sábado. 20.04.2024

Argentina vive una situación insólita, es el único país del mundo donde un dólar vale casi lo mismo que un euro. En un país en el que, desde hace décadas, el dólar es el valor de ahorro y donde las operaciones inmobiliarias se hacen también en la moneda norteamericana (literalmente, hay que ir con un maletín a la firma de las escrituras), las trabas oficiales para adquirir dólares han provocado una distorsión preocupante y una escalada en el blue, como es eufemísticamente conocido el dólar en negro. 

Los importadores tienen que pedir autorización para cada una de sus operaciones, que ahora se dan a cuentagotas, o tienen que exportar por un monto similar al que importan. Los privados que quieran viajar al exterior, por trabajo o por turismo, tienen también que pedir permiso y en las últimas semanas con escaso éxito.

Estos controles no están desligados de la reciente estatización de YPF. Desde la crisis del 2002, Argentina no tiene acceso al crédito internacional, por lo tanto depende de sí misma para financiarse y hacer frente al pago de sus obligaciones. El creciente déficit comercial, agravado por las nuevas importaciones de gas y petróleo, supone que cada dólar sea muy valioso para el gobierno.

La brecha entre la cotización oficial y el paralelo llegó esta semana a un diferencial del 25 %, algo que no sucedía desde hace diez años. Para los pequeños ahorristas o aspirantes a turistas, casi la única forma de conseguir dólares es acudir a los llamados arbolitos, personajes que cada tanto reaparecen en las calles de Buenos Aires y que compran y venden por fuera del circuito legal. Las transacciones se realizan en las cuevas, generalmente oscuras oficinas, de no muy tranquilizadora apariencia.

La AFIP, la Hacienda argentina, está tratando de controlar tanto a los arbolitos como a las cuevas, mientras que las casas de cambio ven languidecer su negocio. Los tradicionales locales de la calle San Martín, la City porteña, muestra casas de cambio vacías. Hay rumores que indican que estarían cambiando al precio del paralelo, pero de manera discreta o mediante el sistema delivery, para clientes conocidos. Entretanto, la AFIP anunció que tratará de controlar a aquellos que pueden comprar dólares legalmente, para que no los vendan en el mercado paralelo.

La presidente, Cristina Fernández, trató de calmar los rumores sobre la posible implementación de un sistema de cambios múltiple: un dólar importador, otro exportador, otro financiero y otro turista, sistema que ya estuvo vigente en alguna época anterior y que fue el caldo de cultivo de numerosas oportunidades de corrupción. “Olvídense, no va a haber nada raro, no nos gustan los shocks a los argentinos”, señaló la mandataria.

Pero los datos no son nada tranquilizadores. La inflación sigue siendo un problema grave que el gobierno no está dispuesto a enfrentar. Es más, se ufana de que no tienen objetivos de inflación, aunque está en torno al 25 %, pese a que las cifras oficiales solo admiten la mitad. Hay productos escandalosamente caros, valga como ejemplo la última versión del iPad cuyo precio de venta en Argentina es el más caro del mundo. Y se advierte que el dólar negro o blue está empezando a ser referencia para los precios domésticos, aunque el bien o producto no tenga ningún componente importado.

Así lo observó el ex ministro de Economía Roberto Lavagna, considerado como el padre de la recuperación, tras la crisis del 2002. El presidente de la Unión Industrial Argentina, Ignacio de Mendiguren, declaró por su parte que “una diferencia importante entre lo que es el mercado oficial y el otro hace que mucha gente empiece a tomar sus costos por el otro y eso no es bueno”. Y el ex presidente del Banco Central, Martín Redrado, dijo que si el gobierno cree que con las restricciones se va a pesificar de facto la economía, así el país se dirige a un callejón sin salida.

La incertidumbre está provocando también que muchos ahorristas que tienen cuentas en dólares estén retirándolos para colocarlos directamente en el colchón, lo que viene a alimentar la fuga de dólares.

Argentina, la quimera del dólar