viernes. 19.04.2024
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Una nueva e incierta ofensiva sobre territorio sirio, vuelve a reavivar el debate sobre una de las guerras civiles más prolongadas de Oriente Próximo. Desde que aparecieran las primeras protestas callejeras en enero de 2011, y su consiguiente represión en marzo del mismo año, nada ni nadie ha logrado aplacar un conflicto que todos juzgábamos fugaz. En consecuencia los esquemas de las principales potencias dejaron pronto de ser válidos, al estar desprovistos de una visión a largo plazo.

Un reguero de operaciones, incursiones y refriegas se han sucedido a lo largo del tiempo sin haber resuelto nada, antes bien, han prolongado dolorosamente las hostilidades. Hasta la fecha hemos conocido un fallido plan de invasión, que Barcak Obama y François Hollande presentaron en 2014, una confusa mezcla de ofensivas protagonizadas por milicias kurdas, chiíes y libanesas, así como operaciones de los ejércitos regulares de Irak, Estados Unidos, Irán o Jordania. Todas ellas sin un mando unificado, independientes unas de otras. En consecuencia las victorias han sido limitadas, sin conseguir quebrar la fuerza de un Estado islámico en constante expansión. En esta caótica situación se hace difícil distinguir a los amigos. Existen no obstante grupos opositores que son afines a Occidente, como el Consejo Nacional Sirio con base en Estambul o la Coalición Nacional Siria radicada en El Cairo. Contrarios tanto al régimen de Al Assad como al extremismo yihadí, cabe discutir cual pueda ser su verdadera implantación sobre el terreno, así como la calidad de sus informes. Así pues, no dejamos de ir a ciegas en este asunto, como ya demostrara el irresponsable suministro de armas a cierta “oposición” en el pasado. Es esta falta de confianza es la que motiva acciones unilaterales, poco o nada efectivas.

A la vista de los últimos acontecimientos no parece prudente involucrarse en una nueva campaña de ataques aéreos, siguiendo la estela marcada por Rusia. Es la única potencia que cuenta con un verdadero ejército sobre el terreno, el sirio, además un número indeterminado de asesores. Ello le permito explotar al máximo los golpes que asesta desde el aire, con un movimiento inmediato de tropas sobre el terreno. Esta posición de privilegio se mantiene gracias al bloqueo que ejerce en Naciones Unidas, y que le permite vetar cualquier iniciativa que esté capitaneada por sus competidores occidentales. De este modo gana tiempo para lograr su principal objetivo: acabar con cualquier tipo de oposición a Bashar Al Assad. Mientras tanto, su presencia sobre el terreno le está sirviendo para estrechar lazos con actores regionales como Irak e irán, que se sienten igualmente amenazados por el avance yihadista. Si a ello añadimos el nulo coste humanitario que este conflicto representa para Moscú, ningún grupo de civiles ha intentado traspasar las fronteras rusas buscando cobijo, obtendremos una visión de conjunto que define nuestra difícil posición en este escenario.

Son muchas las precauciones que debemos tomar antes de utilizar de nuevo el uso de la fuerza. Por un lado corremos el riesgo de que nuestras operaciones se conviertan en cómplices involuntarios del afianzamiento de la dictadura siria, socavando los intereses de la oposición a la que ya hemos reconocido internacionalmente. Por otro, el incremento de la violencia supondrá sin lugar a dudas una mayor presión migratoria, tanto en países del entorno como Turquía o Jordania, como en nuestras propias fronteras, agravando un problema para el que hemos demostrado no tener una solución específica. Así pues ha llegado la hora de priorizar, de saber cuáles son exactamente nuestras posibilidades sin contar con fuerzas sobre el terreno… ¿Y qué fue de los Derechos Humanos? Hemos alcanzado un punto en que los crímenes de guerra que se perpetran diariamente en Siria han dejado de importarnos. No hay bando o milicia que no haya traspasado el umbral del horror en una guerra en la que hemos visto prácticamente de todo. Gaseamiento de población civil, bombardeo de zonas residenciales, violaciones, ejecuciones extrajudiciales, persecución religiosa, torturas, y un sinfín de atrocidades que siguen esperando una respuesta por parte de la comunidad internacional.

La suma de todos estos argumentos, exigen que algo cambie, que las improvisaciones cesen para dejar paso a una estrategia completa y madurada. La decisión a tomar no es fácil, pero desde luego debe encaminarse a no repetir ninguno de los errores que llevamos cometiendo insistentemente desde que todo comenzó. Siria no puede ser una nueva Libia ni tampoco debería seguir monopolizada por la dinastía de los Al Assad, pero eso va a exigir algo más que bombas.

Improvisación en Siria