también brilla esa lumbre del corazón abierto que abraza al extranjero como hermano.

www.diariodelaire.com

Recuerdo de la hospitalidad turca