jueves. 28.03.2024
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Rey Salman saluda al Presidente norteamericano durante su visita en enero a Arabia Saudí . (Foto: Casa Blanca)

El entorno de seguridad en Oriente Medio se complica a ojos vista. Los conflictos locales se encadenan, debido a una dinámica de contagio, simpatía e interrelación. Ante el peligro, cada vez más acuciante de pérdida de control, Estados Unidos interviene. Obama pretende que su actuación es equilibrada, pero sus críticos, desde cualquier ángulo, tienden a considerarla errática.

Obviamos la guerra de Siria, incontrolable, y la muy engañosa 'calma' en Palestina, y hacemos repaso rápido a los últimos acontecimientos:

Iraq. La lucha para hacer retroceder al DAESH (Estado Islámico) en Tikrit, ciudad emblemática por ser la cuna de Saddam Hussein pero también por su condición de plaza fuerte sunní, no habría sido posible (aún no está completada la reconquista) sin la decisiva aportación de las milicias chiíes, financiadas, orientadas y estratégicamente ligadas a Irán, más allá de la aquiescencia, voluntaria o forzada, del gobierno central. Esta dependencia innegable de Bagdad con respecto a Teherán podría haber obligado a Washington a intervenir, pese a la aparente renuencia inicial. Dos versiones circulan. Para unos, se habría tratado de reforzar al primer ministro iraquí Abadi frente a su poderoso vecino persa. Para otros, más maliciosos, estaríamos ante una prueba más de que Obama persigue cambiar el libreto de las relaciones con Irán, recuperar a este país como socio condicional en la zona y equilibrar la nómina habitual de aliados regionales. Para escándalo de saudíes e israelíes.

Obama se pone del lado de los saudíes, lanzados a una descarnada operación militar que bien podría calificarse de agresión

Yemen. Volta face respecto al escenario anterior. En este caso, Obama se pone del lado de los saudíes, lanzados a una descarnada operación militar que bien podría calificarse de agresión. O, como mínima, de injerencia culposa. Los informes de la ONU y de organizaciones humanitarias son más que inquietantes sobre el sufrimiento de la población. El argumento saudí de que los bombardeos casi indiscriminados responden a la solicitud del presidente 'legítimo' del país, ante una ofensiva de Irán por actor interpuesto, la guerrilla houthi, es refutable. Que Teherán vea con simpatía la revuelta houthi por su credo chií (aprox.) es una cosa. Que esa revuelta esté dirigida por los ayatollahs es del todo exagerado. El gobierno ya inexistente del Yemen había probado del todo su ineficacia y demostrado la pérdida de autoridad en buena parte del territorio nacional. Se encontraba desde hace meses indefenso y a expensas de la principal franquicia de una Al Qaeda en crisis (¿en riesgo de extinción?). El presidente Hadi, sunní, es la voz del amo saudí, porque carece de base de poder real.

Por otro lado, no puede contemplarse el conflicto del Yemen sólo o principalmente como un pulso entre Irán y Arabia. Como ha señalado el profesor Orkaby, un experto reconocido en la materia, las causas locales son más importantes y decisivas. La tradicional pugna entre poder nacional o central y las presiones tribales, aparte de las más conocidas tensiones sectarias entre sunníes y chiíes locales explica con más solvencia el caos actual (1).

¿Por qué decide Obama apoyar con apoyo de inteligencia y logístico la campaña de bombardeos saudíes para frenar a los houthies, si con ello puede influir negativamente en el que parece momento decisivo de las negociaciones nucleares?

La respuesta de los críticos con la Casa Blanca es que Obama ha advertido el peligro de su estrategia de acercamiento a Irán y quiere enmendarlo. Es un interpretación discutible. Que el presidente quiera resolver el problema nuclear no implica romper los puentes imprescindibles con los tradicionales amigos de la región. Estados Unidos puede vivir con una tutela iraní sobre Irak, mientras no sea decisiva o determinante, si a cambio obtiene de Teherán los fondos y las botas que Obama no quiere poner sobre el terreno para destruir al DAESH. Después de todo, Irak es vecino de Irán y lo que ocurra en ese país es una cuestión de seguridad para la República Islámica. Eso Washington lo entiende y lo acepta, bajo límites.

Las urgencias saudíes. Por el contrario, Yemen es vital para Arabia Saudí. Aunque en modo alguno los houthies sean en Yemen lo que es Hezbollah en Líbano, el control de una parte del país por esta minoría afecta al chiismo con particularidades propias es inaceptable para la monarquía wahabí. Yemen (recuérdese: la Arabia felix de los romanos) es una cuestión de seguridad nacional para la familia Saud.

Hay otro elemento que podría haber desencadenado el belicismo saudí. Acaba de producirse un 'relevo' en la 'familia'. El ultra conservador y tradicionalista Salman ha sucedido al fallecido Abdullah, más reformista. Aparentemente, una rutina dinástica. Pero la rapidez, la amplitud y algunas sorpresas en los cambios de figuras y puestos en la cúspide del poder real no han pasado desapercibidos, en un medio tan predecible como ése.

