sábado. 20.04.2024

Con la campaña electoral norteamericana y la crisis económica de fondo, el debate sobre la escalada del conflicto en torno a la supuesta intencionalidad de Irán de dotarse de armas nucleares se acrecienta.

Como suele ocurrir en estos casos, la oportuna coincidencia o acumulación de 'acontecimientos' empuja el asunto hacia el primer plano de la actualidad: los movimientos militares norteamericanos; la advertencia militar iraní de cierre o bloqueo del estrecho de Ormuz; el anuncio iraní y la confirmación internacional posterior de la puesta en marcha de una nueva instalación nuclear cerca de Qom; la adopción de nuevas y más severas sanciones económicas occidentales... y, finalmente, para añadir dramatismo a la proliferación de noticias, el asesinato de otro científico iraní (el quinto desde 2007), relacionado con el programa nuclear (bajo sospecha de autoría israelí o norteamericana, según Teherán).

EL DILEMA DE LA INTERVENCIÓN MILITAR

Con este 'menú', no es extraño que muchos analistas se lancen a especular sobre la conveniencia, oportunidad y condiciones de una confrontación militar. El contexto es terrible: una guerra en pleno corazón de la fuente de aprovisionamiento petrolero de más de medio mundo puede provocar un caos sin precedentes y elevar a límites insoportables la crisis económica mundial.

Pero, por un ejercicio elemental de responsabilidad intelectual, lo primero que habría que plantear es si el origen de ese hipotético conflicto responde a la realidad. O, en otras palabras, si no estamos asistiendo a una manipulación sensacional como la que tuvo lugar con la guerra de Irak, en 2003. En este sentido, habría que responder a dos cuestiones fundamentales:

• ¿hay pruebas fidedignas de que, efectivamente, Irán pretende dotarse de armas nucleares?

• en caso afirmativo, ¿es lícito, ético o inteligente tratar de impedirlo por la fuerza?

A la primera pregunta no tenemos una respuesta concluyente, por mucho que los halcones pretendan lo contrario. Irán insiste en que sólo pretende dotarse de una fuente de energía adicional para garantizar su desarrollo económico. Desde luego, es comprensible que se dude de los informes de inteligencia, después de lo visto en crisis anteriores (singularmente la iraquí). Pero aún confiando en ellos, resulta que sus resultados no son concluyentes.

Micak Zenko, uno de los expertos de la llamada Comunidad de Inteligencia (IQ), acaba de recordar, en claro análisis para FOREING AFFAIRS, que no existen pruebas inequívocas de las supuestas intenciones armamentísticas de Irán. "Los proponentes de un ataque preventivo contra el sospechado programa nuclear iraní -escribe- raramente plantean la seguridad que tienen en que Irán construirá la bomba". Zenko añade que la Agencia Internacional de la Energía Atómica tiene controladas las quince instalaciones nucleares iraníes. Sería extremadamente arriesgado para las autoridades iraníes proceder a la producción de "material fisible" en esos lugares. Por tanto, no es factible que el organismo internacional dispusiera alguna vez de la 'smoking gun' (la prueba concluyente) que avalaría una operación militar.

La otra cuestión previa es si resulta lícito, ético o (por plantearlo con cierto cinismo) inteligente una escalada militar. Desde una perspectiva occidental o árabe (los estados temerosos de la potencia persa), puede entenderse la preocupación por vivir con un Irán dotado de armas nucleares. Pero el estatus nuclear de Israel, aceptado por Occidente sin el menor problema, plantea una cuestión sin resolver.

Dejando aparte estas dos cuestiones, la opción militar se maneja de momento en un plano académico, estratégico, casi como una respuesta no deseada aunque nada descartable, en caso de 'provocación' (léase, por el estrangulamiento iraní del suministro petrolero).

Israel presiona en favor de resolver este asunto cuanto antes, y no permitir que se haga demasiado tarde. A falta de una acción militar directa, la campaña de sabotaje (asesinato, destrucción parcial de instalaciones, tecnología y recursos, compra de científicos, etc.) parece una alternativa atractiva. EL NEW YORK TIMES, en un artículo en el que repasa estas operaciones encubiertas, no descarta, efectivamente la autoría israelí y, al menos, la connivencia de Washington, pese a los rotundos desmentidos oficiales norteamericanos.

Los exégetas de la intervención sostienen que no es viable la convivencia con un Irán capaz de amenazar con armas nucleares. Matthew Kroening, un asesor del Pentagono en asuntos nucleares e iraníes, asegura que los riesgos de un fracaso (resultaría muy difícil eliminar completamente las instalaciones iraníes) no constituyen razón suficiente para descartar una acción militar, porque está en juego la preservación de vitales intereses de seguridad de Estados Unidos. Un Irán nuclear condicionaría gravemente la política mediooriental de Washington y podría provocar la proliferación atómica en la región.

El asunto no ocupa un lugar preeminente en la campaña electoral norteamericana, pero no está ausente. El belicoso Gingrich es el único candidato republicano que ha planteado directamente colaborar con Israel en una hipotética operación militar. El resto muestra mayor cautela o no precisa sus posiciones.

EL ALCANCE DE LAS SANCIONES ECONÓMICAS

A los halcones la opción más templada de presión económica adoptada por la administración Obama, con el respaldo de los aliados europeos y asiáticos, les parece claramente insuficiente.

Sin entrar en la conveniencia o no de la acción militar, otros analistas cuestionan la eficacia de las sanciones, recientemente incrementadas. Resulta de particular interés el análisis de Suzanne Maloney, de la BROOKING INSTITUION. Esta investigadora considera que la decisión de Obama es "contraproducente" y supone la anulación de la estrategia llevada a cabo por Estados Unidos hacia Irán desde 1979: una combinación de presión y persuasión.

Argumenta Maloney que no se puede esperar que un país (o un régimen) al que se quiere destruir económicamente se avenga a buenos comportamientos. Más bien lo contrario: se le empujará a radicalizar su posición; es decir, a refugiarse en la última opción disuasiva: el arma nuclear. Justo lo contrario de lo que se pretende.

Pero, además, Maloney emplea otros razonamientos. El régimen islámico lleva décadas soportando presiones y sanciones -éstas no son las primeras, por supuesto- y hasta ahora, su estrategia de seguridad no ha sido debilitada, ni sus planes disuasivos alterados. De nuevo, todo lo contrario: se ha reforzado la línea dura, los sectores moderados o dialogantes han perdido fuerza o han resultado barridos, incluso con indudable pedigrí revolucionario (como Rafsanjani o Mussavi).

Considera Maloney que solo cabe explicarse la decisión de Washington como una apuesta por el cambio de régimen, por una rebelión interna, como consecuencia del caos que las sanciones podrían provocar. En esta impresión coincide Daniel Drezner en su análisis para FOREIGN POLICY. En Irak, esa pretensión resultó claramente fallida.

Por lo tanto, partiendo del principio de que a ninguna de las partes interesa la guerra (en todo caso, sólo a un sector de Israel), lo inteligente sería que la administración Obama regresara a su estrategia inicial: insistir en la vía negociadora, limitar los riesgos de una escalada y manejar los instrumentos de presión con cautela, dejando siempre una salida a los dirigentes iraníes.

Académicamente impecable. Política y diplomáticamente, un ejercicio endiablado.

Irán, ¿un conflicto militar inevitable?