viernes. 29.03.2024

Lo único que le faltaba al enrarecido panorama social en Estados Unidos es que se desataran casos de odio racial, de racismo salvaje. Dos casos recientes ponen los pelos de punta y hacen temer un desbordamiento, una polarización, una proyección mediática inadecuada -a la vez tardía y oportunista- y un efecto político confuso y perverso. Una mujer iraquí fue salvajemente asesinada en el extrarradio de San Diego. Su asesino dejó una nota junto a su cadáver acusándola de ser terrorista. Por ser iraquí, simplemente. Se trataba de una mujer de confesión chií, que había colaborado con los norteamericanos después de la guerra del Golfo, por su rechazo a Saddam Hussein. La lógica del asesino, además de criminal, no podía ser más absurda y desnortada. La localidad donde ocurrieron los hechos es una especia de Little Iraq, por la cantidad de personas procedentes de allí y de otros países de Oriente Medio. En un reportaje ‘sobre el terreno’ el NEW YORK TIMES documentaba esta semana varios ejemplos de rechazo racista. El otro caso ha tenido una repercusión mayor, aunque tardó semanas en conocerse públicamente. El 26 de febrero un joven afroamericano de 17 años, llamado Trayvon Martin, fue muerto por impacto en su pecho de una bala de 9mm, disparada por George Zimmermann, de 28 años, ‘capitán’ de una patrulla civil de vigilante. Las versiones de las defensas legales de ambos difieren radicalmente.

El abogado del autor de los disparos asegura que su cliente recibió del afroamericano un puñetazo en la nariz y, al hacer el gesto de llevarse la mano a la cintura, temió que fuera a sacar un arma y se limitó a defenderse. Por el contrario, el abogado de la victima asegura que Trayvon, que estaba desarmado, había salido a comprar una bolsa de gominolas y una lata de té frio cuando tropezó con el vigilante y, sin que él hiciera nada agresivo o ilegal, recibió el balazo.

POLICIA BAJO SOSPECHA

La actitud de la fuerza pública ha sido objeto de sospecha. Durante semanas se ha resistido a entregar las grabaciones de la conversación mantenida con el vigilante en los minutos anteriores a la muerte del joven negro. Los policías recomendaron al patrullero que no interviniera.

A pesar de ello, cuando se presentaron en el lugar de los hechos, los policías no hicieron que un médico reconociera a Zimmerman y creyeron su versión. La policía de la localidad donde ocurrieron los hechos, Sanford, presenta un historial un tanto polémico, con sospechosos comportamientos racistas, reconocidos incluso por las propias autoridades municipales. De hecho, el jefe de policía ha sido reemplazado por ‘falta de confianza’. El sucesor es negro. El asunto se encuentra ya bajo investigación y competencia federal, una vez que el caso ha adquirido dimensión nacional.

UNA LEY PERVERSA

El caso es que Trayvon está muerto y Zimmerman en libertad. El vigilante actuó bajo el amparo de la Ley “Stand your Ground”. Algo así como: ‘defiende tu terreno’. Es un concepto que conecta con uno de los principios más arraigados del conservadurismo norteamericano: el derecho a tomarse la justicia por su mano. Un arcaísmo que proviene de la colonización salvaje.

La controvertida ley rige en una veintena de Estados de la Unión. En Florida fue promovida en su momento por el entonces gobernador Jebb Bush, el tercer miembro de la estirpe familiar. Pero a pesar de todo, este Bush se desmarcaba de la aplicabilidad de la ley en este caso y consideraba que nadie podía ampararse en ella para “cazar a cualquiera que nos vuelva la espalda”.

El diario LOS ANGELES TIMES ofrece algunos otros casos recientes de actuaciones individuales de defensa propia con resultado de muerte. En muchos de ellos, el agresor, o ‘vengador’, salió bien parado; o sea, en libertad, sin cargos. Algunos resultan sangrantes.

CRIMINALIZACIÓN DE LA VICTIMA

En declaraciones al diario CHRISTIAN SCIENCE MONITOR, Donald Tibb, un profesor de leyes de la Universidad de Drexel, especialista en procedimientos relacionados con delitos raciales o conculcación de derechos civiles, se inclina por considerar el caso como un ‘crimen de odio’; es decir, un crimen racista, y señala indicios de premeditación. Otros activistas que han apoyado a la familia en la movilización social postrera, sostienen argumentos similares que incriminan al agresor como un racista violento.

El asunto tiene su importancia, porque, de ser acusado de delito por motivo racial, la pena es cadena perpetua. Lo chocante del caso es que el abuso que podría haber cometido Zimmerman tiene menos castigo que si lo hubiera cometido un policía o un funcionario. Ser una patrullero civil lo exonera del delito por violación de los derechos civiles de Martin.

Estos embrollos legales crean una sensación de frustración en la población negra. Miles de afroamericanos se han echado a las calles para protestar no sólo por la muerte de su ‘hermano de color’, sino por la injusta arquitectura legal que, pese a las sucesivas conquistas desde los años sesenta, aún persiste en los Estados Unidos.

Cuando la indignación alcanzó un nivel imposible de escamotear por los medios de comunicación estatales, tras una tímida reacción inicial, el propio Presidente Obama se comprometió con un comentario que, a buen seguro, será utilizado torticeramente por sus rivales políticos y, más aún, por los voceros de la derecha norteamericana más recalcitrante. Dijo Obama que si él tuviera un hijo “sería como Trayvon Martin”.

El comentario presidencial va más allá de una muestra más o menos afortunada de simpatía con la víctima y sus allegados. Obama tuvo que demostrar que no tenía intención de reivindicar su raza si conquistaba la Casa Blanca, para merecer el apoyo o al menos la neutralidad de ciertos sectores sociales y políticos. Con él no fueron tan correctos sus enemigos. Recuérdese que le exigieron pruebas de su ciudadanía y otras vilezas semejantes.

Ahora, en un contexto de combate político agudizado contra la derecha más militante, Obama ha optado por no dar un paso atrás. Mientras su reforma del sistema sanitario se ve sometida a una inquietante revisión por el Tribunal Supremo, con argumentos que resultan incomprensibles en Europa, el conflicto racial puede convertirse en un nuevo frente electoral.

Los que creían que este problema ya estaba superado en América quizás han pecado de optimistas. En un agudo análisis para THE NATION, Melissa Harris-Perry, politóloga y experta en cuestiones de discriminación racial, afirma provocadoramente que “Trayvon Martin no es inocente. Es culpable de ser negro en un espacio público presumiblemente restringido”. Más aún, asevera: “a menudo es imposible para un cuerpo negro ser inocente”. Basta la indumentaria habitual de miles de jóvenes negros para que resulten sospechosos. Uno de los comentaristas conservadores más repelentes de la FOX, el latino Geraldo Rivera, no tuvo empacho en decir en su programa que si Trayvon no hubiera llevado la capucha de la sudadera cubriéndole la cabeza, Zimmerman no lo hubiera atacado. Lo que lleva a la profesora Harris-Perry a comentar que el joven afroamericano es considerado culpable no por cometer un acto agresivo o ilegal sino por su presencia física. Esta criminalización de la forma de presentarse en público puede justificar al hombre que lo disparó y dejar la conciencia tranquila a muchos norteamericanos, pero violentara aún más la convivencia democrática en Estados Unidos.

Estados Unidos: la herencia del odio