viernes. 19.04.2024
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@ebarcala | En lo que va de año, 47.000 menores de Guatemala, El Salvador y Honduras han intentado cruzar sin compañía e ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos. Muchos son hijos de residentes que aspiran al reagrupamiento familiar por iniciativa propia o por encargo de sus padres, previo abono de hasta 7.500 dólares a los llamados “coyotes” o “polleros” que les guían y acompañan en la aventura.

Otros sencillamente huyen de la miseria que les incita a integrarse en las “maras” (pandillas juveniles) o en las redes de tráfico de armas y droga de sus países de origen. La alternativa a una vida delictiva sería convertirse en víctimas de la extorsión y la violencia de esas mismas organizaciones.

Hace 800 años se cantaba la gesta de la Cruzada de los Niños. Una vieja historia que, como los telefilmes de mediodía, está vagamente basada en hechos reales. Niños alemanes y franceses partieron con júbilo hacia Jerusalén con la intención de liberar Tierra Santa, una misión que acabó con su desaparición o muerte.

Sufrieron, dice la leyenda, las mismas peripecias (robos, violencia, abandonos, secuestros…) que padecen los actuales cruzados, si convenimos en llamar así a quienes tras recorrer cientos de kilómetros en autobús, todoterreno o caminando, intentan cruzar el río Grande - o río Bravo, depende del punto de vista - por la frontera de Texas.

Un camino peligroso

En la última parada de otra de las rutas de acceso (Altar, en el estado mexicano de Sonora) cuenta Vice News que aquellos que han sobrevivido a la experiencia son tentados desde los escaparates a deshacerse de sus últimas monedas.

Se venden allí desde zapatillas que prometen burlar los sensores de movimiento hasta ropa de camuflaje para atravesar sin ser visto el desierto de Arizona. Sin olvidar los anticonceptivos, única “protección” de las pequeñas viajeras ante los más que frecuentes  asaltos sexuales.

Al otro lado aguardan largas horas escondidos entre matorrales o en agujeros en el suelo. Después, la posibilidad de hurtar la vigilancia si hay suerte o la de ser retenidos y trasladados a un centro de internamiento si son descubiertos. Desde allí, su destino será un hogar para menores donde residir hasta que se identifique y localice a los padres.

En el extremo oriental de la frontera, en McAllen (Texas), la avalancha es tal que cientos de menores con familia en Estados Unidos acaban siendo liberados, según cuentan las crónicas de periódicos hispanos como La Opinión o El Diario. Muchos de ellos se refugiarán en campamentos improvisados bajo la tutela de organizaciones humanitarias. Otros seguirán camino hacia el norte, siempre que encuentren billete en alguno de los atestados autobuses que salen de la ciudad.

Amenazas y promesas

El vicepresidente Joe Biden ha recordado que no hay leyes en vigor que otorguen derechos de residencia o de acogida a estos niños. Pero la esperanza de burlar la ley y las promesas difundidas por los traficantes de seres humanos pesan más que las amenazas de deportación o las noticias sobre el envío de ayuda económica a Centroamérica para detener la avalancha.

Estados Unidos destinará 9,6 millones de dólares a programas de reinserción y otros 244 millones para desarrollo local en los países de origen de los inmigrantes, partidas a todas luces insuficientes para frenar un éxodo que, según las estadísticas oficiales, se incrementa año tras año.

Bertolt Brecht actualizó la vieja leyenda de la cruzada infantil al escribir sobre una columna de chicos atrapados en la Polonia de la Segunda Guerra Mundial: “Allí, multitud de niños hambrientos inundaron los caminos, arrastrando a su paso a otros que huían de sus pueblos destruidos”. Mientras no exista un hogar seguro, mientras no haya perspectivas de una vida digna, la cruzada de los niños seguirá caminando.

La cruzada (americana) de los niños