viernes. 29.03.2024
cubahollande

Todo comenzó durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero cuando entre las más airadas críticas, apostó por reforzar los contactos institucionales entre España (país miembro de la UE desde 1986) y Cuba. Desde aquel entonces la agenda socialista se centró en lograr un acercamiento de la Unión Europea para evitar la fosilización del régimen castrista, priorizando el diálogo como herramienta de trabajo. No todos estuvieron de acuerdo, en aquel entonces pesaban mucho ciertos nombres de la oposición interna como Osvaldo Payá, como figuras imprescindibles para lograr el cambio. Cualquier comunicación con La Habana era interpretado como un respaldo a la dictadura y además debía hacerse bajo la atenta mirada de los Estados Unidos, quienes en 1996 impusieron un nuevo bloqueo comercial con la ley Helms-Burton. En un escenario tan complicado dónde la Guerra Fría se resistía a desaparecer, no había margen para la innovación, no obstante la falta de avances llevaron a un necesario cuestionamiento de los métodos tradicionales. ¿Podía llevarse a cabo una eficaz política exterior en Cuba a espaldas del gobierno cubano? ¿Apoyar a la disidencia era nuestra única opción? Aquel engañoso dilema bloqueó la política europea durante años, pues nuestro apetito económico por la isla era inversamente proporcional al deterioro diplomático. La paradoja se hacía más evidente en el caso español, ya que una pujante industria hotelera venía desarrollándose en Cuba desde la década de los 90.

En 2008 la situación comenzó a cambiar con el levantamiento de las sanciones impuestas por la Unión Europea en 2003, con el objetivo de impulsar los cambios desde otra perspectiva. De esta manera España hacía valer sus puntos de vista en Bruselas, al tiempo que promovía y apoyaba la liberación de presos políticos cubanos. En 2009 Rodríguez Zapatero trató de ir un poco más allá al aprovechar la presidencia española de la UE para modificar la posición común de los entonces veintisiete socios sobre Cuba. En aquella ocasión la Comisión Europea frenó las pretensiones de nuestro país, a fin de hacerse con la iniciativa en este campo. Ya nadie (o casi nadie) cuestionaba el cambio de estrategia, la "ostpolitik" caribeña parecía ser el único camino. Ahora el problema radicaba en el surgimiento de nuevas economías emergentes en América Latina que empezaban a romper el aislamiento de Cuba, y podían utilizarla como punta de lanza estratégica frente al hemisferio norte. Desde la XV Cumbre Iberoamericana celebrada en Salamanca se había hecho evidente la fuerza del eje Caracas-La Habana en la región. No podíamos seguir esperando a la oposición democrática, había que actuar. Tampoco los cubanos estaban dispuestos a aferrarse al pasado, y vista la afluencia de nuevas amistades decidió jugar tímidamente la baza capitalista. Sin llegar a lo que en el sudeste asiático se conoce como Socialismo de Mercado, comenzó a dibujarse una tímida apertura en 2011 con la liberalización de pequeños mercados, viajes al extranjero o divisas. Sin embargo la verdadera revolución vino de la mano de China y su Canal de Nicaragua, presentado en sociedad en 2013 mediante la concesión realizada a la Hong Kong Nicaragua Canal Development (HKND Gropu). Esta segunda ruta entre el Oriente y Occidente aumentará el tráfico de mercancías y capitales en el Caribe, por lo que las Grandes Antillas, especialmente Cuba, adquieren una nueva importancia. Brasil comprendió la magnitud de este proyecto y ya en 2014 comenzaron las obras de ampliación de Puerto Mariel, en la costa noroccidental de la isla, para poder recoger los frutos de este floreciente mercado.

A la vista de los acontecimientos parece que el viaje de Hollande no es algo tan novedoso, ya que importantes competidores como Venezuela, China, Rusia o Brasil llevan algún tiempo estrechando lazos políticos y comerciales con Cuba. Aunque los intereses norteamericanos son bien conocidos, las ambiciones franceses permanecieron aparentemente aletargadas hasta el trágico terremoto que asoló Haití en 2010. A pesar de poseer pequeñas islas en el Mar Caribe (Martinica, Guadalupe, San Martín y San Bartolomé) las autoridades galas ambicionan una mayor presencia en la zona. Recordemos pugna entre Barack Obama y Nicolás Sarkozy por monopolizar las labores de reconstrucción en Puerto Príncipe y otras áreas afectadas. Las declaraciones de París fueron subiendo de tono al acusar a los norteamericanos de estrangular en su beneficio la ayuda humanitaria. La posición del Elíseo arrastró también a la Unión Europea, que reivindicó una mayor presencia continental en el devastado país. A esta disputa acabó uniéndose Brasil, fundamentalmente para contrarrestar la presencia estadounidense y reivindicar su papel de potencia. A pesar de todo Francia tuvo que reconocer el papel dominante de Estados Unidos en Haití, y seguir buscando un nuevo solar en el que hacer valer su influencia. Parece que lo ha encontrado en Cuba, por lo que François Hollande se ha vestido de líder mundial para tomar la iniciativa que en su día se le negó a Rodríguez Zapatero. Ni que decir tiene que tal movimiento ha sido posible gracias al histórico acercamiento entre Washington y La Habana de los últimos meses, en otro contexto sería impensable. Mientras tanto los españoles seguimos a nuestras cosas, enfrentados, llenos de prejuicios, olvidando que dimos el primer paso en este deshielo al que sin lugar a dudas llegaremos tarde.

Europa, España y Cuba