viernes. 29.03.2024
missouri480

La acción policial que arrojó como resultado la muerte de un chico negro en el Estado de Missouri la habíamos leído antes infinidad de veces. Las imágenes de disturbios como consecuencia de un claro abuso de fuerza policial infringido contra un chico negro, son las mismas que cada cierto tiempo se repiten en Estados Unidos

“El sospechoso es un varón negro”. Allá por los ‘70s no había serie de televisión estadounidense en la que el sospechoso no fuese negro. Negro era el traficante, el atracador o el asesino; aunque para contrarrestar esta “negra” idea que ingresó sin problema en el subconsciente del espectador medio norteamericano, algún productor a contracorriente de las blancas intenciones hollywoodense puso al aire una alternativa apaciguadora, demostrando que el negro también podía ser chistoso e incluso tierno. “The Cosby Show” ya había marcado tendencia, y a mediados de los años ochenta es el pequeño Arnold de “Blanco y Negro” (Diffrent Strokes) quien de alguna manera blanquea televisivamente a una raza que hasta el presente no ha dejado de padecer la estupidez del hombre blanco.

“El color de la piel continúa siendo una licencia para arrestar, detener e incluso asesinar a alguien”, denunció el pasado año Martin Luther King III, hijo de aquel reverendo que hace cincuenta años tuvo un sueño que aún no se ha hecho realidad y cuyo antecedente se remonta a los primeros abolicionistas que -despiertos- supieron hacerle frente a los esclavistas con una sentencia que hasta el día de hoy continúa siendo ignorada. “I am a man”. (Soy un hombre).

La acción policial que arrojó como resultado la muerte de un chico negro en el Estado de Missouri la habíamos leído antes infinidad de veces. Las imágenes de disturbios como consecuencia de un claro abuso de fuerza policial infringido contra un chico negro, son las mismas que cada cierto tiempo se repiten en Estados Unidos; aunque hace apenas tres años vimos arder varios barrios londinenses el día después del fallecimiento de un joven negro de 29 a quien un policía disparó a quemarropa. Y lo mismo había sucedido tiempo atrás en las afueras de París. Clamores de justicia, denuncias de abuso policial, reclamos de respeto de unos derechos civiles que se vulneran a cada instante en cualquier parte del mundo; incluso aquí en esta España blanca y primermundista cuyo Ministerio del Interior -a cargo de Jorge Fernández Díaz-, y con la aprobación de Mariano Rajoy, implementa la colocación de cuchillas afiladas en las vallas fronterizas que separan a Ceuta y Melilla del resto del Continente Africano. ¿Acaso encuentra usted alguna diferencia entre abuso y abuso? ¿O qué cree usted que dichas cuchillas afiladas provocarán en la carne del “negro” que de todos modos intentará el salto al lado español?

El negro ha sido siempre el blanco perfecto de ciertos canallas armados. Pero también de ciertos iletrados que han llegado a presidir países. De esto habla Michael Moore en “Estúpidos Hombres Blancos”, obra que en estos días adquiere una vigencia que -de haber sido escrita hace doscientos años- aún no habría perdido. 

EXTRACTO DE “ESTÚPIDOS HOMBRES BLANCOS”

Usted nómbreme un problema, una enfermedad, plaga o miseria padecida por millones, y le apuesto diez pavos a que el responsable es blanco. Aun así, cuando pongo el noticiario de la noche, ¿qué es lo que veo?: Hombres negros que presuntamente han matado, violado, asaltado, apuñalado, disparado, saqueado, alborotado, vendido drogas, arrojado a sus niños por la ventana; negros sin padre, sin madre, sin dinero, sin Dios: «El sospechoso es un varón negro... el sospechoso es un varón negro...». No importa en qué ciudad me encuentre, las noticias son siempre las mismas y el sospechoso siempre es el mismo varón negro. Esta noche estoy en Atlanta y les juro que el retrato robot del negro sospechoso que aparece en la pantalla del televisor es igualito al sospechoso que vi anoche en Denver y al que vi la noche anterior en Los Ángeles. En cada uno de esos bocetos aparece frunciendo el ceño, amenazador, siempre con la misma gorra. ¿Puede ser que todos los crímenes del país los cometa el mismo negro? Supongo que nos hemos acostumbrado tanto a esta imagen del negro como depredador que se nos ha atrofiado el cerebro.

