jueves. 25.04.2024

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Empieza la noche y voy en bicicleta.

Las luces se desperezan entre techos de paja y zinc.

Mujeres, hombres, niños y niñas se deslizan entre sombras y requiebros, la vida bulle en el anochecer africano con colores enmascarados de tierra.

Todos van a algún lugar, es el momento de las citas, del recuento y la provisión; adheridos al planeta en cierta condición de levitación y ritmo de raíces.

Nos entremezclamos con olor a frutas fermentadas, barro acre y selva profunda.

Moto taxis, coches aniquilados por el peso de los años, bicicletas anacrónicas, burros tirando de carros atiborrados de mujeres y niños observantes con ojos de luciérnaga, pescadores con sus botas de agua hasta las rodillas y andares pesados.

Mujeres de toda condición con mucho desparpajo en modos y perfumes agrios.

En un movimiento operístico, todos manejando sus vidas lo mejor que saben; en su cuerda, en su tono, en su olor, se estremecen, se vuelcan a la vida, con un suave balanceo que desvela su verdadera identidad, masajean con los pies desnudos la tierra húmeda plagada de protozoos.

No hay dos caras iguales, solo rostros profundos marcados por sus ancestros, polvo de estrellas en estado puro, agua venida de galaxias fuente; donde se sembró la primera semilla humana, Mamá África.

Esta noche la Luna, que se muestra por los huecos de las nubes te regala reflejos para hechizar con el espíritu del Baobab, para entender la mujer que te mueve o conversar con el hombre por el que suspiras.

Las estrellas diseñan caminos, vías y figuras, vibrando en el universo en suspensión, como el polvo en un haz de luz solar que entra por la ventana.

Y cada cual ve algo diferente…

Un viejo con barba rala y ojos escondidos entre arrugas musita que las estrellas están más cerca de nosotros que la tierra de los blancos; que la luz no es más que un agujero en la oscuridad.

Apuro un té con hierbabuena, caliente, dulce, fuerte y suave al tiempo, despertando dentro del sueño y comprendo que agradecer no es un formalismo, es un acto de reconocer nuestra esencia y respetar  toda forma de vida.

En el horizonte se ven inmensas nubes iluminándose desde dentro, dando paso a otra danza, como las sinapsis del cerebro se iluminan en mil relámpagos y destellos; las nubes conversan de sus asuntos y viajes mientras siembran una alfombra de tonos en el océano y lanzan bocanadas de aire húmedo y salado a esta tierra de islas y manglares, de selvas y bosques sagrados, de personajes sin fondo ni forma.

Donde en el caos perfecto medra la pasión, el sabor dulce de labios carnosos, el encuentro de la piel mestizándose.

Canto el no saber absolutamente nada, que cuanto menos tengo y soy, mejor y más claro veo, despojándome de vestiduras que atrapan el entendimiento.

Mientras el viento se torna díscolo y caprichoso arrastrando con un bramido la lluvia sobre todo lo visible.

Las bombillas parpadean y se corta la electricidad, en cambio se iluminan los rostros tornándose más humanos, sutilmente cercanos y misteriosos.

Observo mi bicicleta mojándose, no parece importarle mucho; así que la monto y me lanzo a la negra noche, sorteando grandes charcas y arroyos que corren a toda prisa de vuelta al mar.

La lluvia fresca en el rostro, levanta mi ánimo obligándome a sonreír.

Camino abajo en el puerto reposan las piraguas, con sus redes y aperos.

Me esperan chamizos preñados de gentes que dan tiempo al tiempo, al amparo de velas y linternas  Made in china iluminan toda suerte de trapicheos.

El puerto marinero a cobijo del temporal, es la  esfera para filosofar, amar, dar o recibir; comprar o vender, alquilar o prestar  cuerpos y quizás almas también.

Son esas cosas simples de la vida que hacen que no se torne aburrido vivir.

Kafountine, Casamance, Senegal.

Tiempo de lluvia

Escenas cotidianas del África occidental