viernes. 29.03.2024

Bartleby es el nombre del protagonista de un relato de Herman Melville titulado, “Bartleby, el escribiente”. Y Melville es aquel norteamericano que escribió “Moby Dick” y “Benito Cereno”, entre otras memorables novelas.

Para Borges, Bartleby era “un libro triste y verdadero que nos muestra la inutilidad esencial que es una de las ironías cotidianas de la vida”.

A la interpretación metafísica de Borges se le ha añadido ahora la política. En un periódico italiano leía yo que “Europa se comporta como el Bartleby de Melville; rehúsa obedecer la realidad”.

La verdad es que no tengo ni la más remota idea de cómo Europa, toda ella entera, hace una cosa así. Tampoco imagino cómo la misma señora ve en Bartleby “a su más entrañable y carismático líder” (del mismo periódico), toda vez que estoy convencido de que la mayoría de los europeos no tienen ni repajolera idea de quién sea dicho señor.

¿Que quién es Bartleby? Melville nos revela en la última página de su relato que Bartleby “había sido un empleado subalterno en la Oficina de Cartas Muertas (cartas no reclamadas) de Washington”, con la tarea de clasificar las que no habían llegado a su destino; con sus esperanzas frustradas, sus testimonios de amor no escuchados; en fin, las buenas o malas noticias que nadie recibiría nunca.

Bartleby, despedido por un cambio brusco de la administración, ahora dirían ”flexibilización laboral”, se vuelve de cara a la pared y ahí se queda para siempre... negándose a participar tenazmente en una acción que él considera, aunque no lo diga, intrínsecamente corrupta.

Casi podría decirse que Bartleby sería un indignado avant la lettre. Eso, sí, sin manifestarse públicamente ni hacer ostentación alguna de su radical postura negativa ante un principio de la realidad que niega toda promesa de felicidad individual y colectiva.

Yo no sé si para los ciudadanos europeos la figura de Bartleby tiene un significado especial, con su “no serviré”, ese no querer doblegarse a una realidad tramposa donde las cartas verdaderas nunca llegan a su destino. Donde se nos promete el mejor de los futuros, pero se hurta lo único que es nuestro, si lo es: el presente.

Al héroe de Melville nadie le promete futuros gloriosos, pero sabe que el presente que quieren imponerle es una gran mentira o, como sugiere Borges, “una inutilidad esencial”.

De ahí que le dé la espalda. ¿Esto hace la ciudadanía europea con sus instituciones como señala el periódico italiano?

La verdad es que, si así fuera, será porque se lo merecen. Pero mucho me temo que sea al revés, que sean las propias instituciones europeas las que estén dando la espalda a las necesidades reales de la ciudadanía. Y sólo miren por salvaguardar los intereses personales de unos líderes políticos tan mediocres como caducos. Y ya se sabe que cuanto más mediocres, más ambiciosos.

No me extrañaría que, en esta situación, Bartleby les diera la espalda.

Bartleby