Una mujer blanca mata un conejito a golpes para poder venderlo como carne. Ojalá me hubiesen dado un centavo por cada vez que alguien me ha abordado en los diez últimos años para contarme lo «horrorizado» e «impresionado» que se quedó al ver al conejito con el cráneo aplastado. Suelen decir que la escena les provocó náuseas; algunos tuvieron que dejar de mirar y otros abandonaron la sala. Muchos me preguntan por qué se me ocurrió incluir esa escena. La Asociación de Distribuidores Cinematográficos de Estados Unidos clasificó el documental como no apto para menores en respuesta al alboroto levantado por la masacre conejil (lo que motivó al programa documental “60 Minutes” a emitir un reportaje sobre la estupidez del sistema de clasificación de películas). Y muchos profesores me escriben que se ven obligados a suprimir esas imágenes para no tener problemas a la hora de mostrarlo a sus alumnos. El caso es que menos de dos minutos después de la escena del conejo, aparece otra en la que la policía de Flint abre fuego contra un hombre negro armado con una pistola de plástico. Jamás, ni una sola vez, se me ha acercado alguien para decirme: «No me puedo creer la escena del tipo negro. ¡Qué bestia! Me ha dejado hecho polvo» Al fin y al cabo sólo era un negro, no una monada de conejito.

¿El genocidio de los indios americanos?: Fueron los blancos. ¿La esclavitud?: Los mismos. En el año 2001, las empresas estadounidenses han despedido a más de 700.000 personas ¿Quiénes dieron la orden?: Ejecutivos blancos

La visión un hombre negro ejecutado no escandaliza a nadie. ¿Por qué? Porque pegarle un tiro a un hombre negro está muy lejos de resultar chocante. Es algo normal, natural. Nos hemos habituado tanto a ver negros muertos en la pequeña pantalla que lo aceptamos como rutina. Otro negro muerto. Eso es todo lo que hace esa gente: matar y morir. Anda, pásame la mantequilla. Resulta curioso que, a pesar de que son blancos quienes cometen la mayor parte de los delitos, nuestra idea del «crimen» es casi siempre en un rostro negro. Pregunte a un blanco quién teme pueda allanar su casa o atracarlo, y si es sincero, admitirá que la persona en la que piensa no se parece a él. ¿Por qué la mente procesa así los temores, cuando todo apunta que son falsos?.

Da igual cuántas veces se diga que es el hombre blanco a quien hay que temer: es un dato que la gente no acaba de asimilar. Cada vez que enciendo la tele y aparece otra ensalada de tiros en una escuela, el responsable de la matanza es siempre un chico blanco. Cada vez que atrapan a un asesino en serie, se trata de un blanco. Cada vez que un terrorista vuela un edificio federal, ya se sabe que se trata de otro blanco haciendo de las suyas. Entonces…¿por qué no corremos como alma que lleva el diablo cuando vemos a un blanco?. Nunca he sido atacado ni desahuciado por un negro, jamás un casero negro me ha estafado el depósito de alquiler (de hecho, nunca he tenido un casero negro), nunca he asistido a una reunión en Hollywood donde el ejecutivo al cargo fuera negro, nunca vi un agente negro en la agencia que me representaba, jamás un negro le ha negado a mi hijo el acceso a la universidad de su elección, nunca me ha detenido un policía negro, jamás me ha intentado engañar un vendedor de coches negro (ni he visto jamás un vendedor de coches negro), ningún negro me ha negado un crédito, ni jamás he oído a un negro decir: «Vamos a cargarnos diez mil puestos de trabajo. ¡Que tenga un buen día! » No creo ser el único blanco que puede hacer tales afirmaciones. Cada palabra venenosa, cada acto de crueldad, todo el dolor y el sufrimiento que he experimentado en la vida tenían facciones caucásicas

Echo una ojeada al mundo en que vivimos y, chicos, detesto ser chismoso, pero no son los afroamericanos los que han convertido este planeta en el lugar lastimoso y fétido que hoy habitamos. Hace poco, un titular de la primera página de la sección científica del New York Times preguntaba: «¿Quién construyó bomba H?» Con franqueza me daba exactamente igual, porque ya conocía la respuesta que me interesaba: FUE UN BLANCO. Ningún negro construyo jamás ni utilizó una bomba diseñada para liquidar a miles de personas, sea en Oklahoma City o en Hiroshima. Sí, amigos. Siempre hay un blanco detrás. Echemos cuentas: ¿Quiénes propagaron la peste negra?: Los blancos. ¿Quiénes inventaron el BPC, el PVC, el BPB y el resto de sustancias químicas que nos matan día a día?: Fueron blancos. ¿Quiénes han empezado todas las guerras en que se ha involucrado Estados Unidos?: Hombres blancos. ¿De quién fue la idea de contaminar el mundo con el motor de combustión?: De un blanco. ¿El Holocausto? Aquel individuo nos dio auténtica mala fama. Por eso preferimos llamarlo nazi y, a sus ayudantes, alemanes.

¿El genocidio de los indios americanos?: Fueron los blancos. ¿La esclavitud?: Los mismos. En el año 2001, las empresas estadounidenses han despedido a más de 700.000 personas ¿Quiénes dieron la orden?: Ejecutivos blancos. 

Negros, el blanco perfecto