viernes. 19.04.2024

La casualidad ha querido que dos asesinos ocupen consecutivamente en los últimos días el principal foco de atención internacional. Después del sargento norteamericano Robert Bales, ahora le toca el turno a un joven francés de origen argelino llamado Mohamed Merah. El primero asesinó sistemáticamente a 16 personas, niños y niñas incluidos, en una pequeña aldea afgana. El segundo ha cometido un crimen análogo en un colegio judío de Toulouse. Al criminal franco-argelino se le vincula con la difusa y cada vez más diluida red de Al Qaida y, por lo tanto, se le denomina ‘terrorista’. Al militar estadounidense se le evita ese calificativo y se le coloca bajo la perspectiva del trastorno mental provocado por las tensiones de la guerra… o de las guerras, porque su perturbación, al parecer, podía haberse originado durante su estancia en Irak. El lenguaje no es neutro, por supuesto. Por ceñirnos exclusivamente al caso del asesino de Toulouse, a medida que se ha ido sabiendo algo más sobre su identidad y su historial, el tratamiento informativo ha ido cambiando de forma sutil.

TERRORISMO Y CAMPAÑA ELECTORAL

Antes de que la policía revelara la autoría de la última masacre, otro atentado se había cometido en la misma región suroriental de Francia: tres militares habían sido asesinados en la vecina Montauban. Durante esos días se mantuvo una cautelosa prudencia y se midieron las palabras, teniendo en cuenta que Francia se encontraba en plena campaña electoral. Los políticos temían una utilización de los acontecimientos por la extrema derecha, que tiene una expectativa de voto del 15%, según los últimos sondeos.

En las semanas previas a los atentados, Sarkozy había vuelto a sintonizar con argumentos propios del Frente Nacional referentes a la emigración. El presidente-candidato sabe que sólo atrayéndose parte de ese electorado puede mejorar sus perspectivas de triunfo. Su aparente remontada en los sondeos debió alentarle en ese sentido. Los últimos datos indican que se ha colocado escasamente a un punto del candidato socialista, François Hollande, en la primera vuelta, aunque sigue muy lejos de su oponente en el mano a mano final (la segunda vuelta).

Hollande se está cuidando muy mucho de no parecer agresivo, de no cometer un tropiezo, y sabe que los atentados, el terrorismo, la confusión entre la violencia y el islamismo y otras consideraciones relacionadas con la convivencia interracial constituyen un terreno tremendamente resbaladizo. Por eso, ante los crímenes de estos días ha mostrado una actitud cautelosa y exenta de polémica, invocando la unidad y otros llamamientos de una corrección política casi de manual.

El contrapunto, en cambio, lo ha puesto el candidato centrista, François Bayrou, quién no se ha privado de reprochar a Sarkozy de aprovecharse de “un creciente clima de intolerancia”, por motivos electoralistas. Bayrou aparece por detrás de Marine Le Pen en los sondeos sobre perspectivas de voto en la primera vuelta y es un hecho que le disputa caladeros electorales al actual inquilino del Eliseo. Los votos de Bayrou son claves para la decisión final, tanto o más que los de la candidata del Frente Nacional. De momento, las previsiones no son favorables para Sarkozy, porque son más los votantes de Bayrou que declaran preferir a Hollande en la segunda vuelta.

Como era lógico, Sarkozy se cuidó de no intervenir en la polémica y dejó o instruyó a sus principales colaboradores para que se encargaran de las réplicas correspondientes. El candidato prefirió blindarse en su otro papel, el presidencial, de más altura, ‘au dessus de la melée”, por encima de los acontecimientos, especialmente los desagradables. LE MONDE lo codificaba brillantemente: el candidato Sarkozy se dispone a recoger el éxito del Presidente Sarkozy.

EL DISCURSO DEL CANDIDATO-PRESIDENTE

Decía un comentarista estos días que Sarkozy y los suyos tenían muy presente el patinazo del gobierno Aznar después de los atentado del 11 de marzo de 2004, de ahí su cautela en vincular los actos terroristas con la campaña. Es cierto, pero es difícil creer que las tragedias de Toulouse y Montauban no impregnen de alguna forma el debate electoral.

El asunto, en cierto modo, mancha, es cierto. Y, sin embargo, presenta ventanas de oportunidad, si se considera fríamente, más allá de las solemnes declaraciones institucionales. Es de esperar que, una vez despejada la polvareda, y con una sutileza muy medida, los escuderos de la UMP hagan valer el rédito de la operación.

Para hacerlo, no tendrán que forzar mucho las cosas o parecer demasiado obvios. Sólo tendrían que ser coherentes con el relato sarkoziano, no ya desde que ocupa el sillón del Eliseo, sino antes, como máximo responsable del Ministerio del Interior. Desde entonces, son incesables las actuaciones y los discursos de Sarkozy sobre inmigración, seguridad e identidad nacional, hasta el punto de convertir la confluencia de estas tres categorías en la sustancia de su pensamiento y su actuación política.

Los estrategas del candidato-presidente podrían amalgamar dos mensajes: no se puede negar ni minimizar el asunto de la inmigración ni desvincularlo de las preocupaciones de seguridad ciudadana, por un lado; y, por otro, sólo un gobierno con esa idea clara, con la firme voluntad de combatir la delincuencia en todas sus formas (común o terrorista) puede afrontar sus consecuencias.

Pero para que este mensaje le siga resultando rentable al partido en el poder, es preciso que el electorado más conservador (xenófobo o no) otorgue al candidato-presidente el 6 de mayo la confianza de conveniencia que le negará el 22 de abril, para depositarla de corazón al Frente Nacional de Marine Le Pen. Los sondeos indican que la mayoría de estos votantes prefieren que su vota ‘se pierda’. Algunos, los menos, incluso parecen optar por apoyar a Hollande. De éstos, sólo unos pocos por convencimiento de que es el mal menor: la mayoría tan sólo por privar a Sarkozy de la posibilidad de seguir en el puesto. Curiosamente, el discreto cortejo de Sarkozy hacia el ‘votante del orden’ provoca tanto rechazo como simpatía potencial, mientras le aleja del electorado centrista o más templado. Es obvio que los estrategas de la UMP consideran más recuperables los primeros que los segundos. Y, desde luego, acontecimientos dramáticos como los de los últimos días son susceptibles de ser utilizados, de una u otra forma, para desnivelar la balanza y activar el mecanismo del voto útil. De esta forma, teñida por las exigencias electorales, la tragedia podría devenir en farsa.

Francia: tragedia terrorista y farsa electoralista