sábado. 20.04.2024
TRUMP CALIFORNIA

San Francisco es una de las llamadas “ciudades santuario”. Llevan décadas aplicando prácticas de tolerancia y protección de los inmigrantes

California no es el único lugar de Estados Unidos donde se afirma una resistencia encarnizada contra el mandato de Donald Trump. Pero es, quizás, el más emblemático y combativo. Desde la victoria del candidato republicano en el colegio electoral, el pasado noviembre, se percibe en California, desde donde escribo este comentario, la revitalización de los movimientos de protesta ciudadana. Cada vez son más los decididos a no permanecer pasivos ante el retroceso en materia de derechos y libertades.

La orden ejecutiva del 27 de enero, que restringía la entrada en el país de ciudadanos procedentes de siete países de predominante religión musulmana y el cierre absoluto a los desplazados por la guerra de Siria, ha colocado a este heterogéneo movimiento de resistencia en modo de conflicto abierto con la Casa Blanca. La protesta tiene varios frentes: institucional, social, profesional e ideológico.

ESTADO Y CIUDADES, CONTRA EL PODER FEDERAL

De todos ellos, el primero es quizás el más sorprendente, por su rapidez y contundencia. El propio Gobernador del estado, el veterano Jerry Brown, ha llegado a decir ante el Congreso local que está decididamente dispuesto a resistir todas las políticas federales de dudosa legalidad y, en particular, las que supongan merma de los derechos de las minorías. O a proteger la reforma sanitaria de Obama, que California fue el primer estado en adoptar, y que ha reducido el número de desprotegidos a un mínimo histórico.

Los ayuntamientos de las principales ciudades y áreas metropolitanos han sido también muy beligerantes. Denis Herrera, fiscal general de San Francisco, la villa que parece a la vanguardia de las protestas, se ha querellado contra Trump, después de que el Presidente decidiera bloquear los fondos de ayuda federal a las ciudades que no colaboren con su política migratoria restrictiva.

Se calcula que viven en San Francisco 30.000 personas sin papeles, alrededor del 3% de la población. La ciudad recibe anualmente 1.200 millones de dólares, con los que sostiene programas de salud y ayuda social. Herrera evocó el llamamiento de Obama a defender la democracia durante el anuncio oficial de su iniciativa.

San Francisco es una de las llamadas “ciudades santuario”. Llevan décadas aplicando prácticas de tolerancia y protección de los inmigrantes. Otras villas, como la capital del estado, Oakland, Berkeley o San José no han adoptado de momento medidas legales contra la autoridad federal, pero ya han advertido que continuarán con su política de no detener a inmigrantes ni realizar pesquisas policiales para conocer el estatus migratorio de la población.

LABORATORIO DEL CAMBIO SOCIAL

Numerosas ciudades de California fueron las primeras en movilizarse contra la orden ejecutiva anti-migratoria del nuevo presidente. En otros tiempos, este estado tuvo un gobernador, Pete Wilson, que promovió medidas restrictivas en materia de migración, la tristemente célebre Proposición 187, que eliminó fondos para programas sociales destinados a los inmigrantes sin papeles. Pero esa sensibilidad se ha invertido, en parte por la evolución demográfica (se estima que los blancos dejarán de ser mayoría antes de la mitad de siglo), pero también por la pujanza de movimientos sociales progresistas y multirraciales.

EL MALESTAR DE SILICON VALLEY

Otro frente de resistencia que ha sido especialmente sonoro estas últimas semanas es el relacionado con el sector de las tecnologías de la comunicación, reunido en el Silicon Valley, en el norte de California, a un centenar de kilómetros de San Francisco. Las radicales medidas anti-inmigratorias generaron un movimiento imparable de protesta desde la base. Miles de empleados de las compañías más emblemáticas del sector (Google, Facebook, Twitter, Uber, Amazon, etc.) se han manifestado para condenar las decisiones de la Casa Blanca. No es de extrañar, pues las plantillas de estas empresas, son racial y culturalmente muy diversas, como corresponde a una actividad caracterizada básicamente por la dinámica de la globalización. La tecnología que producen está destinada a eliminar barreras, no a levantarlas. De hecho, algunos de los ciudadanos que se vieron afectados por las barreras levantadas por Trump trabajaban en Silicon Valley.

En parte presionados por sus empleados, los responsables de algunas de estas compañías se han visto arrastrados a expresar de forma más comprometida sus posiciones contrarias a las restricciones migratorias y a la libertad de movimientos. Tras la victoria de Trump, algunos dirigentes de estas empresas intentaron mantener una cautelosa neutralidad. Incluso otros, como uno de los jefes de Uber, formaba parte del Consejo de asesores económicos del nuevo Presidente. Ya no: dimitió al comenzar la oleada de protestas. Microsoft fue una de las compañías que pasó de un discreto silencio a una posición activa de rechazo.

LA DERIVA VIOLENTA

Finalmente, la protesta anti-Trump ha galvanizado también a los sectores más radicales de la sociedad. Los movimientos anarquistas, que cobraron nuevo vigor con la crisis financiera y los abusos de Wall Street, han revivido con la elección del retrógrado magnate, y California ha sido uno de los escenarios más destacados de su reforzado protagonismo.

En Berkeley, epicentro de la revuelta universitaria de los sesenta, cientos de jóvenes acudieron a medios violentos (quema de neumáticos y otros objetos, rotura de ventanas, irrupción en edificios universitarios) para impedir impidieron que uno de los colaboradores del estratega jefe de la Casa Blanca, el ultraderechista Bannon, pronunciara una conferencia en el campus. Los incidentes adquirieron cierta gravedad. El alcalde demócrata de Berkely, comprometido en el frente anti-Trump, se vio obligado a denunciar la deriva violenta de la protesta y a llamar la atención sobre el riesgo de que estas provocaciones alienten respuestas radicales racistas o xenófobas, como ya ocurrió el año pasado.

En efecto, durante el proceso de las primarias, se produjeron enfrentamientos de cierta gravedad entre grupos extremistas de derecha e izquierda, en otras ciudades de California. En Anaheim, grupos antifascistas irrumpieron en una concentración del Ku Klux Klan, y en Sacramento grupúsculos anarquistas protagonizaron una batalla campal contra los skin-heads. De momento, son incidentes contados y aislados.

En todo caso, el malestar en California es tan notorio que se vuelve a hablar del Calexit, es decir, la separación de la Unión. Algo que, de momento, carece de fundamento real, aunque California se encuentra entre las diez economías más poderosas del mundo y podría ser muy viable como estado independiente. El desprecio que el nuevo inquilino de la Casa Blanca demuestra hacia valores muy preciados en amplios sectores del país podría alimentar esta tentación rupturista, por ahora minoritaria.  

California, corazón de la resistencia contra Trump