viernes. 29.03.2024
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Han pasado los tiempos en que se percibía un ambiente de hostilidad hacia Estados Unidos en numerosos sectores de la sociedad española

Pasó Obama por España, veloz, amable, cálido y ligero. Como un fulgor de verano. Sucesivos acontecimientos, y últimamente la cuadratura del círculo político español, fueron relegando una visita que podía y debía haber estado a la altura de la importancia de la participación española en el sistema occidental.

España es uno de los países donde el primer presidente afro-americano de Estados Unidos mantiene bien conservada su popularidad y buena imagen. La escasa exposición de España a las contradicciones de su mandato explica este escaso desgaste.

En el ámbito político, los sucesivos gobiernos en España durante estos ocho últimos años, no han tenido problema alguno con Washington. En el caso del Ejecutivo de Zapatero, al contrario: el cambio en la Casa Blanca se vivió como un alivio, tras la acritud e impertinencias de la etapa Bush, debido a la guerra de Irak. Con el PP de Rajoy, a priori más cercano a los republicanos, la relación ha sido fructífera y exenta de tensiones, en parte debido a la sintonía en materia de política anti-terrorista. El diferente enfoque en las recetas para afrontar la gran depresión no ha supuesto un desencuentro en absoluto, ya que el debate transatlántico en esta materia lo ha protagonizado la UE.

Han pasado los tiempos en que se percibía un ambiente de hostilidad hacia Estados Unidos en numerosos sectores de la sociedad española. El factor personal explica en parte esta evolución. A Obama se le ha percibido siempre como un presidente distinto, en gran medida por su condición de afro-americano. Ciertos elementos de la política exterior e interior han reforzado esta visión, aunque es muy dudoso que la mayoría de la opinión pública española pueda identificarlos con claridad. Por desgracia, la política exterior no forma parte de las pasiones públicas o mediáticas, en España, salvo en momentos de grave crisis o polémica relacionada con los factores más personales.

Quizás los dos asuntos que mayor repercusión positiva ha tenido en la percepción favorable de Obama con respecto a otros presidentes anteriores sean su política aperturista hacia Cuba y su prudencia a la hora de afrontar operaciones militares, en especial en Oriente Medio, algo que encaja con las preocupaciones tradicionales de gobiernos y opinión pública en España. La estrategia anti-terrorista, desde la liquidación de Bin Laden hasta la ofensiva contra el Daesh, ha contado con un respaldo casi unánime en las fuerzas políticas (excepto IU y en cierto modo, PODEMOS). La visita a la base de Rota (un clásico en la agenda de los presidentes norteamericanos durante sus desplazamientos) apenas si evoca pasados momentos de tensión por las utilidades militares de la superpotencia en este país.

Por lo demás, ni la época del año (julio abrasador), ni el momento concreto (fin de semana), ni las circunstancias políticas internas en ambos países han permitido algo más que gestos amables, lugares comunes y guiños simpáticos. Casi como una atracción de fin de semana veraniego. Luego cada mochuelo a su olivo: los partidos políticos españoles a seguir haciendo sudokus con la perspectiva del futuro gobierno y Obama a aplacar el enésimo brote de violencia con resabios raciales.

Obama: un fulgor de verano