Contrariamente a lo ocurrido hasta ahora, Salman-Rey no ha dudado en voltear el juego de equilibrios en el reparto de papeles. Aunque ha respetado básicamente la línea de sucesión pactada por los hijos del fundador, con la habitual preeminencia de los 'sudairis', el nuevo monarca se ha sentido bien fuerte como para elevar a su hijo Mohammed, pese a su llamativa juventud (¿27 años? ¿35?: ni siquiera se ha querido dar a conocer su edad), al puesto de Ministro de Defensa, con asiento asegurado en el Consejo de Seguridad y en otros organismos de notable poder decisorio en la Corte (2).

Nunca un príncipe tan joven había llegado tan alto de un golpe, tan rápidamente. Para despejar dudas eventuales sobre su capacidad de liderazgo, su firmeza o su voluntad de decisión, frente a la plana mayor de las fuerzas armadas saudíes, en un momento de sospechas e incertidumbres por la inestabilidad regional, bien podría haber ocurrido que Mohammed bin Salman quisiera demostrar que no le va a temblar la mano para frenar lo que Riad contempla como un amenazante avance de Irán en la zona.

Con Egipto, Obama ha jugado hasta ahora al caliente y frío

La trampa egipcia. Los intereses de otros actores complican el escenario regional. Egipto, siempre en búsqueda permanente de un liderazgo regional perdido desde las humillantes derrotas contra Israel, se suma a la estrategia saudí en Yemen. El presidente-general Al Sisi, después de todo hijo de ese Ejército que es a la vez dudoso paladín del orgullo nacional y factor imprescindible de la represión del pueblo al que debe servir, se sube a bordo y promete soldados, "si fuera necesario". Seguro que Al Sisi no olvida que el Egipto de Nasser se estrelló en Yemen en los años cincuenta, como nos recuerda Orkaby, entre otras cosas porque los houthies, esos que ahora pasan por ser marionetas de Teherán, fueron decisivamente ayudados por Israel, en una sagaz maniobra para distraer al ejército del raïs y hacer más difícil la construcción de una plataforma militar en el Sinaí, por ese tiempo aún bajo control egipcio.

Al Sisi tiene sus propios intereses, no tanto en Yemen, sino en la reconfiguración regional. Si consigue hacerse necesario, estaría en situación ideal para sacudirse el estigma de dictador y golpista, ya que ni los más ingenuos pueden seguir atribuyéndole intenciones benignas en el derrocamiento del Presidente Morsi. Por cierto,  mucho más legítimo éste que el yemení Hadi, pero al que en vez de ayudarlo contribuyeron a su hundimiento.

Con Egipto, Obama ha jugado hasta ahora al caliente y frío. Congeló la ayuda militar al nuevo gobierno, más militar que cívico, pero conservó las líneas de comunicación intactas para influir en una pronta institucionalización. Ciertamente, no lo ha conseguido. El régimen se hace más represivo cada día. La contestación no sólo es ciudadana. La respuesta terrorista se ha fortalecido. El principal grupo armado, Ansar Beit Al Maqdis, se ha asociado con el DAESH. El Sinaí está fuera del control militar pleno. Los atentados se suceden con creciente poder mortífero. Para compensar este fracaso interno, Al Sisi se da el gusto de bombardear a presumibles aliados del Califato en Libia, pretendiendo que se trataba de un castigo por el horrible degollamiento de una treintena de cristianos coptos.

Y en este contexto, Obama cede y esta misma semana descongela la ayuda militar al régimen de AL Sisi, que ya podrá adquirir aviones F-16, misiles Harpoon y las piezas para construir los carros de combate M1A1Abrams (3). Pura miel para los militares egipcios, enfurruñados con la regañina de la Casa Blanca. Aunque Obama se reserva algunas restricciones, como la compra de más material a cuenta de la ayuda futura, el giro es notorio y decisivo. La estrategia regional del presidente que prometió detener y acabar con las guerras en Oriente Medio se ha complicado. No parece garantizado que sepa cómo salir de ello.


(1) El profesor Asher Orkaby, investigador destacado en varios institutos medio orientales, es el autor de un libro sobre la guerras por el control del Yemen en los sesenta. Su artículo de este mes para FOREIGN AFFAIRS sobre las dudosas alianzas actuales es de enorme interés para comprender el fondo de los acontecimientos.

(2) Uno de los principales expertos occidentales en la Casa de los Saud, Simon Henderson, analiza los recientes cambios en Riad y su efecto en la crisis de Yemen, en un artículo para FOREIGN POLICY, 26 de Marzo.

(3) NEW YORK TIMES, 31 de marzo de 2015.

Oriente Medio: Obama en un peligroso laberinto