viernes. 19.04.2024
POBREZA-EEUU

Con la anuencia de Trump, en la “América democrática” cerca de 100 mil niños están siendo explotados en el sector agrícola

Primero fue Edward Snowden y más tarde Julián Assange. Ambos filtraron noticias sobre el abuso de poder que perpetra Estados Unidos sin que los medios de comunicación convencionales informen al respecto. Las irrefutables pruebas que tanto Snowden como Assange visibilizaron a los ojos del mundo, describen las atrocidades cometidas por la hostil Norteamérica en aquellos territorios foráneos en los que los abanderados de la democracia ejercen su “brutalidad patriótica” violando sistemáticamente cualquier derecho humano.

La impunidad con la cual Estados Unidos está decidido a sacar a Maduro de la presidencia venezolana se sustenta en esa versión de “la verdad” que los escribas del poder real se esmeran en instalar en las páginas de los más influyentes medios de comunicación. El objetivo es manipular a la opinión pública para que ésta vea en Maduro al dictador despiadado y al mismo tiempo suponga a Juan Guaidó (una suerte de gerente de Trump) como al mesías que pretende rescatar a Venezuela de las garras del tirano.

Pero si fuera por intervenir en los países en los que la democracia está en peligro, hace tiempo que debería haberse puesto en tela de juicio la metodología a través de la cual Estados Unidos ha degradado su propio sistema democrático, mediante prácticas que bien ameritarían una injerencia, una urgente invasión.

Con la anuencia de Trump, en la “América democrática” cerca de 100 mil niños están siendo explotados en el sector agrícola, la mayoría de ellos son latinos que suelen trabajar diez o más horas al día, arriesgándose constantemente a la intoxicación por plaguicidas, a los golpes de calor, las lesiones, las discapacidades permanentes y la muerte. De los menores de 16 años que perdieron la vida en el trabajo en un solo año, el 75% trabajaban en el campo.

En la América de Donald Trump se enjaulan niños inmigrantes

En la América de Donald Trump se enjaulan niños inmigrantes. ¿Acaso no es éste un motivo suficiente para quitar del mando al mentor de esta aberración propia de un execrable tirano? Pero estas violaciones de los derechos fundamentales son apenas una ínfima parte de una extensa lista de atropellos que ruborizarían al más conspicuo de los dictadores.  

Siguiendo el criterio de quienes propagan la falacia de la libertad y se rasgan las vestiduras por la situación en Venezuela, bien cabría preguntarse cómo es posible que las voces de los defensores de la democracia no se pronuncien para denunciar que en los Estados Unidos más de 40 millones de personas (el 30 por ciento de la población) no cubren las necesidades básicas y malviven en la absoluta miseria. ¿Acaso esta pobreza extrema no es comparable con la que puedan padecer los venezolanos?

Y la lista continúa. En la América “grande” de Trump, la policía asesina a un ciudadano afroamericano cada seis horas, algunos de ellos niños y adolescentes. ¿No es este un motivo suficiente para preguntarse qué clase de malparido conduce los destinos de esa América “grande”?

Los medios del poder insisten en criminalizar un proceso de gobierno democrático repitiendo hasta el hartazgo una consigna que cala mediante la distorsión. Las imágenes de la violencia, del hambre y de la pobreza en Venezuela no son diferentes de las que podrían publicarse a diario en las cadenas televisivas norteamericanas, si fuera que alguna de ellas tuviera la intención de visibilizar lo que verdaderamente sucede delante de sus propias narices; si fuera que éstas no estuvieran abocadas a pretender que allí, en esa América tan grande como ciega, se vive una auténtica democracia.

¿Y cuándo invadimos Estados Unidos?