jueves. 28.03.2024
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El partido está abierto y no podemos decir que al minuto de juego actual la cosa se decante por el equipo galo, pero no todo está perdido

En Francia se está jugando un partido que nos afecta a todos los europeos. El tsunami del liberalismo austericista choca en Francia con el espigón que los derechos de hombres y mujeres y la dignidad del ser humano han ido consolidando como mascarón del proceso de justicia e igualdad que ha sido la fuerza motriz del proyecto de Europa.

El partido está abierto y no podemos decir que al minuto de juego actual la cosa se decante por el equipo galo, pero no todo está perdido. Hay que contar con el espíritu de lucha que les caracteriza.  No conforma la población francesa una sociedad que se deje descender a la segunda división de los derechos humanos fácilmente.

El choque que, de manera tan visual, representan un Hollande perdido en el medio campo como un pulpo en un garaje, como si fuere un Alonso sin su Busquet,  apostando por un ministro que ha ganado algunos partidos previos en forma de dogmatismo resultadista (en inmigración pj) que encanta a los acérrimos, pero desengancha al conjunto de la sociedad y genera rechazo como si de un Mourinho institucional se tratara. Valls ha decidido encastillarse en una defensa desesperada que evite la goleada, pero destinada a perder, pues en este partido no cabe empatar.

El combate entre austericidas ortodoxos y el resto del mundo en campo francés nos afecta a todos porque se plantea de un modo idéntico para todos los europeos

Y basta de símiles futbolísticos porque la cosa es verdaderamente seria. El combate entre austericidas ortodoxos y el resto del mundo en campo francés nos afecta a todos porque se plantea de un modo idéntico para todos los europeos:

Visión ultraortodoxa: O se eliminan los mecanismos de protección social y se estimula el premio a los ganadores de un modo de vida más darwiniano y competitivo, o si no perderemos el tren de la modernización a través del emprendimiento y el sobreesfuerzo que la economía del tercer milenio exige. Esto supone reducción de salarios, pérdida de derechos ligados a la vivencia laboral, minimización de las prestaciones sociales críticas, sobre todo en salud y educación y pensiones, etc. Apelan a una precarización de las condiciones de vida que se contrarrestarían con un fortalecimiento de la desigualdad económica con una fuerte prima para las personas que se encuentran en la cúspide, para los ganadores del proceso de desigualdad general.

Visión resto. Una política desestructuradora de este tipo, al margen de su acierto en el diagnóstico o de su viabilidad económica final, supone un proceso de derrumbe social que acabará arrastrando toda utilidad económica inicial propuesta por los ultras. Es decir que  atentar contra la organización social de un modo de vida que ha generado el modelo de integración económica y civil más sofisticado de la historia supone acabar con los fundamentos de la misma, por lo que los resultados de la praxis ultra no tienen que ver con Europa sino con modelos sociales aún por descubrir.

¿Ayuda a dirimir esta dualidad el comportamiento desigual resultado de aplicar unas u otras alternativas? ¿Es que no sirve de lección el éxito del combate frente a la crisis en EEUU y el fracaso en Europa? En la bancada ultra se entiende perfectamente el éxito de la política estadounidense para salir de la crisis mediante un modelo socialdemócrata que antepone los resultados de la lucha contra el paro antes que el de inflación o control de la deuda para prolongar los apoyos gubernamentales con una fuerte implicación de la Fed (su banco central). Lo entienden y no se consideran atenidos porque consideran que USA ya tiene en su ADN económico inscritos los elementos de la precariedad del mundo del trabajo y los sofisticados mecanismos de sobrepremio para los ganadores.  Por eso según ellos pueden utilizar coyunturalmente principios de actuación socialdemócrata para romper un momento de depresión o crisis.

En sus estrechas mentes suena una sola frase: Delenda est Europa, está condenada y, tal como Montoro de manera inconsciente apuntaba sobre España, ya la levantaremos nosotros

Pero no en Europa, pues aquí se vive mejor. Los mecanismos de desigualdad aún no están lo suficientemente institucionalizados, existe (acosada) una amplia red social y todavía la gente se asombra y avergüenza de la desigualdad y de la falta de ética y compromiso a la hora de apoyar a los más débiles. Hay trecho por tanto para apretar, mientras la angustia no ocupe un lugar central en la vida de los europeos, ésta jamás se corresponderá con su visión de un mundo parcial disfrazado de eficaz.  En sus estrechas mentes suena una sola frase: Delenda est Europa, está condenada y, tal como Montoro de manera inconsciente apuntaba sobre España, ya la levantaremos nosotros.

Pero Europa no son ellos, no son sino el producto tecnocrático que entre todos hemos financiado y que ahora se ponen de lado de los poderosos, de las élites contra las que se construyó Europa y en la que sociedad francesa, antes como ahora, juega un papel determinante. Todos a coro: Aux armes citoyens.

Aux armes citoyens