viernes. 29.03.2024

Hay personas que me escriben solicitando que yo trate de reflejar la vida cotidiana en Damasco. Por ejemplo, cuál es la situación de la mujer, de una madre, respecto a las leyes vigentes; la de los niños, jóvenes y ancianos, la de los seres anónimos. Y lo entiendo. Hay tanto que ver y decir aquí, como en cualquier parte de mundo. Pero, a la vez, tan pocas jornadas (nada más que seis días) impiden ver mucho, sobre todo en un ambiente de estricto control –por el real peligro existente– como el de ahora, donde hasta hablar en la calle con un desconocido constituye un alto riesgo.

Incluso, intercambiar pareceres con nuestro propio guía no fue fácil -aunque nos veíamos todos los días-, porque debía atendernos a todos los visitantes. Y las actividades fueron intensísimas, con un promedio de tres visitas o entrevistas por día. En medio de ese tráfago también debíamos desgravar conversaciones y escribir, mientras sufríamos sabotajes en las señales telefónicas y de internet. Apenas nos quedaba tiempo para alimentarnos, asearnos y dormir.

Claro, en Siria me hubiera gustado compartir con la gente, con el pueblo, no sólo con autoridades; y preguntar, por ejemplo, sobre sus necesidades diarias, sobre costos de vida, alcances de sueldos, derechos sociales, inquietudes, disconformidades, etc. Pero no fue posible, principalmente por las razones expuestas. Entonces me resigno a hacer lo que mi precario alcance permitió. Y en función a eso escribo. Una anécdota cazada al azar, una información fugaz, una deducción a partir de cosas que se dicen -o se desdicen- o simplemente gestos de personas ante situaciones determinadas.

Así voy sumando granos de hechos tratando de construir alguna imagen pretendidamente veraz. Pero sé, de antemano, que es misión imposible. Pero algo es algo, me digo. Y prosigo. No obstante, confieso que me queda una sensación de impotencia al no poder recoger todo cuanto debiera. Pero es lo que me tocó vivir ahora en Siria. Razón por la cual, pido disculpas por no haber podido brindar más datos.

Otra gente supone que soy descendiente de sirios para haberme arriesgado a entrar en este mundo extraño a Occidente. Y otras hablan de mi “profundo compromiso con Medio Oriente”. Así, una sucesión de apreciaciones que no dejan de sorprenderme. Porque, hasta donde yo sé, no tengo ancestros árabes, aunque a estas alturas de la historia, eso es ya difícil precisar, debido al marasmo de pueblos que se han desplegado, durante siglos, por todo el orbe.

Recuerdo que estando yo en Ramallah, Cisjordania, los palestinos me preguntaron cosas parecidas. Y les dije que mi solidaridad con los palestinos –palestinos árabes, aclaremos, porque el Estado de Israel también está dentro de la Palestina geográfica– obedece a la injusticia que los israelíes cometen contra ellos. También les aclaré que para brindarles mi apoyo moral (único sostén con que cuento) me basta con querer justicia para todos en el mundo. Y les señalé que mi único afán es que ellos, los palestinos, se conviertan en un pueblo libre. Y que si alguna vez lograran reestablecer todos sus derechos conculcados y conformaran el Estado Palestino, entonces, yo me sentiría contento. Con la salvedad de que si ellos llegaran a cometer alguna vez contra cualquier otro pueblo lo que el gobierno israelí comete contra ellos, pues, desde ese momento, yo me pondría en contra del gobierno palestino, como lo estoy ahora contra el poder de los israelíes.

Es que para desear justicia no se necesitan lazos de sangre. Ella debe estar por encima de tales vínculos. E incluso cuestionar o condenar si algún hermano o hermana si incurriese en delito, teniendo en cuenta que una cosa es comprender y otra justificar. Mi único compromiso es con mi propio ser y mi único credo son los seres que habitan el planeta, más allá de cualquier nacionalidad. Como escribió José Martí: “Patria es Humanidad”. Tal vez no en vano alguien dijo que todo ser humano tiene dos patrias: la suya propia y Siria.

Crónica en Siria (VII)