jueves. 18.04.2024
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No ha habido manifestaciones de alegría en las calles iraníes. Discreta, aunque solemne, sesión en el Parlamento. Sobrio discurso del presidente Rouhani con escasas concesiones triunfalistas y una promesa fundamental: emplear los fondos liberados por el levantamiento de las sanciones para promover el crecimiento y desarrollo del país y el bienestar social de los iraníes.

UNA LARGA RECUPERACIÓN...

Esta prudente reacción al final de las sanciones es consistente con el futuro previsible. A Irán le queda un largo trecho para disfrutar plenamente de la bonanza creada por la esta "nueva atmósfera" (Rouhani dixit). Ciertamente, el alivio se hará sentir pronto. Lo más inmediato será el acceso, por parte del Estado y de los particulares, a los casi 100 mil millones de dólares en activos iraníes bloqueados hasta ahora en las plazas financieras internacionales. Poco a poco, la industria petrolera nacional irá aumentando la venta de crudo en el mercado internacional, hasta alcanzar, a final del año, el millón de barriles diarios, lo que proporcionará al país 30 millones de dólares adicionales cada día.

Otros beneficios, como la recuperación de la inversión extranjera, se hará esperar, por dos razones: primero, las empresas multinacionales querrán comprobar las condiciones de sus potenciales operaciones en un entorno político inestable (procesos electorales inciertos a la vista);  y, en segundo lugar, el riesgo de cualquier discrepancia seria en la aplicación del acuerdo nuclear podría disparar el snap-back; es decir la reintroducción escalada parcial o total de las sanciones (según la gravedad del eventual incumplimiento).

Aparentemente, el régimen iraní tendrá que resolver ahora un dilema básico: la distribución efectiva de los dividendos del acuerdo nuclear. El presidente Rouhani y los reformistas quieren dedicar la inmensa mayoría de estos nuevos recursos disponibles a mejorar el aparato productivo del país y atender las necesidades de la población. Los conservadores o intransigentes, sin desdeñar este aspecto, querrán reservar parte de los fondos para reforzar la influencia de Irán en el entorno regional, un objetivo que los reformistas no rechazan pero consideran muy secundario.

El debate interno y casi nunca público lleva meses desarrollándose.  Pero se resolverá el mes que viene, el 26 de febrero, cuando el país elija un nuevo Parlamento y, lo que es tan importante o más, una nueva Asamblea de Expertos, es decir, el organismo encargado de designar al Guía de la Revolución, la máxima autoridad del país, el hombre que se sentará en la silla de Jomeini.                                  

Rouhani tiene una baza: las expectativas de la población, pese al desánimo creciente de los últimos años, por el efecto erosionador de las sanciones. El presidente reformista acredita unos resultados prometedores: ha conseguido reducir la carestía de la vida, pero el desempleo se mantiene o crece. El paro real se estima en un 30% y no en el 12% que sostiene la estadística oficial. El año fiscal se cerrará en marzo con crecimiento cero, después de un ligero repunte en 2014, que siguió a dos años de recesión. Las previsiones para el siguiente periodo son cautas, pese al levantamiento de las sanciones.

En las calles de las grandes ciudades, es apreciable la ansiedad, como reflejan algunos medios occidentales (1). El anterior presidente, Ahmadineyad, recurrió a medidas populistas para aplacar el malestar creciente de la población. Rouhani ha ido desmontando esa política, en el convencimiento de que el final de las sanciones favorecería un despegue económica antes de que la exasperación popular cristalizara en un malestar social fuera de control.

... PERO UNA BASE SÓLIDA

Irán es un país rico, educado y razonablemente desarrollado. Aunque la industria petrolera se ha visto golpeada por sucesivas crisis, el potencial es enorme: en los momentos más florecientes, era el cuarto productor mundial y el segundo exportador. Teherán no oculta su objetivo de conseguir exportar hasta cuatro millones de barriles diarios, incluso aunque esa aportación masiva de crudo provoque una caída de los precios hasta los 20 dólares. Estos cálculos suenan demasiado optimistas, según varios expertos occidentales, porque la infraestructura petrolera iraní necesita urgentes reparaciones inversiones (500.000 millones de dólares sólo para cumplir con los objetivos más inmediatos antes de fin de año).

Pero el régimen confía en un nuevo esplendor petrolero basado en dos factores: el atractivo que nuevas reservas y proyectos de explotación pueden ejercer sobre las compañías internacional (las inversiones se calculan en 200.000 millones de dólares en los próximos cuatro años) y la admisión de capital extranjero en el plan de privatización de la industria petrolera que está elaborando el Gobierno (2).

Se espera que la recuperación del maná petrolero sirva para impulsar otras industrias y actividades económicas que están consolidadas pero duramente afectadas por tres décadas de turbulencias: automóvil, construcción, acero, químicas, finanzas, etc. La posición de Irán en el G-20 es sólida y no ha sido puesta en riesgo ni siquiera durante el periodo de las sanciones. Por poner un ejemplo, quizás no se sepa que la industria automotor es más fuerte que la británica o la italiana. El gran desafío ahora es la diversificación productiva. Pero el país parece bien dotado para afrontarlo. Dispone de universidades e instituciones técnicas y científicas de talla mundial. Irán es el principal inversor en ciencia de todo Oriente Medio, con centros tecnológicos internacionalmente reconocidos en biología, informática y comunicación. En no pocos indicadores Irán supera a países BRIC como India o Brasil (3)

En el aspecto social, la mejora de Irán es innegable. Antes de la revolución islámica la esperanza de vida era de 54 años y ahora es de 74. La tasa de alfabetización es del 98%. La quinta parte de la población es universitaria. A pesar de la crisis, la clase media no ha desaparecido, aunque la mayoría de la población tiene que apañarse con salarios que no llegan a los 200 euros mensuales y una carestía de vida creciente hasta hace apenas dos años.

En definitiva, Irán ha vuelto y todo indica que su intención es permanecer y no reincidir en políticas que arriesguen el horizonte de un futuro mucho mejor. Los ayatollahs tienen que decidir si la influencia exterior es más importante que la prosperidad nacional. Y las grandes potencias tendrán mucho que decir. Irán no se abriría sólo a Occidente. La intención de los reformistas es equilibrar el nuevo paradigma de apertura a Occidente con el reforzamiento de las relaciones ya desarrolladas con los países emergentes. Los riesgos no son pequeños. El turbulento y destructivo Oriente Medio puede desbaratar, una vez más, estos planes.


(1) "A Téhéran, l'effet de l'accord nucléaire se fait attendre". LE MONDE, 15 de diciembre.

(2) "Why Oil Must not flow fast from Iran". MANSUR KASHFI. FOREIGN AFFAIRS, 26 de Octubre.

(3) "Rebooting Iran's economy". MASSUD MOHAVED. FOREING AFFAIRS, 22 de Noviembre.

Good morning, Irán