miércoles. 24.04.2024
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El despertar ofrece un panorama deslumbrante. Las tres fortalezas de Marsella enmarcan el Port Vieux. Todas esas piedras viejas fundiéndose con la mar mediterránea reflejan siglos de sueños y aventuras marinas

Marsella

Es invierno y la noche limpia y brillante de Marsella tiene una intensidad especial. Como si los colores nocturnos se confundiesen con la claridad solar. Dicen que es a causa del fuerte viento del norte que cuando sopla irreverente barre toda contaminación. Aquí le llaman mistral, pero es el mismo que sopla por todo el continente con infinidad de nombres y leyendas. Desde la ventana se contempla una panorámica espectacular del Port Vieux. Los barcos se mecen formando una danza extraña de luces que se entremezclan con los focos estáticos de las zonas de carga, los reclamos de los restaurantes y los adornos luminosos que anunciaban una navidad cercana. No hay bruma y la temperatura es agradable. Otro invierno sin invierno gracias al nuevo clima de este siglo reciente lleno de incertidumbres y sorpresas. Todo invita, suave y dulcemente, a dormir…

El despertar ofrece un panorama deslumbrante. Las tres fortalezas de Marsella enmarcan el Port Vieux. Todas esas piedras viejas fundiéndose con la mar mediterránea reflejan siglos de sueños y aventuras marinas. Guerras y destrucciones protagonizadas también por Catalanes en su afán expansivo. Ese afán que somete a todos los pueblos y que olvidan cuando son sometidos hasta borrarlos de su propia historia para abonarse al martirio. Los mástiles de los barcos se cuentan por miles y la imagen plástica que producen crea un estado de ánimo que invita a viajar. Como si la aventura humana solo se concentrase en la sensación de partir…aunque en el fondo no sea otra cosa. “Desde que nacemos ya somos emigrantes” me dijo un amigo en otro viaje africano y es de las cosas más ciertas que he escuchado jamás

Un puerto de siglos con África y el desierto como perspectiva. Un mar que parte y encuentra a la vez dos mundos que son mucho más que dos territorios. Europa y África parece que expresan bien los contrastes más radicales. Blanco o negro; abundancia o escasez; vida  o muerte; civilización o barbarie, son términos aparentemente fáciles de asignar a ambos territorios desde una ¿prepotente o ignorante? cultura occidental llena de juicios de valor preestablecidos. Y, sin embargo, ninguna de esas clasificaciones es válida cuando uno se adentra en la reflexión de lo que significa cada uno de esos mundos. De nuevo el imperio de los matices. ¿A quienes asignamos la barbarie en exclusiva? ¿A quienes la vida? ¿A que la escasez?... Todo eso me pasa por la mente en fracciones de segundo que parecen años. Veo el “collage” abstracto de la luz de Marsella fundida en un millón de azules marinos y en los infinitos rojos, negros y verdes de África. Colores e imágenes de tierras y gentes que se funden y confunden. Cuesta grabar cuando la mirada interior es superior al paisaje. No es fácil capturar sentimientos… Parece como si el Sahara estuviese más próximo;  ahí…ya, esperando.

La gente muere: de calor, de pobreza, de enfermedad, de hambre y el desierto avanza un metro por año. Esa arena que todo lo oculta quedara como patrimonio de la humanidad por su belleza paisajística, por su espacio incontaminado… y por la ausencia de humanidad

La  Mauritania

Atar, 25.000 habitantes. Casas de adobe de una altura, calles de polvo y cabras. Subsaharianos vestidos tradicionalmente en todos los tonos de azul imaginables cuando se mezclan el cielo y la mar. El Aeropuerto no puede ser más africano: Una sola sala, veinte policías, dos aviones (en el que se llega y otro que se va), una cola de espera, veinte firmas para pasar la frontera y seis funcionarios. Asoma eso que el primer mundo llama pobreza. Partimos para Azougui, está a diez Km. Parecen mil. Sumergida en el arenal se intuye a la capital del antiguo reino de los almorávides: Un palmeral arrasado por la langosta, un conjunto de chozas de palma y algunos chamizos de adobe forman un pequeño villorrio de lo que otrora fue el núcleo poderoso que nutrió de invasores musulmanes la península ibérica. Siempre el mismo afán expansivo… El desierto lo devora todo, montañas de arena roja y fina inundan el paisaje en el que apenas se adivinan los restos de antiguas construcciones. Restos arqueológicos sin más esperanza que ser sepultados en arena.  El sol abrasa despiadadamente y sobre el mar de arena que todo lo inunda se pasean y acercan unos niños que se acercan tranquilos. Nada piden, solo la curiosidad es superior a su timidez y una niña de piel oscura y ojos inmensos quiere juguetear con la cámara y observar sorprendida su propia imagen. Las risas de todos componen una sinfonía que no es posible reproducir, porque no se pueden robar unas voces que representan mucho más que el alma.

La arena es roja, es polvo, es densa, su tacto no deja huella, desaparece entre los dedos como el agua y sin embargo te envuelve, se hace omnipresente. Al fondo caminan tres hombres  azules y el viento que mece sus ropas hace que parezcan  la ensoñación de un espejismo del color del cielo sobre un mar rojo de arena sólida.  El silencio es total, inmenso. Al fondo desde el poblado llama el muecín a la oración. Es un canto directo y agudo pronunciado a viva voz sin el efecto metálico de la megafonía de las grandes mezquitas. Parece una voz que se extiende por los siglos y los espacios y llega hasta Al- Andalus. Un hombre se inclina en el camino y reza a su dios…El tiempo se suspende. No quieren ser pobres, pero quieren ser ellos… Habrá que pensar como superar un conflicto que tal vez nos devore si no reflexionamos proactivamente.

Mauritania. Más del 40% de la población tiene menos de 20 años, la esperanza de vida es de 50 años en hombres y 52 en mujeres. La mayor parte de los jóvenes no conoce a sus abuelos y muchos tampoco a sus padres. El país practica una concepción del Islam moderado y pacífico, dicen… En fin, que la gente muere: de calor, de pobreza, de enfermedad, de hambre y el desierto avanza un metro por año. Esa arena que todo lo oculta quedara como patrimonio de la humanidad por su belleza paisajística, por su espacio incontaminado… y por la ausencia de humanidad. Una Humanidad con una disyuntiva: las vallas de acuchilladas de Ceuta o el islamismo extremo. Si nadie ni nada lo remedia.

Caminos del Sahara